Las primeras disensiones
Triunfo popular, triunfo político
La República como problema
La división de 1931
¿Necesitamos más jerarquía?
El trentismo
El Alto Llobregat
Barcelona, 8 de enero de 1933
8 de diciembre, 1933
La alianza obrera asturiana
La polémica de las alianzas obreras
El golpe de Estado del PSOE y la Esquerra
Trauma y (posible) reconciliación
Tú me debes tu victoria
Hacia la Guerra Civil
¡Viva la revolución, carajo!
Las colectivizaciones
Donde dije digo...
En el gobierno
El cerco se estrecha
El caos de mayo
Iniciando noviembre, los trabajadores portuarios del puerto de Gijón decidieron ir a la huelga en solidaridad con sus compañeros de Barcelona. La huelga en el norte se extendió muy rápidamente y llegó a los Altos Hornos de Vizcaya, y luego a la cuenca minera asturiana. El gobierno republicano de la democracia de alta calidad clausuró varios sindicatos.
Uno de los sindicatos que experimentaron el cierre fue el poderoso sindicato de Transportes barcelonés, que fue cerrado por el juez Anguera de Sojo, que había sobrevivido como gobernador. En diciembre, en un gesto muy simbólico de lo mucho que habían cambiado las cosas, la policía disparó sobre una manifestación de anarquistas que conmemoraban el golpe de Jaca. Para entonces, La Seda de Barcelona llevaba cinco meses de huelga. En Zaragoza se decretó la huelga general y en los disturbios murió un manifestante. El 17 de diciembre, la batalla campal fue entre los estibadores del puerto barcelonés y la policía; otro muerto.
La normalidad republicana.
La extremada violencia entre los obreros anarquistas y el nuevo orden republicano no hizo sino dar alas al faísmo radical. En sus publicaciones, la FAI se desgañitó acusando a la CNT propiamente dicha de no haber asistido suficientemente a los manifestantes, tratando de transmitir la idea de que los dirigentes del sindicato estaban en el camino de convertirse en felices sindicalistas de marisco y putas (cosa que, al césar lo que es del césar, ni la CNT había hecho, ni haría, ni ha hecho). Mientras tanto, Peiró y Pestaña trataban de predicar el evangelio trentista.
La internacional sindicalista trató de mediar para resolver el conflicto interno en el anarcosindicalismo. Sin embargo, la AIT actuaba muy tarde. Ambas partes se reunieron, pero tan sólo para acordar no estar de acuerdo. La paz sindical ya no le interesaba a nadie, y menos que a nadie la FAI. Los puros o esencialistas se sabían cada vez más fuertes en Cataluña, que era la madre del cordero: Asimismo, tenían la sensación de que el punto de vista estratégico adoptado por el gobierno republicano, basado en un buenismo esencial según el cual, por el hecho de estar hecha una cosa por un republicano, ya estaba bien hecha (la típica superioridad moral de toda la vida); y consideraban que esa manera de ver las cosas les beneficiaba mogollón, por cuando suponía que, a todos los conflictos que plantease, el gobierno reaccionaría con represión. La FAI, a finales de 1931, sobre todo después de la definición del trentismo, tenía la sensación de que tenía que ir a la ruptura, a la escisión. Y sólo esperaba el momento. Momento que ellos reputaban inminente, y no se equivocaban.
Apenas hubo que girar la llave para abrir la puerta del nuevo año de 1932. Hablamos de uno de esos episodios que, debiendo ser principales en el análisis de la II República, apenas aparece en la memoria de muchos historiadores y licenciados en Historia: la sublevación del Alto Llobregat.
Federica Montseny diría de este episodio que era el primer intento serio de revolución social en España desde Jerez en 1892. Esto quiere decir que, para los anarquistas, este movimiento fue mucho más importante y relevante que la propia huelga general revolucionaria de Largo Caballero y Besteiro en 1917.
El 18 de enero de 1932, los afiliados y simpatizantes de la CNT en la zona minera del Alto Llobregat y el Cardoner lanzaron algo mucho más profundo que una huelga. Fue, con todas las letras, una tentativa revolucionaria que, además, se extendió con bastante rapidez. En cuando menos diez municipios de la zona se elevó la bandera roja y negra de los anarquistas durante cinco días, y se implantó el comunismo libertario. En Figols, población entonces esencialmente minera, los obreros se apoderaron del ayuntamiento, y luego siguieron Manresa y Berga. Vayamos un poco más allá.
Sobre el movimiento, que como he dicho iba mucho más allá de ser un conflicto laboral y planteaba una clara alternativa al orden republicano, los poderes públicos reaccionaron con todo lo gordo. A los anarcosindicalistas se les aplicó la fascista Ley de Defensa de la República y se cerraron sindicatos a puñados, amén de hacer decenas de detenciones.
La mayoría de los jefes anarquistas detenidos, muchos de ellos en Barcelona, fue encerrada en el buque Buenos Aires, que el 10 de febrero puso proa hacia las posesiones africanas. Sin embargo, el gobernador de Villa Cisneros, cuando vio llegar el paquete de Amazon, se negó a acoger a algunos de aquellos exiliados, entre ellos Durruti, que tuvo que ser remitido a Fuerteventura. Parece ser que medió en la negativa algo personal; el padre del gobernador había sido también gobernador y había sido asesinado. El de Villa Cisneros estaba convencido de que el fautor había sido Durruti. En fin, sea como sea, la mayoría de los detenidos fue exiliado en Bata (con mayúscula, o sea, la ciudad de Guinea), de donde tardarían varios meses en salir.
La cosa es que la sublevación del Alto Llobregat, además de ser un ensayo de lo que, finalmente, los anarquistas harían en zonas de Cataluña y Aragón ya en la guerra civil; además de un serio problema de orden público en una República que se quería ver angélica; además de un suceso de violencia que casi hizo saltar las costuras del poder constituido; además de todo eso, digo, fue el motivo de una serie de importantes discusiones en el seno del anarcosindicalismo.
Una cosa es que la CNT funcionase a base de células autónomas, cosa que ya hemo contado; y otra es que fuesen independientes. Los dirigentes del Alto Llobregat montaron la mundial sin advertir absolutamente a nadie. La CNT catalana, después, decretó una huelga general en solidaridad; pero, en general, estuvo más bien tenue. Una vez sofocada la rebelión, las críticas por esta falta de coordinación se dirigieron hacia la FAI; organización que, como tal, no estuvo en la organización de las revueltas, lo cual no quiere decir exactamente que no estuviese implicada, pues importantes miembros de la tendencia, entre ellos Durruti, estuvieron allí. Los radicales contraatacaron destacando el dato de que entre los detenidos y deportados no había ni un solo firmante o partidario del manifiesto de los treinta; insinuaban, de esta manera, que el trentismo estaba intentando construir un anarcosindicalismo sin revolución (y yo, personalmente, creo que en esto no andaban nada descaminados).
Más en concreto, García Oliver acusó a Pestaña de haber descartado la huelga general como movida en apoyo de los deportados. Ante esta noticia, dos centenares de sindicalistas presos firmaron una petición para que Pestaña fuese cesado. Se producía, en su opinión, una clara confluencia de no-actuaciones: Pestaña, primero, no había querido apoyar el movimiento revolucionario en sí mismo, y ahora se negaba a apoyar las acciones de presión en favor de los represaliados. De hecho, pocas semanas después Manuel Rivas, destacado faísta, sustituyó a Pestaña en la secretaría del Comité Nacional. Días después, el sindicato metalúrgico de Barcelona, al que pertenecía el máximo exponente del trentismo, votó su expulsión.
Con porciones enteras de los sindicatos anarquistas lo suficientemente radicalizadas como para seguir sus postulados, la FAI le recetó a la República un rosario de huelgas en solidaridad con los deportados, con su centro en las regiones levantinas. En Tarrasa, el 15 de febrero, los anarquistas, fuertemente armados, ocuparon la ciudad. Mientras el cuartel de la Guardia Civil era sitiado, otro grupo izaba la bandera rojinegra en el ayuntamiento. Fue necesario enviar al día siguiente fuerzas desde Sabadell, que sofocaron la rebelión y detuvieron a sus dirigentes.
Los sindicatos anarquistas catalanes tenían previsto celebrar un pleno regional a finales de abril, precisamente en Sabadell. Acudieron unos 300 delegados, lo cual quiere decir que, de forma vicaria, estaban allí un cuarto de millón de afiliados. Los temas del orden del día serían los que fuesen, pero el tema del congreso, sin duda, era la discusión entre moderados y esencialistas. La gente de Pestaña tenía un objetivo, que era recuperar el control de La Soli, aprovechando que Felipe Alaiz no la podía dirigir por estar en la cárcel. Sin embargo, no lo consiguieron. Por parte de la FAI, su principal teoría fue que en el pleno nacional de regionales, que se había celebrado apenas unos días antes en Madrid, no había habido ni una sola crítica contra la tenuidad de los dirigentes sindicales catalanes respecto de la sublevación del Alto Llobregat. Asimismo, se expulsó a varios sindicatos (las federaciones locales de Lérida, Gerona y, a cámara más lenta, Tarragona) a causa de que estaban cayendo bajo la influencia del Bloc Obrer y Camperol de Joaquín Maurín, de corte marxista.
En Sabadell, el pleno de las regionales catalanas eligió como secretario regional a Alejandro Gilabert, claro faísta. Sin embargo, en el entorno catalán había muchos sindicatos que no tenían ninguna simpatía por la praxis esencialista, y consiguientemente acusaron a la FAI de estar manipulando la reunión y amenazaron, incluso, con dejar de pagar sus cuotas. Como no hubiera respuesta, comenzó el desfile. La federación local de Sabadell abandonó el congreso y luego lo harían los badaloneses.
La escisión de facto que se produjo en Sabadell dejó sin efecto la que tenía que haber sido la decisión fundamental de la reunión. Con docenas de sindicatos cerrados y centenares de militantes presos o deportados, la CNT era consciente de que, aquella primavera, tenía que lanzar toda una campaña de presión para revertir esa situación. Debían reivindicar el regreso de sus presos, la nueva legalidad de sus organizaciones, libertad de expresión y la derogación de la Ley de Defensa de la República. Sin embargo, ese movimiento, para el cual hacía falta toda la fuerza que fuesen capaces de acopiar, los pilló discutiendo entre ellos; los pilló, en realidad, partiendo peras, que es aún peor. Así las cosas, al gobierno poco le costó enterarse de que el día central de su estrategia era el 29 de mayo, jornada en la que programaron un rosario de huelgas. En consecuencia, el gobierno procedió a suspender esas reuniones y, de hecho, amordazar a la prensa anarquista.
No obstante, como ya he tenido ocasión de decir en estas notas varias veces, para el anarquismo que le aprieten los grilletes, normalmente no le sirve para otra cosa que para crecerse. Personalmente considero que el gobierno, si podía tener alguna simpatía hacia el trentismo posibilista, algo que es fácilmente trazable en las actuaciones de la izquierda republicana tanto durante la República como durante la Guerra Civil, estuvo bastante torpón en su reacción. La represión de la represión no hizo sino dejar a los sindicalistas moderados sin espacio, y entregar una organización que era perfectamente capaz de vivir en clandestinidad en manos del esencialismo faísta. En junio de 1932, de una forma además completamente ilegal según los estatutos del anarcosindicalismo, Juan López fue expulsado, poco después de haber escrito un artículo feroz contra Juan García Oliver y Federica Montseny. Y no fue el único moderado que fue expulsado en esos meses.
El 24 de septiembre, llegaron las actuaciones en masa. El comité regional catalán expulsó en masa a la federación local de sindicatos de Sabadell; nada menos que 20.000 militantes. Claramente, la estrategia de la FAI era reducir la organización lo que hiciera falta, siempre que pudiera tener la garantía de que los que estaban dentro estaban a lo que estaban. En Levante, los faístas abandonaron el congreso regional de Alcoy, visto que el resultado de los debates no les favorecía; en octubre, en el pleno regional valenciano, las diferencias se hicieron más hondas.
Para intentar resolver este sudoku, el Comité Nacional envió a Valencia a tres árbitros. Eran Marcos Alcón, Eusebi Carbó y un anarquista ruso llamado Alejandro Schapiro. Consiguieron un compromiso pero que, en realidad, se volvería a romper muy pronto.
La mayor expresión de que las cosas habían llegado a un punto muy difícil es que los trentistas decidieron crear, por así decirlo, su propia FAI moderada. Así nació la FSL, o Federación Sindicalista Libertaria, creada para agrupar a los militantes con sensibilidades más clásicamente anarcosindicalistas y, desde dicha organización, poder hacer presión en los sindicatos. Esta tentativa, sin embargo, fue una tentativa completamente vana. Las cosas habían cambiado mucho desde los ya lejanos días en los que la FAI, en medio de una dictadura, había hecho sus primeros pinitos dentro de la CNT. Entonces los faístas fueron recibidos por aquéllos que discrepaban con ellos como anarquistas totales que lo único que les pasaba es que tenían puntos de vista un tanto erróneos. Ahora, sin embargo, el enfrentamiento era de otra calidad. Ahora, lo que había encima de la mesa era una FAI que consideraba que los trentistas no eran anarquistas, eran traidores a la causa anarcosindicalista y que, por lo tanto, debían abandonarla.
Tras la salida de la CNT de la federación sindical de Sabadell, otros cincuenta sindicatos catalanes más anunciaron que también se abrían. El movimiento de salidas se extendió por la actual Comunidad Valenciana; lógicamente, pues allí era donde se verificaba la mayor fidelidad trentista. Asimismo, el que todavía no había sido expulsado, Juan López, convenció a los sindicatos onubenses de dar un paso parecido. En otras zonas, como Asturias o Galicia, dado que la penetración de las dos facciones enfrentadas era menor, no se produjo salida.
Es en estas condiciones de enfrentamiento total y dificultad creciente para cualquier solución pactada en el que habría de llegar el año 1933, que ya sabemos que fue la caraba para la República. Pero el año 33, como todos, comenzó en enero. Y hablar de enero de 1933 es hablar de otro nuevo movidón anarquista; como siempre, con sus consecuencias internas y externas.
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