La primera CNT
Las primeras disensionesTriunfo popular, triunfo político
La República como problema
La división de 1931
¿Necesitamos más jerarquía?
El trentismo
El Alto Llobregat
Barcelona, 8 de enero de 1933
8 de diciembre, 1933
La alianza obrera asturiana
La polémica de las alianzas obreras
El golpe de Estado del PSOE y la Esquerra
Trauma y (posible) reconciliación
Tú me debes tu victoria
Hacia la Guerra Civil
¡Viva la revolución, carajo!
Las colectivizaciones
Donde dije digo...
En el gobierno
El cerco se estrecha
El caos de mayo
La Alianza Obrera siempre dejó claro que, para ella, Gil Robles y la CEDA no eran sino el vestíbulo del fascismo. Como ya he tenido ocasión de comentar varias veces, tanto los sindicalistas como la UGT estaban muy influidos por los sucesos ocurridos en Austria, y tendían a ver en todo giro a la derecha la simple preparación de un golpe de corte fascista. En esas circunstancias, lo que adquiría especial importancia era conocer la posición de la CNT.
La CNT, sin embargo, prefería ser cauta. El 3 de octubre, el comité regional catalán del sindicato emitió un comunicado en el que declaraba que su posición no había cambiado en lo absoluto y que, en consecuencia, “para un pueblo escarnecido no puede haber diferencia entre gobernantes”, pues “todos son fascistas cuando de entender los privilegios se trata”. En consecuencia, ordenaba “que nadie secunde movimientos que no vayan garantizados por las decisiones de nuestra organización”.
La opción estratégica de los miembros de la Alianza Obrera era que, una vez producido el golpe de Estado revolucionario, las gentes, los obreros, se lanzarían a las calles aunque la CNT se pusiera de canto y, de esta manera, superarían el propio ámbito del sindicato. De hecho, la Alianza Obrera de Cataluña, una vez que había mantenido una reunión interna en la que había decidido echar el resto en favor de su mal llamada revolución, invitó a la CNT a seguirla. Asimismo, la Alianza solicitó a la Generalitat que no obstaculizase la huelga general que querían convocar, y el gobierno catalán, que históricamente siempre ha estado dispuesto a casi cualquier bombardeo, les dijo aquello de non ti preocupare.
La huelga barcelonesa comenzaba en la madrugada del día 5 de octubre. Aquella mañana, sin embargo, la movida apenas se notó; la inmensa mayoría de los currelas catalanes se personaron en sus puestos de trabajo. Con la llegada del día, una de las fuerzas de orden público más democráticas de la Historia, los escamots del conseller Dencàs, él mismo, quizás, el fascista más fascista que ha dado la Historia de España (¿más que Primo y que Franco? De largo.); los escamots, digo, comenzaron a parar los tranvías y a pasarse por las botigas a hacerle a los tenderos ofertas de ésas que no podían rechazar, y no rechazaron. A eso de las doce, pues, la ciudad estaba parada y desierta; como digo, no tanto porque el trabajador catalán así lo hubiese decidido, sino porque así lo decidió una supuesta fuerza de orden público que era, en realidad, una patota de camisas negras lacys. Esto ocurría a pesar de que el día antes de la huelga había habido una serie de detenciones, entre otras la de Durruti, y la suspensión de la Soli. Como digo, a pesar de que gestos como éste podían mover a la solidaridad huelguística, en la madrugada la huelga había tenido muy poco seguimiento.
La CNT vio, eso sí, una oportunidad clara en la movida de octubre para poder recuperar su operativa oficial; hemos de recordar que los sindicatos anarquistas llevaban cerrados desde el anterior diciembre. Sin embargo, parece que algo de razón tenían cuando pensaban que los políticos, por muy cercanos que se te digan, siempre son lo que son. Los miembros del sindicato de la madera fueron los primeros en llegar a su viejo local y abrirlo; inmediatamente, los escamots se personaron allí y se liaron a tiros. Al día siguiente, la policía tomó los locales de Solidaridad Obrera. Claramente, Dencàs había concluido, con la inestimable ayuda de su neurona, que todo aquel que se negaba a ser su amigo, era su enemigo. Así pues, se dedicó a hacer soflamas, privadas y públicas, a todas las fuerzas de seguridad presentes en Cataluña, para que fueran a por los anarquistas, “provocadores vendidos a la reacción”.
El día 6, Barcelona parecía plenamente dominada por el golpe, es decir, por los matones de Dencàs. Companys, como le pasó siempre en todas las citas que tuvo con la Historia, se mostraba irresolutivo y asténico, ante una realidad que le superaba; supongo que había pensado que la independencia de Cataluña era algo que se podía conseguir con sólo rascar el boleto adecuado de la ONCE, o algo así. Alejandro Lerroux, en Madrid, proclamó el estado de guerra. Aquello, sin embargo, impresionó muy poco en Barcelona, donde los miembros de la Alianza Obrera y el Estat Català, esa organización que si la inventa Mussolini no le habría cambiado ni las comas, no dejaban de lanzarle mensajes a Companys para que rompiese con todo a hostia limpia. En ese momento, la verdad, el independentismo catalán estaba convencido de que no había, ni habría, nadie en Barcelona dispuesto a plantarle cara. En la tarde, los miembros de la Alianza, en un gesto que lógicamente despertó todas las suspicacias del anarcosindicalismo puro y duro, desfilaron, más que se manifestaron, por las calles de Barcelona, en favor de la proclamación de una República de Cataluña; y se fueron a ver al dumb-at-three de Companys para tratar de convencerlo de que la proclamase. Y, tal cual; puesto que El Pajarito, el 90% de las cosas que hizo en la vida, las hizo porque alguien le dijo que las hiciera, Companys se presentó en los micrófonos de la radio a las ocho de la tarde y proclamó el Estado Catalán dentro de la República Federal Española.
Todo esto se parece mucho a lo que hoy en día conocemos como la DUI de los nietos de estos protagonistas pues, si os paráis a pensarlo, son prácticamente los mismos. El Tribunal Supremo español calificó la DUI de ensoñación; y el golpe del 34 tuvo, cuando menos, algo de eso. Todo el mundo, en Barcelona como en Asturias o Madrid, asentaba el golpe de Estado en el mismo cimiento. Los golpistas catalanes querían dominar sus instituciones; Largo Caballero tenía un plan muy meditado para hacerse con el control de los principales cuarteles de Madrid. Sin embargo, en el fondo y en la forma, todo el montaje del golpe de Estado del 34 se asentaba sobre lo mismo: la revolución social. En eso, octubre del 34 no es sino el segundo ensayo de Jaca, ese otro golpe de Estado que no tiene padres ni nombre; pero que, igual, se asentaba sobre el presunto compromiso (incumplido) de la UGT en el sentido de lanzar la revolución social en Madrid. Octubre del 34 es un Golpe de Estado Revolucionario o GER, el GER de Largo Caballero, porque necesitaba ese componente revolucionario.
¿Llegó ese componente revolucionario? Pues, la verdad, no. Los partidarios de la movida, como Joaquín Maurín, habían vaticinado, y así lo creían la Alianza Obrera, Dencàs y Companys, que la proclamación del Estado Catalán provocaría una salida en masa de las gentes a las calles, en una revolución social imparable. Sin embargo, eso no era lo que quería el catalán medio, a quien de toda la vida de dios las revoluciones le han dado bastante asquito, puesto que aspira a que todos los días por la mañana haya cruasanes calientes en la patisería. La Esquerra Republicana de Cataluña de 1934 era un partido que se asentaba sobre personas de clase media e, incluso, bastante prósperas. Esa gente ni de coña estaba dispuesta a compartir su radiador de aceite con un vecino de la CUP. La sensación de victoria huelguística, de parón total, duró lo que duró la capacidad coercitiva de los escamots. Estat Català, además, era una organización filofascista, y decimos lo de filo por hacerles un favor; algo que hoy en día no se quiere recordar porque las leyes de la mierdoria, ya se sabe, son selectivas.
La CNT, tras muy pocas vacilaciones porque, la verdad, el asunto estaba bastante claro, se quedó en casa. La Alianza Obrera, por su parte, ya muy impulsada por los elementos marxistas, le dijo a la Generalitat que podía movilizar a 10.000 miembros dispuestos a todo, y solicitó armas; la Generalitat, sin embargo, se las negó, pues todo fascista, por definición, quiere controlar el orden o el caos él mismo. Negándoselas, claro, el esquerrismo se enajenó de los únicos obreros catalanes que estaban medio por sus mierdas. En esto, llegó el general Batet y le vino a decir a los escamots “a ver si te vas a hacer daño con esa arma, chaval”; y allí todo dios, repetimos, todo-dios-que-está-en-el-cielo, o se quedó en casa, o se cagó los pantis y salió por patas. La heroica resistencia en favor del Estado catalán se ciñó a la plaza de San Jaume; pero, vaya, que ha habido fallas en Valencia más violentas. Dencàs, el gran héroe teorético de la jornada, huyó por las cloacas, supongo que esperando la solidaridad de las ratas.
Pero, vaya, que Barcelona era sólo el centro número dos del golpe. El centro número uno, se pongan como se pongan los teóricos y licenciados de la desmemoria que, no por casualidad, acuñaron y acuñan el término Revolución de Asturias; el centro número uno era Madrid. Porque la mal llamada revolución de Asturias era un golpe de Estado revolucionario que buscaba tumbar al gobierno legítimo de la República de España para instaurar otra cosa que empieza por dicta y termina por riado.
Desgraciadamente para los conspiradores, una extraña patota de socialistas en la que estaban Largo Caballero e Indalecio Prieto, si un lugar había en España donde la principal fuerza obrera: la CNT, estaba dividida, ésa era la capital. El 4 de octubre, el comité nacional del sindicato, que residía en Zaragoza porque Madrid estaba demasiado caliente, envió una circular a sus organizaciones solicitándoles criterio sobre qué hacer en caso de una asonada; en ese momento, los dirigentes anarcosindicalistas no tenían claro si se iban a enfrentar a un movimiento de izquierdas o de derechas, es decir, no se sabía bien de qué lado iba a venir el fascismo. A las seis de la tarde de ese mismo día 4, a la CNT le llegó el mensaje de que la UGT, el PSOE y los comunistas estaban preparando una huelga para protestar por la entrada de Gil Robles en el gobierno. Decidieron apoyarla como huelga y, de hecho, cuando horas después comenzó, tuvo bastante más que éxito.
Horas antes de la huelga, en la madrugada del 4 al 5, la CNT y la FAI habían creado un movimiento revolucionario. Este Comité se enteró de que la UGT comenzaría la huelga general a las seis de la mañana del 5 con una huelga de transportes. El comité revolucionario, formado en su mayoría por anarquistas de toda la vida que, por serlo, profesaban una intensa desconfianza hacia la figura de Largo Maniobrero, preparó un manifiesto en el que venían a decirle a los fautores de la huelga general que ni se les ocurriese olvidar por un segundo los objetivos del movimiento. La CNT, venían a decir, como fuerza obrera fundamental, estaba dispuesta a colocarse al frente del movimiento para encauzarlo hacia el comunismo libertario. Fue, pues, una manera de decirle a los socialistas y a los comunistas: vamos como vosotros si estamos a pares; si estamos a juego, os quedáis solos.
Horas antes, de hecho, el Comité Regional de la CNT había declinado la invitación de reunirse con la Comisión Ejecutiva de la UGT; la razón: para entonces las Juventudes Socialistas, es decir los comunistas, habían declarado la huelga unilateralmente, sin tener ni el detalle de comunicárselo a los anarcosindicalistas. Pero en el seno del propio anarquismo reinaba el caos; de hecho, el Comité Nacional condenó el manifiesto del comité revolucionario, por cuanto también se había lanzado sin su conocimiento.
Había, pues, un cisma en el anarcosindicalismo, entre el que era su órgano coordinado de siempre, y el que se había creado y arrogado dicha función para el golpe de estado. El comité revolucionario, con muchos menos melindres que el Comité Nacional del sindicato (esto quiere decir más peso del faísmo), se reunió con representantes de la UGT para discutir la mejor manera de conseguir armas. No consiguieron nada y, de hecho, durante el día 7 ya se produjeron diversas advertencias desde el anarquismo, en el sentido de que aquello no era una huelga sino un golpe de Estado de dirección marxista, y que los obreros anarquistas sólo iban a ser carne de cañón.
El día 8, el comité revolucionario se dirigió a la regional de Centro de la CNT. Apoyado en el éxito de las movilizaciones en Asturias y de que en Madrid las cosas todavía estaban un tanto indefinidas, le solicitó la convocatoria de una huelga general en toda España. El 9 de produjo una reunión entre los miembros del comité revolucionario, delegados cenetistas de algunas regionales que habían podido llegar a Madrid y un representante del Comité Nacional. El comité revolucionario, que no dejaba de serlo de Madrid, propuso la creación de un comité revolucionario nacional y una declaración pública de la CNT colocándose a frente del movimiento. El comité regional de Centro, que en aquella reunión era quien tenía de verdad la llave de montar una buena ensalada en Madrid, no consideró que la situación estuviese madura para ello; más bien debemos entender que recelaba, con toda la lógica, de una movida que había sido instigada y estaba organizada por un señor, Largo Caballero, que quería instaurar la dictadura del proletariado, es decir, esa cosa bajo la cual los anarquistas tienden a caer como moscas en fosas comunes.
El 11 de octubre, el comité revolucionario, inasequible al desaliento, se reunió con un representante de la UGT. Éste les dijo, fríamente, que Largo Caballero no estaba interesado en confluir con los anarcosindicalistas. Así las cosas, el comité revolucionario se disolvió, y ambas partes, de hecho, tardarían mucho tiempo en darse las buenas tardes.
A partir de aquí, las interpretaciones sobre por qué el golpe de Estado fracasó donde no le quedaba otra que triunfar o morir, es decir en Madrid, son como los pulmones: todo el mundo tiene una y la mayor parte de la gente, dos. El PSOE y sus turiferarios presentes y pasados se escuda en que Largo Caballero nunca tuvo claro con quién contactar en el mundo anarco, dividido como estaba entre el comité revolucionario los comités regionales. Las cosas como son, sin embargo, de tiempo atrás estaba claro que si en Barcelona una huelga no podía soñar con triunfar sin el concurso de la CNT, en Madrid eso no era tan cierto. Madrid era, básicamente, de la UGT. Si el golpe fracasó en Madrid, por lo tanto, fue porque los socialistas lo planificaron mal; lo de la CNT es una disculpita del niño Jesús. Como es bien sabido, Largo se negó a creer de inicio que Gil Robles entraría en el gobierno, y con ello perdió unas horas cruciales. Para cuando se avino a lanzar el movimiento, el gobierno había declarado el estado de guerra. Buena parte del montaje del GER en Madrid se basaba en pillar los cuarteles medio de fiesta, con los altos jefes en sus casas y los patios de armas en manos de mandos intermedios, muchos de ellos de izquierdas. Con la declaración del estado de guerra, sin embargo, los militares fueron acuartelados, y la posibilidad de que sargentos y capitanes se hiciesen con el control se disolvió.
Pero, vamos, que si queremos decir que los anarquistas hicieron capotar el golpe en Madrid, lo podemos decir; la mierdoria lo aguanta todo.
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