Rumania, ese chollo
A la sombra de los soviéticos en flor
Quiero rendirme
El largo camino hacia el armisticio
Conspirando a toda velocidad
El golpe
Elecciones libres; o no
En contra de mi propio gobierno
Elecciones libres (como en la URSS)
El último obstáculo, el rey
Con la Iglesia hemos topado
El calvario uniate
Securitate
Yo quiero ser un colectivizador como mi papá
Stefan Foris
Patrascanu y Pauker
La caída en desgracia de Lucretiu Patrascanu
La sombra del titoísmo
Gheorghiu-Dej se queda solo
Ana Pauker, salvada por un ictus
La apoteosis del primer comunista de Rumania
Hungría
Donde dije digo…
El mejor amigo del primo de Zumosol
Pitesti
Pío, pío, que yo no he sido
Trabajador forzado por la gracia de Lenin
Los comienzos de la diferenciación
Pues yo me voy a La Mutua (china)
Hasta nunca Gheorghe
El nuevo mando
Yo no fui
Yo no soy ellos
Enemigo de sus amigos
Grandeza y miseria
De mal en peor
Esos putos húngaros
El puteo húngaro
El maldito libro transilvano
El sudoku moldavo
La fumada de Artiom Lazarev
Viva Besarabia libre (y rumana)
Primeras disidencias
Goma
Los protestantes protestan
Al líder obrero no lo quieren los obreros
Brasov
No toques a Tokes
Arde Timisoara
El derrumbador de iglesias y monasterios
Qué mal va esto
Epílogo: el comunista que quiso sorber y soplar a la vez
En esas circunstancias, la única opción que le quedaba a
Rumania era jugar a una especie de titoísmo blando. Aseverar con total
convicción su autonomía, su capacidad propia de decisión, lo suficientemente
poco como para que el bloque comunista no se rompiese pero, al tiempo, lo
suficiente como para poder concitar cierto grado de simpatía, y de
colaboración, en occidente.
El pleno del Comité Central, de esta manera, alumbró, el
26 de abril de 1964, una declaración sobre los problemas del mundo comunista y
el movimiento obrero internacional; declaración que marca el primer mojón de la
política de significación propia del comunismo rumano o, como se la suele
definir, la etapa nacionalista. El manifiesto se publicó casi al mismo tiempo
que el mismo Comité Central autorizó la publicación de un manuscrito de Karl
Marx en el que el padre de la movida se mostraba especialmente crítico hacia la
actitud de los rusos en Besarabia en 1812.
El 14 de octubre de aquel 1964, es decir apenas unos pocos
meses después de que Rumania hubiese iniciado el camino de significarse,
Khruschev fue desalojado del poder. Para los rumanos, el golpe de Estado en la
URSS fue, fundamentalmente, una prueba más de que estaban avanzando en la
dirección correcta. Breznev no podía ser un hombre que apareciese con tintes
positivos ante Gheorghiu-Dej; su etapa como mandamás comunista en Moldavia,
efectivamente, no invitaba a pensar en que fuese alguien flexible en las cuestiones
que interesaban a Bucarest.
De hecho, el 21 de octubre, con el cadáver de Khurschev
todavía caliente por así decirlo, Gheorghiu-Dej convocó al embajador soviético
en Bucarest y le reclamó la salida del país de todos los agentes del KGB.
Aquella exigencia puso de los nervios a Moscú. A decir
verdad, en la metrópoli llevaban un tiempo ya discutiendo discretamente la
necesidad de reformar a la policía secreta, y de hecho quien entonces era su
máximo dirigente, Vladimir Yefimovitch Semichastny, fue autor de un informe
importantísimo en ese sentido, del que tal vez algún día debamos hablar más in
extenso. Pero, aun así, una cosa es que tú pienses algo sobre ti mismo, y
otra que te lo digan los demás.
Al día siguiente de la entrevista entre Dej y el
embajador, Semichastny le envió un mensaje al líder rumano. Un mensaje cortante
y sin adornos en el que le recordaba que Rumania seguía “bajo el paraguas
protector de la Unión Soviética”; y le añadía que, si persistía en la
reivindicación de que los soviéticos abandonasen el país, acabaría por
arrepentirse. Pocas semanas después, Semichastny se presentó en Bucarest,
acompañado por el general Alexander Sakharovsky, jefe de la inteligencia
exterior del KGB.
Los soviéticos, sin embargo, se encontraron con una
actitud sin fisuras por parte de los rumanos. Las purgas de Gheorghiu-Dej
habían hecho su efecto; si en el pasado, durante los años cuarenta o cincuenta,
pudo haber en Rumania hombres que se consideraba que trabajaban más para la
URSS que para su país, esto era algo que, con la consolidación de un liderazgo
único e indiscutido, probablemente había dejado de pasar. Así las cosas,
incluso hombres que habían tenido un marcado perfil prosoviético, como Bodnaras,
bancaban ahora sin dudarlo detrás de su líder. Las fuerzas de seguridad
rumanas, por otra parte, estaban un poco hasta los huevos de la manía que
siempre han tenido los asesores soviéticos de hacer lo que les da la gana, sin
siquiera guardar las formas. Así las cosas, Gheorghiu-Dej y Breznev comenzaron,
antes de finalizar aquel mismo año de 1964, una serie de discretas
conversaciones en torno al tema de los asesores soviéticos emplazados en
Rumania; conversaciones en las que también participó Alexander Shelepin.
La URSS no vio finalmente más salida que aceptar los
hechos. Con ello, la Securitate se convirtió en la primera policía secreta del
bloque comunista que se liberaba de los asesores soviéticos. Rumania, de hecho,
sería el único país del bloque soviético, aparte la URSS obviamente, que llegó
a tener un Directorio de inteligencia exterior; un a modo de CIA, pues.
La salida, sin embargo, no estuvo exenta de condiciones. A
los soviéticos les preocupaba mucho que el Directorio de Inteligencia Exterior
acabase haciendo de su capa un sayo (tanto les inquietaba que, como acabo de
deciros, no permitieron la existencia de órganos similares en otros países);
razón por la cual los rumanos tuvieron que garantizar que seguirían realizando
las labores de espionaje que les tocasen en el marco de la división del trabajo
en el seno del Pacto de Varsovia. Y la verdad es que los rumanos supieron
responder y hacer eso que hoy se llama “crear valor” para los soviéticos. En
1962, un agente del DGIE, como se conocía al servicio, Mihai Caraman, cantó
bingo en París al conseguir reclutar a François Rousilhe, un francés que
curraba en la biblioteca de la sede central de la OTAN. A cambio de pagos en
monedas de oro, Rousilhe filtró a los comunistas decenas de documentos de alto
secreto. Al año siguiente, la posición de Caraman mejoró todavía más cuando un
coronel turco llamado Nahit Imre, que ya había sido reclutado en Ankara, fue
trasladado a la sede de la OTAN. En 1965, Caraman tenía tanto curro que los
soviéticos tuvieron que enviarle un agente de apoyo, Vladimir Arhipov. Juntos,
Caraman y Arhipov siguieron colaborando con notable éxito hasta 1969, año en el
que el adjunto rumano de Caraman, coronel Ion Iacobescu, desertó a occidente y
destapó todo el mojo.
Lo cortés, sin embargo, no quita lo valiente. Durante
todos esos años en los que Rumania estaba cumpliendo a rajatabla sus
compromisos con la red soviética de espionaje, tanto Gheorghiu-Dej como su
primer ministro, Ion Gheorghe Maurer, estaban construyendo, a base de
declaraciones y artículos, la posición rumana contra el comportamiento de Moscú
hacia sus socios del Pacto de Varsovia. Y no estaban solos. En enero de 1965,
cuando se produjo una reunión del Comité Consultivo Político del Pacto, fue el
polaco Gomulka el que tomó la palabra para criticar la escasa afición de Nikita
Khruschev a la hora de consultar las cosas con sus aliados.
En esencia, puede decirse que para el comunismo rumano, la
llegada de un hombre de tan escasas formalidades democráticas como Khruschev,
seguido de un estalinista sin Stalin como Breznev, fue una gran ayuda. El país
nunca había conseguido, ni conseguiría en realidad, carburar mínimamente. Era
sólo cuestión de tiempo que el comunismo rumano comenzase a tener el tipo de
problemas con sus administrados que ya habían tenido los húngaros, tenían los
polacos y muy pronto aflorarían en Checoslovaquia. Sin embargo, el hecho de que
los líderes soviéticos hicieran las cosas de una manera que dejaba margen para
el enfrentamiento fue de gran ayuda para Gheorghiu-Dej; porque Dej no dejaba de
estar al frente de una nación que era, esencialmente, antirrusa.
El líder del comunismo rumano se encontraba en la década
de los sesenta muy cómodo, y se sentía muy seguro. A partir de 1962, buscando
con ello también reducir presión con sus discretos interlocutores occidentales,
comenzó a abrir las puertas de las cárceles. Más de 4.000 presos fueron
liberados en apenas unos meses. Claro que hay que tener en cuenta que los
enviados al maco en los diez años anteriores no pudieron ser menos de 700.000.
A pesar de estas verdades, no se puede negar que el inicio
de la era de las amnistías cambió Rumania. Unos diez años después, llegaba al
país el mismo tipo de mensaje que había llegado a la URSS con la muerte de
Stalin: la era de la represión mortal ha terminado. Igual que en la URSS, no
ser comunista seguía siendo caca; pero digamos que, ahora, quien se enfrentaba
tenía delante de sí la amenaza de la cárcel, el exilio o el internamiento
siquiátrico, cosas ya de por sí muy duras; pero, por lo menos, no acabaría en
un paredón.
El cambio en la URSS había demandado de la muerte del
líder que había creado el terror. En Rumania no fue así: el cambio lo inició
quien también había instaurado el terror. A finales de enero de 1965, sin
embargo. Gheorghe Gheorghiu-Dej comenzó a dar trazas de estar enfermo. Meses
antes, los rumanos habían hecho traer a Bucarest, discretamente, a un cirujano
británico, que le realizó una operación de próstata y de vejiga; aquello es
probable que saliese razonablemente bien. Pero medio año más tarde, el líder
comunista rumano tenía tumores en los pulmones. El primer ministro Maurer
decidió que lo mejor era hacer como que no pasaba nada. Gheorghiu-Dej, por lo
tanto, acudió a una reunión del Pacto de Varsovia, aunque cierto es que los
rumanos estuvieron lo estrictamente necesario y se marcharon en cuanto pudieron.
Avanzado el año 1965, la metástasis colonizó el hígado.
De nuevo, los rumanos decidieron confiar en la sabiduría
médica británica. En el primer fin de
semana de marzo de 1965, invitaron a Bucarest al doctor Geraint Evans, un
hombre que, además, estaba casado con una entonces famosa hepatóloga. Evans
pasó el fin de semana en Bucarest y a su regreso a Londres fue interrogado por
el Foreign Office, al que informó de que Gheorghiu-Dej se estaba muriendo.
También informó de que, en su opinión, los rumanos todavía no habían decidido
sobre el sucesor.
El día anterior de la visita de Evans, el 5 de marzo,
Gheorghiu-Dej grabó un mensaje que era previo a las elecciones a la Asamblea
Nacional. Todos los rumanos con televisión, pues, pudieron ser testigos del
importante deterioro que era entonces ya más que evidente.
La última aparición pública del primer líder del comunismo
rumano se produjo en la tarde del 7 de marzo, tras las votaciones. Su
enfermedad no fue reconocida, y se mantuvo en secreto hasta el 18. Un parte
médico, firmado por el ministro de Sanidad y una larga lista de médicos,
informaba de que el camarada secretario general estaba aquejado de una dolencia
pulmonar con afección al hígado. Al día siguiente se publicó un nuevo parte
médico en el que no se señalaban cambios, junto con un mensaje de Mao Tse Tung
y referencias a los centenares de telegramas que se habían recibido de todo el
país.
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