miércoles, mayo 19, 2021

El pistolerismo (15): La violencia se impone poco a poco

La huelga de la Canadiense
Brabo Portillo y Pau Sabater
The last chance
Auge y caída del barón de König
Mal rollito
Martínez Anido y la Ley de Fugas
Decíamos ayer...
Una masacre fallida y un viaje a Moscú
La explosión de la calle Toledo
El fin de nada
La debilidad de Anido y el atraco del Poble Nou
Atentado a Martínez Anido
La nemesis de Martínez Anido y los planes del Noi
Han mort el Noi del Sucre
La violencia se impone poco a poco
¡Prou!
Coda: el golpe que "nadie" apoyó 


La muerte de Seguí se produjo en beneficio de dos grupos bien definidos en Barcelona. Los dos más radicales: los grupos de afinidad surgidos del anarcosindicalismo, y los grupos patronales que rechazaban el cese de Graupere y querían continuar la lucha armada contra los obreros. El objetivo de los grupos de afinidad era, una vez muerto Seguí, acabar con su teórica estratégica, hacerse con el control de la CNT y, consecuentemente, arrastrarla a su dinámica revolucionaria. Los patronos, por su parte, buscaban taponar cualquier avance social. Una de las cosas que había abordado el gobernador Raventós era la implantación en Barcelona de la recomendación del Instituto de Reformas Sociales, en el sentido de incrementar la participación (versión sindical) y el control (versión patronal) obrero en las empresas. Algo que incluso la dictadura de Primo de Rivera desarrollaría. La clase empresarial catalana, sin embargo, era notablemente egoísta. Se había criado a los pechos de un sistema económico, el del siglo XIX, en que, por concedérsele gabelas, hasta se había tragado con décadas durante las cuales la esclavitud colonial era legal, algo de lo que muchos de los grandes nombres de la empresa catalana (y no catalana, aunque ésta era mucho más magra) se beneficiaron.

Había, desde luego, fuerzas, empezando por la propia representación del gobierno de Madrid, que ambicionaban poder decir que la herencia de Seguí sería la instauración de un sistema ordenado de relaciones laborales. El problema que tenía ese objetivo es que era muy fácil de romper mediante la violencia.

El día 27, apenas quince días pues tras el atentado, unos pistoleros del grupo de Homs, al parecer asistidos por somatenes, se cargaron a Joan Pey, contador del Sindicato de la Madera de la CNT y seguidista convencido. Lo siguieron por las Ramblas hasta que Pey se paró en la boca de la calle Puertaferrisa, para beber en una fuente. Allí le dispararon y lo dejaron muerto.

Solidaridad Obrera reaccionó a este atentado con el típico camaradas, no respondáis a las provocaciones; pero estoy seguro que incluso quienes redactaron ese suelto sabían que la muerte de Pey, con el mensaje que portaba de que la de Seguí no había sido sino el comienzo de una ofensiva de exterminio de los anarcosindicalistas, era oro molido para Los Solidarios, grupo que para entonces había tomado el timón de la reacción anarcoterrorista.

A finales de marzo, en La Verneda, los grupos de afinidad celebraron una reunión. Para entonces, García Oliver era, ya, su voz cantante. Curiosamente, Oliver, que era tan echado para adelante, recomendó cierta prudencia. Antes de atacar, dijo, había que conocer bien las agarraderas del Libre con los empresarios y el Gobierno Civil. Porque el objetivo era el Libre, obviamente; si los grupos de afinidad buscaban arrastrar a la CNT a su estrategia, antes necesitaban que el sindicato fuera monopólico.

Sin embargo, aquello de los grupos de afinidad estaba menos organizado, mucho menos jerarquizado, de lo que pueda parecer. Aunque en La Verneda se votó, por así decirlo, primar la labor de inteligencia antes de la acción, un grupo de pistoleros, el 6 de abril, entraron en el bar La Martxa de la calle Villarroel, y se cargaban a tiros a Francisco Pastor, secretario del sindicato del Agua del Libre; el presidente, Agustí Viladoms, cayó un par de horas después, para más inri, delante de su hijo de ocho años. Ese mismo día, en Manresa, Los Solidarios espotearon allí a Juan Laguía Lliteras. Laguía había dimitido de sus cargos, pero los grupos de afinidad lo consideraban responsable de la agresión a Pestaña. En todo caso, ya más relajado tras haber dejado la primera línea, Laguía había adquirido la costumbre de dejarse caer por las tardes por el bar La Alhambra, para jugar al dominó con los colegas. A las cuatro de la tarde, Francisco Ascaso y Juan García Oliver entraron en el local. Laguía estaba en un reservado, separado apenas por una cortina de cuentas. Ascaso y Oliver entraron y descargaron sus pistolas, sin mucho sistema, la verdad. Hirieron a Eduard Folch y a Lorenzo Martínez, compañeros de Laguía, y al camarero Manuel Hernández. Pero a Laguía ni le dieron.

Al día siguiente, anarquistas asaltaron los locales del Libre en la calle de Sagristans. Buscaban documentación comprometedora. Se demoraron demasiado, puesto que, cuando llegó la Policía, todavía no habían huido y tuvieron que abrir un tiroteo.

Una prueba de que el pistolerismo barcelonés es la mafia de Chicago sin prohibición es que el Libre no denunció los hechos. Los sindicalistas le quitaron importancia al percance, porque no querían a la Policía cerca; preferían ocuparse ellos. El día 12 de abril, al caer la noche, un grupo de activistas del Libre se concentró cerca del centro obrero de la calle del Santo Cristo, en Sants. Los sindicalistas de fuera y de dentro se enzarzaron en un tiroteo que sólo acabó cuando llegó la pasma.

A partir de ahí, la violencia entró en escalada. En sólo las 48 horas siguientes, hubo siete agresiones. El domingo 22, dos cenetistas, Josep Ballart y Pere Martí, fueron con sus mujeres al cine Odeón, en la calle de Sant Andreu. Los mataron en la misma puerta.

En Barcelona, la verdad, había todo un movimiento pacifista, por así llamarlo. El cansancio de la violencia y el ejemplo de Seguí había hecho que muchos comités de empresa y muchos empresarios se bajasen de sus respectivas burras; había, pues, mucha gente que experimentaba en sus carnes los beneficios de la conciliación de posiciones en la negociación social, con huelgas que terminaban con acuerdos factibles. Una institución, el Ateneo Enciclopédico Popular, tomó la bandera de estas soluciones negociadas, promocionando conferencias y encuentros que siempre estaban hasta la bola. Pero, como ya he dicho, a la violencia no le cuesta mucho imponerse en las primeras páginas y transmitir la sensación de que es el sentimiento principal.

El 23 de abril hubo en Madrid una conferencia de grupos anarquistas. Durruti, presente, defendió la propuesta de Los Solidarios: la adhesión global a un plan revolucionario. La mayoría de los asistentes, en parte por la raíz individualista del anarquismo, en parte por los logros que estaban consiguiendo a base de negociar, en parte porque no eran grupos de acción armada, lo rechazaron. No obstante el rechazo, esta reunión siempre se ha tenido por el germen de lo que acabaríamos conociendo como Federación Anarquista Ibérica.

En Barcelona, el Libre había decidido pelear por la dominación casi absoluta del sindicato de Banca, para lo cual había elaborado una plataforma con importantes mejoras sociales para los trabajadores del sector, que pretendía imponer mediante la huelga. En medio de esta movilización, el dirigente del sindicato de Banca de la CNT, Josep María Foix, fue asesinado. Era el 28 a mediodía. Foix había sido despedido del banco en el que trabajaba y estaba colocado en la Asociación de Obreros Municipales, una organización fundada por Joaquín Maurín, donde solían conseguir una soldada los que estaban en las listas negras y no encontraban curro. Paró en un bar del que ya hemos hablado, L’Esquerra de l’Eixample, en la calle Aribau. Luego caminó a la calle Tallers, donde vivía y donde Fulgencio Vera, alias Mirete, asesino de Layret, le disparó y lo mató en el acto.

El 1 de mayo comenzó la huelga de banca el Libre, que habría de durar meses y extenderse a media España.

En paralelo, Los Solidarios habían decidido asesinar a dos ejecutores de obreros: Martínez Anido, que estaba en San Sebastián; y Faustino González Regueral, que había sido gobernador civil de Vizcaya y estaba semioculto en León. Las acciones, sin embargo, no debían realizarlas sus miembros. Habían detectado que la Policía había aprendido a recelar de obreros con acento catalán que aparecían como de la nada fuera de Cataluña. Así pues, se quedaron en Barcelona, a sus propios asuntos. El día 4 de mayo asesinaron en Badalona a Josep Arqués, que presidía el Sindicato del Vidrio del Libre. Arqués, recio y veterano en aquellas lides, se dio cuenta, paseando, de que un transeúnte se quitaba la gorra innecesariamente. Él sabía bien que ése era el gesto habitual para marcar a un objetivo, así pues se volvió y le disparó a uno de sus agresores. El resto, sin embargo, acabaron con él.

El conjunto de muertes que fueron como réplicas de ese terremoto que fue el asesinato de Seguí acabó con la paciencia de mucha gente en Barcelona. La labor de zapa del Ateneo Enciclopédico Popular se dejaba sentir. Así las cosas, un grupo de políticos de izquierdas, como Artemi Aiguadé o Rafael Campanals, impulsaron una manifa en contra de la violencia. Ocurrió, incluso a pesar de la desautorización del gobierno civil, el domingo 5 en la Plaza de Sant Jaume. Los manifestantes, sin embargo, incluían en sus reivindicaciones únicamente el desarme del Somatén y el apartamiento de Barcelona de los policías de la etapa Anido; digamos, pues, que sólo veían una cara de la moneda. La manifestación fue pacífica, pero luego, cuando los manifestantes se desplazasen a la Plaza de Cataluña, la policía cargó y hubo serios enfrentamientos que causaron un muerto.

Los grupos de afinidad anarquistas, sin embargo, respondieron a la manifestación apenas tres días más tarde, matando a un inspector de policía llamado Escartín que había participado en la trama del atentado preparado contra Martínez Anido. Quizás ese mismo día llegaba a San Sebastián el comando que debía matar a Anido: eran Francisco Ascaso, Aurelio Fernández y Rafael Torres Escartín. Como en una película de Al Capone, llevaban sus armas en estuches de violín. Habían decidido matar a Anido durante uno de sus frecuentes paseos por el túnel que unía el barrio Antiguo y La Concha. En una de las sesiones de vigilancia y acopio de información, a las que lógicamente bajaban desarmados para evitar problemas, Escartín casi se dio de pico a pico en medio de la calle con el mismísimo Anido; no pudieron matarlo, claro, porque no llevaban las pistolas. Fue su última oportunidad. Martínez Anido fue nombrado gobernador civil de La Coruña y ya no retomó sus paseos.

Inasequibles al desaliento, los tres terroristas se fueron a La Coruña. La policía, sin embargo, detuvo un día a Ascaso y Fernández, aunque lo hizo pensando que se dedicaban al tráfico de drogas. Al final los soltaron, pero conminándoles a abandonar la ciudad, cosa que tuvieron que hacer.

En Barcelona, mientras tanto, la CNT cayó en una estrategia empresarial. Siguiendo la vieja teoría de cuanto mejor, peor, los empresarios del transporte de la ciudad decidieron que arrastrar a los anarquistas a una huelga salvaje los erosionaría definitivamente. Calculadamente, pues, los empresarios del transporte despidieron a todos los trabajadores que no fueron a su puesto de trabajo el 1 de mayo (que no era festivo entonces). Aunque, al parecer, Camilo Piñón y el resto de las cabezas del sindicato consideraban que todo era una provocación, la asamblea de trabajadores votó la huelga, que empezó el 14. El día 15, los huelguistas se concentraron en la Plaza de España, esperando a los payeses que entraban en la ciudad con sus carros de verduras, para bloquearlos. Sus acciones fueron eficientes: comenzó la escasez, y diversas empresas hubieron de cerrar por falta de materia prima. En medio de esa huelga, se produjeron siete atentados con cuatro muertos.

Fue entonces cuando se conoció la noticia del asesinato, en León, de Faustino Fernando González Regueral.

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