jueves, junio 27, 2019

Pericles (7bis: ...y Damón inventó el Estado del Bienestar)

Como acertadamente apreció Alberto MdH, en la serie de Pericles me salté un capítulo. que es éste. Por lo tanto, debéis de tener en cuenta que este texto que hoy os ofrezco va de la siguiente forma:

Un proyecto imperialista
Por qué ser un alcmeónida no era ningún chollo
Xántipo, Micala y el coleguita Leotícides
Cimón


De las cosas que se dijeron de Pericles poco después de su existencia, o incluso cuando todavía estaba vivo, es difícil no discernir que, cuando menos al principio de su carrera política, no fuera un demagogo con todas las letras. Aunque sobre su carrera política resulta difícil tener datos precisos en ese momento, lo que sí parece claro es que desarrolló una importante carrera militar. Cuando menos a partir del 455, si no antes, Pericles comenzó a ser un visitante usual del alto mando de generales atenienses, ése que Cimón ya había aprovechado en su beneficio antes que él. Mi visión particular (aquí muchas cosas, ya lo he dicho, son hipótesis porque no pueden ser otra cosa) es que Cimón abrió un camino que Pericles supo aprovechar muy bien. En los tiempos cimónidas, cuando menos, los generales atenienses adquirieron un poder de influencia muy elevado. Eran escuchados por la asamblea, y no sólo en lo relativo a las cosas militares que eran lo suyo; en realidad, y puesto que en aquellos Estados permanentemente en guerra todo acababa por tener relación con las cosas militares, los generales eran escuchados en todas las materias. Pericles se encontró ese surco bien trazado, y no hizo sino ampliarlo y profundizarlo.
Esto permitió que Pericles desarrollase su filosofía política, basada en una política exterior muy ambiciosa y, hacia dentro, la convicción, probablemente cincelada en los años difíciles en los que había visto a los suyos sufrir ostracismos y aislamientos, de que al pueblo hay que mantenerlo contento.

La gran aportación pericleana, que es en realidad una aportación cimónida convenientemente tuneada, reside, en mi opinión, en haber entendido que, en Atenas, los tiempos en los que la gente luchaba para conseguir el éxito de sus generales y sus arcontes había pasado. La política de Cimón había dejado bien trazado el camino hacia eso que hoy, después de haber dado muchos tumbos y haber cambiado mucho y crecido otro tanto, llamamos Estado del Bienestar: el concepto básico de que la nación tiene que ser un buen negocio para todos. ¿Os fijáis cómo un político, cada vez que expone una reforma de lo que sea, de la financiación autonómica o de la factura de la luz, siempre, siempre lo primero que dice es que nadie sale perdiendo? Yo no sé si os habéis parado a pensarlo, pero es una afirmación que repele la lógica: si algo no está funcionando bien (de otra forma, ¿para qué reformarlo?), ¿cómo es posible que la conclusión de la reforma sea que todo el mundo saque más de lo que sacaba antes? Por absurdo que sea el argumento “todo el mundo gana”, la gente lo compra. Lo compra en la España del 2019, como lo compraba en la Atenas del 450 antes de Cristo.

La obsesión estratégica de Pericles fue, siempre, transferir a los atenienses un dividendo imperial, por así decirlo, que era su retribución por apoyar la política ateniense que él había diseñado. La medida pericleana por excelencia, desde luego, es la propuesta que llevó a la Asamblea de la ciudad cerca del 450, en el sentido de que aquellos atenienses que fuesen designados jurados deberían cobrar. Los jurados atenienses no se formaban de doce ni de nueve hombres, sino de cientos de ellos. En la práctica, esto suponía que los sorteos de jurados acababan por designar unos 6.000 atenienses cada año; lo cual, teniendo en cuenta la población total de la ciudad entonces, nos lleva claramente a concluir que el peso de aquellos elegidos era muy superior del que pueda ser hoy (equivale, sin ir más lejos, a que 350.000 madrileños fuesen jurados cada año); y que, consecuentemente, lo que Pericles estaba proponiendo cuando presentó la idea a la Asamblea era, básicamente, una renta universal disfrazada de pitufo.

Para Pericles, esta propuesta fue muy importante. La hizo en un momento en el que las arcas de Atenas estaban a rebosar (otra característica muy propia de los políticos: prometer caramelos de menta cuando hay pasta, olvidando por supuesto que, cuando deje de haberla, la gente seguirá esperando que se los regalen); pero, sobre todo, con esa propuesta creó una necesidad que, por así decirlo, obligaba a Atenas a seguir siendo rica: a seguir siendo imperial. De forma indirecta, pues, Pericles, es cuando menos mi opinión, puso a los atenienses en una situación en la que no se podían oponer a sus planes en política exterior.

Hay que recordar, asimismo, que buena parte de la prosperidad de las finanzas públicas atenienses en aquella época provenía del gesto ateniense de apropiarse del tesoro acopiado por la Liga de Delos. Una vez más, pues, nos encontramos con esa extraña mezcla de democracia interior y medidas de fuerza exteriores que caracterizó a la modélica democracia ateniense.

La democracia moderna, de alguna manera, nació el día, si es que verdaderamente se produjo, en que se encontraron Pericles y su amigo Damón, según el relato que de su diálogo nos hace Aristóteles. Nos cuenta el Areopagita que Pericles se mostró contrito frente a su amigo por razón de su, dijo, relativamente corta fortuna. Mucho más corta que la que había tenido Cimón. Al ser menos rico que Cimón, decía Pericles, él no podía alcanzar a ser tan generoso como había sido su predecesor en el favor de los atenienses. Y entonces Damón, hemos de suponer que con una media sonrisa en la cara, le dijo: “Oye, ¿y por qué no darle a la gente su propio dinero?”

Et, voilà!

De hecho, como hemos dicho, más o menos en el 450, Pericles propuso que los jurados cobrasen. Pero allá por el 420, apenas treinta años después, pues, los atenienses habían votado ya para que prácticamente todos los oficios públicos chupasen de la teta pública. Y éste, creo yo, fue un efecto que, aunque es bastante fácil de imaginar y avizorar, es probable que Pericles no viese venir. Ya he dicho que, cuando menos en mi opinión, todo lo que hizo Pericles en este terreno, lo hizo para consolidar las necesidades de su política exterior, que era lo que realmente le interesaba. La generación del pago desde el Erario público hacia todo dios que hiciera algo por el Estado, sin embargo, lo que hizo, en la práctica, fue acabar con Atenas. En un proceso marxista de libro, en el que la ciudad se veía impulsada al colapso por el peso de sus propias contradicciones, los atenienses se fueron haciendo cada vez más renuentes a votar el traslado de dinero desde las finanzas públicas hacia el ejército, para así poder conservar los sustanciosos salarios que ellos mismos se habían fijado; sin darse cuenta de que todo el momio se sostenía sobre el hecho de que Atenas fuese una potencia militar, una talasocracia capaz de someter a otros, convertirlos en tributarios y arrebatarles sus recursos.

El propio Pericles parece haber sido relativamente consciente de los posibles efectos expansivos en el gasto de su medida estrella, puesto que más o menos por la misma época también impulsó otra reforma legal que, claramente, buscaba limitar la nómina de los que podían pedir un trozo del pastel: la norma existente hasta el momento en el sentido de que para ser ateniense bastaría ser hijo de padre ateniense se endureció: ahora hacía falta que papá y también mamá lo fuesen.

En la época en la que Pericles escalaba a la cumbre de la política ateniense con la propuesta de estas reformas legales, Cimón regresó a la ciudad de su exilio. Es más que probable que dicho regreso no fuese problemático e, incluso, las fuentes que tenemos sugieren que ambos políticos incluso llegaron a un acuerdo para distribuirse las zonas de influencia. El viejo general ateniense hizo valer su influencia frente a los espartanos y negoció en el 451 una tregua de cinco años con los lacedemonios, lo que le dio espacio para preparar una expedición contra los persas en Chipre.

Cimón, sin embargo, moriría en esa expedición. Esto, teóricamente, dejaba el camino libre para Pericles, aunque no fue así pues, probablemente buscando aprovechar el rebufo cimónida, apareció en Atenas una nueva figura: Tucídides, hijo de Melesias. Tucídides, con mucha probabilidad, era pariente de Cimón, si bien no está claro en qué medida. Sea como sea, este Tucídides Melesiou se convirtió rápidamente en el jefe del grupo político conservador proespartano que ahora se había quedado sin jefe natural tras la muerte de Cimón. Aunque este Tucídides no parece ser muy importante en la Historia, sin embargo, a la luz de algo que nos cuenta sobre él Plutarco, parece ser que fue el inventor de un gesto que hoy se da por plenamente lógico y que nadie cuestiona: el gesto de colocar a todos los partidarios juntos en las asambleas. Como digo, esto y no otra cosa es lo que pasa hoy en los parlamentos modernos, donde como todos sabemos los diputados o senadores de un mismo partidos se colocan todos juntos, como si alguien fuese a pegarles y se tuvieran que defender. Esto se hace, obviamente, para mostrar en cada momento la fuerza que se tiene. Y fue este Tucídides Melesiou el que inventó la movida.

El principal tema que usaron los antiguos cimónidas para hacerle oposición a Pericles fue su plan de nuevas construcciones, desplegado a partir del año 450 aprovechando la prosperidad de la ciudad. Es evidente que las construcciones del Partenón son las más visibles de las abordadas, pero hubo otras. Pericles impulsó la construcción de un templo fuera de la Acrópolis, probablemente en honor de Hefaistos; así como la de un nuevo centro de música y artes, conocido como el Odeion. También se construyeron unas nuevas puertas para la Acrópolis, las Propylaia. Entre estas puertas y el Partenón se situó una estatua broncínea de Atenea Promacos. Asimismo, también se abordaron otras construcciones fuera de Atenas.

Con el tiempo, por lo que sabemos, Tucídides y su partido comenzaron a atacar a Pericles por lo que consideraban un excesivo gasto público en los nuevos edificios con un dinero que se había recaudado para defender a los atenientes y, en su caso, a los griegos. Consideraban, además, que esa política podía malquistar a Atenas con sus aliados, a los que se habían solicitado fuertes tributos, que como he dicho teóricamente se recaudaban para la defensa; y que ahora verían cómo lo que Atenas hacía con ese dinero era ponerse bonita.

2 comentarios:

  1. ¡Gracias! La verdad es que no tenía muy claro si faltaba algo o se trataba de una elipsis, pero no quería arriesgarme a perderme un fragmento.

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