The last chance
Auge y caída del barón de König
Mal rollito
Martínez Anido y la Ley de Fugas
Decíamos ayer...
Una masacre fallida y un viaje a Moscú
La explosión de la calle Toledo
El fin de nada
La debilidad de Anido y el atraco del Poble Nou
Atentado a Martínez Anido
La nemesis de Martínez Anido y los planes del Noi
Han mort el Noi del Sucre
La violencia se impone poco a poco
¡Prou!
Coda: el golpe que "nadie" apoyó
En efecto, el otro comando de Los Solidarios sí que había logrado su objetivo. Estaba formado por Gregorio Suberviela, El Torinto, y Antonio del Toto. Llegaron a la ciudad en plenas fiestas, y pronto localizaron a su víctima, que casi nunca salía de casa y, si lo hacía, estaba fuertemente escoltado en todo momento.
El 17 de mayo, sin embargo, González Regueral decidió ir al
teatro, a ver El rey que rabió. Los
terroristas se apostaron en la puerta y tuvieron la suerte de que su víctima
decidió marcharse antes de que terminase la función. Lo acribillaron antes de
que llegase a la calle.
Dos días después, el 19, y ya en Barcelona, un grupo de
anarquistas recibió el queo de que estaban en la ciudad Bernat Armengol y Lluís
Alberic, dos veteranos miembros del grupo del barón de König. Cuatro
activistas, quizás entre ellos Antonio Matenza, alias El Portugués, se apostaron en la calle de La Barceloneta, les
esperaron y dispararon. Alberic murió en el acto, Armengol algo después, en el
dispensario.
Con todo, en aquel momento lo que más impacto tenía sobre
los barceloneses era la huelga de transporte. Nada se movía en la ciudad, ni
siquiera se recogía la basura. La CNT, por aquello de no perjudicar a la clase
trabajadora (que es la única que come, por lo visto), autorizó un reparto de
víveres con camiones, una especie de servicios mínimos. Pero todos esos
camiones circularon con grandes carteles que anunciaban que era la CNT la que había
permitido que circulasen. Aquello era una muestra de poder que impresionó a los
barceloneses.
A pesar de todo, como hemos visto, en realidad aquella
huelga había estallado porque los empresarios habían querido (esto, por cierto,
y es una nota para pardillos, pasa bastantes más veces de lo que se cree); en
consecuencia, las soluciones nunca llegaban. Con precisión de cirujano, los
patronos aceptaban ésta o aquélla reivindicación, pero se encastillaban en las
importantes.
El día 27, los grupos de afinidad se hicieron presentes en
el conflicto matando a tiros a Salvador Úbeda y Joaquim Oller, el primero
encargado, el segundo un empleado, de una consignataria con nombre de despacho
de abogados de Los Ángeles: Figuerola, Gili, Amat y Cía. Les dispararon
mientras veían un partido de fútbol e hirieron a otros cinco espectadores más.
Las acciones continuaron. Los anarquistas estaban
preocupados porque el Libre estaba a piques de hacer de Badalona una población
sin CNT apenas y, por eso, resolvieron matar al presidente local del sindicato,
Tomás Farreras. El 30 de mayo, un grupo de terroristas lo esperaron en la
estación de la ciudad hasta que apareció con Antoni Poch, un compañero. Los
mataron a tiros y, luego, se subieron al taxi que habían tomado en Barcelona, y
regresaron a la capital.
En Madrid, todo este ambiente había supuesto un serio
desprestigio para Raventós, quien tuvo que dimitir. Lo sustituyeron por Francisco
Barber, un periodista y diputado del partido liberal. Pobre Barber. Lo dejaron
sólo en medio del terreno de juego sin plantilla, sin preparador físico, sin
dinero para fichajes, sin nada. Tomó posesión el 1 de junio, y el día 4 ya se tuvo
que enfrentar a un gravísimo problema de opinión pública por un atentado que,
sin embargo, había ocurrido en Zaragoza.
¿Por qué la muerte del cardenal José Soldevilla era un
problema para el gobernador civil de Barcelona? Pues porque Los Solidarios no lo
mataron por matar a un dirigente de la Iglesia, pues la Iglesia, en realidad,
les daba igual. Lo mataron, y esto quedó bastante patente, porque lo
consideraban un protector del Sindicato Libre.
Francisco Ascaso, tras salir de La Coruña, había recalado en
Zaragoza. Allí había una huelga de banca promocionada por el Libre, y tanto él
como Escartín se convencieron de que estaba amparada por Soldevilla, afirmación
de la que, la verdad, nunca ha habido ni una sola prueba. Los anarquistas, sin
embargo, siempre han tenido la misma capacidad de creer sin ver que tanta
gracia les hace en la gente creyente.
José Soldevilla era una persona rica que solía descansar en
una finca de su familia a las afueras de Zaragoza, llamada El Terminillo; hoy
ha sido engullida por la ciudad. La carretera hacía la finca tenía una de esas
típicas curvas que te hacen pensar que el firme, más que un ingeniero de
caminos, lo diseñó un poeta surrealista. Estaba justo delante de un convento de
monjas y obligaba al coche a aminorar ostensiblemente la marcha. El 4 de junio,
a las dos de la tarde, Ascaso y los de la partida, vestidos como si fuesen mecánicos, se fueron
allí y se sentaron en la puerta del convento. Al tiempo pasó el coche de
Soldevilla, donde iban también su chófer y su secretario, Luis Latre. En el
atentado falleció el prelado y el conductor, Luis Castarena. Latre fue herido.
La muerte del cardenal Soldevilla y de su chófer (porque la
de Castarena no es una baja que suela estar muy presente en la cuenta cuando la
hacen anarquistas; a pesar de que era, por supuesto, un peligroso altoburgués,
Marqués de la Biela y quinto barón del gato hidráulico) conmocionó a España. Al
personal le costó llegar y entender las tibias razones que podía exhibir en
anarcosindicalismo para perpetrar acción del tal calibre; y menos todavía lo
entendió cuando, apenas veinticuatro horas después, caían muertos en Barcelona
un inspector de policía, José Fernández Alegría, escolta de Pere Màrtir Homs; y
Josep Franquesa, miembro del Somatén y del Libre.
Aquella acumulación de cadáveres de difícil justificación,
pues lo de Homs lo sabía poca gente y el resto de razones eran casi
laberínticas, cuando no inexistentes, provocó que muchos barceloneses
pronunciasen el célebre ¡Prou!
El día 6 de junio, esto es, apenas horas después de estas
muertes, unos anarcosindicalistas se apostaron en la calle de San Jerónimo para
matar al presidente de los metalúrgicos del Libre. Se enfrentaron a tiros,
moviéndose hacia la calle de La Cadena, donde vivía Pestaña. Antes de que
llegase la policía, una hija del sindicalista bajó a la calle y, con peligro de
su vida, se colocó entre ambos bandos, conminándoles a parar. Fue, parece ser,
la primera vez que alguien reaccionó contra la violencia pistolerista.
El día 9, desde el Hospital Clínico, debía de salir el
cortejo fúnebre de Franquesa. El entierro fue un contradiós. Acudió mucha
gente, claramente convocada por alguien
(los legendarios incontrolados de
nuestra Historia, siempre tan controlados). Bertrán i Musitu estaba allí,
ostentosamente. Cuando el gobernador Barber fue a ponerse al frente de la
marcha, lugar que le correspondía, alguien se le encaró y gritó que un representante del Único (Único = CNT) no tenía derecho a estar ahí. Al
final del entierro, los somatenistas, mayoría entre el público, profirieron
mueras al gobernador civil. Luego, Barber fue zarandeado. Primo de Rivera, que
estaba presente, intervino; tuvo que acompañar personalmente al gobernador
civil a un coche. Siempre he pensado, la verdad, si no sería en el entierro de
Franquesa cuando el general se convenció de que tenía que hacer algo. A la hora
de analizar esta posibilidad, no se olvide que los somatenistas lo despidieron
con un aplauso cerrado.
A pesar de todos los intentos de Barber, la huelga de
transportes seguía secando Barcelona, mientras la violencia no cesaba. En nueve
días, once atentados. El día 18, Barber y Primo se fueron a Madrid, a despachar
con el gobierno. Al primero, el viajecito le costó el cargo.
El día 21, en la Plaza de Urquinaona, el empresario y
concejal de la Lliga Joaquim Albiñana resultó asesinado por unos anarquistas.
Pero algo había cambiado: la gente que lo vio se fue a por los pistoleros. A
uno de ellos, Rafael Sánchez, lo acorralaron en un portal de la calle de
Lauria, y sólo la oportuna llegada de la Policía evitó que lo linchasen. Y, ojo, que los barceloneses linchando no tienen nada que envidiarle a los parisinos.
Llegadas más o menos las fiestas de San Juan, final de
junio, los grupos de afinidad consideraron que había llegado el momento de dar
un golpe de Estado revolucionario. Al parecer, en Las Planas se entrevistaron
García Oliver y Peiró, a instancias del primero. Oliver consideraba que la
huelga de transportes había puesto a la burguesía de rodillas; pero, conocedor,
como muchos otros españoles (el tema hasta se denunció en las Cortes) de los
movimientos conspirativos de Primo, afirmaba que, si no se les golpeaba ya, se
levantarían y en tres meses había una dictadura militar. Peiró y el resto de
dirigentes presentes, sin embargo, no se convencieron. Y yo creo que tenían
razón (aunque, claro, yo no soy anarquista). La aventura que les proponía
Oliver, que era un peliculero de la hostia, podía llevar a la ilegalización de
la CNT de por vida. Todavía no habían
llegado a España los tiempos en los que puedes montar un golpe de Estado
revolucionario obrero y aun así seguir siendo legal (ese chollo le llegaría al
PSOE en el 34). Peiró sabía que, por muchos militantes que tuviese la CNT, si
asaltaba y poder y resbalaba en el asalto, ya no habría otra.
El día 28, la futura dictadura se promocionó, por así decirlo. Aprovechando la falta del
gobernador civil, alguien (pues en la Administración Pública también hay incontrolados) lanzó una operación por
la que se cerró el Distrito V, hogar de la mayoría de los sindicalistas, y se
detuvo a varios dirigentes, entre ellos Pestaña.
La Policía, además, cantó bingo ese mes de junio con el
apresamiento de Esteban Salamero, un miembro de Los Solidarios que, una vez en
la comisaría, cantó todos los éxitos de los Jackson Five. Con esa información,
la Policía detuvo a Juliana López y, el mismo 28 de la redada en el Distrito V,
a Francisco Ascaso. La totalidad de este grupo hubo de pasar a la
clandestinidad.
A principios de julio, fue nombrado gobernador civil de Barcelona
Manuel Portela Valladares. Como sabe bien cualquier persona que haya estudiado mínimamente la II República,
difícilmente podía el gobierno de Madrid haber elegido un tipo con menos sangre en las venas y más orina en los pantalones. Llegó el 6 de julio con la intención de acabar
con la huelga del Transporte a través de la transacción. De hecho, comenzó casi
inmediatamente a sacar de la cárcel a sindicalistas.
Como suele ocurrir con todos los designios de este político de
tercera inexplicablemente encumbrado a la primera plana de nuestra Historia, el
tiro salió por la culata. Los huelguistas más radicales, embravecidos por esta
prueba de debilidad de la burguesía, decretaron: apreteu. No sólo la huelga del transporte no se acabó; es que se le
unieron otros sectores, como la alimentación. En los primeros diez días del mes
hubo un par de asesinatos y un intento fallido en la persona de Camilo Piñón.
La huelga, sin embargo, terminó el día 12. No terminó, desde
luego, cuando Portela lo consiguió sino, simple y llanamente, cuando los
empresarios que la habían provocado consideraron que habían logrado su objetivo
de debilitar a la CNT. El sindicato, efectivamente, había ganado la huelga.
Pero había quedado en una situación de efectivos, y de efectivo, que le
impedía, por mucho tiempo, volver a plantearse casi cualquier cosa.
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