miércoles, diciembre 17, 2025

Ceaucescu (40): El sukoku moldavo




Rumania, ese chollo
A la sombra de los soviéticos en flor
Quiero rendirme
El largo camino hacia el armisticio
Conspirando a toda velocidad
El golpe
Elecciones libres; o no
En contra de mi propio gobierno
Elecciones libres (como en la URSS)
El último obstáculo, el rey
Con la Iglesia hemos topado
El calvario uniate
Securitate
Yo quiero ser un colectivizador como mi papá
Stefan Foris
Patrascanu y Pauker
La caída en desgracia de Lucretiu Patrascanu
La sombra del titoísmo
Gheorghiu-Dej se queda solo
Ana Pauker, salvada por un ictus
La apoteosis del primer comunista de Rumania
Hungría
Donde dije digo…
El mejor amigo del primo de Zumosol
Pitesti
Pío, pío, que yo no he sido
Trabajador forzado por la gracia de Lenin
Los comienzos de la diferenciación
Pues yo me voy a La Mutua (china)
Hasta nunca Gheorghe
El nuevo mando
Yo no fui
Yo no soy ellos
Enemigo de sus amigos
Grandeza y miseria
De mal en peor
Esos putos húngaros
El puteo húngaro
El maldito libro transilvano
El sudoku moldavo
La fumada de Artiom Lazarev
Viva Besarabia libre (y rumana)
Primeras disidencias
Goma
Los protestantes protestan
Al líder obrero no lo quieren los obreros
Brasov
No toques a Tokes
Arde Timisoara
El derrumbador de iglesias y monasterios
Qué mal va esto
Epílogo: el comunista que quiso sorber y soplar a la vez



Ante la continuada cerrazón de Ceaucescu, Kiraly decidió escribir un nuevo texto. Fue, de nuevo, una carta, escrita el 16 de agosto de 1987 y dirigida directamente al secretario general. Acertada y aceradamente, el autor le venía a recordar a Ceaucescu que tenía todo un discurso, que le encantaba sacar a pasear, reclamando los derechos de la población rumana en la Moldavia dominada por los soviéticos; y le venía a decir, con toda la razón, que una cosa era lo mismo que la otra. De hecho, intelectuales húngaros y rumanos ya habían confluido en el pasado en el reconocimiento de lo semejantes que eran sus problemáticas.

Ceaucescu, sin embargo, permaneció impasible el comunista. Ni se planteó frenar o matizar su política de sistematización, como llamaba oficialmente el comunismo rumano a las acciones de reorganización y redistribución territorial. Las cosas como son, la sistematización era, cuando menos en parte, una necesidad objetiva en un territorio como el rumano, que estaba malamente organizado. Se había formulado como proyecto en 1972; pero más o menos durmió el sueño de los justos hasta que en 1988 Ceaucescu lo abrazó. En marzo de aquel año, propuso que el número de municipios que tenía el país, unos 13.000, fuese reducido a un máximo de 6.000 para el año 2000. La sistematización no era un proceso de fusión de municipios (que habría sido lo más lógico). En realidad, contenía un montón de medidas de reasentamiento de personas que quedaban sin hogar porque había villas que, lejos de ser absorbidas por otras, lo que eran, es destruidas. Estos habitantes sin casa por decisión administrativa verían construidas unas cuantas “ciudades agrarias” donde iban a ser realojados.

Tal y como se diseñó el plan en Bucarest, iba a tener un impacto brutal sobre las poblaciones de mayoría o de presencia significativa de húngaros. De hecho, la mayoría de los pequeños asentamientos cuya desaparición se preveía estaban en los distritos húngaros de Harghita y Covasna. En estas zonas se preveía la destrucción de casas, y también de la infraestructura de comunicaciones y eléctrica, para hacer imposible la existencia por la vía de los hechos. En Mures, se hablaba de que la mitad de los asentamientos de ese condado estaban en la lista de los bulldozers, lo cual incluía 150 iglesias y 30 monumentos históricos. Pero no os preocupéis, queridos niños, porque el malo de la película sólo fue Franco, que inundó pueblos con sus presas. Del latrocinio rumano no encontraréis ningún sedicente experto que os diga una palabra.

La enorme presión del Estado rumano sobre los húngaros étnicos residentes en Rumania acabó provocando la fundación de un movimiento: el Foro Democrático Húngaro, que lo tenía muy fácil para escapar de la Securitate, con sólo organizarse en Hungría. Allí fue apoyado, sobre todo, por el político Imre Pozsgay (que sería el candidato de los antiguos comunistas a la presidencia Hungría en las elecciones de 1990). El 27 de junio de 1988, los miembros del Foro se pasearon en manifestación por Budapest; fue la mayor manifestación conocida en Hungría desde los sucesos del 56.

A Ceaucescu le iban a ir con ésas. Sin solución de continuidad, el gobierno rumano cerró el consulado húngaro en Cluj; un gesto que no tenía precedentes entre hermanos socialistas. En un discurso posterior, Ceaucescu informó de que le había enviado una carta al primer ministro húngaro, Karoly Grosz, en el que reclamaba el final de las “actividades nacionalistas y chauvinistas”.

Grosz, sin embargo, estaba bastante más preocupado por caerle bien a los húngaros que por caerle bien a Ceaucescu. Pocos días después, el 30 de junio, declaró que estaba dispuesto a viajar a Rumania. El Comité de Asuntos Exteriores del Parlamento húngaro apoyó la idea.

El 1 de julio, fue el pleno del Parlamento el que aprobó una moción en el que se solicitaba al gobierno rumano que revisase (a la baja) la política de sistematización. A partir de ahí, el tema quedó un poco parado y los húngaros quedaron convencidos de que los rumanos no querían meterse en el asunto. Ceaucescu, sin embargo, los sorprendió en agosto, cuando le propuso a Grosz un encuentro a finales de ese mes en Arad, una población cercana a la frontera con Hungría.

El encuentro fue un acto de propaganda por parte de Ceaucescu. Le prometió a su colega húngaro una serie de mejoras en el sistema educativo de la población húngara, y al vecino no le quedó otra que sonreír. Sin embargo, se pasó un poco al mostrarse contento con el resultado de la reunión (que, en la práctica, venía a ser cero zapatero), por lo que la oposición húngara quedó muy decepcionada con él.

En noviembre, sin embargo, las relaciones rumano-húngaras volvieron a recibir otro golpe. Karolyi Gyorffy, que era el agregado comercial en la embajada húngara en Bucarest, fue detenido por la policía, bajo la acusación de haber provocado un accidente de tráfico, y expulsado del país. Los rumanos aclararon que haberse dado un piñazo con el Tesla no era motivo de expulsión; que lo echaban porque se había dedicado a distribuir folletos anti rumanos. Matyas Szuros, que era el secretario del Partido Comunista Húngaro encargado de la cosa exterior, hizo unas declaraciones afirmando que lo de los rumanos era una inventada que ni Aldama. Los húngaros, asimismo, expulsaron de su país a Pavel Platona, el consejero político de la embajada rumana en Budapest.

En sus discursos, Ceaucescu sostenía que el problema húngaro en Rumania estaba siendo sobrealimentado desde el país vecino porque era la forma que el gobierno húngaro había encontrado para esconder las graves dificultades de su economía. La verdad, había que tener mucho valor (o la cara de cemento armado que se estila en el comunismo) para decir algo así; pues si es cierto que la economía húngara, en la segunda mitad de los ochenta, no era que se diga un ejemplo mundial, también lo es que estaba varias veces mejor que la rumana. Y esto se veía con claridad en el pequeño detalle de que el fuerte ritmo de migración entre un país y otro iba siempre en la misma dirección; eran los húngaros los que huían de Rumania.

En un movimiento estratégico bastante provocador, Hungría decidió firmar, en marzo de 1989, la Convención de Ginebra sobre los refugiados del año 1951. Era el primer país comunista que firmaba este pacto, y lo hacía para disparar el traslado de húngaros étnicos desde el país vecino; lo cual le creaba obvios problemas económicos, pero tampoco le salía ni mucho menos gratis a Rumania. Ceaucescu, de hecho, quedó tan jodido con este movimiento que se hizo un Donald Trump, y ordenó la construcción de vallas anti inmigración en varias áreas fronterizas con Hungría; aunque la verdad, la valla nunca fue completada.

La URSS, muy consciente de su papel y, también, porque bastante tenía ya con sus propios problemas internos, permanecía bastante impasible como testigo de todos esos conflictos. Sin embargo, que Moscú repugnaba de la política de sistematización rumana, y de la política general de Ceaucescu, quedó claro en marzo de 1989, cuando la Comisión de Derechos Humanos de la ONU votó a favor de la investigación de la violación de derechos en Rumania, y los diplomáticos soviéticos se abstuvieron. Aunque, en realidad, no fueron los que llegaron más lejos. Más lejos llegó Hungría, que no sólo votó a favor de la resolución, sino que se convirtió en una de sus principales patrocinadoras.

Está bastante claro que Gorvachev y Ceaucescu nunca se entendieron muy bien. Ambos personajes, yo creo, nunca llegaron a construir una mutua simpatía; y para el ruso, que se encontraba en una situación de fortísima oposición interior pero éxitos internacionales constantes, la cerrazón de Ceaucescu a la hora de aplicar la economía centralizada y no querer cambiar gran cosa en su país, le causaba problemas. Esto no mejoraba la posición de los rumanos en el fundamental problema húngaro.

En 1988, en medio de la salvaje crisis económica que estaba experimentando el país, la televisión rumana (la única) tomó la decisión de dejar de emitir dos horas por la tarde, más o menos a la hora que los niños cenaban. En buena parte del país aquello fue ajo y agua; pero no en Transilvania, porque en amplias áreas de Transilvania la señal de la televisión húngara llegaba; ya se ocupaban los húngaros de que llegase, de hecho. La consecuencia de todo ello fue que los niños transilvanos, todos los niños transilvanos, también los rumanos, se acostumbrasen a cenar viendo la televisión húngara y, oye, a base de horas, acababan pillando el lenguaje. Un ejemplo más, de los muchos que hay en la Historia y en el presente, de política que, por ciega y estúpida, acaba consiguiendo lo contrario de lo que pretende.

Como ya os he contado, la política de los rumanos relativa a los húngaros era tanto más sangrante cuanto que Rumania, como tal, tenía su propio conflicto territorial y étnico, en diversas cosas bastante parecido al de los húngaros. Se trata del tema de Besarabia o, como se llamaba entonces, Moldavia. Los rumanos, sin embargo, no hacían tanto ruido como los húngaros, a pesar de que eran más del 60% de la población de la República Socialista de Moldavia; esto los convertía en la única minoría existente en la URSS que procedía de un país hermano del Telón de Acero.

El problema sobre el territorio existente entre los ríos Prut y Dniester es, ya de inicio, un problema toponímico. El principado de Moldavia surgió en el siglo XIV; abarcaba las dos orillas del Prut, y se extendía hacia el este hasta llegar al Dniester. El área meridional se denominó originalmente Besarabia, porque tuvo un rey llamado Basarab I (o sea, como si ahora nosotros nos llamásemos Felipalia). El área, a lo largo de la Historia, ha recibido dos nombres diferentes, y fronteras también cambiantes.

En 1812, la Moldavia tradicional, por así decirla, fue dividida. Rusia se quedó con la mitad oriental, entre el Prut y el Dniester. Esta área fue renombrada Besarabia por el zar Sandro I; es decir, hizo una sinécdoque, aplicándole a todo el territorio el nombre que hasta entonces sólo habían tenido las tierras meridionales.

En cuanto a la mitad occidental de la vieja Moldavia, en 1859 se convirtió en una de las piezas de la Rumania moderna. Tras la revolución rusa, Besarabia se unió, o reunió si quien nos cuenta la historia es rumano, a Rumania (1918). Sin embargo, siguió llamándose Besarabia, y fue designada provincia.

Los soviéticos, siempre tan proclives a reproducir el imperialismo zarista, se negaron desde el principio a reconocer las nuevas fronteras, y crearon en 1924 la República Socialista Soviética Autónoma Moldava. Para ello, usaron territorio del suroeste de Ucrania en la ribera izquierda del Dniester. Se trataba de medio millón de habitantes, de los que sólo el 30% eran rumanos. De esta forma, un territorio que nunca había sido conocido como Moldavia ni había sido parte del principado medieval con dicho nombre, fue creado de la nada (bueno, no de la nada; de Ucrania) para sustantivar las reivindicaciones soviéticas sobre la zona.

Un mes antes de crear esta republiqueta de Lego presuntamente moldava, el Politburo del Partido en Ucrania decretó la política de introducción en Moldavia del alfabeto cirílico en lo que llamó “el desarrollo de la lengua moldava”. Ésta fue la señal más clara de que los soviéticos habían decidido que los rumanos de Moldavia dejasen de ser como los rumanos de Rumania. Una lengua de origen románico como el rumano fue obligatoriamente escrita en cirílico y, de hecho, fue renombrada “moldavo”.

Comenzaba el lío.

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