jueves, diciembre 11, 2025

Ceacucescu (36): De mal en peor




Rumania, ese chollo
A la sombra de los soviéticos en flor
Quiero rendirme
El largo camino hacia el armisticio
Conspirando a toda velocidad
El golpe
Elecciones libres; o no
En contra de mi propio gobierno
Elecciones libres (como en la URSS)
El último obstáculo, el rey
Con la Iglesia hemos topado
El calvario uniate
Securitate
Yo quiero ser un colectivizador como mi papá
Stefan Foris
Patrascanu y Pauker
La caída en desgracia de Lucretiu Patrascanu
La sombra del titoísmo
Gheorghiu-Dej se queda solo
Ana Pauker, salvada por un ictus
La apoteosis del primer comunista de Rumania
Hungría
Donde dije digo…
El mejor amigo del primo de Zumosol
Pitesti
Pío, pío, que yo no he sido
Trabajador forzado por la gracia de Lenin
Los comienzos de la diferenciación
Pues yo me voy a La Mutua (china)
Hasta nunca Gheorghe
El nuevo mando
Yo no fui
Yo no soy ellos
Enemigo de sus amigos
Grandeza y miseria
De mal en peor
Esos putos húngaros
El puteo húngaro
El maldito libro transilvano
El sudoku moldavo
La fumada de Artiom Lazarev
Viva Besarabia libre (y rumana)
Primeras disidencias
Goma
Los protestantes protestan
Al líder obrero no lo quieren los obreros
Brasov
No toques a Tokes
Arde Timisoara
El derrumbador de iglesias y monasterios
Qué mal va esto
Epílogo: el comunista que quiso sorber y soplar a la vez



En 1985, había sonado en el mundo comunista la trompeta del cambio. Pero Ceaucescu no tenía oídos para el soniquete. En noviembre de aquel año reunió a su Comité Central. En ese momento, Rumania estaba económicamente atrapada. Su supervivencia en condiciones razonables dependía directamente de que el dinero siguiese fluyendo desde occidente. Pero el caso es que la expectativa de crédito se había fundado en la convicción de los técnicos comunistas rumanos de que el país sería capaz de devolver los préstamos usando el producto de sus exportaciones. Conforme avanzaba la década de 1980, y conforme el apoyo económico de una URSS que ya no estaba en la situación en que se había encontrado en la década anterior gracias a la subida de los precios energéticos, para los analistas de todo el mundo se fue haciendo cada vez más evidente que la pretendida capacidad de reembolso rumana, en realidad, no era tal.

A la dificultad de exportar lo que siempre había producido Rumania, es decir productos de escaso valor añadido o nivel de proceso, se unió el hecho de que la nueva industria no saltaba el listón. O sea: saltarlo, lo saltaba; pero dentro del área soviética. Rumania, en este sentido, podía aspirar a que un checo se comprase un Dacia; pero los Dacia eran basura en occidente, un mercado en el que apenas se vendían los Lada rusos. A esto se unió que, como ya os he dicho que Ceaucescu era un planificador modesto que, además, vivía rodeado de diletantes que le daban la razón, pronto se vio acorralado por su industria electrointensiva. Si hay una industria que debe invertir constantemente, ésa es la que basa su fuerza en consumos energéticos de envergadura. La industria electrointensiva siempre está en el borde de la ineficiencia si se deja ir; y eso es, precisamente, lo que le ocurrió a la industria pesada rumana, que se convirtió en un monstruo que daba igual la energía que fabricases, porque siempre tendía a monopolizar su consumo.

Un buen ejemplo de la mediocridad económica de Ceaucescu es el de su industria petrolífera. Rumania tenía petróleo, y eso la convertía en una candidata a generar un fuerte sector energético propio. Ceaucescu, de hecho, creía tanto en esta idea que, durante la primera mitad de los años setenta, comenzó a construir refinerías como si no hubiese un mañana; con la consecuencia de que pronto tuvo una capacidad de refino muy superior a la de la producción de crudo. La consecuencia inmediata fue que, desde 1976, Rumania, un país productor de petróleo, se convirtió en un país importador de petróleo. En otras palabras, siendo una economía que podría haberse subido encima del cohete que eran los precios del crudo, en lo que se convirtió fue en una economía dependiente de unos precios bajos del petróleo para poder crecer. En estricto cumplimiento de la Ley de Murphy, si en 1976 Rumania se había convertido en importador neto de petróleo, en 1978 la OPEP disparó la cotización internacional del crudo, con lo que el país se vio pillado en una tenaza que colapsó su balanza comercial. En 1979, uno de los principales proveedores del país, Irán, vivió su revolución islámica, y las ventas se frenaron.

Aquél fue el momento que en Moscú estaban esperando para su dulce venganza. En aquellos últimos años setenta y primeros ochenta, efectivamente, el gran padrecito soviético acudió en auxilio de sus retoños. Comenzó a garantizar en el seno del Comecon créditos comerciales en rublos, así como ventas de petróleo a precio de amigo. De aquellas ofertas se beneficiaron Bulgaria, Checoslovaquia, la RDA, Hungría y Polonia. ¿Apreciáis alguna ausencia en la lista? Por mucho que lo intentó, Bucarest nunca consiguió que el Gosplan de Breznev lo pusiera en la lista de los compradores de petróleo barato. Habían jugado demasiado a ser García Page.

En la Historia económica del bloque soviético, de hecho, Rumania se queda a la cola de la recepción de subsidios soviéticos. Aún así, la situación literalmente desesperada de la economía rumana al iniciarse la penúltima década del siglo XX, unida a la imagen que tenía Ceaucescu en el Kremlin, imagen de un tipo al que en realidad le daba igual Juana que su hermana y que, consiguientemente, lo mismo podía cambiar de bloque, hizo que en la primera mitad de los ochenta, precisamente cuando peores condiciones internas tenía, la URSS abriese un poco la mano con los subsidios a Rumania. Pero es que la situación era desesperada. El conocido como segundo shock petrolífero (1979) había dejado al país noqueado. A causa de la falta de inversiones y reformas en la industria pesada electrointensiva, Rumania se encontró enfangada en un tridente infernal: dependía del petróleo exterior, dependía de las manufacturas exteriores (pues su industria interior colapsaba); y dependía de la financiación exterior.

En un gesto más desesperado que otra cosa, Ceaucescu trató de recuperar las esencias. Dejar claro que él era un Montesco. En los primeros años ochenta, las exportaciones rumanas a países OCDE quedaron prácticamente frenadas; económicamente hablando, Rumania volvió el rostro hacia el este. Pero el caso es que el este estaba descojonado. Eran los tiempos en los que Yuri Andropov estaba tratando de lanzar en el país una campaña de disciplina económica que evitase que la URSS fuese la capital mundial del absentismo laboral, con auténticos ejércitos de trabajadores abandonando sus puestos de trabajo a las diez de la mañana para irse a los parques cercanos a beber vodka. Pero para Bucarest era la única salida. Rumania había estrenado la década con un 33% de exportaciones dirigidas a los países del Comecon; dos años después, ese porcentaje ya pasaba del 50%.

Rumania sufrió un importante terremoto en 1977, y dos grandes inundaciones seguidas en 1980 y 1981. Todo parecía conspirar para que no sacase la cabeza del barro. A finales de 1981, el país tenía una de esas deudas exteriores de las que se habla en los seminarios económicos con todo el mundo pensando lo que nadie quiere decir: que no se va a poder pagar. En concreto, los rumanos debían ya 10.400 millones de dólares, cuando cinco años antes era de 500 millones. El dictador comunista se fue al Fondo Monetario Internacional a pedir árnica. Jacques de Larosière, el entonces director general del FMI, le recetó a Rumania una purga de Benito brutal; el país tuvo que restringir importaciones e incrementar exportaciones; en la práctica, Juan Rumano tuvo que trabajar más por menos dinero, aunque en realidad le daba más o menos igual, porque en las tiendas tampoco había gran cosa que comprar. A pesar de todo esto, desde 1981 Rumania se convirtió en un importador neto de alimentos con occidente; y creo que no sería capaz de transmitiros el tipo de fracaso sistémico que tiene que haber detrás de un dato así, teniendo en cuenta las características del país. Cuando la purga del FMI ordenó recortar esas importaciones y, al tiempo, incrementar las exportaciones, sobre todo de carne, hacia la URSS, a Ceaucescu no le quedó otra que racionar los alimentos.

El golpe, con todo, fue sobre todo sicológico. Rumania, como cualquier otro país comunista, vivía en un relato. Un relato que cabe calificar, aunque supongo que hay que ser un poco sovietofriki para entender la referencia, de susloviano. Marxismo puro, sociedad nueva, superioridad moral respecto de esa otra mitad del mundo carcomida por el materialismo y la depravación; modelo económico centralizado, donde el obrero, por fin, es quien manda, y que cada día muestra su neta superioridad respecto del aberrado sistema capitalista, siempre a punto de colapsar bajo el peso de sus contradicciones. Cuando en Rumania se acabó sabiendo, sobre todo by the way Fondo Monetario, que en realidad era este país el que estaba arruinado, y no sólo arruinado, sino que era fuertemente dependiente de que esos cabrones de banqueros occidentales le quisieran prestar dinero, a la mayoría de los cuadros del Partido se le cayeron los palos del sombrajo.

Los comunistas rumanos, en efecto, vivían en los Mundos de Yupi Ceaucescu. Su líder había anunciado, campanudamente, en 1981, que para 1990 habría reembolsado la totalidad de la deuda externa del país. También dijo, en otro momento, que el comunismo llegaría en Rumania a su última fase (sociedad sin clases, inexistencia de gobierno) en el 2040. En ambas cosas, obviamente, mintió; pero lo peor de una mentira no es que se produzca; es que se descubra.

Ceaucescu, en todo caso, quería cumplir su promesa. Socialdemócrata al fin y al cabo, estaba encantado de cumplirla pues, al fin y a la postre, los sacrificios inherentes al esfuerzo los tendría que hacer otro. Hay que decir una cosa: si hemos de creer a la Prensa afecta, o sea, a la Prensa a secas, Ceaucescu cumplió su promesa: en abril de 1989, la deuda externa se declaró pagada. Por el camino, los rumanos perdieron una década de sus vidas. Las medidas de austeridad que se introdujeron en Rumania a partir del segundo tercio de los ochenta no tienen parangón ni siquiera en la Historia de un área tan tiesa como la soviética; eso, claro, si excluimos las hambrunas. En la brillante Rumania de Ceaucescu se racionaron el pan, la harina, el azúcar y la leche; aunque el régimen hizo todo lo que pudo por excluir a la capital. Las raciones mensuales inicialmente fijadas fueron recortándose progresivamente conforme avanzaba el tiempo y la situación no mejoraba lo suficiente. En algunos lugares del país, en 1989, es decir justo antes de que el momio se fuera a tomar por culo, estas raciones eran de un kilo de azúcar, un kilo de harina, un paquete de 500 gramos de margarina y cinco huevos. Al mes.

Como la mayor parte de las exportaciones salvadoras tenían que salir de la industria pesada, que ya no cabe calificar de electrointensiva sino más bien de electroacaparadora, al racionamiento del alimento se siguió el racionamiento de la energía. Los propietarios de vehículo privado tenían un cupo de 30 litros mensuales de gasolina. Se introdujo la temperatura máxima de 14 grados en las oficinas, y en los pisos había agua caliente sólo un día a la semana. En 1983, el racionamiento energético hubo de endurecerse de tal manera que la distribución de energía en las grandes ciudades quedó discontinuada; la presión del gas fue reducida de tal manera durante las horas de sol que los rumanos ya sólo podían cocinar de noche. El país, pues, se vio abocado a vivir una vida de mierda, mientras los soviéticos miraban. La cuestión de si la URSS podría haber salvado a los rumanos de la pobreza es una cuestión interesante que, a mi modo de ver, no tiene una respuesta consensual, cuando menos hoy en día. Yo os puedo decir mi opinión: en primer lugar, creo que los problemas económicos de Rumania eran lo suficientemente profundos como para que la URSS, que en los ochenta pasaba por momentos bastante delicados, no los pudiera resolver. Pero, asimismo, también pienso que Moscú pudo hacer mucho más por Bucarest que lo que hizo. En buena medida, es mi opinión, los soviéticos responsabilizaban a Rumania del fracaso relativo del Comecon, dado que este club económico evolucionó mucho menos, y mucho peor, que su gran competidor al otro del Telón, la Comunidad Económica Europea. La URSS, cuando tuvo claro que Ceaucescu no tenía camino viable para desertar del bloque soviético, se relajó y se dedicó a hacer palomitas, para contemplar el espectáculo. 

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