viernes, enero 27, 2023

Anarcos (11): La alianza obrera asturiana

La primera CNT
Las primeras disensiones
Triunfo popular, triunfo político
La República como problema
La división de 1931
¿Necesitamos más jerarquía?
El trentismo
El Alto Llobregat
Barcelona, 8 de enero de 1933
8 de diciembre, 1933
La alianza obrera asturiana
La polémica de las alianzas obreras
El golpe de Estado del PSOE y la Esquerra
Trauma y (posible) reconciliación
Tú me debes tu victoria
Hacia la Guerra Civil
¡Viva la revolución, carajo!
Las colectivizaciones
Donde dije digo...
En el gobierno
El cerco se estrecha
El caos de mayo 

Los trentistas habían dejado clara su posición abiertamente contraria a la huelga revolucionaria; y, una vez pasada ésta sin pena ni gloria, no hicieron sino apretar más la tuerca. Acusaron a la FAI de convertirse en una organización que vivía en sí misma, aislada de los obreros que le aportaban toda su lógica; trataron, además, de consolidar la idea de que CNT y FAI eran vasos comunicantes, así pues el bien de una era el mal de la otra.

Por lo demás, los trentistas decidieron, a lo largo de 1933, construir su propia organización. Tras lo que seguramente fueron agrios debates, pues los anarcosindicalistas sabían bien que la unidad es la mejor materia prima de un movimiento obrero, finalmente comenzaron a cortar un tajo en la organización confederal, conscientes de que eran más las cosas que les separaban del faísmo que las que les unían. La Federación Sindicalista Libertaria trató de celebrar un mitin que, sin embargo, tuvo que ser suspendido por la acción disolvente de elementos de la FAI. Esto hizo que los trentistas se refiriesen al “fascismo blanco y al fascismo rojinegro”.

A pesar de estas labores en contra, el 4 de junio de 1933, Barcelona fue la sede del primer pleno regional de los llamados Sindicatos de Oposición de la región catalana. Para entonces, las 53 secciones que acudieron llevaban detrás a 25.000 trabajadores. Su lema era Ni un paso atrás frente al faísmo; o sea, se les habían caído una s y una c, pero en el fondo era lo mismo.

Aquel pleno decidió que todas esas secciones cesaran en el pago de las cuotas confederales, algo que ya era bastante generalizado. También se acordó convocar una conferencia nacional y editar un periódico. A pesar de estas acciones, todavía se intentó la reconciliación. Se envió una “nota de último recurso” a la regional catalana de la CNT, en la que se pedía un congreso conjunto en el que se expulsaría a los faístas de los principales puestos en la confederación. Como puede verse, el trentismo, pese a ser algo más racional que el anarquismo puro y duro, tampoco era un dechado de lógica democrática; pues quien quiere convocar un congreso y al tiempo te dice cuál ha de ser su conclusión, mucho, mucho, lo que se dice mucho, no cree en la democracia.

Pretendía, por otra parte, el trentismo consolidar en ese congreso la idea motriz de que “los sindicatos obreros no pueden admitir como táctica de lucha ni el terrorismo ni la acción de grupos” y que “el sindicato no sólo es ajeno al atraco sino que lo condena, considerándolo una inmoralidad consustancial al régimen capitalista”.

Por otra parte, Manuel Buenacasa propuso que la cúpula de la CNT abandonase físicamente Barcelona, por considerar que eran los muchos problemas en la ciudad los que estaban contaminando la organización. Asimismo, un grupo de anarquistas asturianos, encabezados por Eleuterio Quintanilla, trató de erigirse en mediador.

El 13 de agosto, los Sindicatos de Oposición celebraron nuevo pleno, estaba vez en Mataró, que era una plaza sindical dominada por Peiró. Ante el hecho de que en los meses anteriores la regional de la CNT ni se había dignado contestarles, los SO se sintieron en plena libertad de acción. Así pues crearon su propia cúpula, el Comité Regional de Oposición Confederal (o sea, el CROC). Acordaron que acudirían al siguiente congreso de la CNT pero que, al menor insulto, se largarían.

Semanas después, las derechas ganaron las elecciones, y aquello cambió el panorama. Para entonces, sindicalistas y faístas se insultaban gravemente en sus publicaciones. Sin embargo, la actitud de los SO, que era implicarse tan sólo epidérmicamente en las movidas sociales en la calle, cambió radicalmente en el momento en que el gobierno fue de las fuerzas decididamente capitalistas. El trentismo, enfrentado a esa nueva situación, optó estratégicamente por las alianzas obreras, esto es, por el acercamiento a otras organizaciones obreristas y no capitalistas.

Esto, por supuesto, en un movimiento como el anarquista, que, como Falange, repugnaba de las alianzas con aquéllos que no eran ellos mismos, levantó una polémica muy seria: ¿convergencia sí o no?

La caída del gobierno Azaña provocó la reacción entre las fuerzas más a la izquierda tipo fascism is coming. Esto redobló los esfuerzos del trentismo en favor de las alianzas obreras. Sin embargo, conscientes de que el ser anarquistas les dejaba un marchamo claro, Peiró se apresuró a dejar claro que alianza obrera no significaba, en caso alguno, alianza electoral. Los objetivos de la alianza debían ser derribar el capitalismo y crear la república social federal. ¿Qué quiere decir esto? Bueno, como suele ocurrir a menudo con estos conceptos tan elevados, en realidad quienes lo defendían tampoco lo definieron lo que se dice mucho. La república social federal, para los trentistas, era una difusa organización no estatal, de corte un tanto pimargalliano, en la que se dibujaba la existencia de células territoriales, como los municipios, provincias y regiones, unidas por vínculos meramente económicos; sin identidad política, pues. Así las cosas, cada pueblo tendría la libertad de organizar su vida como le petase, sin que nadie pudiese imponerle nada. Se admitía la existencia de un Estado; pero de un Estado muy débil, apenas el centro de la federación, encargado de los asuntos generales. En suma, la república social federal pretendía ser un fistro lo suficientemente indefinido como para que todos los eventuales posibles firmantes de las alianzas obreras lo aceptasen como principio.

La Alianza Obrera de Cataluña se constituyó el 9 de diciembre de 1933; fue, por lo tanto, contemporánea de la rebelión aragonesa, signo de que era una idea que ya venía acunando el trentismo de tiempo atrás. Formaron parte de la misma: la UGT, los Sindicatos de Oposición, la Federación Socialista de Barcelona de Rafael Vidiella (el PSOE, pues), el Bloque Obrero y Campesino del poumista Joaquim Maurín, la Federación Sindicalista Libertaria de Juan López, la Unió Socialista de Catalunya, la Izquierda Comunista de Andreu Nin, la Unió de Rabassaires de Catalunya y la Federación de Sindicatos Expulsados de la CNT. Son muchos nombres; pero todos ellos, en Cataluña, no valían ni la mitad que la CNT.

El hecho de que la Alianza Obrera fuese algo que se creaba funcionalmente a espaldas de la CNT o, en cualquier caso, ofreciéndole participar en un grupo que podía aspirar a dominar por sí sola, hacía que, en realidad, los anarcosindicalistas tuviesen muy pocos incentivos para atender el llamado. Las alianzas obreras se creaban para presentar batalla a las derechas gobernantes, es decir, para acabar con el capitalismo. Su objetivo era dar un golpe de Estado revolucionario que subvirtiese el orden de la República; para unos (Pestaña y los suyos) porque aquélla nunca había sido su república; y para otros (como el PSOE y, eventualmente, los comunistas), porque con las elecciones había dejado de serlo y ellos, que tenían un concepto patrimonial del régimen y pensaban que siempre iban a mandar en él, cuando se vieron en la oposición perdieron el interés por conservarlo.

Esta alianza, por lo tanto, sólo podía prender allí donde la CNT, que verdaderamente mecía la cuna de la clase obrera española, fuese minoritaria. Ese sitio era Asturias. El sitio de España donde, habiendo obreros por todas partes, éstos tendían a no ser anarquistas.

En Asturias, el ugetismo superaba al cenetismo en una relación de uno a dos, a pesar de que el anarcosindicalismo hubiese conseguido levantar dos importantes aldeas galas sindicalistas en La Felguera y Gijón. A esto hay que unir el hecho de que, si hay un territorio en España que siempre había creído en el frentismo obrero, ése era Asturias. Las organizaciones sindicales llevaban allí más de quince años propugnando la unión sindical. A principios de 1934, por lo demás, la regional asturiana de la CNT era una organización potente y eficaz, gracias a que había sabido mantenerse básicamente al margen de los movimientos revolucionarios de meses atrás.

El inicio de las negociaciones se produce inmediatamente después de que Francisco Largo Caballero, una vez perdido el momio del gobierno y su Ministerio de Trabajo, y muy presionado por el radicalismo cenetista, decide convertirse en el Lenin español, e inicia el tiempo que se suele denominar por el eslógan acuñado por Claridad: ¡Atención al disco rojo!  Las actas del Consejo Nacional de la UGT, sobre todo de las reuniones en las que Julián Besteiro fue descabalgado de la secretaría general en beneficio de Largo, dejan claro que, en el fondo, la rebelión aragonesa de la CNT, que como acto revolucionario había fracasado, sí tuvo un impacto fundamental a la hora de convencer a la UGT de que los anarquistas les estaban comiendo la tostada en los patios de las fábricas. Largo, pues, decide eso que el PSOE hoy no quiere decir que decidió: dar un golpe de Estado contra el gobierno legalmente constituido, en el momento en que tuviese la disculpa adecuada para ello (es disculpa fue la entrada en el gobierno de la CEDA). Y sabía que un paso fundamental en esta estrategia era formar las alianzas obreras.

El día 28 de marzo de 1934, los comités asturianos de la UGT y CNT llegaron a su acuerdo de alianza, y lo publicaron. Acordaron su acción mancomunada “con el exclusivo objeto de promover y llevar a cabo la revolución social”, fistro conceptual que, probablemente, fue el único en el que lograron ponerse de acuerdo. De hecho, la revolución social, objetivo del pacto, era definida de forma muy genérica, como una situación “de igualdad económica, política y social, fundado sobre los principios socialistas federalistas”. Ambas partes que comprometían a cesar en “todas las campañas de propaganda que pudieran entorpecer o agriar relaciones entre las partes aliadas, sin que esto signifique dejación de la labor serena y razonada de ls diversas doctrinas preconizadas por los sectores que integran la Alianza Revolucionaria, conservando, a tal fin, su independencia colectiva”.

El pacto, nos dice su cláusula cuarta, quedaría disuelto en el momento en que el régimen de igualdad difusamente definido al principio estuviere implantado, “con sus órganos propios, elegidos voluntariamente por la clase trabajadora”. Traigo a colación estos sintagmas porque son interesantes a la hora de recordar cuánta gente en general, y licenciados en Historia en particular, considera que eso que llamamos, en expresión ya de la Guerra Civil, como “las fuerzas republicanas”, eran todas defensoras de un régimen democrático. Ni la UGT ni la CNT lo eran; ambas se pusieron de acuerdo en torno a la creación de un régimen cuyos órganos serían elegidos por la clase trabajadora. Yo siempre he creído que este giro dramático de los acontecimientos al final de la frase fue un gol que le colocaron, o tal vez le impusieron, los ugetistas a los cenetistas en el pacto, porque es un guiño, o bastante más que un guiño, en favor de la dictadura del proletariado. Así pues, esa idea de que todas las fuerzas de izquierda en la II República estaban por poner urnas para todo el mundo y luego estar a lo que decidiese aquéllos a quienes la mayoría de votantes decidiesen apoyar, es una idea un tanto averiada, muy típica de esa gente a la que le han enseñado que, con que puedas citar siete páginas de bibliografía, ya puedes considerar que estás formulando la Verdad Científica Histórica.

José María Martínez, dirigente de la regional asturiana de la CNT, fue, por lógica, el principal valedor en el sindicato del pacto alcanzado en Asturias. Pero más allá de Pasajes hubo más gente que lo apoyó. Quizás el principal partisano que tuvo aquel pacto en la estructura general del sindicato fue Valeriano Orobón, de quien ya hemos hablado.

Orobón era de Valladolid, y era persona muy cultivada. En el momento en que en el seno del anarcosindicalismo se abrió la zanja entre faístas y trentistas, él se decidió por una especie de tercera vía. Miembro como era del secretariado de la AIT, estuvo en esto, creo yo, bastante influido porque esta posición intermedia era bastante popular en la organización internacional.

Esta tercera vía abominaba de las tácticas revolucionarias de la FAI, puesto que consideraba que las posibilidades de los golpes de mano a la hora de llegar a victorias relevantes eran demasiado remotas. Sin embargo, tampoco les gustaba el trentismo, por considerarlo un sindicalismo demasiado centrado en mejorar las condiciones de los trabajadores, sin cuestionar el sistema en sí.

Orobón publicó en febrero de 1934 en un periódico de Madrid, La Tierra, un artículo que habría de consagrarlo como algo así como el portavoz nacional de la alianza obrera asturiana. En este artículo, Orobón criticaba a sus compañeros anarcosindicalistas que estaban en contra del pacto, por considerar que dicho pacto no hacía sino, por así decirlo, atrapar el aire que ya estaba en la atmósfera. Muy influido, como todos los militantes de izquierdas, por el trauma insalvable de haber perdido la gobernación de la República en las urnas, declaraba la democracia política como un sistema periclitado y terminado, dibujando un entorno de polarización, en el cual, decía, los socialistas se habían dejado seducir por su izquierda, mientras que la burguesía sentía lo propio por el fascismo. La alanza obrera, en este sentido, era el soporte de la revolución; y no asumirla era darle la espalda a esa misma revolución. Orobón pedía a los comunistas que rebajasen su sectarismo y a los socialistas que dejasen de atacar a la CNT. En otras palabras: el intelectual anarquista venía a considerar, en un análisis que, debo decirlo, personalmente considero totalmente erróneo, que era posible encontrar reales puntos de conexión entre las diferentes ideologías obreras. Digo que creo que Orobón se equivocaba en ese artículo, y en sus posicionamientos en general, porque tendía a ver que lo que en realidad eran diferencias esenciales o estructurales, como por ejemplo que unos ambicionasen un sociedad de hombres libres y otros la dictadura del proletariado con promesa de libertad ad calendas graecas, eran, en realidad, diferencias coyunturales que se podían apartar. Yo más bien creo, y los hechos creo que lo demuestran además, que lo que hubo en las alianzas obreras fue la decisión estratégica de apartar las diferencias sistémicas para unir fuerzas en una batalla que, de haberse ganado, habría generado una matanza cainita entre los ganadores (véase, como muestra, la revolución rusa).

Orobón, en todo caso, hacía en ese artículo algunas apreciaciones muy inteligentes. Consciente de la debilidad de la CNT en la alianza obrera firmada, trataba de llevar a Largo a su terreno, el terreno de la alegalidad republicana, donde sabía que los anarquistas eran legión y podían mandar. Así, en su texto se dirige a Largo para venir a decirle que no puede ser un revolucionario y político republicano a la vez. Que, de hecho, lo que tiene que hacer es purgar su partido de aquellos miembros que no quieren la revolución. Acusaba a socialistas y comunistas de ser demasiado políticos y poco sindicalistas pero, al tiempo, les proveía de la solución en forma de una especie de plataforma común, que venía a ser la expresión con otras palabras del difuso objetivo del pacto asturiano; eso sí, incluyendo esta frase que, de nuevo, define lo “democrático” de la izquierda obrerista republicana: “aceptación de la democracia obrera revolucionaria, es decir, de la voluntad mayoritaria del proletariado, como común denominador y factor determinante del nuevo orden de cosas”.

En otras palabras, Orobón no aspiraba a la democracia libertaria a corto plazo, puesto que asumía, racionalmente, que los hechos habían demostrado la incapacidad de la CNT a la hora de subir esa montaña por sí sola; pero sí ponía sus esperanzas en una democracia proletaria sin explotación social ni privilegios burgueses que, de alguna manera, llevaría a una fase comunista que se vería seguida por la fase anarquista. Orobón, pues, era uno más de los intelectuales anarquistas que no habían aprendido nada, y nada es nada, de la revolución rusa, que para cuando él escribía aquellas letras hacía años que había arrojado a la fosa común la última bandera negra anarquista.

2 comentarios:

  1. Sé que no hace falta repetírselo pero..... se le sigue con atención.
    Gracias por estas breves palabras sobre nuestra Historia más reciente.

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