miércoles, diciembre 14, 2022

La hoja roja bolchevique (25): el campeón de los jetas

El chavalote que construyó la Peineta de Novoselovo

Un fracaso detrás de otro
El periplo moldavo
Bajo el ala de Nikita Kruschev
El aguililla de la propaganda
Ascendiendo, pero poco
A la sombra del político en flor
Cómo cayó Kruschev (1)
Cómo cayó Kruschev (2)
Cómo cayó Kruschev (3)
Cómo cayó Kruschev (4)
En el poder, pero menos
El regreso de la guerra
La victoria sobre Kosigyn, Podgorny y Shelepin
Spud Webb, primer reboteador de la Liga
El Partido se hace científico
El simplificador
Diez negritos soviéticos

Konstantin comienza a salir solo en las fotos
La invención de un reformista
El culto a la personalidad
Orchestal manoeuvres in the dark
Cómo Andropov le birló su lugar en la Historia a Chernenko
La continuidad discontinua
El campeón de los jetas
Dos zorras y un solo gallinero
El sudoku sucesorio
El gobierno del cochero
Chuky, el muñeco comunista
Braceando para no ahogarse
¿Quién manda en la política exterior soviética?
El caso Bitov
Gorvachev versus Romanov



Konstantin Chernenko, un poco como Alexei Kosigyn algunos años antes, había pensado, probablemente, en encastillarse frente a Yuri Andropov usando dos elementos fundamentales de su poder: la política económica, y el control sobre los cuadros del Partido. Existen muchos indicios de que Chernenko, en el primero de los temas, era plenamente consciente, como lo era Andropov, de que la URSS necesitaba entrar en una nueva era, con una organización económica distinta a la que tenía. El país estaba pidiendo a gritos dar saltos hacia la eficiencia y la competitividad, saltos que siempre eran muy difíciles de dar, cierto es, en un sistema que era incapaz de poner en solfa las recetas básicas de Lenin; de admitir, pues, que dichas recetas eran, en el fondo y en la superficie, el problema. Había mucho que hacer; pero ese mucho que hacer también suponía obtener y retener cuotas de poder, que es de lo que realmente estamos hablando. Habrá que recordarlo las veces que hagan falta: por sincera e importante que fuese la preocupación por el desarrollo y bienestar de la URSS, la preocupación fundamental de los grandes hombres del Partido fueron, siempre, el vodka y las putas.

En todo caso, Chernenko estaba a punto de perder ambos ámbitos de resistencia. Primero, en el plenario del Comité Central de 22 de noviembre, Andropov se presentó con un discurso propio, una estrategia propia, de reforma económica. Admitió que el camarada Breznev había tenido las mismas inquietudes que él pero, se apresuró a aclarar, no había hecho nada realmente eficiente en esa dirección. Con ese gesto, aunque formalmente no fuese así, estaba cesando a los burócratas breznevitas del control económico, que quería para él.

Como paso siguiente, ya en 1983, las competencias de Chernenko en materia de control de los cuadros del Partido pasaron al comisario de Agricultura del Comité Central: el joven Milhail Gorvachev. Este paso fue el más relevante, y el que más claro le dejó a Chernenko que estaba acabado. Andropov quería una alianza con el joven PCUS, por así decirlo. En esa alianza, tenía dos opciones: o Gorvachev, o Romanov. Romanov, sin embargo, no era de fiar en lo absoluto, así que cortejó a Gorvachev hasta que se lo llevó a su terreno. Gorvachev, consciente de lo necesario que era, debió de pujar con fuerza, porque el hecho es que a lo largo del año 1983 dio un salto importantísimo en la línea de sucesión del poder soviético, pasando al segundo lugar, del que desplazó a Chernenko.

El que iba para sucesor de Breznev se encontró, de la noche a la mañana, con que perdía el apoyo de lo único que realmente sabía hacer y promover: la propaganda. Durante meses, el nombre de Konstantin Chernenko desapareció, casi por completo, del relato oficial de la labor política de los gobernantes soviéticos. En enero de 1983, cuando se convocó un encuentro de ministros del Comité Central, ni siquiera apareció. En abril se convocó una reunión moscovita de secretarios generales del Partido en las repúblicas, y Chernenko fue el único miembro del Politburo que no se dejó ver por allí.

En estas circunstancias, Chernenko echó mano del único privilegio que le quedaba y que hubiera sido demasiado evidente cercenarle: la publicación de libros. La verdad, es probable que, siendo como era un teórico mediocre y persona con una expresión escrita que tendía a ser plana y aburrida, sus contrarios pensaran, además, que su actividad editorial tampoco comportaba ningún peligro. Pero él hizo lo que pudo. Publicó una colección de artículos bajo el título Reafirmación del estilo leninista en el trabajo del Partido, en el que hizo oposición, a su manera, al andropovismo. El secretario general había decidido que una de las cosas que tenía que pasar en el URSS era que la vida económica y laboral tenía que ganar en eficiencia. Para conseguir esa eficiencia se decidió por la mano dura, desplegando toda una serie de multas, despidos, sanciones, etc., sobre todo sobre los trabajadores absentistas o directamente vagos. En su libro, Chernenko aboga por la persuasión y el convencimiento donde su secretario general prefería repartir hostias.

En uno de esos típicos bandazos que se entienden mal salvo si se observan a través del prisma de unos tipos que todo lo que querían era obtener y conservar el poder y que, para ello, eran comunistas como podrían haber sido monofisitas si se hubiese terciado, Chernenko, que cuando fue desnudado de poder por parte de Andropov llevaba casi el camino de ser un reformista, se convirtió en algo así como el líder del ala conservadora; de los que querían que no se moviese nada en la URSS. Como digo, aquello no fue fruto ni de la reflexión ni de la convicción. Fue un simple movimiento estratégico en el marco de una continua pelea por el Poder; por el control sobre el vodka y las putas. Desde su posición conservadora, y puesto que los vientos que supuestamente soplaban en el Kremlin eran los del reformismo (aunque Andropov, más que un reformista, lo que fue es un tipo que intentaba que aquel momio siguiera funcionando para que sus gestores pudieran seguir frotando el sable), Chernenko se convirtió en eso que llamamos un heterodoxo. El tipo que pide que el Partido dedique una sesión de su Comité Central, por primera vez en dos décadas, para discutir temas ideológicos; para decidir qué es, y qué no es, el comunismo. Y no sólo consiguió tener su pleno, sino que fue el principal orador del mismo. Pero sus palabras, algunas de ellas bastante críticas, se quedaron en nada. Para entonces, el KGB había lanzado, dentro y fuera de la URSS, el relato de un Yuri Andropov que era un líder de dimensiones mundiales, un hombre reformista que quería cambiar la URSS de arriba a abajo, que escuchaba música de jazz, todas esas chorradas. Chernenko no podía competir con eso; en realidad, estaba recibiendo dos tazas de su propio caldo, pues él no dejaba de ser un tipo básicamente mediocre encumbrado por la propaganda.

Yuri Andropov, como todos sabemos, se murió muy pronto, cuando apenas había comenzado a ejercer como máximo mandatario soviético. Nunca sabremos, desde luego, si la suya fue una enfermedad natural o inducida. Hemos de recordar aquí detalles como que fue al visionarse en todo el mundo las imágenes de su funeral, y cuando los miembros del Politburo abrazaron a su mujer, que el mundo occidental supo que estaba casado. Con niveles así de transparencia, llegar a averiguar si, tal vez, fue envenenado, u objeto de un tratamiento médico deliberadamente tóxico para él, es como que imposible. Pero lo que sí sabemos es que, a pesar de su escaso mando como secretario general, Andropov tuvo tiempo suficiente para ser consciente de que estaba fracasando.

Como he dicho antes, el problema económico de la Unión Soviética no se solucionaba ajustando el leninismo. Se solucionaba tirando el leninismo a la basura, y eso era algo que, lógicamente, ninguna persona cuyo vodka y cuyas putas dependían del leninismo haría. Andropov intentó insuflar disciplina a la economía soviética desde abajo, atacando al indisciplinado; pero fracasó, porque no hizo casi nada de importancia en relación con el indisciplinador, por así decirlo.

Dado que las reformas, sin embargo, llevan su tiempo, y que Andropov no estuvo mucho en el Kremlin, lo que es claro es que, durante la mayor parte de su mandato, el secretario general disfrutó de unos amplios apoyo y popularidad entre la opinión pública comunista soviética, que era la única opinión pública que importaba en aquel país. Esto hizo que Chernenko tuviese que cambiar de táctica. La suya inicial se había basado en escribir artículos y libros buscando los puntos flacos de la estrategia de Andropov, tratando de insinuar que tenía que escuchar más a las personas (esto lo convirtió en una de las primeras personas en manejar el concepto de glasnost, por ejemplo). Sin embargo, como vio que sus tentativas ideológicas apenas dañaban a su oponente, decidió cambiar de táctica y tratar de poner en su contra a la vieja guardia del Partido, con el argumento de que Andropov, apoyándose en los jóvenes, estaba, de alguna manera, maquinando la manera de deshacerse de las viejas glorias.

De esta manera, Chernenko construyó una facción en la que, además de él, estaba su fiel Tikhonov y, además, Kunaev, Shcherbitsky y Grishin. Inicialmente era un grupo relativamente pequeño; pero tuvieron un golpe de suerte.

Un miembro, a la vez, de la vieja guardia soviética y del bando de Andropov, el general Dimitri Ustinov, estaba en una situación incómoda pues él, de alguna manera, compartía con el partido conservador la inquietud sobre la excesiva ganancia de poder de mandos jóvenes en las Fuerzas Armadas que, la verdad, concebía como su cortijo particular. Cuando comenzó a hacerle cucamonas al grupo de Chernenko la cosa cambió; ahora eran un grupo de seis, y eso hacía mayoría en el Politburo. El grupo mostró su capacidad de ejercer el poder en el gesto de eliminar su oposición al nombramiento de Romanov como secretario del Comité Central, así como a la propuesta de que Andropov fuese presidente del Soviet Supremo. La primera la juzgaron una medida aceptable dentro de la política de Andropov de rejuvenecer los altos escalones del Partido, puesto que Romanov no tenía más fidelidad que a sí mismo. La segunda, en realidad, era una propuesta inocua, pues no le añadía ningún poder al secretario general. A cambio de no oponerse en ambas cosas, sin embargo, el grupo Chernenko consiguió aparcar una eventual reforma de los miembros del Politburo, conservando su mayoría.

Andropov, sin embargo, siguió lanzando señales. El 15 de agosto, se celebró una reunión de grandes veteranos del Comité Central. Andropov eligió para ser introducido, no a Chernenko, sino a Gorvachev. Chernenko, de hecho, ni siquiera estuvo presente, como no estuvieron presentes otros miembros del Politburo como Grishin o Shcherbitsky. Estaba, claramente, mandando un mensaje. Asistió, como he dicho, Gorvachev, pero también Romanov, y otros secretarios del Comité destacados por su juventud: Zimyanin, Kapitonov, o Rusakov.

La enfermedad de Andropov, que fue relativamente dilatada en el tiempo, cambió todo eso. El secretario general comenzó a verse obligado a espaciar sus apariciones públicas y, de hecho, tuvo que comenzar a trabajar menos. Inmediatamente, esto abrió una lucha bien clara: o Chernenko, o Gorvachev.

Milhail Gorvachev había aprovechado en su día la muerte de Kulakov para desembarcar en Moscú y, según todos los indicios, se había labrado rápidamente la imagen de un ejecutivo del Partido de carácter resolutivo, capacidad de trabajo y capaz de ser persona de confianza. Con todo, la principal virtud del joven miembro del Partido era su habilidad innata para olisquear los cambios de ambiente. Hasta la muerte de Leónidas Breznev había sido un dignísimo burócrata, capaz de poner en marcha las directrices emanadas del camarada secretario general. Pero tan pronto como el poder cambió y el de los miembros más mayores de la elite del Partido comenzó a flaquear, Gorvachev cambió completamente de perfil y pasó de ser el tipo comprensivo y hasta blando que aplicaba a la perfección las políticas breznevitas a ser un político duro, asertivo y amigo de la disciplina, en plena sintonía con lo que ahora era la demanda por parte de Andropov.

Cuando Andropov comenzó a sentirse cada vez más enfermo y empezó a notar las serias limitaciones que ello le provocaba, una de sus reacciones fue confiar más en Gorvachev, exigirle que adquiriese más responsabilidades cada vez. Poco a poco, Milhail tomó la responsabilidad sobre los cuadros del Partido y, después, sobre la economía soviética. Andropov se lo llevó de la mano a la conferencia de secretarios generales de repúblicas y, semanas después, estuvo con él, mano a mano, en una sesión del Soviet Supremo de la Federación Rusa, en el que fue él quien lanzó la candidatura de su primer ministro, Vitali Ivanovitch Vorotnikov. Asimismo, cuando se celebraron elecciones, Andropov le encargó a Gorvachev el seguimiento y organización del proceso, lo cual le dio una oportunidad de oro para colocar a gente suya aquí y allá. Vodka y putas...


Vitali Vorotnikov. Uno de los primeros
"recomendados" de Gorvachev.

Consciente de que lo estaban elevando a los altares, Gorvachev comenzó a fabricar para sí mismo una imagen de conservador liberal; de miembro del Partido que, de alguna manera, tenía la capacidad de poner un pie en cada una de las dos grandes facciones distinguibles. Sin embargo, no podía evitar mostrarse como un hombre básicamente reformista, lo cual puso en guardia a la inmensa mayoría del aparato del Partido, al fin y al cabo formado por mediocres, paniaguados y comeculos, de una eficiencia más que discutible, que contemplaban las constantes llamadas de Andropov a la disciplina y la productividad como una posibilidad de perder sus momios y tener que ponerse a trabajar de una vez, tan mayores. Prácticamente cada vez que Gorvachev abría la boca, Chernenko ganaba un par de adeptos en el Partido.

Hay que tener en cuenta un dato importante: las palabras de Andropov-Gorvachev no eran mera retórica. En los tiempos de Andropov, aproximadamente uno de cada tres altos cargos del Partido fue cesado, de una u otra manera. Andropov, sin embargo, comenzó por la estructura periférica (las repúblicas y la propia organización de Moscú) y apenas tocó, inicialmente, a la numerosísima burocracia del Comité Central, que era la que ahora sentía escalofríos en el gañote, conscientes de que eran los siguientes. La mayoría de estos jetas, que además podían ser fácilmente removidos en cualquier “elección” del Partido, se volvió hacia Chernenko para que le protegiese.

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