La huelga de la Canadiense
Brabo Portillo y Pau Sabater
The last chance
Auge y caída del barón de König
Mal rollito
Martínez Anido y la Ley de Fugas
Decíamos ayer...
Una masacre fallida y un viaje a Moscú
La explosión de la calle Toledo
El fin de nada
La debilidad de Anido y el atraco del Poble Nou
Atentado a Martínez Anido
La nemesis de Martínez Anido y los planes del Noi
Han mort el Noi del Sucre
La violencia se impone poco a poco
¡Prou!
Coda: el golpe que "nadie" apoyó
Ha habido algunas veces que lectores de este blog me han sugerido que rematase la faena empezada ahora hace unos cuantos años (14, que se dice pronto), y terminase de relatar la historia del pistolerismo catalán. Esa demanda es bien, en mi opinión. Resulta justa, aunque no sé si necesaria; pero, desde luego, considero mi deber, ni tanto mi salvación, atenderla. Así pues, aquí estamos.
Matización técnica. Esta toma no es exactamente la continuación de la anterior. Es, en algunos aspectos, ampliación de la misma. Creo que en la que ya es penúltima toma publicada de la serie apenas apunté algunas cosas que yo creo que merecen un poco más de desarrollo, y aquí lo abordo.
La generalización de acciones del pistolerismo y la aplicación de la ley de fugas tuvo como consecuencia generar una lógica sicosis colectiva entre todos aquéllos que estaban, o podían estar, de alguna manera implicados en las acciones. La situación caótica y de desesperación se quintaesencia muy bien en la muerte del cenetista Llorenç Planas, el 17 de enero de 1921. Aquel día, Lorenzo se encontraba en su bar preferido de la calle San Pedro Mártir. Otro obrero entró en el local y le habló en voz baja. Ambos salieron normalmente del local, lo cual siempre hizo pensar a los cenetistas que eran amigos. En la calle le esperaban tres pistoleros que lo pasaportaron. Es decir: ya ni de los amigos, tal vez conmilitones, podías fiarte.
Al día siguiente, en la carretera de La Verneda, caminaba
un chico de diecisiete años, Antoni Vergés, hacia la empresa Viuda de Puig
donde trabajaba. A tan tierna edad, Toño era miembro del Libre, y sabía que la
CNT había puesto precio a su gañote. De frente venía un carro en el que iba
Joan Sitges, miembro del Somatén y que, precisamente por eso, se sentía igual
de amenazado que Vergés. Como quiera que vio al paseante llevando siempre la
mano en el bolsillo de su blusa (en efecto, el adolescente del Libre iba
siempre por calle con el dedo en el gatillo de su pistola), decidió no esperar
y le disparó. En honor de Sitges, hay que decir que, cuando se acercó al herido
y pudo saber que no era cenetista, él mismo lo llevó al dispensario. Sin embargo,
alguien había de morir por esa causa: José Sanjuán, que había presenciado el
hecho en la distancia, creyó que Antoni Vergés era, en realidad, su hijo, que
lo habían matado, y sufrió un ataque al corazón que acabó con él.
El día 24, por otra parte, llegó la acción más temeraria del
Libre. Ocurrió en la calle de Ginebra, sede en aquel entonces de la Fundición
Aleixandre; en la Barceloneta, si no estoy muy errado. Era una empresita petada
de anarquistas. Media decena de pistoleros del Libre se apostaron en la calle
en el momento de la salida del curro y dispararon al estilo de las matanzas de
la Mafia estadounidense. En la balasera murió Ramón Lloveras y quedaron heridos
Francisco Vizcaíno y Emilio Fuentes. El disparo fue tan indiscriminado que
resultaron heridos dos niños: Elías Vidal y Francisco Marcos. La CNT, sin
embargo, no se paraba en barras. El que Barcelona había bautizado como el hombre del impermeable gris, el
asesino del inspector Espejo, acabó ese mismo día con la vida del industrial
Antonio Parejo; signo claro de que la Policía, pese a que muy probablemente
aquel hombre era la pieza más codiciada de Arlegui, aún no había podido
encontrarlo. A la misma hora, sin embargo, unos pistoleros disparaban sobre los
anarquistas Sebastià Canal y Antoni Cruzat.
El principal problema para los anarquistas en ese momento,
su debilidad frente al Libre, el Somatén y la Policía, era su anárquica (sic)
organización. Los enemigos del anarquismo le habían golpeado tantas veces, y
tan duramente, que, en la práctica, la organización sindical que vertebraba las
acciones terroristas del sindicato ya no existía. Los tiempos en los que los
pistoleros se organizaban por sindicatos, secciones o por empresa habían pasado
ya; en 1921, cada grupo de pistoleros de la CNT tendía a estar formado por
personas que se conocían y que, unas y otras, habían llegado a la conclusión de
que la dirección del sindicato estaba siendo demasiado blanda con la situación
y que había que actuar; y lo hacían por su cuenta. Pero al hacerlo por su
cuenta, todo estaba deslavazado, desorganizado, y con ello el
anarcosindicalismo perdía capacidad de golpeo y respuesta. En general, se habla
de tres grandes grupos: el de Santa Catalina, nucleado en Lluis Dufur, alias
Larrosa; el de Françesc Martínez Valls, propietario de una taberna en la calle
de Valencia, que incluso tenía un campo de instrucción en Montjuïch. Y, por
fin, el más efectivo de todos, creado por una pareja: Viçenç Sales y Roser
Benavent. Tanto Sales como Benavent eran, se podría decir, talibanes del
anarcosindicalismo. Se especializaron en captar a gente muy joven que,
precisamente por eso, no hubiera tenido literalmente tiempo de estar fichada
por la Policía; era la suya, pues, una organización de liberados. Se especula con que llegaron a ser varias decenas, pero
sólo los dos organizadores conocían la lista completa; así pues, dos miembros
de la organización podían incluso ser compañeros de trabajo y desconocer su
vinculación. Su punto de reunión era la casa de Sales, en el barrio de Sants,
calle de Toledo número 10. Allí, el padre de Sales les daba conferencias. Roser
Benavent montó un taller de modista, algo bien pensado porque así no sería
sospechoso el trasiego de gente, sobre todo chicas, joven.
Sales y Benavent eran muy jóvenes, pero eran unos
clandestinos natos. Segmentaron a sus militantes en tres grupos: los autores
intelectuales de los atentados, los que elaboraban las bombas y el material, y
los que los ejecutaban. Consiguieron controlar una masía en Sant Feliu, La
Farinera, donde pudieron guardar su material con más seguridad que en Sants.
Las gentes de estos grupos, que al fin y al cabo se
identificaban las unas a las otras porque siempre tenían el mismo discurso
(esto es intolerable, la dirección son unos nenazas, hay que golpear primero,
etc.) tenían muchos contactos, sobre todo en las tabernas del Barrio Chino, de
casada Raval. Esta nebulosa terrorista cometió nada menos que 18 atentados en
febrero y principios de marzo, los tres más vistosos claramente imbuidos de la
estrategia de Sales. El día 27, fue asesinado el tranviario Ramón Esteve, de
quien se dijo que era un policía infiltrado o, tal vez, un confidente. El 1 de
marzo, en el Poble Sec, en la ubicación del transformador que surtía de
electricidad al Paralelo, los terroristas se situaron de madrugada para volar
la instalación. Colocaron dinamita en el desagüe y le prendieron fuego. La
explosión fue muy aparente, pero ni siquiera hubo apagón. A la llegada de la
Guardia Civil, se les enfrentaron a tiros, pero acabaron huyendo.
Asimismo, planearon matar a Martínez Anido en un acto
oficial. Pusieron una bomba en una alcantarilla, en la calle Wilfredo, para
cogerla en el momento del acto y lanzarla. Pero, al parecer, unos niños que
jugaban por ahí encontraron la bomba y fueron a la Policía (sí, los niños de
entonces jugaban por las alcantarillas).
El 3 de marzo, y casi de casualidad, la Poli cantó bingo.
Realizaron un registro en el segundo piso de la casa de la calle de la Marina,
137. Era el domicilio de un tal Ángel Fernández, pero la Policía tenía algunas
confidencias relativas a alguien sospechoso que viviría realquilado en la casa.
Efectivamente, alguien vivía allí realquilado, y en su habitación encontraron
sellos de la CNT y otra documentación. El inquilino era Evelio Boal, secretario
del Comité Nacional de la CNT. La Policía, sin embargo, no fue capaz de
identificarlo y, tomándolo por un pringao del montón, lo mandó al maco sin más.
La detención de Evelio Boal es la que provocaría el ascenso
a su lugar de un prometedor periodista anarquista llamado Andreu Nin.
Como ya he dicho en una toma anterior, la gran respuesta de
la CNT al hostigamiento de que estaba siendo objeto fue matar al primer
ministro Eduardo Dato, el 8 de marzo de 1921, en Madrid; pero también he dicho
que este suceso merece ser tratado de forma específica, así que por el momento,
como en las recetas de Arguiñano, lo vamos a apartar. Y haremos bien en
apartarlo porque, la verdad, la muerte de Dato no cambió las cosas. La verdad, los anarquistas habían sido, y
seguirían siendo, de una inocencia digna de peor fin al considerar que el poder
capitalista burgués era una hidra que se quedaba jodida si se le extirpaba la
cabeza. El poder político, lejos de ello, es una hidra a la que, si le cortas
la cabeza, lo normal es que le crezca otra. Sin más. De hecho, en la lectura
barcelonesa, no sólo Dato fue lógicamente sustituido en la presidencia del
Gobierno; sino que, además, en el particular universo catalán, nada cambió.
Preguntado pocas horas después del atentado Martínez Anido sobre las
consecuencias del atentado para él, el general contestó fríamente que para el
puesto había solicitado manos libres y que, consecuentemente, rara vez
consultaba con el gobierno sus decisiones. Así pues, que estuviesen unos y
otros, la verdad, se la sudaba.
Así pues, la presión contra la CNT, e incluso la aplicación
de la ley de fugas, continuó. Las autoridades, además, comenzaron a aplicar el
distanciamiento de presos, enviando a muchos a cárceles en puntos distantes del
país (Marlaska no había nacido todavía, claro).
En la calle Toledo, donde Vicente y Rosario se pulían, se
dieron pronto cuenta de que lo de Dato no había sido cosa digna de ser
destacada; así pues, decidieron que era necesario realizar atentados más
locales. Los hermanos Asdrúbal y Aníbal Álvarez, cuyo padre ya sabemos con
quién iba en las guerras púnicas, se dedicaron a seguir al temible Arlegui, y
descubrieron que iba todos o casi todos los días, a parecida hora, al Gobierno
Civil, es de suponer que para despachar con Martínez Anido. Iba por calle a
pie, eso sí, más rodeado de guardaespaldas que Whitney Houston. El grupo,
buscando un comando de vigilancia poco sospechoso, le encomendó la labor a dos
tías: Josefa Castro y María Fernández. La Policía, sin embargo, sabe apartar
los micromachismos cuando le interesa; se dieron cuenta de que siempre estaban
por las esquinas mirando, y las detuvieron. El atentado tuvo que suspenderse.
No se suspendió, sin embargo, en el caso de uno de los principales
factótum del Libre, Salvador Anglada. Anglada era droga dura: miembro del
Somatén, era uno de los cercanos a Anido. El líder del Llibre era un sobrao de
ésos, que ahora hay tantos, que se creen que Barcelona les pertenece. Eran tan
soplapollas que, estando sentado en la cúspide de una organización cuyos
miembros estaban en el punto de mira de, literalmente, decenas de terroristas
en la ciudad, cenaba todas las noches en el mismo restaurante: el Lyon d’Or, en
la plaza del Teatro, en las Ramblas de abajo. El restaurante era uno de los
sitios más famosos de Barcelona, propietario de Albareda, un avispado hombre de
negocios del espectáculo que, se dice, inventó
a Bella Chelito, un pibón que cantaba cuplés muy subidos de tono durante
los cuales se iba quitando ropa. El Lyon d’Or, hay que reconocerlo, era un
lugar seguro: allí, para entrar a currar siendo de la CNT necesitabas un
milagro conjunto de Jesucristo, Mahoma y Buda.
El 17 de marzo, de madrugada, Anglada salió del restaurante
acompañado de Josep Rafá, su escolta, encargado del bar del Centro Carlista de
Sants. Dos personas, amortajadas en la oscuridad de las esquinas (yo no sé si
alguien más lo ha notado, pero muchas de las esquinas de la Barcelona de
siempre parecen haber sido concebidas por sus arquitectos para esconder gente),
dos personas les siguieron. Según todos los indicios, se trataba de Ferrán
Sánchez Rojas, más conocido como El Negre
de Gràcia; y Joan Baptista Acher, alias El
Poeta, quien ya ha visitado estas notas. Al rato de andar por Barcelona,
Anglada y Rafá acabaron por percatarse de los que les seguían; siguieron
caminando, muy pendientes de ellos. En la plaza de España se cruzaron con un
tipo que, según los testimonios, era Magí Marimón, otro miembro del grupo
Sales/Benavent, como los otros dos. Al pasar junto a Anglada, Marimón se quitó
la gorra: la señal para marcar. Se montó la consiguiente balacera, en la que
Anglada terminó en el suelo, sangrando. Sin embargo, sólo estaba herido.
A pesar de este éxito parcial, lo cierto es que el Sindicato Libre estaba haciendo avances muy significativos en la afiliación de trabajadores, que habitualmente le robaba a los anarquistas. Eran los libres gentes de afiliación carlista, y tan claro es que eso nunca ha desaparecido de Cataluña que, hoy en día, buena parte de sus trazas son reconocibles en las fuerzas políticas más votadas. Puede que muchos obreros catalanes se hiciesen del Libre por puro miedo o conveniencia; sobre todo, cuando el sindicato conseguía imponerse mayoritariamente en una plantilla, seguir siendo anarco era un peligro muy difícil de enfrentar por la mayoría. Pero, además de estas razones pragmáticas, lo que tal vez se olvida demasiado a menudo, sobre todo por la historiografía oficial que, como casi toda historiografía oficial, convierte el pasado en una historia de buenos y malos (el pistolerismo catalán es una historia de malos y peores); ahora que, como digo, el Sindicato Libre se ha convertido en el malo de la película, resulta difícil hacerse a la idea de que muchos obreros modestos barceloneses y catalanes fueron, hace ahora cien años, proclives a formar parte de esa organización porque estaban convencidos. Por lo demás, el Libre, como sindicato apoyado por el poder, se aprovechó del hecho de que el oficio de pistolero es precisamente eso: un oficio. Puede que empieces en él por ideología y tal y bla; pero, al final, repartiendo hostias y matando gente, lo que pasa es que, como estás sometido a riesgos muy superiores, también tu salario es superior. Pistoleros que habían prestado sus pistolas a la causa anarcosindicalista se habían convertido, simplemente, en personas que ya no sabían vivir de otra manera. Si el Libre los alquilaba a buen precio, pues bien.
¿Por qué ha cambiado de números romanos a indios?
ResponderBorrar¿Es usted francés? ¿No se avergÜenza?
Jajajajajaj