Éstas son todas las tomas de esta serie. Los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen.
Epílogo: queridos siperos
La postrera víctima del juicio de Stammheim fue Siegfried
Buback, el Fiscal General del Estado. Era la mañana del 7 de abril de 1977,
pasadas las nueve de la mañana. Buback iba en su Mercedes cuando se paró en un
semáforo. Entonces, una moto, con dos pasajeros, se paró a su lado. El
“paquete” llevaba una cartera de la que sacó un subfusil, con el que regó de
balas el interior del coche. Tanto el fiscal general como su chófer resultaron
muertos. En el asiento de atrás iba un inspector de policía, que resultó
gravemente herido; murió unos días después.
Esta vez, como no podía ser de otra manera, el comando que
reivindicó la acción llevaba el nombre de Ulrike Meinhof. Como venganza por su
asesinato de Estado.
La motocicleta había sido alquilada el 2 de abril en
Düsseldorf. El hombre joven que la alquiló dio un nombre falso, pero fue
rápidamente identificado como Günger Sonnenberg. La policía tapizó el país con
su foto y la de otros dos activistas: Knut Folkerts y Christian Klar.
Semanas después, el 3 de mayo, una mujer jubilada residente
en Singen, muy cerca de la raya de Suiza, llamó a la policía para decir que
había reconocido a dos de los varios terroristas buscados por entonces en los rostros de un hombre y una
mujer a los que había visto sentados en la terraza de una cafetería. La policía
comenzó a seguirlos, pero los terroristas se les enfrentaron, hiriendo a dos
agentes de la ley. Trataron de escapar en un coche robado pero, tras una
maniobra equivocada, acabaron en la orilla de un río. Abandonaron el vehículo,
y salieron corriendo. Finalmente, el hombre recibió un disparo en la cabeza, y
la mujer en una pierna. El hombre, gravemente herido, se recuperaría para poder
enfrentarse a un juicio. Era Günter Sonnenberg. La mujer era Verena Becker,
liberada de la cárcel a cambio de un político secuestrado, Peter Lorenz, en
marzo de 1975. El subfusil intervenido a los terroristas era el que había
matado a Buback.
En Stammheim, el fiscal pidió tres cadenas perpetuas, con
quince años adicionales, para los acusados. El alegato de la defensa fue
realizado por los abogados de oficio, pues Baader consideraba que el mejor
movimiento que podían hacer los acusados era abandonar el juicio, y los
abogados seleccionados habían actuado en consecuencia. El equipo de abogados de
oficio, diezmado por la salida de los dos de Ulrike Meinhof y Künzel, que no
quiso hablar como protesta por las escuchas de Baden-Würtemberg, alegó que el juicio debía
declararse nulo a causa de: las escuchas realizadas, por el asunto de la
transferencia de información a la Corte de apelación, y por la falta de
valoraciones médicas de los acusados en los meses anteriores.
El 28 de abril de 1977, tras casi dos años de juicio, y en
ausencia de los acusados, Andreas Baader, Gudrun Ensslin y Jan Carl Raspe
fueron declarados culpables de cuatro asesinatos, 34 tentativas de asesinato,
la colocación de seis bombas, pertenencia a organización criminal, y otros
crímenes. Les cayó la pena pedida por el fiscal.
Desde el día en que fueron condenados, Baader, Ensslin y
Raspe apenas pasaron seis meses en prisión. Su última esperanza se disolvió el
18 de octubre, cuando 86 rehenes de un secuestro aéreo fueron rescatados en
Mogadiscio. Pero antes hay que contar alguna que otra cosa.
A pesar de esta falta de esperanzas, lo cierto es que en Alemania
seguía habiendo una Fracción del Ejército Rojo, probablemente un grupo nuevo,
que realizó varias acciones terroristas. Su primera acción había sido el
asesinato de Buback ya comentado. Tres meses después, uno de los hombres más
importantes del sector financiero alemán, el responsable del Dresdner Bank y
miembro de varios consejos de administración del Ibex teutón, Jürgen Ponto,
fue fatalmente herido en su propia casa de Oberursel. Era la tarde del sábado,
30 de julio de aquel 1977. Una ahijada de Ponto, Susanne Albrecht, se presentó
a visitarlo con un ramo de rosas y dos amigos. Lógicamente, Ponto la dejó
pasar. Un rato después, la mujer del banquero, que estaba en una habitación
contigua al despacho de su marido, escuchó una pelea, y luego cinco tiros.
Ponto murió una hora después, ya en el hospital.
Días antes, Ponto le había confesado a un amigo que estaba
decidido a no permitir que nadie pudiera chantajear a nadie con su persona.
Sabía que era un objetivo lógico de los enemigos del capitalismo, y se había
armado. Los terroristas, en efecto, querían secuestrarlo; él, sin embargo, se
resistió, y por eso lo mataron.
Tanto Albrecht como otros sospechosos que comenzó a buscar
la policía tenían conexiones con Croissant, el abogado demócrata (bueno, más
bien democrático alemán). Buena parte de las personas que se buscaron eran
mujeres, como Sigrid Sternebeck, Angelika Speitel, Silke Maier-Witt o Adelheid
Schulz. Pero también se buscó a Willy Peter Stoll. Croissant había huido a
Francia, donde concedió entrevistas en las que acusó a Alemania de ser un país
fascista. La República Federal, digo. El 30 de septiembre, fue arrestado por la
policía gala.
A estos terroristas de nuevo cuño, más jóvenes, la policía los
conocía como “el grupo Haag”, puesto que sospechaba que el abogado Siegfried
Haag era quien los dirigía.
Los condenados de Stammheim no pasaron a su vida de
condenados en firme. Siguieron en la prisión donde estaban, con bastante
espacio, los libros a su disposición, radios y televisiones, recibiendo
visitas, y la compañía de cinco camaradas de la organización.
El 5 de septiembre de 1977, el presidente de la federación
industrial alemana, Hans Martin Schleyer, fue secuestrado. En la acción de
secuestro, los tres policías de escolta fueron asesinados. Los terroristas
también dispararon a bocajarro al chófer.
Al día siguiente, los secuestradores exigieron la liberación
de prisioneros de la RAF con 100.000 marcos cada uno, hacia un país que
sería anunciado. Los nueve eran: Baader, Ensslin, Raspe, Werner Hoppe, Ingrid
Schubert, Irmgard Moller, Verena Becker, Günter Sonnenberg y los tres de
Estocolmo: Hanna Elise Krabbe, Karl Heinz Dellwo y Bernd Maria Rossner. La policía
sospechaba que los secuestradores habían sido Silke Maier-Witt, buscada ya por
el asesinato de Ponto; y Christian Klar, buscado por el de Buback.
El gobierno no cedió; hubo aplazamientos en el plazo de las
exigencias, pero siguió sin ceder. Los presos fueron aislados totalmente. Un
par de semanas después del secuestro de Schleyer, Knut Folkerts, fue trincado
en Utrecht después de un enfrentamiento en el que mató a un policía. La mujer
que iba con él, Brigitte Mohnhaupt, logró escapar.
A finales de septiembre, con el secuestro todavía sin
resolver, el Ejército Rojo japonés secuestró un avión. Aterrizó el aparato en
Dacca y exigió dinero y la liberación de sus presos. El gobierno japonés
accedió. Este hecho quizás convenció a los alemanes de que lo mejor era
proceder al secuestro aéreo, porque el hecho es que, el 13 de octubre, cuatro
árabes, dos hombres y dos mujeres, se subieron a un Boeing 737 en Palma de
Mallorca, camino de Frankfurt. Tomaron el control del avión.
Lo llevaron a Roma, donde exigieron la liberación de los
presos políticos alemanes. Pero una hora y media después despegaron, sin permiso de la
torre de control. Fueron a Larnaca, y luego a Bahrein, donde les autorizaron a
repostar. De allí fueron a Dubai, donde las autoridades les denegaron inicialmente
el permiso a aterrizar. En Dubai acabarían pasando la noche, esperando la
respuesta a sus exigencias, que eran la liberación de los mismos terroristas que
en el caso de Schleyer, más dos palestinos y mucho más dinero. Si los liberados
no estaban en Yemen, Vietnam o Somalia para las ocho GMT del domingo 16 de
octubre, volarían el avión con todo el mundo dentro. Pasaron otro día y otra
noche allí pero finalmente, cuando quedaban 40 minutos para el final del plazo,
exigieron de nuevo el despegue.
Aterrizaron en Adén, casi sin queroseno, y contra los deseos
de las autoridades sudyemeníes. De hecho, el piloto tuvo que aterrizar en un
plano, porque la pista estaba bloqueada. El capitán, Jürgen Schumann, convenció
a los terroristas de que tenía que salir para comprobar si el avión tenía
daños. Éstos le dejaron pero, cuando le vieron hablar con oficiales yemeníes,
exigieron su regreso y, cuando regresó, lo mataron de un disparo a la cabeza.
El 17 por la mañana, el copiloto llevó el avión a Kuwait,
donde el aeropuerto estaba cerrado; y, luego, en la última etapa, hasta
Mogadiscio, en Somalia. Se dio un nuevo ultimátum hasta las tres de la tarde.
Conforme se acercaba la ahora, los secuestradores se hicieron con las medias de
las mujeres y las usaron para atar a los pasajeros; estaban preparándose para
volar el avión.
En ese momento, la torre de control informó de que el
gobierno alemán había cedido, y que los terroristas liberados volaban hacia
Mogadiscio. Martir Mahmoud, como se hacía llamar el aparente jefe de la banda,
reaccionó con albricias, extendió el plazo y desató a los pasajeros. Le dijo a
la torre: “Espero que esto no sea otro Entebbe”.
Lo era.
Pocas horas antes del final del nuevo ultimátum, aterrizó en
Mogadiscio un avión petado de comandos alemanes, todos miembros del Grezshutz Gruppe Neun o GSG 9, formado
tras el atentado de la Villa Olímpica de Munich en 1972, reforzados con dos
especialistas británicos. Los británicos hicieron estallar granadas muy
luminiscentes al lado del avión; los comandos entraron por delante y por detrás
del aparato. Mataron a tres terroristas, hirieron al cuarto y salvaron a todos
los pasajeros.
En Stammheim, aun privados de sus radios y televisiones y de
acceso a los periódicos, Andreas Baader y el resto de los miembros de la RAF
habían pasado jornadas exultantes, poco menos que esperando, únicamente, la
llegada del alcaide de la prisión con las llaves de la salida en la mano, y una
cartera con pastizara para cada uno.
En la mañana del día 18, cuando la pólvora disparada en
Mogadiscio todavía no había terminado de reposar en el suelo, Andreas Baader,
Gudrun Ensslin y Jan Carl Raspe fueron encontrados muertos en sus celdas.
Baader y Raspe se habían pegado un tiro. Gudrun presentaba
la misma situación que Ulrike Meinhof semanas antes. Una cuarta prisionera,
Irmgard Moller, fue encontrada con cuchilladas en el pecho, pero no en estado
grave.
Por supuesto, la noticia del hallazgo de los tres cuerpos
disparó inmediatamente la reclamación, liderada fundamentalmente por sus
abogados, de que los tres habían sido asesinados por el Estado alemán. Aquello
no dejaba de ser las sospechas (certezas para muchos) surgidas cuando la muerta
fue Ulrike Meinhof, sólo que ahora multiplicadas por tres. Así pues, en la
Prensa sobre todo volvimos a encontrar las crónicas de costumbre, salpimentadas
por las opiniones de buena fuente que siempre exhibe esa raza especial de
hobbit (o sea, de mediano) que solemos identificar, por lo común, usando el
término “tertuliano”.
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