miércoles, diciembre 03, 2025

Ceaucescu (31): El nuevo mando




Rumania, ese chollo
A la sombra de los soviéticos en flor
Quiero rendirme
El largo camino hacia el armisticio
Conspirando a toda velocidad
El golpe
Elecciones libres; o no
En contra de mi propio gobierno
Elecciones libres (como en la URSS)
El último obstáculo, el rey
Con la Iglesia hemos topado
El calvario uniate
Securitate
Yo quiero ser un colectivizador como mi papá
Stefan Foris
Patrascanu y Pauker
La caída en desgracia de Lucretiu Patrascanu
La sombra del titoísmo
Gheorghiu-Dej se queda solo
Ana Pauker, salvada por un ictus
La apoteosis del primer comunista de Rumania
Hungría
Donde dije digo…
El mejor amigo del primo de Zumosol
Pitesti
Pío, pío, que yo no he sido
Trabajador forzado por la gracia de Lenin
Los comienzos de la diferenciación
Pues yo me voy a La Mutua (china)
Hasta nunca Gheorghe
El nuevo mando
Yo no fui
Yo no soy ellos
Enemigo de sus amigos
Grandeza y miseria
De mal en peor
Esos putos húngaros
El puteo húngaro
El maldito libro transilvano
El sudoku moldavo
La fumada de Artiom Lazarev
Viva Besarabia libre (y rumana)
Primeras disidencias
Goma
Los protestantes protestan
Al líder obrero no lo quieren los obreros
Brasov
No toques a Tokes
Arde Timisoara
El derrumbador de iglesias y monasterios
Qué mal va esto
Epílogo: el comunista que quiso sorber y soplar a la vez

 


La competición por ser el nuevo hombre fuerte de Rumania estaba más restringida de lo que inicialmente podría parecer. Aunque los candidatos teóricos podían ser muchos, en realidad todo se reducía a cuatro: Ceaucescu, Draghici, Chivu Stoica y Gheorghe Apóstol. Éstos eran los únicos candidatos del Politburo que eran, asimismo, étnicamente rumanos. Coliu era búlgaro, Bodnaras ucraniano y Maurer, alemán de origen.

Aparentemente, la preferencia de Gheorghiu-Dej era Apóstol. Sin embargo, Ceaucescu se hizo con el apoyo de Maurer, quien como ya sabéis era primer ministro; y con ello selló una alianza que resultaría ser fundamental para él. Tras la caída del comunismo en Rumania, Maurer concedió varias entrevistas en las que vino a decir que su decisión de apoyar a Ceaucescu se había basado en que se había convencido de que era el hombre mejor dotado para resistir la presión de los soviéticos; pero, de alguna manera, en esas declaraciones también vino a insinuar que había llegado con el tiempo a la conclusión de que su apoyo había sido un error.

Aunque obviamente con los años sería Ceaucescu el que acabaría consolidando una imagen de irredento y duro, lo cierto es que, en el momento de la sucesión, era Apóstol quien tenía dicha imagen. A Chivu Stoica casi nadie lo consideraba en el fondo apto para el trabajo de ser secretario general; y en cuando a Draghici, alguien que llevaba tantos años al frente del represivo Ministerio del Interior no podía tener amigos; todo lo que tenía era gente que le temía. Existen algunos testimonios, además, de que Maurer le debía a Ceaucescu la promoción a primer ministro.

Gheorghiu-Dej fue enterrado en un panteón en el Parque de la Libertad. Sin embargo, la desprogramación de su figura comenzó muy pronto, aunque las gentes de Ceaucescu prefirieron atacarlo indirectamente, a través de la figura de Draghici. Por lo demás, a Ceaucescu imponerse en Rumania le fue relativamente fácil. Resulta curioso que Nicolás sea la única figura del comunismo rumano que las personas suelen conocer, cuando en realidad Ceaucescu es prácticamente todo lo que es gracias a Gheorghiu-Dej. Sin la actuación de tierra quemada que hizo el secretario general anterior, que limpió literalmente la escena de competidores, Ceaucescu no habría podido prevalecer todos los años que lo hizo, y con la comodidad que exhibió. La Rumania que se erigió tras la muerte de su primer líder comunista era una nación de mediocres, de políticos escasamente eficientes, faltos de imaginación y no digamos de empuje. En este entorno, Nicolae Ceaucescu fue, literalmente, el tuerto en el país de los ciegos.

Es importante, lector, que hagas un esfuerzo por entender el tipo de erial intelectual en que se convirtió Rumania bajo su estalinismo particular. Buena parte de los hijos de las personas represaliadas por el régimen vieron prohibido su acceso a la educación hasta bien entrada la década de los sesenta; buena parte de esas personas fueron las que formaron parte del exilio masivo que se produjo en el país en la década siguiente. Esta deserción masiva dejó el país literalmente huero de personalidades que pudieran haberle hecho sombra al secretario general.

Ceaucescu nació el 26 de enero de 1918, el tercero de diez hermanos en el seno de una familia rural muy modesta del distrito de Oltenia, en el suroeste del país. Se marchó de casa para buscar trabajo en Bucarest cuando tenía 11 años. Muy pronto se afilió al Partido Comunista, y fue enviado a la cárcel en cuatro ocasiones diferentes durante la década de los treinta.

En 1936, había alcanzado el puesto de secretario de un comité regional de la Unión de Juventudes Comunistas; dos años después llegó al Comité Central de dicha Unión. En septiembre de 1939 fue juzgado in absentia y sentenciado a tres años y medio de cárcel. Permaneció clandestino hasta el verano de 1940, cuando fue finalmente capturado.

Pasó la guerra de prisión en prisión hasta que en 1943 lo enviaron a Targu Jiu, donde permaneció hasta la caída de Antonescu. Fue en esta prisión donde conoció por primera vez a miembros importantes del Partido, como Gheorghiu-Dej, Maurer o Stoica. Tras ser liberado, ocupó diversos puestos en el Partido hasta que fue nombrado secretario general del distrito de Oltenia, en noviembre de 1946.

Cuando el comunismo rumano decidió clonar el plan de colectivización agraria soviético, Ceaucescu fue enviado a la primera línea. Fue trasladado al Ministerio de Agricultura, con la categoría de viceministro. Posteriormente fue nombrado viceministro de Fuerzas Armadas. Ahí fue donde comenzó a labrar su verdadera fuerza, adquiriendo un conocimiento profundo del ejército, así como una tupida red de contactos y amistades.

Cuando Gheorghiu-Dej procedió a sus grandes purgas, en el verano de 1952, obviamente pensó en Nicolae como uno de sus soportes. Lo metió en el Comité Central y, en 1954, tras la ejecución de Patrascanu, hizo de Ceaucescu y Draghici dos miembros candidatos al Politburo, de pleno derecho apenas un año después. En su condición de secretario del Comité Central para la organización y los cuadros, Ceaucescu fue el principal responsable de la campaña de revitalización de la militancia del Partido que Dej decidió impulsar en el congreso del Partido de 1955.

Ceaucescu llegó al poder rumano sin tener, en realidad, grandes ideas propias. Toda su actuación de inicio se caracterizó por seguir la estela que había dejado su predecesor. Confirmó la tendencia que ya era perceptible en el sentido de relajar relativamente la represión; continuó los esfuerzos de industrialización acelerada, buscando que Rumania dejase de ser un país eminentemente rural; y siguió propugnando una línea propia en materia de política exterior que lanzase con claridad el mensaje de que Rumania no era en modo alguno un mero satélite de Moscú. Este tipo de política lo hizo rápidamente muy popular, dado que el pueblo rumano era muy sensible a la procura de una actuación autónoma en el marco del comunismo mundial. Ceaucescu, además, nunca regateó el problema de la minoría étnica húngara residente en Rumania, así como el conflicto de la Besarabia, lo cual hizo que muchos rumanos viesen en él a un defensor.

Con todo, la victoria de Ceaucescu no fue total: Draghici aprovechó la votación del Politburo para elegir el nuevo secretario general para pronunciar una abstención muy aparente; buscaba dejar claro que el nuevo hombre fuerte tenía, cuando menos, un contrincante. Paradójicamente, sin embargo, algo así es lo que Ceaucescu estaba deseando que ocurriese. Una de las obsesiones del nuevo secretario general era profundizar la línea iniciada ya por Gheorghiu-Dej, en el sentido de desvincular al comunismo rumano de las denuncias de terror y represión. En este sentido, que Draghici, es decir el principal ejecutor de esas políticas represivas, le pusiera la proa, era lo mejor que podía pasarle.

El objetivo de Ceaucescu era colocar la intrincada estructura del Ministerio del Interior, y muy particularmente la Securitate, bajo el estricto control del Partido; esto quiere decir, bajo su mando personal. En junio de 1965, se propuso una nueva redacción para la Constitución rumana. La nueva Carga Magna declaraba que Rumania era una república socialista; algo que contrastaba con las redacciones anteriores, en las que había sido definida como república popular. Pero, sobre todo, la nueva Constitución estaba dedicada en cuerpo y alma a definir, y defender, el concepto de legalidad socialista.

Se entregaba más poder a los tribunales y se incrementaron los derechos de los ciudadanos, como por ejemplo el límite de 24 horas antes de que fuese acusado. Estas cosas hay que escribirlas porque son verdad; pero, vaya, en los países comunistas, la diferencia entre las garantías que el papel dice que tienes y las que verdaderamente tienes, puede llegar a ser muy grande. Este tipo de previsiones legales se aplicaron de forma, digamos, creativa, mientras el comunismo siguió rigiendo los destinos de la nación.

Hechas las reformas legales, llegaron las efectivas. En julio de 1965, Ceaucescu cesó a Draghici como ministro del Interior y lo sustituyó con su adjunto, Cornel Onescu, que era un protegido del secretario general. Algunos días después, en la segunda mitad de julio, se celebró el IX Congreso del Partido; una reunión ya totalmente controlada por Ceaucescu, quien modeló al Partido como quiso en aquella reunión. Se reformaron los estatutos del Partido en el sentido de que los miembros del mismo ya sólo podrían tener un cargo que demandase dedicación exclusiva. Aquello fue la forma de dar justificación jurídica al cese de Draghici, ya que, si quería seguir siendo secretario del Partido, tenía que dejar de ser ministro. De esta manera, quedó falto de poder real, dejando el camino libre para que Ceaucescu lo purgase (algo que le tomó tres años).

El IX Congreso fue, en todo caso, una buena noticia para muchísima gente en Rumania porque, al labrar la caída de Draghici y, consecuentemente, la total sujeción de la Securitate a la disciplina del Partido, supuso el fin del reino de terror de Pintile. El hasta entonces omnipotente jefe de las fuerzas secretas, el hombre que daba y quitaba libertad y vida prácticamente a su albedrío, ni siquiera consiguió ser votado miembro del Comité Central en aquel IX Congreso. Como casi todas las personas que en la Historia han ocupado este puesto de represor número uno, Pintile tuvo bien claro que, una vez que su poder había desaparecido, lo mejor que podía hacer era no chapotear el charco ni salpicar a nadie, aceptar lo que le llegase, confesar sus pecados si era conminado a ello, y esperar cierto grado de clemencia. En la práctica, pues, se resignó a una existencia mucho más modesta que la que había tenido hasta ese momento, hasta morir con 83 años en Bucarest, en 1985.

Con Draghici, sin embargo, Ceaucescu tenía que ir con más cuidado; tenía muchos amigos. No fue hasta 1967 que verdaderamente fue a por él. Se le sugirió a Draghici que, tal vez, le gustaría pasar unas vacaciones en occidente. Cuando el ex ministro se marchó, Ceacucescu convocó un comité central del Partido. Las decisiones tomadas en dicha reunión tardaron un mes en hacerse públicas. En un discurso público, Ceaucescu le agradeció al ex ministro los servicios prestados, y se permitió decir que, en sus inicios, la Secutitate había pecado a veces de bisoñez y había seguido “directrices erróneas”. Aunque eso era comprensible, venía a decir, resultaba completamente inadmisible de cara al futuro y, por eso mismo, las fuerzas policiales no podían seguir actuando totalmente fuera del control del Partido. En aquel discurso, además, el nuevo líder del comunismo rumano se puso al frente de la manifestación en defensa de los derechos de los ciudadanos de Rumania, afirmando que ningún ciudadano debería ser arrestado de no existir indicios sólidos y claros contra él. Horas después, en otro discurso, anunció que el Comité Central había tomado decisiones para impedir la concentración de poder en las manos de una sola persona en el Ministerio, por lo que dicho departamento fue colocado bajo la coordinación de un Consejo de Seguridad del Estado. Asimismo, realizó una serie de reformas estructurales en el Ministerio que, en la práctica, terminaron por privar a Draghici de todo su poder.

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