lunes, febrero 06, 2012

El marxista naïf (6)


El 1 de octubre, el gobierno cierra una emisora, Radio Agricultura, controlada por el derechista Partido Nacional, por ofensas a los militares. El 3, estudiantes democristianos se manifiestan contra el gobierno, y en la noche partidas de Patria y Libertad y Ronaldo Matus se pasean por Santiago.
El día 9, finalmente, Villarín anuncia el paro de los transportes. Ello a pesar de que el gobierno había aprobado un aumento del 120% de sus tarifas, aunque se había enrocado en otras reivindicaciones, que consideraba ideológicamente inasumibles. Concretamente, los camioneros querían frenar la estatalización en su sector.

El 11 de octubre se suma la Confederación Nacional de Dueños de Camiones. Villarín exige la devolución de Radio Agricultura. Allende no sólo no acepta, sino que lo detiene, como a otros activistas. Poco a poco, el desabastecimiento obliga al gobierno a declarar el estado de emergencia en varias provincias del país, hasta llegar a 25. El 12 de octubre, otras organizaciones, como la de comerciantes de Rafael Cumsille, se unen al paro. Pero sólo son los primeros. Pasando los días, se unirán: los constructores, los médicos, las matronas, los ATS, los empleados del Banco Central, propietarios campesinos, abogados y maestros. Poco a poco, una huelga gremial provocada por la subida estratosférica del coste de la vida se convierte en una huelga política, antigubernamental.
En este punto, el gobierno actúa de forma no muy democrática, la verdad. Como primera provisión, decreta que todas las emisoras del país deban pinchar, en determinados momentos, la señal de la Oficina de Radiodifusión Nacional; en este punto, habría que recordar que en España también pasamos un periodo en el cual el informativo nacional de radio, incluso en las cadenas privadas, tenía que ser el parte de Radio Nacional; periodo en el que quien gobernaba en España, muy demócrata no era.

Aprovechando este monopolio radiodifusor, Allende realiza una alocución al país donde asevera que «a Chile no lo paralizará la reacción derechista»; era y es, evidentemente, muy libre de decir cosa tal, pero tampoco deja de ser sorprendente que cuando las huelgas generales las convocan las izquierdas que, en aquel momento, apoyaban a la Unidad Popular, son actos justos y reivindicativos; pero cuando se convocan contra ellos resultan ser una «reacción derechista». Es obvio, al menos para mí, que las derechas, con aquellos paros, estaban sobreactuando y cantándole un órdago al allendismo; tan obvio como que Allende lo quiso, pasando de la natural prudencia que, en mi opinión, debe exhibir en estas circunstancias quien está al frente del Ejecutivo.

La huelga de los transportistas hace, además, que Allende profundice en un grave error, sobre el que volveré en el epílogo de estas notas, cuando cuente los que, en mi opinión, fueron los errores de Allende. Como digo, el error viene ya de antes. Ya desde meses antes del paro, todos los periodistas que siguen a Allende destacan el hecho de que nunca aparece en público sin estar rodeado de militares; y nunca deja de acudir a actos castrenses.

Que la apuesta del golpismo de derechas son los militares no es duda alguna; entre otras cosas, la derecha, en 1972, está pidiéndole ya sin recato a los milicos que se alcen.  A Allende, esta tentativa le mueve a una reacción que seguramente él consideró genial, pero que, con el tiempo, desvelaría su truñesca naturaleza: si no quieres caldo, toma dos tazas.

En efecto, Allende, lejos de acorralar y amenazar a los militares, los corteja. Aprovecha para ello el martirio de René Schneider, que está bien presente en la cúpula militar; una cúpula, por cierto, con setenta veces siete más tradición de respeto al orden constitucional que el ejército español.





Los militares entran en el Gobierno Allende. Y, ante el caos de los paros, el general Héctor Bravo, que es jefe de la zona especial de Santiago, es nombrado por el presidente responsable del transporte de todo Chile; en otras palabras, el hombre encargado de organizar el regreso del país al orden. Hay que reconocer que es un movimiento inteligentísimo por parte del presidente. Lo que las derechas estaban esperando es que ese cargo recayese en algún Vuscovic de la vida, o peor, ¿por qué no?, en alguien cercano al MIR, para acabar de montarla. Fue un movimiento inteligente… a corto plazo. A largo plazo, le enseñó a los militares la puerta abierta de la implicación en política. Y Allende fue enormemente lila al imaginarse que podría colocarse él en el quicio de esa puerta y empezar a decir: tú sí pasas, tú no pasas…

En todo caso, el paro de los transportistas provoca toda una reacción popular. Sólo en el primer día de llamado para ello, se presentan 7.000 voluntarios para conducir vehículos. La ultraizquierda anuncia que va a asaltar los comercios, movimiento que el general Bravo aborta inmediatamente. Otro punto en el haber de Allende por haberle nombrado. El 15 de octubre, el mismo general Bravo cierra una emisora, Radio Nueva, que se ha solidarizado con los huelguistas. Las carreteras de Chile están repletas de miguelitos, clavos de tres puntas que los piqueteros, que salen todos siempre del mismo tronco sean de izquierdas o de derechas, colocan para joderle la vida a todo aquél que no les hace caso.

El 18 de octubre, la patronal de autobuses, que estaba al borde de la huelga, llega a un acuerdo con el gobierno. Para entonces, el toque de queda, desde el crepúsculo hasta las seis, se ha declarado en Santiago, Valparaíso, Cautín y Curicó. Hay atentados por todas partes, provocados por la extrema derecha, incluso con muertos. Desde el 22 de octubre, las acciones violentas se intensifican. A tres carabineros les ponen una bomba en un repetidor y los dejan para el arrastre. La ultraderecha se enfrenta con el ejército en la misma calle.

Para el 30 de octubre, Allende se siente lo suficientemente fuerte como para desconvocar la reunión que tenía convocada con los líderes gremialistas para discutir el conocido como Pliego de Chile, es decir la plataforma reivindicativa de la huelga. La oposición reacciona haciendo uso de su mayoría parlamentaria para denunciar ministros: denuncia a Jaime Suárez (Interior), Carlos Matus (Economía), Aníbal Palma (Educación) y Jacques Chonchol (reforma agraria).

El 1 de noviembre Allende, mucho menos presionado por la huelga, anuncia la ruptura de las conversaciones con los gremios. Y el 2 de noviembre, da la gran campanada con el nombramiento de un nuevo gobierno.

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