La huelga de la Canadiense
Brabo Portillo y Pau Sabater
The last chance
Auge y caída del barón de König
Mal rollito
Martínez Anido y la Ley de Fugas
Decíamos ayer...
Una masacre fallida y un viaje a Moscú
La explosión de la calle Toledo
El fin de nada
La debilidad de Anido y el atraco del Poble Nou
Atentado a Martínez Anido
La nemesis de Martínez Anido y los planes del Noi
Han mort el Noi del Sucre
La violencia se impone poco a poco
¡Prou!
Coda: el golpe que "nadie" apoyó
El día 27 de marzo, con el cadáver de Dato casi todavía caliente, nos tenemos que centrar en una pensión cuatro arañas de la calle Mariano Aguiló. Uno de los inquilinos del local es un cenetista, Agustí Subirats, que acaba de ser liberado de la cárcel. Dos personas desconocidas llegaron a la pensión y se reunieron con él en su habitación. Pasados unos minutos, se escuchó un disparo. Cuando los parroquianos consiguieron entrar en la habitación, bloqueada, los visitantes habían desaparecido, y Subirats tenía una bala en la sien. Resulta difícil de creer que fuese un atentado del Libre; es obvio que Subirats confiaba en sus atacantes, así pues se podría pensar que la propia CNT tenía razones para callarlo. Ese mismo día 27, pistoleros del Libre mataron a Buenaventura Roca y Joan Sans, dos sindicalistas de la CNT de Mataró, en el restaurante donde estaban comiendo. Dos días después, en Badalona, moría a tiros el miembro del Libre Salvador Aguilar. El enfrentamiento CNT-SL, pues, ya no se circunscribía a Barcelona.
El mes de abril de 1921 habría de dejar chiquito al de marzo
en lo que a violencia se refiere. El día 1, en la calle de la Montaña, cae
muerto Francisco Celis, conserje de la Unión de Propietarios del barrio de Sant
Martí; asimismo, en Mataró se produce un tiroteo, probable consecuencia del
asesinato de días antes, aunque en realidad fueron dos patotas de pistoleros
del Libre que se agredieron creyendo cada una que la otra eran cenetistas. Sólo
en la primera mitad de mes hubo trece incidentes violentos.
La situación estaba alcanzando una temperatura tan alta que
todo el mundo consideró que había que afinar estrategias. Los cenetistas se
reunieron en Lérida, lejos de la autoridad de Martínez Anido. Por su parte, del
lado de los patronos y el Libre se comenzó a mascullar la idea de que, si no se
podía ir contra muchos de los cenetistas por estar protegidos o escondidos, se
podía atacar su eslabón legal, es decir: sus abogados. Primero les enviaron
anónimos conminándoles a abandonar la defensa de los presos anarquistas; cuando
esto no funcionó, dieron en pensar que matando a tres o cuatro, lo mismo los
demás entendían el mensaje.
El 14 de abril por la tarde, José Lastra, un abogado que,
tócate los pies María Luisa, personalmente era un destacado profesional de
derechas, estaba repasando demandas y movidas en su bufete. Un hombre muy
elegantemente vestido, que al parecer incluso llevaba un diamante en la
corbata, se presentó en el despacho, también domicilio de Lastra, en la calle
Diputación, 351, para contratarlo. Una vez delante de él, el tipo le felicitó
por la defensa que había hecho de un obrero acusado de matar a un patrono pero,
continuó con frialdad, éste sería su último trabajo. Dicho y hecho: sacó un
revólver, y descargó el tambor en su cuerpo.
Esa misma noche, Josep Ulled, uno de los pocos abogados que
había reaccionado a los anónimos marchándose de Barcelona pero que acababa de
volver, fue atacado en su domicilio. Resultó herido pero su ordenanza,
Francisco Estrada, fue muerto.
Como es lógico, el Colegio de Abogados puso el grito en
Waterloo, y en el Parlamento de Madrid hubo encendidos debates de ésos sobre
los que la gente suele creer que salen cosas concretas y sirven para algo. Los
instigadores de la campaña contra los abogados, sin embargo, prosiguieron
impasible el catalán. Incluso, aprovechando que el abogado cercano al
anarquismo Eduardo Barriobero, que había sido diputado ya tres veces, visitaba
Barcelona, planearon matarlo. Pere Màrtir Homs, un nota de cojones, era quien
tenía que cargárselo; pero a Barriobero lo llamaron a Madrid por alguna
quisicosa, y no hubo.
Inasequibles al desaliento, decidieron ir a por Joan
Casanovas, un pasante que había estado muy relacionado con el cojo Layret. Unos
pistoleros lo esperaban en la acera de enfrente, a la salida de su domicilio, y
le dispararon. Casanovas, sin embargo, llevaba dentro un Steven Seagal, tal vez
sin saberlo, porque se parapetó en el portal, sacó su propia pistola, y los
mantuvo a raya hasta que llegó la bofia.
En medio de todo ese merdé, el día 24 a las fuerzas vivas de
Barcelona, algunas de las cuales, por lo que se ve, usaban la racionalidad
menos que Eduardo Garzón los textos de Samuelson, no se les ocurrió otra cosa que
organizar un acto público moñas-moñas (la entrega al Somatén de una bandera del
Santo Cristo bordada por damas de Madrid), e invitar al rey. Alfonso XIII, que
tampoco es que anduviese muy sobrado de neuronas, confirmó su asistencia; los
anarquistas, lógicamente, decidieron que era el momento de hacer triplete: el
rey, Martínez Anido y Arlegui en el mismo atentado.
Así las cosas, fabricaron una bomba que, simplemente,
arrojarían a la tribuna de honor del acto. Que en el tema estaban de hoz y coz
nuestros particulares Bonnie & Clyde con barretina, Sales y Benavent, lo
demuestra que la bomba fue ocultada en La Farinera. Como red de seguridad,
también inspiraron la colocación de una cuña de acero en la vía férrea a su
paso sobre el río Llobregat, para cuando menos provocar el descarrilamiento del
expreso en el que el rey habría de volver a Madrid (el rey, y Martínez Anido,
puesto que el gobernador civil, en las visitas del rey a Barcelona, lo
acompañaba hasta el límite de la provincia). En paralelo, además, otro grupo
preparaba el asesinato de Emili Vidal-Ribas, jefe del Somatén del denominado
Distrito VI, su peor enemigo.
La cosa, sin embargo, salió como el culo (dicho sea,
lógicamente, desde el punto de vista de los terroristas).
Los terroristas habían sido informados de que Joan, el
hermano de Emili, iba a ir el día 23 al apeadero del Paseo de Gracia para
recoger la banderita de los cojones que llegaba de Madrid. En la mañana, dos
anarcos comenzaron a vigilar el almacén propiedad de la familia Vidal-Ribas, en
la céntrica calle Mercaders.
A la hora del Ángelus, más o menos, Joan Rius, chófer de la
familia, conduciendo el coche también familiar, llegó y se paró delante del
almacén. Juanito salió por la puerta y fue a entrar en el vehículo, cuando
sonaron unos disparos, todos dirigidos hacia él; Joan murió ya en el
dispensario. Esto, sin embargo, no detuvo la convocatoria del acto.
El día de la ceremonia, 24, y tal y como ya he apuntado en
la última de las tomas “antiguas” de la serie, Joan Baptista Acher, El Poeta; y Josep Pérez, El Mula, del grupo de la calle Toledo; y
Pere Vandellós, secretario del comité local, alquilaron en la plaza de Cataluña
el taxi 856-8, cuyo conductor se llamaba Manuel Roca. Iban los tres vestidos
como burgueses acomodados, y le encargaron a Roca que los llevase a Sant Feliu
de Llobregat. En Pedralbes recogieron a Roser Segarra y Joan Elías Saturnino.
En Sant Feliu compraron cerillas en un estanco (que
lógicamente necesitaban para la bomba). Luego se dirigieron a La Farinera. Ya
con la bomba, regresaron a Barcelona. Cerca ya de la ciudad pararon, sacaron al
taxista a empellones, le dieron una mano de hostias, y continuaron solos.
Segarra y Saturnino se bajaron antes y los demás siguieron.
Los terroristas, sin embargo, no habían contado con que la
Policía cerrase el Paseo de Gracia. Entonces esta medida de seguridad que hoy es
básica no era habitual; pero ese día se tomó. Ante la imposibilidad de
acercarse con la bomba, decidieron hacerse un Vin Diesel e inmolarse.
Esperarían cautelosamente aparcados y, en su momento, se lanzarían a toda pastilla
con el vehículo.
En la calle Aragón,
sin embargo, se produjo el máximo de acercamiento que pudieron. El resto estaba
ocupado por gentes y coches. Fue entonces cuando decidieron dejar el taxi con
el motor en marcha para que se incendiase y provocase la explosión de la bomba.
Como ya he contado, sin embargo, aparcaron delante de un garaje. En cuanto el
motor comenzó a echar humo, los mecánicos del establecimiento lo apagaron.
Mientras los mecánicos descubrían la bomba y ésta era sigilosamente
retirada por la Policía, los cenetistas, sin saber en realidad qué había
pasado, se fueron a la calle Toledo. Para entonces, sin embargo, estaban tan
mal informados que ni siquiera sabían que el rey, finalmente, no había ido
a Barcelona; así pues, ni él ni Martínez
Anido iban a estar en el expreso que pretendían descarrilar. Como obviamente no
se produjo ninguna noticia sobre una explosión en el Paseo de Gracia, ya casi
de noche colocaron la cuña en la vía del tren. Sin embargo, hasta esto les
salió mal, pues una adolescente casquivana habría de hacer fracasar el
proyecto. Un guardabarrera de la zona estaba, en la noche, preocupado porque su
hija no había regresado a casa. Buscándola, caminó por la vía y vio la cuña,
que pudo ser retirada a tiempo.
El día 28 de aquel mes, la CNT celebró reunión en Barcelona,
en el Poble Sec, continuación de la de Lérida ya apuntada. Para entonces Andreu
Nin ya presidía los encuentros. El ambiente era abiertamente pesimista. El
propio Nin, que había sufrido un atentado en un bar, temía por su vida. Nin,
quien al fin y al cabo era un revolucionario de libro más que un anarquista al
estilo pantumaca años veinte, consideraba que la salida no era continuar con
los atentados, sino alentar un levantamiento popular. La CNT seguía siendo
miembro de la III Internacional, por lo que, cuando menos formalmente, podía
esperar ayuda de la URSS. En aquel entonces, sin embargo, ya se había producido
el famoso informe de Ángel Pestaña sobre las enormes diferencias entre el
bolchevismo y el anarquismo, así pues el proceso de separación de la CNT
respecto del marxismo había comenzado. Pero eso Nin se lo calló, probablemente
porque no creía en dicho distanciamiento.
La reunión, en todo caso, aprobó el proyecto de instilar la
revolución en Cataluña (cuando menos). Nombraron a Nin, a Jesús Ibáñez, a Hilario
Arlandis y a Joaquín Maurín para que fuesen a Rusia. Esta delegación logró
cruzar Europa sin documentos, como Los Rodríguez, a pesar de que el gobierno
español había ofrecido una recompensa internacional de un millón de pesetas a
quien atrapase a los asesinos de Dato y, entonces, la implicación de Nin en el
atentado se daba como cosa hecha.
En Moscú, los anarquistas fueron recibidos por León Trotsky,
puesto que, como Comisario de la Defensa que era, era quien les podía facilitar
armas y explosivos. Trotsky, quien además de ser un revolucionario profesional
conocía España, hizo una sola pregunta: ¿se había infiltrado el movimiento
revolucionario en el Ejército? Al confesar los anarquistas que no, les dijo que
no había nada que hacer. Los anarquistas, pues, regresaron de Moscú con las
manos vacías, aunque dejaron allí a Nin de enlace. En su estancia moscovita,
Andresito terminaría de hacerse marxista.
El fracaso de las negociaciones de Moscú, aunque es cierto
que sólo fue conocido por una elite muy estrecha de dirigentes, tuvo el efecto
no muy positivo para el anarcosindicalismo de darle la razón a sus miembros más
radicales, más terroristas. Todos aquellos que defendían que no había otra solución
que agarrar el cuchillo de capar gorrinos y empezar a sajar criadillas a
cascoporro se sintieron avalados por el niet
soviético. ¿Estaban solos? Pues continuarían solos. Lucha armada hasta
dejar a la burguesía sin miembros y sin fuerzas.
Muy bueno. Gracias por recuperarlo (y por no hablar mucho del Far West ;-D)
ResponderBorrarun disfrute, como siempre. Deseando leerlo todo.
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