martes, diciembre 02, 2025

Ceaucescu (30): Hasta nunca, Gheorghe




Rumania, ese chollo
A la sombra de los soviéticos en flor
Quiero rendirme
El largo camino hacia el armisticio
Conspirando a toda velocidad
El golpe
Elecciones libres; o no
En contra de mi propio gobierno
Elecciones libres (como en la URSS)
El último obstáculo, el rey
Con la Iglesia hemos topado
El calvario uniate
Securitate
Yo quiero ser un colectivizador como mi papá
Stefan Foris
Patrascanu y Pauker
La caída en desgracia de Lucretiu Patrascanu
La sombra del titoísmo
Gheorghiu-Dej se queda solo
Ana Pauker, salvada por un ictus
La apoteosis del primer comunista de Rumania
Hungría
Donde dije digo…
El mejor amigo del primo de Zumosol
Pitesti
Pío, pío, que yo no he sido
Trabajador forzado por la gracia de Lenin
Los comienzos de la diferenciación
Pues yo me voy a La Mutua (china)
Hasta nunca Gheorghe
El nuevo mando
Yo no fui
Yo no soy ellos
Enemigo de sus amigos
Grandeza y miseria
De mal en peor
Esos putos húngaros
El puteo húngaro
El maldito libro transilvano
El sudoku moldavo
La fumada de Artiom Lazarev
Viva Besarabia libre (y rumana)
Primeras disidencias
Goma
Los protestantes protestan
Al líder obrero no lo quieren los obreros
Brasov
No toques a Tokes
Arde Timisoara
El derrumbador de iglesias y monasterios
Qué mal va esto
Epílogo: el comunista que quiso sorber y soplar a la vez

 

En este punto procesal, el comunismo rumano fue consciente de encontrarse en una situación bastante comprometida. Khruschev lanzaba señales muy claras de pretender integrar a Rumania en proyectos económicos supranacionales en los que no contaba con otorgarle grandes dosis de soberanía; pero, al mismo tiempo, las ilusiones de su alianza con China se desinflaban, pues pronto se dieron cuenta los rumanos de que China era un gigante con pies de barro, un país profundamente ineficiente que, por lo tanto, en realidad no podía ayudarlos a construir una economía sólida y en crecimiento, pues eso mismo era lo que los chinos necesitaban, no tenían, y seguirían sin tener hasta que se decidió por aplicar la NEP de Lenin bien hecha.

En esas circunstancias, la única opción que le quedaba a Rumania era jugar a una especie de titoísmo blando. Aseverar con total convicción su autonomía, su capacidad propia de decisión, lo suficientemente poco como para que el bloque comunista no se rompiese pero, al tiempo, lo suficiente como para poder concitar cierto grado de simpatía, y de colaboración, en occidente.

El pleno del Comité Central, de esta manera, alumbró, el 26 de abril de 1964, una declaración sobre los problemas del mundo comunista y el movimiento obrero internacional; declaración que marca el primer mojón de la política de significación propia del comunismo rumano o, como se la suele definir, la etapa nacionalista. El manifiesto se publicó casi al mismo tiempo que el mismo Comité Central autorizó la publicación de un manuscrito de Karl Marx en el que el padre de la movida se mostraba especialmente crítico hacia la actitud de los rusos en Besarabia en 1812.

El 14 de octubre de aquel 1964, es decir apenas unos pocos meses después de que Rumania hubiese iniciado el camino de significarse, Khruschev fue desalojado del poder. Para los rumanos, el golpe de Estado en la URSS fue, fundamentalmente, una prueba más de que estaban avanzando en la dirección correcta. Breznev no podía ser un hombre que apareciese con tintes positivos ante Gheorghiu-Dej; su etapa como mandamás comunista en Moldavia, efectivamente, no invitaba a pensar en que fuese alguien flexible en las cuestiones que interesaban a Bucarest.

De hecho, el 21 de octubre, con el cadáver de Khurschev todavía caliente por así decirlo, Gheorghiu-Dej convocó al embajador soviético en Bucarest y le reclamó la salida del país de todos los agentes del KGB.

Aquella exigencia puso de los nervios a Moscú. A decir verdad, en la metrópoli llevaban un tiempo ya discutiendo discretamente la necesidad de reformar a la policía secreta, y de hecho quien entonces era su máximo dirigente, Vladimir Yefimovitch Semichastny, fue autor de un informe importantísimo en ese sentido, del que tal vez algún día debamos hablar más in extenso. Pero, aun así, una cosa es que tú pienses algo sobre ti mismo, y otra que te lo digan los demás.

Al día siguiente de la entrevista entre Dej y el embajador, Semichastny le envió un mensaje al líder rumano. Un mensaje cortante y sin adornos en el que le recordaba que Rumania seguía “bajo el paraguas protector de la Unión Soviética”; y le añadía que, si persistía en la reivindicación de que los soviéticos abandonasen el país, acabaría por arrepentirse. Pocas semanas después, Semichastny se presentó en Bucarest, acompañado por el general Alexander Sakharovsky, jefe de la inteligencia exterior del KGB.

Los soviéticos, sin embargo, se encontraron con una actitud sin fisuras por parte de los rumanos. Las purgas de Gheorghiu-Dej habían hecho su efecto; si en el pasado, durante los años cuarenta o cincuenta, pudo haber en Rumania hombres que se consideraba que trabajaban más para la URSS que para su país, esto era algo que, con la consolidación de un liderazgo único e indiscutido, probablemente había dejado de pasar. Así las cosas, incluso hombres que habían tenido un marcado perfil prosoviético, como Bodnaras, bancaban ahora sin dudarlo detrás de su líder. Las fuerzas de seguridad rumanas, por otra parte, estaban un poco hasta los huevos de la manía que siempre han tenido los asesores soviéticos de hacer lo que les da la gana, sin siquiera guardar las formas. Así las cosas, Gheorghiu-Dej y Breznev comenzaron, antes de finalizar aquel mismo año de 1964, una serie de discretas conversaciones en torno al tema de los asesores soviéticos emplazados en Rumania; conversaciones en las que también participó Alexander Shelepin.

La URSS no vio finalmente más salida que aceptar los hechos. Con ello, la Securitate se convirtió en la primera policía secreta del bloque comunista que se liberaba de los asesores soviéticos. Rumania, de hecho, sería el único país del bloque soviético, aparte la URSS obviamente, que llegó a tener un Directorio de inteligencia exterior; un a modo de CIA, pues.

La salida, sin embargo, no estuvo exenta de condiciones. A los soviéticos les preocupaba mucho que el Directorio de Inteligencia Exterior acabase haciendo de su capa un sayo (tanto les inquietaba que, como acabo de deciros, no permitieron la existencia de órganos similares en otros países); razón por la cual los rumanos tuvieron que garantizar que seguirían realizando las labores de espionaje que les tocasen en el marco de la división del trabajo en el seno del Pacto de Varsovia. Y la verdad es que los rumanos supieron responder y hacer eso que hoy se llama “crear valor” para los soviéticos. En 1962, un agente del DGIE, como se conocía al servicio, Mihai Caraman, cantó bingo en París al conseguir reclutar a François Rousilhe, un francés que curraba en la biblioteca de la sede central de la OTAN. A cambio de pagos en monedas de oro, Rousilhe filtró a los comunistas decenas de documentos de alto secreto. Al año siguiente, la posición de Caraman mejoró todavía más cuando un coronel turco llamado Nahit Imre, que ya había sido reclutado en Ankara, fue trasladado a la sede de la OTAN. En 1965, Caraman tenía tanto curro que los soviéticos tuvieron que enviarle un agente de apoyo, Vladimir Arhipov. Juntos, Caraman y Arhipov siguieron colaborando con notable éxito hasta 1969, año en el que el adjunto rumano de Caraman, coronel Ion Iacobescu, desertó a occidente y destapó todo el mojo.

Lo cortés, sin embargo, no quita lo valiente. Durante todos esos años en los que Rumania estaba cumpliendo a rajatabla sus compromisos con la red soviética de espionaje, tanto Gheorghiu-Dej como su primer ministro, Ion Gheorghe Maurer, estaban construyendo, a base de declaraciones y artículos, la posición rumana contra el comportamiento de Moscú hacia sus socios del Pacto de Varsovia. Y no estaban solos. En enero de 1965, cuando se produjo una reunión del Comité Consultivo Político del Pacto, fue el polaco Gomulka el que tomó la palabra para criticar la escasa afición de Nikita Khruschev a la hora de consultar las cosas con sus aliados.

En esencia, puede decirse que para el comunismo rumano, la llegada de un hombre de tan escasas formalidades democráticas como Khruschev, seguido de un estalinista sin Stalin como Breznev, fue una gran ayuda. El país nunca había conseguido, ni conseguiría en realidad, carburar mínimamente. Era sólo cuestión de tiempo que el comunismo rumano comenzase a tener el tipo de problemas con sus administrados que ya habían tenido los húngaros, tenían los polacos y muy pronto aflorarían en Checoslovaquia. Sin embargo, el hecho de que los líderes soviéticos hicieran las cosas de una manera que dejaba margen para el enfrentamiento fue de gran ayuda para Gheorghiu-Dej; porque Dej no dejaba de estar al frente de una nación que era, esencialmente, antirrusa.

El líder del comunismo rumano se encontraba en la década de los sesenta muy cómodo, y se sentía muy seguro. A partir de 1962, buscando con ello también reducir presión con sus discretos interlocutores occidentales, comenzó a abrir las puertas de las cárceles. Más de 4.000 presos fueron liberados en apenas unos meses. Claro que hay que tener en cuenta que los enviados al maco en los diez años anteriores no pudieron ser menos de 700.000.

A pesar de estas verdades, no se puede negar que el inicio de la era de las amnistías cambió Rumania. Unos diez años después, llegaba al país el mismo tipo de mensaje que había llegado a la URSS con la muerte de Stalin: la era de la represión mortal ha terminado. Igual que en la URSS, no ser comunista seguía siendo caca; pero digamos que, ahora, quien se enfrentaba tenía delante de sí la amenaza de la cárcel, el exilio o el internamiento siquiátrico, cosas ya de por sí muy duras; pero, por lo menos, no acabaría en un paredón.

El cambio en la URSS había demandado de la muerte del líder que había creado el terror. En Rumania no fue así: el cambio lo inició quien también había instaurado el terror. A finales de enero de 1965, sin embargo. Gheorghe Gheorghiu-Dej comenzó a dar trazas de estar enfermo. Meses antes, los rumanos habían hecho traer a Bucarest, discretamente, a un cirujano británico, que le realizó una operación de próstata y de vejiga; aquello es probable que saliese razonablemente bien. Pero medio año más tarde, el líder comunista rumano tenía tumores en los pulmones. El primer ministro Maurer decidió que lo mejor era hacer como que no pasaba nada. Gheorghiu-Dej, por lo tanto, acudió a una reunión del Pacto de Varsovia, aunque cierto es que los rumanos estuvieron lo estrictamente necesario y se marcharon en cuanto pudieron. Avanzado el año 1965, la metástasis colonizó el hígado.

De nuevo, los rumanos decidieron confiar en la sabiduría médica  británica. En el primer fin de semana de marzo de 1965, invitaron a Bucarest al doctor Geraint Evans, un hombre que, además, estaba casado con una entonces famosa hepatóloga. Evans pasó el fin de semana en Bucarest y a su regreso a Londres fue interrogado por el Foreign Office, al que informó de que Gheorghiu-Dej se estaba muriendo. También informó de que, en su opinión, los rumanos todavía no habían decidido sobre el sucesor.

El día anterior de la visita de Evans, el 5 de marzo, Gheorghiu-Dej grabó un mensaje que era previo a las elecciones a la Asamblea Nacional. Todos los rumanos con televisión, pues, pudieron ser testigos del importante deterioro que era entonces ya más que evidente.

La última aparición pública del primer líder del comunismo rumano se produjo en la tarde del 7 de marzo, tras las votaciones. Su enfermedad no fue reconocida, y se mantuvo en secreto hasta el 18. Un parte médico, firmado por el ministro de Sanidad y una larga lista de médicos, informaba de que el camarada secretario general estaba aquejado de una dolencia pulmonar con afección al hígado. Al día siguiente se publicó un nuevo parte médico en el que no se señalaban cambios, junto con un mensaje de Mao Tse Tung y referencias a los centenares de telegramas que se habían recibido de todo el país.

Poco después de las cuatro de la tarde de aquel 19 de marzo, Gheorghiu-Dej entró en coma; y ahí estuvo, entre dos mundos, un par de horas, hasta que falleció. La radio anunció el deceso una hora después. Tres días después, el Comité Central votaba a Nicolae Ceaucescu como sucesor. Todo llevaba bastante tiempo, que diría Franco, atado y bien atado.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario