La huelga de la Canadiense
Brabo Portillo y Pau Sabater
The last chance
Auge y caída del barón de König
Mal rollito
Martínez Anido y la Ley de Fugas
Decíamos ayer...
Una masacre fallida y un viaje a Moscú
La explosión de la calle Toledo
El fin de nada
La debilidad de Anido y el atraco del Poble Nou
Atentado a Martínez Anido
La nemesis de Martínez Anido y los planes del Noi
Han mort el Noi del Sucre
La violencia se impone poco a poco
¡Prou!
Coda: el golpe que "nadie" apoyó
Los ambiciosos planes que Salvador Seguí había diseñado para la CNT, un Estado dentro del Estado sin reglas de Estado, generaron un intenso, y a menudo agrio, debate en el rosario de asambleas y reuniones desplegado en enero y febrero de 1923. Allí donde los grupos de afinidad, los pistoleros, eran más fuertes, las ideas de Seguí eran puestas en solfa, bajo acusaciones de que no harían otra cosa que fortalecer el capitalismo. Los rabiosos argumentos esgrimidos por estos grupos contra Seguí encontraban altavoces interesados entre la burguesía y los patronos, encantados de arrearle patadas en las canillas al proyecto cenetista. Se dijo, de nuevo, que Seguí se estaba enriqueciendo, cuando, en realidad, era justo lo contrario; colocado como estaba en la lista negra de los patronos, apenas conseguía trabajo.
El día 1 de febrero, la situación pareció a punto de una nueva escalada, tras el asesinato del miembro de la CNT Felipe Jiménez. Jiménez había tenido un encontronazo con su capataz, Francisco Rabal, del Libre. Los dos iban armados, así pues lo que normalmente hubiera terminado con alguna nariz rota todo lo más acabó con un cadáver sangrando en el suelo. En el entierro multitudinario, el día 5, un camión trató de pasar por en medio de la comitiva y, como le cerrasen el paso, el conductor, Mariano Lamarca, tiró de pipa; los del entierro respondieron de la misma manera, dejándolo malherido.
A pesar de este ambiente cada vez más enrarecido, los sucesivos comités que se iban reuniendo iban aprobando, casi en todos los casos, el plan Seguí. De hecho, el Sindicato de la Madera inauguró una escuela nocturna el 16 de febrero. Sin embargo, el 21, el miembro del Libre Josep Bruguerolas, acompañado de Carles Baldric y José Elías, se presentó en la puerta de una fábrica para repartir octavillas. Como quiera que la mayoría de los obreros que salían no se los cogían, se cabreó y comenzó a insultarlos. La cosa terminó a tiros hasta que llegó la Guardia Civil.
Los grupos de afinidad, mientras tanto, trataron de organizarse. El día 23, se reunieron en una casa de comidas llamada La Tranquilidad. Nombraron un comité para organizar su lucha armada, en el que estaban Aurelio Fernández y Ricardo Sanz, ambos miembros de Los Solidarios, grupo que, en realidad, llevaba la voz cantante.
Al día siguiente, en circunstancias que no se aclararon, Amadeo Campí, líder del Libre en el sector del Agua, fue asesinado. Lo mataron mientras tomaba café en el bar El Apeadero de la calle del Clot. Es posible que fuese un atentado preparado por Pere Homs para hacerlo pasar por atentado anarquista y hacer estallar la guerra. Aquellos de los patronos que la deseaban, de hecho, estaban en una posición cada vez más difícil desde que en la propia patronal se había conseguido el cese de Feliu Graupere.
A pesar de ello, entre la clase patronal catalana, entonces plenamente integrada en la actuación violenta realizada por los sindicalistas, había muchos elementos que habían decidido que su peor enemigo, en realidad, era Seguí. Detrás de la estrategia de El Noi del Sucre estaba la mejora de las condiciones de los obreros, por no mencionar que sus reivindicaciones podían aspirar con fuerza a concitar la simpatía de muchos ciudadanos, también burgueses. La política catalana, como toda política basada en el nacionalismo, siempre se ha basado en la existencia de una elite que busca sus intereses particulares a base de convencer a otros de que está buscando intereses colectivos. La predominancia de la Lliga Regionalista en la política catalana de los años veinte del siglo pasado sólo se explica a través de los miles y miles de pequeños burgueses que compraban la teórica de los derechos inalienables de Cataluña, vendida por unos tipos que, en realidad, lo que iban buscando era sus dividendos. Si Cambó dijo aquello de “¿Monarquía? ¿República? ¡Cataluña!”, bien pudo haber dicho: “¿Madrid? ¿Barcelona? ¡Cambó!” Jordi Pujol no cayó del cielo.
Seguí no estaba seguro; pero tampoco estaba protegido. A decir verdad, da la impresión de que su decisión fue tratar de salvarse a través de la exposición y la fama. Cuanto más grande se hiciese su figura, debió pensar, más difícil se le haría matarlo a sus asesinos, que, de todas formas, y yo creo que él lo sabía, eran una minoría radical empresarial.
En la calle Mendizábal de la capital catalana había un burdel regentado por una mujer, Teresa Aguado, que era una radical seguidora de Seguí; se conocían, al parecer, de los años jóvenes del Noi, cuando éste se dedicó a “predicar” entre las putas su liberación de dicha profesión. Cuando Seguí se quería reunir con alguien discretamente, lo hacía allí, rodeado de putas. A finales de febrero tuvo una de esas reuniones, pero alguien se fue de la mui. Por ello, Blas Martín, quien había matado ya a Jaume Rubinat, se apostó cerca de la entrada, acompañado, quizás, por Miguel Fernández, Bernardo García y otro pistolero llamado Lasarte. Sin embargo, Seguí salió por detrás, probablemente porque alguna prostituta se coscó de la movida y le dio el queo.
Desanimados ante el hecho de que los pistoleros se hubiesen dejado ver, los instigadores del asesinato buscaron a alguien más profesional. Ése no podía ser otro que Pere Mártir Homs; y Homs, por su parte, pensó inmediatamente en Inocencio Feced. Seguí había dicho varias veces que Feced era un confidente, que no era de fiar; así pues, éste tenía razones para pensar que su desgracia en círculos anarquistas tenía un culpable. Para él, matar a Seguí era abrir una oportunidad para congraciarse con el Libre, que tampoco quería saber nada de él en ese momento porque sus actividades sindicales le hacían recelar de los amigos de la Policía.
Homs y Feced, vigilando a alguien que era muy fácil de seguir, acabaron por descubrir que su cafetería preferida se llamaba El Tostadero, en la plaza de la Universidad, donde solía encontrarse con Paronas e incluso con Companys.
El jueves, 8 de marzo, Pere Foix, un dirigente sindical de la CNT, le pidió una cita a Seguí. Estaba inquieto porque tenía noticias de unas primeras reuniones para preparar un golpe militar. Ese día, el Noi se fue, como tenía previsto, a Tarragona; pero se citó con Foix el sábado 10 a las siete y media de la tarde, en el Centro Obrero de la calle del Olmo. El viernes 9 por la noche, de regreso en Barcelona, estuvo con su mujer Teresa y su hijo Heleni viendo una función de teatro, invitado por Casanovas. A la salida, Seguí tomó un taxi hacia su casa en el barrio de la Sagrada Familia. Los pistoleros, que ya le seguían, tomaron otro coche. La actitud de Seguí, obligando a su mujer y a su hijo a entrar en el portal antes de pagar el taxi, sugiere que se había dado cuenta de que les seguían. Sin embargo, el coche de los pistoleros pasó de largo.
Aquello dejó bastante claro para la mujer de Seguí cuál era el destino de su marido. Yo doy por lógicamente probable que toda aquella noche intentase convencerlo de que buscase protección o, incluso, de que abandonase sus actividades; pero, obviamente, no lo logró. Al día siguiente, a la hora de la comida, Salvador salió de su casa.
Se vio con Lluis Companys en el Tostadero; necesitaba pasta y, como le había pintado el piso, Companys le pagó. Luego, el Noi quería visitar a su madre y, después, ir a la cita con Foix. Un camarero del bar, sin embargo, había sido untado por Homs para informar de cuándo Seguí estaría allí. El sindicalista se había quedado jugando algunas partidas de billar. Los pistoleros se apostaron en la plaza de la Universidad, aunque resolvieron no atentar ahí contra él. Había muchos niños jugando, así pues la probabilidad de que alguno resultase herido era alta.
Finalmente, Seguí salió acompañado de Françesc Comas Paronas; al parecer, quería ir con él al médico, nunca se ha sabido por qué. Ambos sindicalistas fueron a la calle Cadena, donde Seguí compraba sus pinturas, para pagar el material de la casa de Companys. En la esquina de San Rafael, entraron en un bar llamado La Trona. Los pistoleros decidieron que sería allí.
A las siete y cuarto, Seguí y Paronas salieron del bar. Un pistolero se les colocó delante. Otros dos dispararon por la espalda. Seguí trató de sacar la pistola, pero varios balazos dieron con él en el suelo, donde Feced lo remató de un tiro en la nuca; cayó muerto delante de la puerta de un estanco y a los pies de Luis Meléndez, que en ese momento era el campeón de España de marcha atlética y que lo había visto todo (y que, por cierto, corrió despavorido hasta refugiarse, en la calle Pintor Fortuny, en la entonces sede del FC Barcelona). Comas corrió a una carnicería en el número 17, en cuya trastienda se desplomó, herido.
En la calle había una mujer herida en una pierna: Margarita Miquel, entonces de 66 años.
Nadie sabía muy bien qué hacer. De hecho, Seguí permaneció largo rato tirado en la calle sin que nadie lo tocase; hasta que llegó María, la mujer de Ángel Pestaña, que vivía cerca, y bajó una sábana para taparlo.
La muerte de Seguí conmocionó a media Barcelona; a las putas del local de Teresa Aguado, sin ir más lejos, que no tardaron en cubrir la mancha de sangre con flores. Pero, las cosas como son, a la otra media le pareció una noticia cojonuda. Y entre esa media, aunque ahora no les guste mucho recordarlo, había muchos anarquistas. Aquéllos que veían en la estrategia de Seguí un obstáculo para la revolución, o bien se alegraron sin ambages, o bien mantuvieron una calculada indiferencia. En cuando a las fuerzas burguesas, la verdad, teniendo en cuenta su elevada capacidad de creer en los unicornios amarillos, tampoco ha de extrañar que se alegrasen de la muerte del único tipo con capacidad real de normalizar las relaciones entre obreros y patronos en Cataluña.
Aquella misma noche, la CNT nombró nuevo secretario del Comité Nacional en la persona de Juan Peiró, un vidriero seguilófilo.
A la mañana siguiente, la muerte de Seguí fue primera página en toda la prensa española, incluyendo la del Libre. El lunes 12, el gobernador Raventós ordenó que el sindicalista fuese enterrado en secreto, para evitar manifestaciones. El director del cementerio civil de Montjuïch se negó a enterrar a alguien sin el consentimiento de la familia. A Teresa Muntaner, sin embargo, no le dejaron acudir; tuvo que hacerlo el hermano de ésta y Heleni, el hijo.
La CNT, enterada, amenazó con un paro general si la jugada se repetía con Paronas, quien todavía agonizaba. Comas murió al día siguiente, martes 13, en medio de la huelga que había comenzado. Esa noche hubo un gravísimo incidente entre sindicalistas y Policía, con varias víctimas. Al día siguiente, miércoles, la CNT convocó una manifa en la plaza de Cataluña. Las crónicas dicen que no cabía ni un pedo. Bajaron hasta el gobierno civil, donde Raventós se disculpó por el entierro clandestino de Seguí, y se comprometió a no repetir la jugada con el de Comas si paraba la huelga. El paro se terminó en minutos. El domingo, en el entierro de Paronas, hubo una manifestación de unas 200.000 personas (de las de verdad, no de las contadas por los partidos políticos y sindicatos actuales).
El nombramiento de Peiró demuestra bastante claramente que la intención de los cenetistas era mantener la línea de Seguí. De hecho, desde el primer momento Peiró se desgañitó haciendo llamamientos a no caer en provocaciones y no hacer uso de la violencia. Pero eso, la verdad, no es lo que iba a pasar.
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