miércoles, diciembre 21, 2022

La hoja roja bolchevique (28): El gobierno del cochero

 El chavalote que construyó la Peineta de Novoselovo

Un fracaso detrás de otro
El periplo moldavo
Bajo el ala de Nikita Kruschev
El aguililla de la propaganda
Ascendiendo, pero poco
A la sombra del político en flor
Cómo cayó Kruschev (1)
Cómo cayó Kruschev (2)
Cómo cayó Kruschev (3)
Cómo cayó Kruschev (4)
En el poder, pero menos
El regreso de la guerra
La victoria sobre Kosigyn, Podgorny y Shelepin
Spud Webb, primer reboteador de la Liga
El Partido se hace científico
El simplificador
Diez negritos soviéticos

Konstantin comienza a salir solo en las fotos
La invención de un reformista
El culto a la personalidad
Orchestal manoeuvres in the dark
Cómo Andropov le birló su lugar en la Historia a Chernenko
La continuidad discontinua
El campeón de los jetas
Dos zorras y un solo gallinero
El sudoku sucesorio
El gobierno del cochero
Chuky, el muñeco comunista
Braceando para no ahogarse
¿Quién manda en la política exterior soviética?
El caso Bitov
Gorvachev versus Romanov 

A pesar de haber conseguido imponerse en el plenario del Comité Central, Chernenko, y ésta era una situación bastante inusitada en la historia de la URSS, estaba en minoría en el Politburo. O sea: no era una situación del todo inusitada pero, ciertamente, cuando se había producido en el pasado el tema había terminado en golpe de Estado y remoción del secretario general. En el alto gobierno comunista, Chernenko podía contar consigo mismo, Tikhonov, Kunaev, Shcherbitsky, Grishin y, a ratos, con Romanov. Con Gorvachev, aparte de él mismo, estaban Gromyko, Ustinov, Vorotnikov, Aliev y Solometsev . Esto suponía que el joven jerarca comunista disponía de una minoría de bloqueo de cualquier gran decisión que no le gustase. En la práctica, el futuro del poder soviético estaba en manos de la Parca, pues dependía, fundamentalmente, de que Chernenko muriese antes o después que Ustinov.

El jueves 16 de febrero, el Politburo de la nueva etapa se reunió, y allí todos enseñaron los dientes. Por otra parte Chernenko, obviamente, utilizó las exequias oficiales de Andropov para mostrarse por primera vez. No sólo internamente, pues como ya hemos visto la situación de las personas en el funeral no era casual y lanzaba mensajes a quien supiera leerlos; sino también a los representantes del mundo entero. Uno de los grandes puntos débiles que Chernenko sabía que tenía era su pobrísima imagen exterior, que era más una no-imagen que una mala imagen. Malcolm Toon, embajador estadounidense en Moscú, lo consideraba un chupatintas sin perfil; el propio Henry Kissinger lo había definido una vez como “un eficiente sirviente”. Su fama, pues, de mamporrero del hombre de poder (Breznev) se había instilado a la opinión pública occidental informada; porque la desinformada, por lo general, desconocía (y desconoce) quién era Konstantin Chernenko. Todo aquello, sin embargo, tenía su razón de ser pues, ciertamente, los temas de política exterior eran unos de los temas en los que Chernenko tenía menos conocimiento, pues ya se había ocupado Gromyko, quien no le era partisano como sabemos, de mantenerlo aislado.

Como era preceptivo, nada más producirse los funerales de Andropov, Chernenko estuvo al frente de la recepción que se celebró en el Kremlin para los asistentes. Allí, en la Sala Georgievsky, los hombres de Occidente, muchos de ellos por primera vez, tuvieron conocimiento de aquel viejo político soviético, hierático e híper formal. Chernenko estaba con Tikhonov, Gromyko y Vasili Kuznetsov; lo importante, claro, era quién no estaba con él. Andropov, en esas recepciones, siempre había intentado enamorar a sus interlocutores, para alimentar esa imagen de soviético amigo de la música occidental y todo eso. Chernenko, sin embargo, estaba hecho de otra pasta. Sonrió sólo cuando no tuvo más remedio.

Andropov, al fin y al cabo, se había entrenado durante muchos años en la policía secreta. Sabía memorizar información precisa e individualizada cuando menos de los principales actores con los que iba a hablar y, consecuentemente, era, según todos los testimonios, un conversador variado, que casi para cada interlocutor tenía un comentario propio, adaptado a las circunstancias particulares de su vida o de su país; y, además, había adoptado la metodología americana basada en romper, de cuando en cuando, el formalismo de una conversación oficial con algún chiste o anécdota gracioso. Todo eso, sin embargo, desapareció con Chernenko, y yo tengo por mí que lo hizo por una combinación entre la querencia y el miedo del propio secretario general y la estrategia de Gromyko, quien probablemente buscaba que su jefe quedase en evidencia como un marmoto. El caso es que, al contrario que en las recepciones de Andropov, en las cuales éste le concedía a cada interlocutor el tiempo que le parecía, en la de Chernenko a cada persona que debía saludarle se le concedió un minuto, ni un segundo más, ni uno menos, con él. Uno de los visitantes de China, que era miembro del Politburo de su propio país, es decir no era ningún mindundi, y que al parecer planteó alguna cuestión, fue derivado a Gaidar Aliev para que lo atendiese. El presidente de Pakistán, que apenas unos meses antes había estado en Moscú y había tenido una conversación con Andropov en la que éste le había invitado a visitar Moscú, no recibió trato especial alguno y la invitación, por supuesto, no fue repetida.

Las únicas excepciones a la regla del minuto fueron: el vicepresidente de los Estados Unidos (Bush padre), los primeros ministros de Francia, Gran Bretaña y Canadá, el presidente de Italia, y el canciller alemán. No, a Pedro Sánchez éste tampoco lo saludó.

Ante todos ellos, Chernenko apareció con un radical formalismo que, sin embargo, llegó para transmitirles la idea de que los tiempos de Andropov habían cambiado. Al canciller alemán, por ejemplo, le vino a decir que la RDA era un condicionante de primer nivel para cualquier movimiento de acercamiento o entendimiento con la RFA. La conclusión que sacó la mayoría era que la URSS había dado un viraje hacia el conservadurismo comunista con aquel tipo al que ninguno de ellos parecía caerle demasiado simpático, y que tampoco les cayó demasiado simpático a ellos.

Chernenko no defraudó a estas primeras valoraciones. Muy pronto quedó claro que la palabra que mejor lo definía era “continuidad”. Pero no continuidad respecto de Andropov, que habría sido continuidad del cambio; sino continuidad respecto de quien realmente había sido el maestro y mentor del nuevo mandatario: Leónidas Breznev, el hombre que, si hubiera podido, habría criogenizado la URSS en algún momento de principios de los setenta para dejarla allí per saecula saeculorum.

Eso sí, trató, en la medida en que la edad y sus enfermedades se lo permitieron (uno de los datos que se escamoteó a la visión pública en el funeral de Andropov es que no había subido a la tribuna por las escaleras, sino por un discreto ascensor interior) de ser un gobernante asertivo. Tenía que serlo, ciertamente, pues quien verdaderamente tenía energía para gobernar, abordar reformas, cambios y mejoras, es decir Milhail Gorvachev, simplemente bajó los brazos. El segundo en el mando, efectivamente, decidió que la mejor de sus opciones era esperar a que la cacatúa la roscase. Por lo demás, da la impresión de que Chernenko tenía bien claro que él no era lo que habían sido sus antecesores. A Hans Vogel, entonces líder del SPD alemán, le confesaría que él simplemente “representaba una línea política acordada por el Politburo”; una idea que sacaría a pasear en varios de los discursos que todavía daría en vida.

A ver si nos entendemos: el líder de la URSS siempre decía que él no era más que un primus inter pares de un colectivo que era el que en realidad gobernaba porque, en última instancia, era ese gran colectivo que llamamos proletariado el que gobernaba el país. Pero eso eran fruslerías, pamemas, mentiras descaradas, como las de los Francisquitos cuando te dicen que son el primer pobre de la Tierra y esas mandangas. La situación de Chernenko, sin embargo, superaba la retórica. Chernenko estaba en minoría, o si se quiere disponía de una muy frágil mayoría, en el Politburo. Y, lo que es peor, quizás por primera vez en la Historia de la URSS, esas relaciones de fuerzas eran sistémicas. No dependían de la personalidad de dos hombres de poder enfrentados, como pudo pasar, por ejemplo, en los tiempos Khruschev versus Malenkov; sino que obedecían a tendencias consolidadas. Esto es: si, por un casual, desapareciesen Chernenko y Gorvachev, el enfrentamiento seguiría allí. Porque era un enfrentamiento entre vieja y joven guardia. Entre el comunismo de toda la vida y el comunismo que se preguntaba qué tipo de comunismo tendría que ser para seguir en el machito, forrándose a vodka y a putas, en el año 2000.

Chernenko trató de minimizar el poder de Gorvachev en el Comité Central. Pero, la verdad, no fue capaz. En la siguiente reunión del plenario, aparentemente trató de que el discurso de Gorvachev no fuese públicamente conocido, pero no lo consiguió. La Prensa no se hizo eco del mismo, pero cuando los discursos fueron editados en un librito, cosa que era lo habitual, en realidad el discurso de Gorvachev era el más destacado. ¿Por qué la razón de este intento de censura? Pues porque la intervención de Gorvachev utilizaba un tono, una estructura y una selección de temas destinados a dejar bien claro que el tema del liderazgo en la URSS era una cuestión abierta. Que a él nadie le podía ordenar, por así decirlo, que se olvidase de determinados temas y retos del presente soviético. Gorvachev, además, trató en ese discurso de enviarle a los temblorosos miembros del Comité Central un mensaje más o menos taimado: hace falta una nueva generación de funcionarios del Partido; así pues, cuando el viejo muera, muchos de vosotros os vais a casa detrás de él, a disfrutar de vuestras pensiones.

Hecho esto, sembrada la semilla de la discordia y el miedo en los interminables bancos del Comité Central, Gorvachev, como ya os he dicho, se sentó, como en el refrán indio, en la puerta de su tienda, esperando a ver pasar el cadáver de su enemigo. Chernenko, por su parte, hizo lo que pudo. Aceptó ser el objeto de una agenda de encuentros y entrevistas capaz de agotar a alguien con veinte o treinta años menos que él. Tenía 72 años y, a causa de su gris carrera política, no tenía institución en la que apoyarse. Otros antes que él se habían apoyado en el KGB o en el Ejército; él sólo podía apoyarse en el Comité Central, una hidra de mil cabezas y diez mil intereses, de escasa fidelidad porque su fidelidad es sólo consigo misma (y escribo en presente porque esto es predicable, hoy, de cualquier comité central presente, comunista o no comunista). En estas condiciones, Chernenko no sabía, pero probablemente tampoco podía, hacer otra cosa que resucitar el breznevismo esencial: la política consensual. Pocas veces, por no decir que nunca, tuvo la URSS un gobernante que contó más con esa institución en el fondo inútil que llamamos ministros y gobierno. Pocas veces esos señores que llamamos ministros fueron tan importantes en la vida soviética.

El fondo de la cuestión, sin embargo, es que Chernenko tenía poco que ofrecer. Al final, un gobierno se compone de su fase reactiva, es decir qué hacer ante los restos que se le plantean; y una fase activa, es decir qué retos plantear. En esta segunda, que era de gran importancia en la URSS como en cualquier otro lugar, la capacidad que tenía Chernenko, un pensador del montón y un gobernante que en realidad sólo sabía de propaganda, era prácticamente nula. Chernenko, digámoslo de forma básica, carecía de ideas geniales, porque para tenerlas habría tenido que ser brillante y, si no lo había sido nunca, menos lo iba a ser ahora con más de setenta palos. Él había sido toda la vida eficiente; pero cuando se está en la cumbre del poder no se vive de la eficiencia.

Consciente, eso sí, de que no podía volver al breznevismo, trató de encontrar su propia tercera vía entre el mismo y el andropovismo; y se quedó en una indefinición que lo dañó notablemente. La vida de Chernenko como principal mandatario soviético puede resumirse con el siguiente concepto: abrumado por la necesidad de gobernar en minoría, algo que a un comunista nunca le es cómodo, hubiera podido superar la situación si hubiera sido un político brillante y audaz, capaz de sacar adelante propuestas rompedoras y eficientes. Pero no lo era y, por eso, su mandato se convirtió en la sucesión de formalismos y falta de novedades que recordamos los que lo recordamos (porque la mayoría ni lo recuerda).

Para salir adelante, Chernenko debiera haber tomado riesgos, haber sido sorprendente. Pero nunca hizo nada que pensase que ponía en peligro su estatus. En consecuencia, le dio toda la munición que necesitaba a Gorvachev para convencer a todo el mundo que tuvo que convencer de que era una persona sin imaginación ni empuje. Como consecuencia, Chernenko fue perdiendo el control y el apoyo de su único báculo: el Comité Central. La reunión máxima del club de Vodka y Putas estaba mucho mejor informado que la media, a pesar de las mentiras, de las estadísticas manipuladas y del generalizado espectáculo de cinismo en que se había convertido el Partido Comunista de la URSS. Sabían que el momio estaba tosiendo de forma grave y eran conscientes, muchos de sus miembros a su pesar, de que había que hacer algo para poder mantenerlo en pie; pero Gorvachev, mediante una hábil labor de zapa, los fue convenciendo de una cosa que yo creo que era totalmente verdad: Chernenko no era la persona para esa labor. Así pues, sin el apoyo del Comité Central, si Chernenko pensaba que era necesario que había que introducir reformas, que hay quien piensa que sí, no se atrevió a sacarlas a pasear. ¿Para qué?

Chernenko, por lo demás, ya estaba enfermo cuando ganó el poder. Tenía los pulmones inflamados, andaba con inseguridad, arrastrando los pies. Y, como os acabo de decir, a pesar de ello asumió que tenía que tener la agenda de Rafa Nadal. El mes de febrero, el primero de su mandato, estaba en la tele más que Rociito. Sus apariciones eran monstruosas operaciones de propaganda, destinadas a lavar el hecho de que, allí donde iba, la gente, por sí sola, no acudía a saludarlo por la calle. Muchos autores consideran que con Chernenko se produjo un efecto curioso. El soviético medio estaba tan acostumbrado a tener miedo de sus gobernantes que cuando apareció este secretario general, aquel anciano amable que trufaba sus discursos de referencias a la necesidad de modernizar la economía soviética pero, ojo, siempre vigilando las condiciones de vida del ciudadano y buscando mejorarlas; cuando vieron a un tipo así, digo, no fueron capaces de respetarlo, porque era demasiado blando.

Chernenko, por lo demás, carecía de carisma. En las calles de la URSS, puesto que la forma resumida de reproducir su nombre era K H Ch, lo llamaban kucher, El Cochero. Un detalle que me recuerda mucho los tiempos del 73 y el 74, cuando casi todos en España llamábamos a Franco La Momia. La imagen convocada en el sobrenombre era la de alguien que trata a duras penas de controlar los caballos que le llevan a él más que llevarlos él a ellos.

La situación alcanzó un punto muy elevado cuando Pravda, bajo la dirección del incombustible Viktor Afanasiev, hizo algo totalmente inesperado en el régimen soviético: criticar al secretario general, concretamente su escasa habilidad como orador (que no era mucho peor que la de Khruschev o Breznev). Esto demostró un hecho claramente: en el Politburo había gente que iba a por él. Las gentes del secretario general reaccionaron tratando de hacerlo popular; Chernenko, de hecho, se convirtió, probablemente, en el secretario general del PCUS que más fábricas y lugares, por así decirlo, de gente normal, visitó.

[Podéis encontrar foto e información sobre Afanasiev aquí)

3 comentarios:

  1. Una cosa que no se comenta mucho (o, por lo menos yo no lo oigo comentar) es que los gerontócratas soviéticos no eran realmente tan mayores: Chernenko cascó con 73, Andrópov con 69 y Brézhnev con 75, mientras que los jerarcas viejunos en Occidente (Como Reagan, Bush padre ó Mitterrand) a esas edades todavía estaban en condiciones de funcionar con un rendimiento razonable (Siempre que esquivaran el «el hecho biológico», claro) Cuando Chernenko llegó a la cima en Occidente la impresión es que era un momia destinada a desaparecer en breve y Reagan, mayor que él y sujeto a menos oscurantismo no daba esa impresión en absoluto.

    Yo sospecho que, además del abuso de Vozka y putas, en ello influía otra de las mentiras de la URSS: La sanidad soviética nunca estuvo a la altura de la occidental ni siquiera para la élite (No hablemos ya para los comunes) y era más fachada que otra cosa. Cosa que no debe sorprendernos mucho, porque la crisis del CoVid ha dejado bien en evidencia las enormes fallos de otra sanidad muy cacareada: La cubana.

    Elucubrando, se me ocurre que ello pudo tener su importancia en que Stalin concibiera «el Complot de las Batas Blancas»: Si la sanidad soviética fallaba en los 80, durante su gobierno era una pura carnicería. Los médicos de la élite eran más mortíferos que los del teatro de Moliere.

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  2. Anónimo2:10 p.m.

    A lo que hay que unir otro factor: ¿Cómo estaremos seguros de que los grandes hombres de la URSS nacieron cuando dicen que nacieron?

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    1. En eso, creo que podemos tener cierta confianza, porque de haber tenido 10 ó 15 años menos no hubieran dudado en haberse atribuido la toma de un pedazo de piedra del Palacio de Invierno.

      Además, tal y como dice Juan de Juan la edad no se consideraba un handicap en la URSS de la época, si acaso se podrían haber echado algún año más.

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