Rumania, ese chollo
A la sombra de los soviéticos en flor
Quiero rendirme
El largo camino hacia el armisticio
Conspirando a toda velocidad
El golpe
Elecciones libres; o no
En contra de mi propio gobierno
Elecciones libres (como en la URSS)
El último obstáculo, el rey
Con la Iglesia hemos topado
El calvario uniate
Securitate
Yo quiero ser un colectivizador como mi papá
Stefan Foris
Patrascanu y Pauker
La caída en desgracia de Lucretiu Patrascanu
La sombra del titoísmo
Gheorghiu-Dej se queda solo
Ana Pauker, salvada por un ictus
La apoteosis del primer comunista de Rumania
Hungría
Donde dije digo…
El mejor amigo del primo de Zumosol
Pitesti
Pío, pío, que yo no he sido
Trabajador forzado por la gracia de Lenin
Los comienzos de la diferenciación
Pues yo me voy a La Mutua (china)
Hasta nunca Gheorghe
El nuevo mando
Yo no fui
Yo no soy ellos
Enemigo de sus amigos
Grandeza y miseria
De mal en peor
Esos putos húngaros
El puteo húngaro
El maldito libro transilvano
El sudoku moldavo
La fumada de Artiom Lazarev
Viva Besarabia libre (y rumana)
Primeras disidencias
Goma
Los protestantes protestan
Al líder obrero no lo quieren los obreros
Brasov
No toques a Tokes
Arde Timisoara
El derrumbador de iglesias y monasterios
Qué mal va esto
Epílogo: el comunista que quiso sorber y soplar a la vez
En los países que no se preocupan de ventilar adecuadamente sus ventanas democráticas, ocurre que las fuerzas de seguridad acaban por convertirse en un Estado dentro del Estado; y, por esta razón, cuando el Estado se preocupa de tratar de controlarlas, nunca puede considerar que lo haya conseguido. Si tanto éxito ha tenido en España cierto discurso tendente a defender la idea de que el poder de la policía franquista permaneció incólume tras la muerte de Franco, a pesar de que España se convirtió en una democracia plena, en el caso de un país comunista el efecto fue mucho más material. El propio Ceaucescu pudo comprobar hasta qué punto es cierto esto cuando se produjo uno de los episodios más oscuros de la Historia de la Rumania comunista: la muerte de Abraham Schachter, el médico personal de Ceaucescu. Schachter se arreó un hostión del cuarenta y dos desde un balcón del hospital Floreasca de Bucarest el 14 de marzo de 1973. El propio Ceaucescu reaccionó a aquella muerte volviéndose contra la Securitate. Según su interpretación, Schachter se había suicidado tras haber sido presionado a fondo por la policía para que se convirtiese en un informador a base de, dijo, “métodos inaceptables”. Ion Stanescu, que recordemos que era un hombre de la máxima confianza del dictador, fue fulminantemente cesado.
A pesar de este tipo de cosas, lo cierto que es Rumania,
como diría José María Aznar, iba bien. A finales de los sesenta y sobre todo al
iniciarse la década de los setenta del siglo XX, todas las naciones comunistas,
con la única excepción de Albania, cogieron el rebufo de la indudable mejora de
la economía soviética al calor de la subida generalizada de los precios
energéticos. De hecho, el desarrollo industrial rumano, y también la conversión
del ciudadano medio en un personaje con cierto nivel económico, encontraron su
máxima expresión el 20 de agosto de 1968, cuando en Pitesti comenzó a funcionar
la primera fábrica de automóviles rumanos, para los que se desarrolló la marca
Dacia. El Dacia siempre fue un vehículo utilitario y pintón en su modestia. Su
fabricación puso un auto en la puerta de las casas de muchos rumanos. El
comunismo funcionaba.
La principal consecuencia de ese ambiente de optimismo y
de buen rollo del pueblo rumano hacia su gobierno comunista fue que los mandos
del Partido se sintieron con capacidad como para abrir un poco la mano y tener
gestos para la galería. Por su situación geográfica, Rumania, y sobre todo
algunas áreas del país, estaba lo suficiente al oeste como para que la realidad
de los países capitalistas no le fuese totalmente ajena. Por lo demás, en
aquella época no fueron pocos los productores de televisión occidentales que
desarrollaron series y sagas meticulosamente preparadas para que pudieran ser
exhibidas en las televisiones comunistas sin demasiados conflictos. Rumania fue
de los países que comenzaron a comprar los derechos de algunas de esas series,
sobre todo las de acción. El gran pelotazo fue El Santo, una serie
policial protagonizada por Roger Moore, que dejaba las calles de las ciudades
rumanas literalmente desiertas cada sábado de ocho a nueve de la noche. En
1968, además, la Coca-Cola abrió una embotelladora en Constanta. Los rumanos
apreciaban el cambio en el nivel de vida, inteligentemente apoyado por la
política de vivienda del Estado, que incluso permitía la iniciativa privada en
algunas zonas rurales.
La mejora del nivel de vida medio y la relajación de las
políticas represivas colectivas le permitió al Estado rumano abrir también la
mano en la cuestión de los viajes al extranjero de sus nacionales. En 1968, de
hecho, pasaban ya de 65.000 los rumanos que, cada año, viajaban al infierno
capitalista. En 1956, apenas 600 ciudadanos occidentales visitaron el país; en
1967 fueron 281.000, y obviamente dejaron un oportuno reguero de divisas.
El desarrollo de una filosofía política y social basada en
el máximo respeto al comunismo pero sosteniendo una visión crítica hacia el
modo soviético de funcionar hizo que Rumania, además, relajase en algún grado
la propia planificación central que es la base del comunismo. Muy pronto, los
líderes comunistas se dieron cuenta de que tenían mucho que ganar en una
alianza con la clase media técnica y tecnocrática. Esto pasaba por otorgar
cierta autonomía a los gerentes de empresas; además, tenían modelos en los que
mirarse, ya que Hungría estaba aplicando desde 1967 el denominado Nuevo
Mecanismo Económico. Aquello, sin embargo, terminó por ser flor de un día. A
Ceaucescu, que desde luego no tenía nada de Deng Xiao Ping, nunca le convencieron esas reformas y, en 1967, ante el temor de
perder el control en exceso, las paró en seco.
Ceaucescu quería una Rumania crecientemente des-ruralizada
y cada vez más industrializada, y compartía con su antecesor Gheorghiu-Dej la
convicción de que las especiales características del país, su situación
geopolítica, y los condicionantes creados por los larvados conflictos que tenía
con la URSS, aconsejaban desarrollar un sistema muy autónomo en el que el
comunismo rumano se destacase como algo muy particular. Aunque, en realidad, él
fue más allá que su predecesor.
El gran logro de Gheorghiu-Dej había sido saber situar a
Rumania en una posición neutral en la bipolaridad comunista, es decir, el
enfrentamiento entre la URSS y China. Ceaucescu, sin embargo, fue bastante más
allá, porque se planteó, además de mantener esa política, generar unas
relaciones propias con occidente. De esta manera, Rumania se convirtió en el
segundo país del Telón de Acero, después de la URSS, en abrir embajada en Bonn.
El 31 de enero de 1967, Corneliu Manescu, el ministro de Asuntos Exteriores,
anunció un acuerdo con los alemanes para intercambiar embajadores. Una segunda
muestra de independencia de criterio fue que, al producirse la Guerra de los
Seis Días, Rumania decidió no romper sus relaciones con Israel.
El gran hito de la autonomía del comunismo rumano fue el
tema nuclear. Al contrario que otros países de su bloque, Rumania enseguida
mostró un interés muy vivo por obtener tecnología nuclear, tanto para la paz
como para la guerra. A lo largo de la década de los sesenta, sostuvo diversas
negociaciones para ello, tanto con países del bloque del Pacto de Varsovia como con
países occidentales. Ya en 1964, el máximo responsable de la
política nuclear rumana, Gheorghe Gaston Marin, había viajado a Washington para
entrevistarse con Averell Harriman, el hombre que había ocupado la embajada en
Moscú durante la guerra. Marin fue a los Estados Unidos porque sabía bien que
la Casa Blanca estaba preocupada ante la posibilidad de que Rumania se
convirtiese en una proveedora común de la URSS en lo que al uranio se refiere.
Los rumanos le dijeron a Harriman que preferían usar ese uranio para generar
electricidad.
Todo apunta a que la administración Johnson terminó por
creer sinceramente en las intenciones de los rumanos. El secretario de Estado,
Dean Rusk, comenzó a plantear seriamente la posibilidad de que el país
accediese a determinados niveles de tecnología nuclear. A mediados de 1965, los
estadounidenses sugirieron la posibilidad de poder llegar a un acuerdo sobre la
base de que Rumania aceptase explícitamente la condición de no fabricar ni
aceptar el emplazamiento de un arma nuclear en su territorio. Aquí, Washington
tocaba un tema de gran importancia ya que los rumanos, aunque formalmente eran
abiertamente partidarios del desarme, se resistían a firmar los acuerdos de no
proliferación nuclear. Maurer le dijo a Breznev en 1967 que Bucarest tenía
muchas dudas de firmar ese tipo de acuerdos, porque no quería atarse las manos
en el futuro.
El establecimiento de exportaciones normales de tecnología
hacia Rumania desde Estados Unidos, en todo caso, era una posibilidad bastante
remota. Rumania era un claro defensor de Viet Nam del Norte en el conflicto en
que estaban enfangados los americanos; y eso impedía legalmente cualquier
operación de exportación tecnológica. Ceaucescu, sin embargo, pensaba que
Rumania podría llegar a jugar un cierto papel de mediador u hombre bueno entre
los contendientes, por lo que ambicionaba que la Administración Johnson hiciese
una excepción con ellos y se saltase la legislación del embargo internacional.
Y no iba desencaminado, ya que Dean Rusk llegó a insinuarle a Manescu que
Rumania podría llegar a mediar entre los contendientes. Sin embargo, los
rumanos, también interesados en no perder comba aguas adentro del mundo
comunista, siguieron enviando ayuda militar al Viet Cong, lo que hizo que los
estadounidenses congelasen los planes de un acuerdo nuclear. Ceaucescu, sin
embargo, no bajó los brazos en sus tentativas de lograr una negociación entre
estadounidenses y vietnamitas; y, de hecho, fue uno de los grandes impulsores
de lo que se conoce como la Trinh Signal, es decir la primera asunción
por parte del Viet Cong de la posibilidad de una negociación con Washington.
Richard Nixon visitó Bucarest en agosto de 1969; y el
primer tema del orden del día que le sacó Ceaucescu fue la colaboración
nuclear. Nixon estaba personalmente convencido de que Rumania podía jugar un
papel muy importante a la hora de contactar tanto con los vietnamitas como con
los chinos; y , por eso, a su regreso a casa presionó a la Comisión de la
Energía Atómica estadounidense para que aprobase la propuesta rumana de
construir una planta de agua pesada. Este movimiento causó inquietud en Moscú.
La URSS presionó hasta que consiguió firmar un acuerdo el 20 de mayo de 1970
para construir una nueva planta en el río Olt. Ceaucescu, sin embargo, una vez
que vio que podía tener acceso a tecnología nuclear canadiense, cambió de idea
y decidió utilizar esta tecnología en la construcción de una planta en
Cernavoda, a orillas del Danubio, cuya construcción debía comenzar en 1980.
Con todo, el principal acto de independencia del comunismo
rumano fue su decisión de denunciar abiertamente la actuación del Pacto de
Varsovia ante la primavera de Praga (véase aquí y aquí). Ceaucescu y Alexander Dubcek se habían
visto el 17 de agosto de aquel año. Ello, sin embargo, no debe esconder la
indudable muestra de independencia de criterio de que hizo gala cuando Rumania
anunció que no se uniría a la acción del Pacto de Varsovia; no sólo eso, sino
que le negó a las tropas búlgaras el permiso a pasar por su país camino de
Checoslovaquia. El gesto le ganó el respeto internacional.
Ceaucescu dio un discurso público desde la balconada del
edificio del Comité Central en Bucarest el 21 de agosto, apenas unas horas
después de que el Pacto de Varsovia hubiese comenzado la invasión. Denunció a
la Unión Soviética por “haber violado flagrantemente la libertad y la
independencia de otro Estado”, y añadió que la invasión era “un error colosal y
un gravísimo peligro para la paz en Europa y para el destino del socialismo en
el mundo”. Y añadió: “la totalidad del pueblo rumano impedirá en todo momento
cualquier tentativa de violar nuestro territorio”.
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