miércoles, diciembre 28, 2022

La hoja roja bolchevique (32): El caso Bitov

 El chavalote que construyó la Peineta de Novoselovo

Un fracaso detrás de otro
El periplo moldavo
Bajo el ala de Nikita Kruschev
El aguililla de la propaganda
Ascendiendo, pero poco
A la sombra del político en flor
Cómo cayó Kruschev (1)
Cómo cayó Kruschev (2)
Cómo cayó Kruschev (3)
Cómo cayó Kruschev (4)
En el poder, pero menos
El regreso de la guerra
La victoria sobre Kosigyn, Podgorny y Shelepin
Spud Webb, primer reboteador de la Liga
El Partido se hace científico
El simplificador
Diez negritos soviéticos

Konstantin comienza a salir solo en las fotos
La invención de un reformista
El culto a la personalidad
Orchestal manoeuvres in the dark
Cómo Andropov le birló su lugar en la Historia a Chernenko
La continuidad discontinua
El campeón de los jetas
Dos zorras y un solo gallinero
El sudoku sucesorio
El gobierno del cochero
Chuky, el muñeco comunista
Braceando para no ahogarse
¿Quién manda en la política exterior soviética?
El caso Bitov
Gorvachev versus Romanov 


Chernenko se mostró, además, dispuesto a negociar otras cosas con los estadounidenses, como el despliegue de nuevos submarinos, o la prohibición de modernizar misiles balísticos que ya se hubieran desplegado. Fueron propuestas desarrolladas más para construir una imagen fuera de la URSS que dentro. Pero dentro también se conocieron. En mayo de 1984, Pravda publicó un artículo del general Ustinov que recuperaba las peores esencias de la Guerra Fría. Ustinov buscaba lo que consiguió: lanzarle al Departamento de Estado de Reagan el mensaje de que no contase con que las acciones de Chernenko tenían a todo el Politburo detrás.

Chernenko trató de adaptarse a este entorno. Puesto que el que probablemente era su primer plan: avanzar un acuerdo con los EEUU como el que tiempo después alcanzaría Gorvachev, no era posible, trató de atraerse, por lo menos, a algunos aliados atlantistas europeos, para tratar de abrir una brecha en el bloque occidental. Así, propuso un acuerdo sobre las bases de que los países europeos se comprometerían a no ser nunca los primeros en atacar; que los bloques militares existentes no variarían en su composición; y que no se crearían nuevos bloques. Os he colocado las itálicas para que veáis que el conflicto de Putin viene de más atrás de lo que saben los que creen que saben. Estos días estoy leyendo en Twitter a según qué expertos explicarles al pueblo mortal que el conflicto de Ucrania "data del 2014". Caray con los expertos...

Chernenko también trató de conseguir un entendimiento en Oriente Medio. Según su apreciación, la seguridad de los países del Golfo Pérsico debía analizarse de forma separada al resto de la zona, lo cual era crucial para la URSS para no meter el tema afgano por medio. Chernenko estaba deseando retirar las tropas soviéticas de Afganistán, pero sabía que no podía hacerlo si no se garantizaba la supervivencia del régimen comunista en el país.

La URSS creía tener una posición cómoda en el área porque creía que la guerra Irán-Irak era un win-win para ella. Si ganaba Irak, sería una victoria posible gracias a la ayuda soviética, y el precio que exigiría la URSS sería el frenazo inmediato de la dispersión de las ideas del nacionalismo islámico de Jomeini, que ya estaban empezando a dar por culo en las repúblicas soviéticas musulmanas. Y si ganaba Irán, Irak quedaría tan debilitado que su dependencia de la URSS sería total, abriéndose la posibilidad de plantar una pica soviética en el área. Si, además, por el camino se destruían los oleoductos de los que dependían las economías occidentales, mejor.

Pero eso, claro, era un supuesto de una guerra razonablemente corta. El enquistamiento de la guerra provocó que la hostilidad hacia la URSS se generalizase en ambos bandos, creando un entorno totalmente diferente. A esto hay que unir que la URSS fue uno más de los actores internacionales que tardó muchísimo en valorar las consecuencias reales de la revolución iraní. Chernenko y sus estrategas esperaban mantener una larga influencia soviética en Siria, Líbano, así como la resistencia palestina. Pero la eclosión del nacionalismo islamista cambió eso tan rápido que ni se dieron cuenta.

Internamente hablando, la evolución de los sucesos en Polonia, que ya hemos visto en otras ocasiones, supusieron un gran trauma para el Politburo. En su seno, el general Ustinov, para entonces una persona demasiado mayor como para entender los cambios radicales operados en la realidad, seguía defendiendo la necesidad de una acción dura contra los polacos. Gorvachev, sin embargo, lideraba a aquéllos que consideraban imposible hacer otra cosa que buscar un compromiso político y entender que los tiempos de Hungría y Checoslovaquia habían pasado. En aquellos meses, Chernenko empedró las pecheras de los máximos dirigentes de los países satélite con condecoraciones soviéticas; pero sabía que no podía ir mucho más allá. Los soviéticos confiaban con ganar la solidaridad de sus países satélite a través de las relaciones económicas, vertebradas a través del COMECON. Sin embargo, esto también era una ilusión falsa. La URSS era al COMECON lo que Atenas fue a la Liga de Delos. Moscú utilizaba los acuerdos del COMECON, siempre teledirigidos por ella, para importar a precios más que razonables bienes de consumo de sus países satélite, a cambio de una ayuda técnica industrial que cada vez era más escasa y, sobre todo, de peor calidad. Los países satélite eran, de hecho, crecientemente reluctantes a activar acuerdos en el seno del mal llamado mercado común soviético, conscientes de que siempre acababan en un balance exterior positivo para la URSS.

El fracaso del COMECON, de hecho, hizo que los socios de la URSS tratasen de buscar otros. Causando un enorme trauma en Moscú, el alumno tradicionalmente más comunista de entre los comunistas: la República Democrática Alemana, comenzó a buscar acuerdos con la República Federal. El anuncio de Erich Honecker, a finales de 1984, de que quería visitar a sus vecinos del Oeste, fue un durísimo trauma para el Politburo: la supuestamente más adelantada y avanzada nación del bloque comunista daba muestras de querer saltarse la disciplina del Jefe. Bonn respondió inmediatamente ofreciéndole créditos a Berlín por valor de 350 millones de dólares. Moscú entró en pánico.

Honecker, en realidad, estaba tan desesperado, y tenía tan clara la debilidad de la URSS como metrópoli económica del bloque comunista, que esperaba que tanto Chernenko como Tikhonov le apoyasen en su movida. Y es posible que fuese así. Pero, aparentemente, no contó con el ala dura: Ustinov, Gromyko, Romanov, Grishin, Shcherbitski o Chebrikov. De forma un tanto sorprendente e inusual, las diferentes opiniones sobre la estrategia que la RDA debería seguir se ventilaron en la propia Prensa soviética. Chernenko defendió a Honecker en Izvestia, mientras que Gorvachev lo atacó a través del Pravda. Finalmente, el ala dura, que aparentemente había añadido a Gorvachev esta vez, ganó, y Honecker retiró la oferta de visita. Paradójicamente, la hizo en 1987, cuando Gorvachev, es decir uno de los que lo había frenado, era secretario general.

Otro con el que la cosas se pusieron color sobaco de grillo en tiempos de Chernenko fue Ceaucescu. Ambos líderes se vieron en Moscú. Aunque lógicamente no se admitió, al parecer la entrevista no sirvió para otra cosa que para que ambas partes, como ahora se dice, acordasen no estar de acuerdo. Esto fue así porque el líder rumano sacó a pasear un tema que para los soviéticos era intocable: la eventual reducción o eliminación de los misiles soviéticos desplegados en países satélite.

El secretario general, pues, tuvo que vivir un ambiente inusitado (salvo para Gorvachev, claro): Polonia con un comunismo a la defensiva, Hungría buscando su propia vía hacia el socialismo, la RDA tratando de conseguir súper créditos en el aleve bando capitalista, y Rumania diciéndole que ella no quería ser objetivo de los misiles enemigos, así pues mejor retirar los suyos para dejar de ser una amenaza. Y, por encima de todo eso, las cada vez más lejanas y difíciles relaciones con los chinos. El plan de Chernenko, aparentemente, era tentar a los chinos con la ayuda soviética para que se expandiesen hacia el sur (Malasia, Mianmar, y tal); lo cual, claro, buscaba que no pensaran expandirse hacia el norte, a costa de la propia URSS. Por otra parte, consciente del creciente papel asiático que estaba jugando el país, se opuso en el Politburo a la tendencia de los halcones, siempre partidarios de aislar a los chinos. Chernenko, en este punto, parece haber tenido cuando menos la clarividencia de entender que los chinos ya no podían ser aislados. Sin embargo, es probable que, si en el seno del órgano se votó, sus propuestas fuesen derrotadas.

Un elemento que claramente jugó en contra de Chernenko en el tablero internacional fue el KGB. El servicio secreto soviético, en efecto, comenzó una campaña de filtraciones contra mandatarios sobre todo estadounidenses que buscaba minar la escasa confianza que se había construido entre Chernenko y Reagan; confianza que, además, siempre estuvo amenazada por la bajísima opinión que siempre tuvo Margaret Thatcher sobre el mando soviético.

Obedientemente, las típicas publicaciones de Prensa independientes, progresistas y de izquierdas se hicieron eco en Occidente de estos “frutos del mejor periodismo de investigación”. Asimismo, personas bien conocidas por su apoyo hacia el despliegue de nuevos misiles en Europa occidental comenzaron a recibir incluso amenazas de muerte.

Detrás de la campaña del KGB lo más lógico es que estuviese Chebrikov. A este hombre encumbrado en los tiempos de Andropov se le había prometido, en el relativo caos provocado por su muerte, su ascenso a los cielos de la membresía total en el Politburo; y la quería ya, a la vista de que Chernenko era un enfermo. Chebrikov también diseñó un plan, que fue bastante exitoso en esos meses, de regreso al hogar de algunos emigrados desertores. Especialmente sonado fue el retorno de Svetlana Alliluyeva, la problemática hija de Stalin. En todo caso, el más ambicioso plan de Chebrikov fue, probablemente, la conocida como Operación Bitov.

Oleg Bitov (si queréis verle el jeto, siempre podéis comprarlo) era el vice editor del departamento internacional de un periódico soviético, el Literaturnaya gazeta. Estando en medio de un viaje de trabajo por Italia, desapareció inopinadamente. Inmediatamente se habló de que si había desertado, de que si lo habían secuestrado porque iba a desertar... En puridad, ninguna de estas cosas había pasado.

Bitov era un buen conocido del KGB. En realidad, Bitov ha sido descrito muy comúnmente como un chequista del KGB que, en algún momento de su vida, se recicló a periodista (al fin y al cabo, son profesiones más conexas de lo que parece). Cuando se produjo el famosérrimo intento de asesinato del Papa Juan Pablo II por el turco Ali Agca, Bitov produjo una serie de artículos en Literaturnaya gazeta que venían a “demostrar” la implicación de los Estados Unidos en dicho atentado. Estos artículos aparecieron aproximadamente unos dos años después del atentado propiamente dicho, es decir, en la primera mitad de 1983. Como bien sabemos, la versión dominante, y más cercana a la verdad, es que los dos grandes implicados en aquel atentado: el turco Mehmet Ali Agca y el jefe de la oficina en Roma de la Oficina de Turismo de los Balcanes, Sergei Antonov, habían montado el atentado, precisamente en beneficio de quien ahora soltaba lastre diciendo que habían sido los americanos. La serie de artículos de Bitov era la típica producción periodística soviética, destinada a contraprogramar la información que muchos ciudadanos soviéticos recibían de tapadillo, o ciudadanos de países satélite que podían recibir emisoras occidentales.

No es casualidad, de hecho, que fuese precisamente en la segunda mitad de 1983, semanas después de los artículos, que comenzase en Occidente a airearse la conexión entre Antonov y el KGB.

En septiembre de 1983, Bitov visitó Italia, con la intención de ir al festival internacional de cine Venecia. Esa era, según los servicios secretos occidentales, su tapadera; en realidad, estaba allí para intentar fabricar pruebas de la conexión americana en el atentado contra el Francisquito.

El 8 de septiembre de 1983, Oleg Bitov desapareció estando en Venecia. En ese momento, la prensa soviética desveló que, efectivamente, se encontraba en Italia haciendo investigaciones muy molestas para Occidente, y comenzó a afirmar que había sido secuestrado por ello. A Bitov, dijeron los soviéticos, lo ha secuestrado la CIA.

Bitov apareció varias semanas después, en Londres. Allí dio una conferencia de prensa en la que afirmó que había decidido quedarse en Occidente de forma totalmente libre. Que era un desertor, vaya. Pero no era un desertor cualquiera, y las personas bien informadas, lo cual incluye a las que se quieren informar bien y no llegan a conclusiones con dos de pipas, se hubieran dado cuenta fácilmente. La URSS, en aquel momento, era un país que reservaba los peores dicterios para sus muchos disidentes, y una vida bastante complicada para familiares y amigos que quedasen dentro del país. Pero, de forma sorprendente, la Prensa soviética fue extrañamente lenitiva con aquel disidente. La revista para la que trabajaba incluso le cedió espacio a la madre de Bitov para aparecer en unas declaraciones en las que venía a decir que había que ser comprensivo con el gesto de su hijo. Como digo, si los espías de la CIA, o los periodistas y todólogos del momento, hubieran sido medianamente listos, se habrían dado cuenta de que había algo fishy en aquella deserción. Pero estaban demasiado ocupados observando la cicatriz de su cordón umbilical. Diez meses después, el 18 de agosto de 1984, Bitov desapareció por segunda vez, esta vez en Londres. Antes de desaparecer, había viajado ampliamente por Reino Unido y los Estados Unidos, aparte de amasar 40.000 libras de fortuna personal. Bitov nunca retiró ese dinero y dejó su flamante coche nuevo, también comprado por sus amigos ingleses, cerca de la embajada soviética.

El periodista-espía reapareció en Moscú en una conferencia de prensa alucinante en la que contó que había sido secuestrado por el MI6, es decir el servicio secreto británico, encarcelado y torturado (y por cada sesión de tortura, por lo que se ve, le pagaban 2.000 libras, como si fuese un concursante de Supervivientes VIP). Dio los nombres de varios de los dirigentes del servicio secreto que habían participado en la operación, lo que fue la parte más jodida de su testimonio por lo que supone de poner en evidencia a elementos activos del espionaje británico. Que los periodistas se tragaron todo lo que dijo con su habitual generosidad pastueña lo demuestra esta crónica de la Luminaria del Periodismo Español.

Lo que había ocurrido en realidad era que en Moscú se habían puesto de los putos nervios conforme las investigaciones en torno a Ali Agca fueron tomando momento. Decidieron que necesitaban tener buena información de hasta qué punto los servicios occidentales tenían pruebas de la implicación del KGB en el atentado contra el PasPas. Y así fue como se les ocurrió la idea de infiltrar un hombre en los servicios secretos. Así, lo montaron todo: Bitov publicó sus artículos en la URSS para dejarle claro a los servicios secretos occidentales que tenía línea directa con el KGB. Bitov se hizo valioso a los ojos de Occidente y, por eso, cuando en Italia hizo el gesto de desertar, los servicios secretos ni se lo pensaron. Era una especie de chollo caído del cielo.

La jugada era clara: los occidentales interrogarían a Bitov; pero de las preguntas, un espía experimentado como él podría sacar información relevante sobre el tipo de cosas que quienes le preguntaban sabían. Lo que nunca sabremos es cuántos secretos le acabaron por contar los bocachanclas interrogadores a Bitov; estas cosas, ya se sabe, nunca se cuentan.

Pero lo que sí sabemos es que, en cuanto Chernenko estuvo muerto y, consecuentemente, el delicado equilibrio del Politburo se consolidó a favor de Gorvachev, Chebrikov fue nombrado miembro de pleno derecho del Politburo.

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