El chavalote que construyó la Peineta de Novoselovo
Un fracaso detrás de otro
El periplo moldavo
Bajo el ala de Nikita Kruschev
El aguililla de la propaganda
Ascendiendo, pero poco
A la sombra del político en flor
Cómo cayó Kruschev (1)
Cómo cayó Kruschev (2)
Cómo cayó Kruschev (3)
Cómo cayó Kruschev (4)
En el poder, pero menos
El regreso de la guerra
La victoria sobre Kosigyn, Podgorny y Shelepin
Spud Webb, primer reboteador de la Liga
El Partido se hace científico
El simplificador
Diez negritos soviéticos
Konstantin comienza a salir solo en las fotos
La invención de un reformista
El culto a la personalidad
Orchestal manoeuvres in the dark
Cómo Andropov le birló su lugar en la Historia a Chernenko
La continuidad discontinua
El campeón de los jetas
Dos zorras y un solo gallinero
El sudoku sucesorio
El gobierno del cochero
Chuky, el muñeco comunista
Braceando para no ahogarse
¿Quién manda en la política exterior soviética?
El caso Bitov
Gorvachev versus Romanov
Fuera como fuera la muerte de Breznev, lo que es un hecho es que pilló a Yuri Andropov con los deberes hechos. En las primeras horas tras exhalar el último suspiro el secretario general, unidades de la división de guardias de Kantemirovskaya y de la división Dzerzhinsky del KGB se desplegaron por Moscú; a las primeras las mandó Ustinov; a las segundas, nadie lo sabe, porque Fedorchuk protestó vivamente por la movilización (y sería rápidamente cesado semanas después).
En consecuencia, cuando el Politburo se reunió, el mismo día 10 de noviembre en el que Breznev había muerto, la capital soviética estaba tomada por los tanques como Valencia el 23-F. En ese ambiente, se hizo clara la división que existía en el máximo órgano de gobierno de facto en la URSS. Tikhonov dio un paso al frente para proponer la elección de Chernenko como primer secretario general, contando, cuando menos, con el apoyo del kazajo Kunaev. Sin embargo Ustinov, Romanov y Gromyko fueron de la opinión de que el votado debía ser Andropov. En ese momento, se puso sobre la mesa un obvio tema formal: había dos miembros que no estaban presentes: Pelshe y Kirilenko. Como consecuencia, siguiendo el reglamento, a dos miembros candidatos les correspondería tener voto y, siguiendo el escalafón, estos eran Vasili Kuznetsov y Sharof Rashidov. Esto hizo que Chernenko se frotase las manos, pues ambos, como endeudados que estaban con Breznev por su carrera política, se suponía que ahora reembolsarían lo recibido.
Lo más probable, o por lo menos lo que yo tengo por más probable, es que Chernenko se dejase llevar por la impresión de que con el cambio de dos votos complejos (aunque uno, el de Pelshe, le era muy probablemente parcial) por dos que consideraba seguros, porque lo cierto es que hubiera sido más inteligente por su parte dejar que el tema se pudriese un poco. Según las previsiones reglamentarias, de no llegar el Politburo a una decisión, ésta sería desplazada a un plenario del Comité Central; un órgano en el que el breznevismo era mucho más fuerte que en el Politburo. Sin embargo, aquí hay dos cosas. La primera es que Chernenko tenía prisa. Los últimos doce meses le habían demostrado que Andropov era un Butragueño de la alta política soviética, capaz de revolverse en medio metro con gambeteos imposibles. No quería más aplazamientos, y mucho menos con los tanques en la calle acojonando a los asistentes a la futura reunión del plenario. Como segundo factor, hay que tener en cuenta la repugnancia natural que sentían casi todos, si no todos, los miembros del Politburo, hacia la posibilidad de dejar el destino de la URSS en manos del Comité Central. Todos los presentes, sin excepción, ocupaban la cumbre del sistema soviético, tenían más vodka y más putas que nadie, porque eran los que decidían. Si dejaban de decidir, aunque fuese una sola vez, sobre el tema más importante de la política soviética, ¿acaso no estarían abriendo la puerta para que otros mandasen por ellos? El Comité podría acostumbrarse a tener responsabilidades, o podía, de camino que nombraba al jefe de Todo en la URSS, reposicionar el Politburo con nombres nuevos, condenando a todos los miembros actuales a pasarse la vida mirando a sus espaldas caminando por la calle camino de Alcohólicos Anónimos. No, la URSS tenía que aparecer ante el mundo, pero sobre todo ante la propia URSS, como ese sistema que resuelve sus propios problemas de forma pacífica y ordenada. El nuevo secretario general tenía que salir de aquella reunión.
La sesión, sin embargo, no fue como Chernenko esperaba. Andropov, ya lo he dicho, había hecho sus deberes. Uno a uno, abandonaron a Chernenko Shcherbitsky, Demichev, Ponomarev y Gorvachev. En esas circunstancias, la única opción para los dos contendientes era llegar a algún tipo de componenda entre ambos. Ninguno de los dos tenía claro el resultado de una votación, pero lo que sí tenían claro es que si ganaban le quitarían a su contrincante hasta la presidencia de su comunidad de vecinos. Ambos, pues, sabían que la derrota era el final político, y ambos querían evitarlo. No les interesaba una votación formal. Había que firmar tablas de alguna manera.
Así pues, tras mucho chalaneo, Chernenko aceptó apoyar la candidatura de Andropov a la primera secretaría general, apoyo que era necesario para que el tema pasase por el Comité Central sin dolor; pero, sin embargo, exigió que se hiciese evidente su supervivencia política, algo que pudo verse muy pronto cuando, de cara a dicho plenario, el propio Chernenko fue promovido a la secretaría general del mismo.
Fue, de todas formas, una reacción formal. El sistema soviético, en esencia, era un sistema en el que, como dicen las competiciones deportivas de modo KO, sólo puede quedar uno. Por definición, lo que Chernenko quería ahora era imposible: el poder le había sido entregado a Andropov. El flamante nuevo secretario general propuesto, pues no se olvide que formalmente era el Comité Central quien tenía que nombrarlo, no tuvo ningún reparo en presidir el plenario, cosa que formalmente era un dislate, pues, formalmente, en el momento de hacerlo era tercer secretario general de dicho Comité. El derecho de presidir el plenario era de Chernenko, como segundo secretario; y su renuncia dejó claro hasta qué punto él mismo era consciente de que había perdido la partida.
Inicialmente, Andropov había llegado al poder de la URSS merced al apoyo de una coalición variopinta de intereses. Muchas de las personas que lo habían apoyado, y notablemente entre ellas Ustinov, Gromyko o Romanov, no tenían ni un adarme de andropovistas. Ninguno le era fiel; de hecho, probablemente ninguno lo consideraba la mejor solución para la URSS, sino sólo la que mejor se adaptaba a sus intereses particulares. Pero esto era bueno para la URSS desde un punto de vista democrático, porque impedía que Andropov, a pesar de que había llegado a la secretaría general razonablemente joven, soñase con generar una dictadura personal que contrastase con el gobierno siempre cuidadoso de los intereses de los poderes fácticos que había sido el principal elemento de la longevidad breznevita. Viniendo del KGB, teniendo antecedentes como la forma desacomplejada como había resuelto, años atrás, la crisis húngara, Andropov era un claro candidato a la mano dura. Pero, cuando menos en las primeras de cambio, no podía soñar con ello, porque no contaba con el poder personal necesario para ello.
Otro tema relativo a Andropov, que quedará siempre en el terreno de la especulación, es su voluntad de cambio y de modernización. En Occidente se generó muy rápidamente toda una rumorología respecto del nuevo secretario general del PCUS que venía a sostener la idea de que éste sí que sería un hombre capaz de entender el funcionamiento de los países capitalistas y de entenderse con ellos. Se dijo y se redijo, dentro y fuera de la URSS, que Andropov pasaba horas en su casa escuchando jazz americano, que, se decía, le encantaba. Esto y otras cosas dichas y escritas con mayor o menor sinceridad labraron la imagen, para la cual su muerte prematura ha sido una gran caja de resonancia, de que Yuri Andropov era un reformista convencido en su fuero interno que llegó a la cúpula de la URSS para cambiar la URSS; y que fue emasculado por las fuerzas de la reacción.
Yo, personalmente, sin desmentir por completo lo último que he escrito, pues la muerte de Andropov es oscura como la noche, tiendo a no creer demasiado en la primera parte de la frase. Para mí, Andropov no era un político reformista; era un político desesperado, que no es lo mismo. Lenin no diseñó e impuso la NEP porque considerase que el socialismo tenía que aplicarse con matices. Lenin creía que el socialismo había que aplicarlo al 100%, sin fisuras; ni pequeño comercio, ni pequeñas explotaciones, ni pequeñas hostias. Si impulsó la NEP fue, simple y llanamente, porque la URSS se estaba yendo por el sumidero de la Historia y, muy particularmente, quienes la habían impuesto a cristazos corrían un peligro real de terminar frente a los paredones que le estaban recetando a los demás. Fue el miedo y la urgencia los que hicieron de Lenin una especie de capitalista blando avant la lettre; y fue el miedo y la urgencia los que hicieron de Yuri Andropov eso que en Occidente se llamó un reformista. En 1983, la URSS había dejado de funcionar. Exactamente igual que en un cuerpo humano, en realidad los problemas del corazón y del sistema circulatorio central se estaban dejando ver con más claridad en las extremidades. La URSS, pues, tenía unas varices de la anchura del Volga en Polonia, en Bulgaria, en Hungría, en Rumania y, por sobre todos estos ejemplos, la República Democrática Alemana, que había estrenado la penúltima década del siglo arruinada hasta las trancas y sin capacidad propia ni de sobrevivir con pañales de segunda mano. El riesgo de Andropov era el riesgo de Lenin: una apretada falange de hambrientos aporreando las puertas del Kremlin, muriendo por docenas bajo las balas del ejército o la policía delante de los ojos del mundo. Ése fue su reformismo.
Algunos libros, pues, dicen que Andropov quería cambiar la URSS. Mi opinión particular, si os sirve de algo, es que tenía que cambiarla, que no es lo mismo. En esa labor, el peor dato para el camarada primer secretario general era que aquello en lo que tenía que apoyarse, sí o sí, para poder llevar a cabo esa labor: la burocracia del Partido, no estaba en condiciones de responderle. Década y pico de breznevismo, un sistema que no deja de ser una especie de pacto por el cual el secretario general te deja ser el puto inútil que siempre quisiste ser, centrado en el vodka y las putas, a cambio de que no cuestiones su poder; todo ese tiempo, digo, había hecho que la maquinaria del PCUS, que nunca había sido la pera limonera de la eficiencia mundial que digamos, se hubiera convertido en la estructura probablemente más esclerótica de la historia. En miles de departamentos, obkoms, komsomoles, sindicatos, uniones de esto o aquello, todas socialistas, hacía años, si no décadas, que no se discutía una sola idea medianamente inteligente. Las cadenas de suministro no funcionaban. Las cuotas de producción se incumplían. Los trabajadores acumulaban décadas de desmotivación a base de discursos hueros y putadas bien presentes. Y a nadie le importaba un huevo: los comités centrales, los soviets, se reunían, con puntualidad estricta, para masturbarse adecuadamente o, todo lo más, para intercambiar discursos en el fondo insulsos, de ésos en los que Chernenko era un consumado maestro, en los que se diagnosticaban problemas pero no se prescribía una sola terapia efectiva.
Para más inri, la alta burocracia parecía un queso gruyère de la cantidad de vacantes. Estaba vacante la presidencia del Soviet Supremo, y había un montón de sillas vacantes entre el Politburo y el Comité Central. Y luego estaba el problema de Chernenko. Porque que Chernenko no se iba a convertir en un disciplinado discípulo del andropovismo era algo que estaba claro; pero, personalmente, retenía altísimas responsabilidades en materia de política industrial, ideología y, sobre todo, control de los cuadros del Partido.
En las primeras horas tras la muerte de Breznev, muy probablemente, Chernenko se consideró a sí mismo acabado. De hecho, algunos testimonios parece haber de que incluso temía por su existencia personal, cosa que con alguien como Andropov no debería descartarse completamente. Sin embargo, tuvo una cierta resurrección muy rápido. Dos pesos pesados del partido: Shcherbitsky y Grishin, aparentemente se arrepintieron de haber permitido a Andropov acumular todo el poder, y cambiaron de bando. Aparentemente, los dos esperaban que Andropov, de alguna manera, continuase el estilo breznevita de darle boleta a todos los que le ayudaban. El nuevo secretario general, como digo más que probablemente acuciado por la magnitud de la labor que se le presentaba por delante, dio muy pronto muestras de aspirar a un sistema de poder personal, en el que el papel de segundas y terceras figuras sería el de meros ejecutores de sus deseos; la vuelta, de alguna manera, a los tiempos de Stalin, cuando menos en esto. Y, como es lógico, a quienes pensaban obtener retribuciones en forma de poder efectivo, el tema no les moló.
En el mismo plenario del Comité Central que se celebró con el cadáver de Breznev todavía caliente, Andropov decidió promover a Geidar Aliev de candidato a miembro de pleno derecho del Politburo, mientras, además, lo nombraba primer viceprimer ministro del gobierno. Lo hizo, claramente, para colocar a Tikhonov, que era la pica de Chernenko en el Flandes gubernamental soviético, bajo su control. Otro nombramiento dedicado a consolidar la posición de Andropov fue la promoción al estatus de secretario del Comité Central de Nikolai Ryzhkov, aunque Chernenko logró bloquear su paso al Politburo. Aquellos movimientos estaban claramente designados por Andropov para lograr un control directo sobre la política económica soviética, en la que el secretario general quería operar un cambio significativo.
Nikolai Ryzhkov. Fuente Wikipedia.
Off-topic bélico: la 4ª GTD, laminada dos veces ya en menos de un año en Ucrania.
ResponderBorrarEborense, polkovnyk