lunes, febrero 06, 2023

Anarcos (14): Trauma y (posible) reconciliación

 La primera CNT

Las primeras disensionesTriunfo popular, triunfo político
La República como problema
La división de 1931
¿Necesitamos más jerarquía?
El trentismo
El Alto Llobregat
Barcelona, 8 de enero de 1933
8 de diciembre, 1933
La alianza obrera asturiana
La polémica de las alianzas obreras
El golpe de Estado del PSOE y la Esquerra
Trauma y (posible) reconciliación
Tú me debes tu victoria
Hacia la Guerra Civil
¡Viva la revolución, carajo!
Las colectivizaciones
Donde dije digo...
En el gobierno
El cerco se estrecha
El caos de mayo 

Bueno, y después de haber repasado Barcelona y Madrid, llegamos a ese punto en el que, supuestamente, todo pasó: Asturias. El único lugar donde la revolución social y la huelga revolucionaria triunfaron de verdad; y, por eso mismo, el único lugar en el que la historiografía rampante actual quiere entender que pasó algo o se quiso que pasara algo. Vincular octubre del 34 con Asturias es una operación ideológica cuidadosamente diseñada, cuyo objetivo es que no veas dos cosas: una, que el movimiento fracasó; otra, que el movimiento no fue tal, sino que fue un golpe de Estado que buscaba subvertir un orden político democráticamente definido en las urnas. A la Esquerra, cada día, la importa menos que la imputen de golpista, porque, cuando menos en el momento de redactar estas notas, está ya a lo que está: lo volveremos a hacer y todo eso. En realidad, yo creo que incluso les da un poco de brillo recordar el 34; si no lo hacen más es por la personalidad de Dencàs y el asquito que da. En todo caso, a quien no le interesa nada que se diga que, en sus ciento y pico años de honradez y eficacia, cuenta un golpe de Estado contra el gobierno legalmente constituido, es al PSOE. Por eso lo llamamos revolución de Asturias; porque quieren que pienses que sólo pasó en Asturias.

En la medianoche del 4 de octubre, los diferentes comités de la CNT y el delegado del sindicato en el comité local de la Alianza Obrera en Gijón (Alianza que, debo recordároslo, había conseguido una rara unanimidad de las izquierdas) fueron informados, a través de un enlace ugetista, de que en la madrugada del 5, en seis horas pues, iba a comenzar la movida en Madrid. Obviamente, anuncio tan urgente no le sentó nada bien a los anarquistas. La CNT se sabía en un terreno difícil en Asturias, pues era uno de esos emplazamientos de España donde, sobre todo por la fuerza minera, la UGT les sobrepujaba en poder de movilización. A pesar de ello, puesto que todos formaban parte de alianzas obreras, los cenetistas siempre pensaron que el movimiento se lanzaría mediando consultas previas y un diseño estratégico compartido. No supieron entender, por lo tanto, ni que Asturias no tenía que ser el centro de todo aquello sino, tan sólo, un teatro más; ni, desde luego, que los socialistas no tenían la intención de compartir la dirección de la movida con nadie. En el tiempo de los reproches, pasado el golpe, los cenetistas acusarían a los socialistas de haber querido fagocitar a todo el movimiento obrero asturiano en su sola dirección. Tarde piaches, meu rei.

Según recordaron los propios anarcosindicalistas, no fueron los únicos que se quedaron a la luna de Valencia. Dos días antes de estallar el golpe revolucionario, la prensa comunista asturiana se quejaba de que no sabía nada de la estrategia revolucionaria, a pesar de ser, como todos, miembros del llamado Frente Unido.

A pesar de estos reproches, que debo recordaros son reproches a posteriori, cuando recibieron el mensaje, en la madrugada del 5, la CNT gijonesa, dueña absoluta del puerto, creó un comité revolucionario y animó a sus militares a salir a la calle a montar bulla. Todos eran conscientes de que conservar el puerto para la revolución era fundamental, pues en sus radas habrían de desembarcar las tropas que el gobierno enviase. Sólo en el puerto, la CNT tenía más de 10.000 afiliados, casi todos trabajadores del metal.

A pesar de esta posición de relativa fuerza, Gijón estaba relativamente aislada. El día 8 lograron desembarcar en Avilés y en El Musel tropas de la Legión y los Regulares. Hasta entonces, como digo, los anarcosindicalistas habían conseguido dominar la ciudad; pero los refuerzos planteaban un nuevo problema. Las tropas de África, formadas fundamentalmente por veteranos que, además, estaban mucho mejor pertrechados, tardaron unas 48 horas en hacerse con la ciudad. La pérdida de Gijón supuso debilitar de forma definitiva la posición de Oviedo; pero para las notas que aquí desarrollamos, vinculadas a la posición anarquista, fue bastante más que eso. Fue la desaparición de la principal baza estratégica del anarcosindicalismo a la hora de mandar sobre los marxistas en aquella revolución.

Probablemente, la población donde se sintió más y más pronto el golpe de Estado fue Mieres. La población estaba apenas defendida por la Guardia Civil, que no fue oponente para los mineros. Allí, pues, una vez dominada la villa, se formó un comité revolucionario en el que entraron socialistas, anarquistas y comunistas, que se responsabilizó de formar el ejército revolucionario, alimentado básicamente de mineros, que debía tomar Oviedo. El día 6 por la mañana, los golpistas estaban en los suburbios de la capital asturiana, avanzando hacia el centro. Otros efectivos tomaron varios pueblos mineros y la fábrica de cañones de Trubia.

La recuperación de Oviedo no fue sencilla. El general Eduardo López Ochoa y Portuondo tuvo que echar mano de la aviación y de fuerzas artilleras que contrarrestasen el uso de la dinamita por parte de los sublevados. El día 11, Oviedo fue bombardeada con octavillas que anunciaban la rendición de Barcelona. Para entonces, la situación era lo suficientemente comprometida para los golpistas como para que el comité revolucionario recomendase estudiar alguna solución parecida; planteamiento que provocó la dimisión de González Peña, que era de los de si esto no se apaña, caña, caña, caña. Asimismo, los comunistas también abonaron la teoría de la resistencia a toda costa, por lo que formaron su propio comité revolucionario en Sama.

Los temas, sin embargo, estaban como los moderados del comité se sospechaban. Por mucho que los golpistas intentaron que no fuese así, el día 12 la columna de López Ochoa que avanzaba desde Avilés estaba a punto de converger con la del coronel Yagüe. Al caer la tarde, Oviedo era prácticamente entera de las tropas gubernamentales.

El día 18, el golpe de Estado revolucionario del PSOE y la Esquerra podía considerarse básicamente vencido. Llegó el tiempo de la represión, que en Asturias fue muy dura porque, entre otras cosas, la acción de los golpistas en las poblaciones que dominaron, muy a pesar de las instrucciones del comité en el sentido de morigerarse, no fue, precisamente, angélica. El gobierno de las derechas, en todo caso, le daría la gran disculpa a las izquierdas, a las que eso de hacerse las víctimas siempre se les ha dado de coña; especialmente si, como hizo Pasionaria repetidas veces, referían cosas que en realidad no habían pasado (esto no ha cambiado; recuérdese a la esforzada independentista catalana a la que le fueron presuntamente rotos, uno a uno, todos los dedos de las manos).

En el resto de España, la Alianza Obrera llamó a la huelga en Levante; movimiento que fue relativamente secundado. En Aragón hubo huelgas parciales sin incidentes. En Andalucía la CNT llamó a una huelga general que duró dos días. Sin embargo, y muy contrariamente a lo que seguro que esperaban los revolucionarios asturianos, el País Vasco les salió rana. En Bilbao, los socialistas, probablemente, decidieron que no era lógico pasar de la huelga a otras cosas más importantes sin que el PNV hiciese el papel que hizo la Esquerra en Cataluña. El nacionalismo vasco, sin embargo, siempre ha dicho que se quiere ir, pero lo ha dicho con la misma pasión con la que tiene claro que lo mejor que puede hacer, es quedarse. El PNV no tragó, y Bilbao, que era una pieza fundamental a la hora de conseguir que el ejército gubernamental no pudiera centrarse en la pelea asturiana, se quedó más o menos tranquilo.

Tras el fracaso del golpe de Estado revolucionario, el gobierno, en un movimiento que algunos consideran exagerado, dejó de intentar de gobernar tratando de integrar en la gobernación a las izquierdas, y comenzó a gobernar contra ellas. Como digo, esto es normalmente apuntado en el debe del bienio derechista; aunque quienes lo hacen nunca han explicado, que yo sepa, qué otra actitud es la racional frente a unos tipos que te han hecho un golpe de Estado. El flanco sindical fue el principal sufridor de este cambio de entorno. Los sindicatos fueron clausurados, como lo fueron sus periódicos, y las cárceles se llenaron con más de 30.000 militantes y dirigentes sindicales; que, de todas formas, hay que decir que no fueron a la cárcel por ser eso, sino por haber participado, alentado o apoyado que unos tipos hubiesen tirado dinamita contra casas que no eran suyas.

En el caso de la CNT, el tema era especialmente jodido. La implicación de hoz y coz de los anarcosindicalistas en la vertiente asturiana del golpe, obviamente, les granjeó la hostilidad gubernamental; pero el hecho es que el sindicato, como tal, se había puesto de canto ante la convocatoria golpista, por lo que entre los ahora derrotados no era, que se diga, muy popular. A pesar de esto, el golpe de Estado revolucionario, lejos de mover a la CNT en la dirección de la confluencia con las izquierdas, lo que hizo fue alimentar todavía más la desconfianza de los anarquistas hacia los socialistas.

El sindicato comenzó el año 1935 en una clara posición en contra de la colaboración; sin embargo, esa cerrazón comenzó a resquebrajarse pronto. Los principales dirigentes de la CNT, probablemente, sentían el vértigo de la soledad; y, sobre todo, se veían un tanto sobrepasados por el hecho de que, paradógicamente, fracasando, Largo había ganado. El dirigente socialista vivía obsesionado con ser el mayor revolucionario del país, el Lenin español; y esto suponía tenerla más larga que los anarquistas. Ahora, los socialistas eran los responsables del movimiento, mientras que la vitola de los anarquistas era de nenazas que no se habían querido manchar las manos. Por fin, el estuquista había conseguido estar donde quería, y esto suponía robarle espacios de imagen a la CNT.

A esto hay que unir que el golpe de Estado no había servido sino para que los trentistas consolidasen definitivamente su fe en las alianzas obreras; la unión de hermanos proletarios, concluyeron, una vez perfeccionada, será imparable. Y lo que querían era que una CNT reunificada fuese el germen de esa gran unión.

El núcleo de este movimiento fue la Federación Sindicalista Libertaria de Valencia. Pero es que allí los trentistas eran mayoría; más al norte, en Cataluña, donde el ámbito obrero lo dominaba el anarcosindicalismo de toda la vida, las cosas eran muy diferentes y, de hecho, las intenciones unificadoras se enfriaron mucho. El 26 de mayo de aquel año de 1935, se celebró en Zaragoza un pleno de regionales de la CNT (como puede verse, la clandestinidad de las derechas era bastante relativa); reunión en la que el sentir general expresado fue en favor de la reunificación, pero que contó con la oposición cerril del delegado catalán. Fue tan bestia su intervención que llegó a acusar a los trentistas de tener planificada una ejecución masiva de anarquistas en Cataluña una vez que el golpe de Estado de la Esquerra hubiese triunfado. Con esa posición de Cataluña, la reunión no pudo sino avalar el principio de que estaría bien que los trentistas regresasen al redil, pero sin indicar acciones concretas.

La regional catalana, sin embargo, era bastante consciente de que aquello era un tsunami contra el que, al fin y a la postre, no podrían luchar. Así las cosas, propusieron que los sindicalistas salidos de la CNT pudieran volver a ella; pero negándose en redondo a que lo hiciesen los sindicatos que habían fundado. Obviamente, estas condiciones a los trentistas no les servían de nada.

A la CNT, de todas maneras, le ayudó bastante la moderación repentina del Lenin español. Largo Caballero pasó algunos meses en la cárcel, durante los cuales buena parte de los socialistas más moderados se hicieron con el control del Partido y comenzaron a intentar convencer a la militancia de que lo que se había hecho en octubre del 34 había sido, básicamente, una cagada basada en el principio general de que el leninismo, como es la virtud en esencia, siempre sale bien. El Largo Caballero que salió del maco se alejó ostensiblemente de las reuniones de las alianzas obreras, como si de repente le diese asquito el proceso que él mismo había lanzado; en lo que a los socialistas, cuando menos nominales, se refiere, la llama revolucionaria se limitó a sus juventudes. Esto, sin embargo, cambió radicalmente a partir del 14 de diciembre, con el gobierno Portela Valladares. Las elecciones estaban a un paso, el gobierno de las derechas era débil, y de nuevo las tendencias cachoburras reaparecieron en el PSOE.

Los socialistas, como han hecho muchas veces y harán otras muchas más, iban a pelo y a pluma. En la micropolítica, autorizaron, cuando no alentaron, la integración de políticos socialistas locales en alianzas obreras locales; pero en la macropolítica, decretaron que no entrarían en una alianza obrera nacional. La CNT había instado a los socialistas, ya a principios de 1934, para que se posicionasen sobre la revolución; pero se quedó con las ganas.

La situación, sin embargo, estaba tensionando las cuadernas del casco anarquista. Se quisiera o no, el punto focal en el que todo el mundo se centraba eran las cercanas elecciones del 36. Y eso, más que a nadie, ponía a prueba a la CNT. De aquellos tiempos son varios artículos de Joan Peiró en los que se muestra, claramente, como uno de esos robots de pelis de ciencia-ficción que tienen instaladas en su inteligencia artificial dos instrucciones antitéticas, y no saben qué hacer. Como buen trentista, yo creo que en el fondo Peiró quería verse liberado de la carga de apoliticismo que ser anarquista le comportaba; pero no sabía cómo. Así las cosas, escribió cosas como que al obrero no había que animarle a que votase, “pero si vota, debe hacerlo contra el fascismo”; y llegó a confesar que, si se crease un frente electoral antifascista, él votaría por primera vez en su vida.

El trentismo, de hecho, llevaba ya semanas presionando. En septiembre había publicado un manifiesto en el que descartaba el regreso a la CNT mientras que las causas de su marcha no se hubiesen corregido; es decir, demandaba un sindicato más confluyente con el resto de las izquierdas. La dirección de la CNT no reaccionó de forma apreciable a estas tomas de posición, puesto que ella misma era consciente de que el movimiento obrero había quedado muy debilitado tras el fracaso del golpe de Estado y, consiguientemente, apreciaba la reunificación confederal como una necesidad.

Así pues, lo tenía que pasar, pasaría.

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