Rumania, ese chollo
A la sombra de los soviéticos en flor
Quiero rendirme
El largo camino hacia el armisticio
Conspirando a toda velocidad
El golpe
Elecciones libres; o no
En contra de mi propio gobierno
Elecciones libres (como en la URSS)
El último obstáculo, el rey
Con la Iglesia hemos topado
El calvario uniate
Securitate
Yo quiero ser un colectivizador como mi papá
Stefan Foris
Patrascanu y Pauker
La caída en desgracia de Lucretiu Patrascanu
La sombra del titoísmo
Gheorghiu-Dej se queda solo
Ana Pauker, salvada por un ictus
La apoteosis del primer comunista de Rumania
Hungría
Donde dije digo…
El mejor amigo del primo de Zumosol
Pilesti
Pío, pío, que yo no he sido
Trabajador forzado por la gracia de Lenin
Los comienzos de la diferenciación
Pues yo me voy a La Mutua (china)
Hasta nunca Gheorghe
El nuevo mando
Yo no fui
Yo no soy ellos
Enemigo de sus amigos
Grandeza y miseria
De mal en peor
Esos putos húngaros
El puteo húngaro
El maldito libro transilvano
El sudoku moldavo
La fumada de Artiom Lazarev
Viva Besarabia libre (y rumana)
Primeras disidencias
Goma
Los protestantes protestan
Al líder obrero no lo quieren los obreros
Brasov
No toques a Tokes
Arde Timisoara
El derrumbador de iglesias y monasterios
Qué mal va esto
Epílogo: el comunista que quiso sorber y soplar a la vez
El espacio militar que ocupaban esas unidades rumanas que
ahora Susaikov había licenciado o desplazado fue ocupado por soldados
soviéticos. Las tropas de Moscú ocuparon la prefectura de policía, la oficina
central de Correos y el Estado Mayor Central del ejército. Susaikov, por lo
demás, se desplegaba con una total chulería frente a los rumanos. Meses
después, durante una cena con el rey Miguel, se llevó a un intérprete que
estuvo toda la noche escupiendo ostensiblemente en el suelo; y él mismo rompió
una vieja espada china que quiso tocar, y ni siquiera pidió disculpas.
El 1 de marzo, Vyshinsky
se fue a ver al rey para decirle que los soviéticos habían decidido a
favor de Petru Groza para que fuese el siguiente primer ministro. El rey,
arrastrando el escroto, llamó a Groza para encargarle la formación de gobierno.
Automáticamente, agrarios y liberales se negaron a estar presentes en un
gobierno dominado por el frente de los trabajadores. Groza presentó una primera
lista de ministros, que el rey rechazó.
El 5 de marzo, en medio de esa confusa situación,
Vyshinsky se presentó de nuevo en palacio y le dijo al rey que, si Groza seguía
sin poder formar un gobierno, él, personalmente, no podía garantizar que
Rumania pudiese seguir siendo un Estado independiente. El rey entendió
claramente el mensaje: los rusos estaban a punto de aplicar la doctrina Breznev
en un momento en el que Breznev todavía era un joven multiorgásmico. Así que,
al día siguiente, por la tarde, aprobó la lista de Groza. Estas conversaciones
ni siquiera quedaron en secreto. Susaikov, que como muchos rusos era un puto
bocachancla en cuanto se tomaba tres o cuatro vodkas, le acabó por confesar un
día a sus colegas británico y estadounidense en el Comisión de Control (el
vicemariscal Donald Stevenson y el brigadier general Cortland van Resselaer
Schuyler) que la creación del gobierno Groza había sido una orden directa de
Malinovsky, quien, según Suisakov, temía que en la retaguardia de sus tropas
pudiese haber una rebelión (la gallina).
Aparentemente, los diferentes comunistas rumanos tenían,
también, diferentes opiniones sobre quién debería estar en el gobierno Groza y,
sobre todo, sobre la posibilidad de seguir colaborando con agrarios y
liberales, como de hecho les proponía el líder de estos últimos, Constantin
Bratianu. Todas estas discusiones, sin embargo las terminó Vyshinsky cagando
melodías. El hombre de Stalin en Bucarest en ese momento dio instrucciones a la
estructura soviética en la Comisión de Control para iniciar contactos con
Gheorghe Tatarescu, un antiguo primer ministro de los tiempos del rey Carol,
liberal, que se había apartado de su partido y que, como ya os he contado, era
una pieza muy cotizada por los comunistas. Al mismo tiempo, le ordenó a
Gheorghiu-Dej cortocircuitar cualquier contacto con Bratianu. Los comunistas,
dictaminaron los soviéticos, deberían buscar la alianza con Tatarescu, y con
una facción de los agrarios que se había apartado del partido y que era
liderada por Anton Alexandrescu.
Como he dicho, sin embargo, estas estrategias no eran
compartidas por otros líderes comunistas, como Vasile Luca. Luca consideraba que los
comunistas, por mucho que repugnasen de agrarios y liberales, debían hacer todo
lo posible por formar un gobierno que fuese de suficiente espectro
constitucional. Ana Pauker también estaba a favor de un gobierno en el que
pudieran sentirse cómodos Maniu y Bratianu; y, extrañamente, pretendía haber
recibido el nihil obstat para ello de Susaikov.
Los aliados occidentales estuvieron un tiempo muy
tranquilos, a causa de la celebración de la conferencia de Yalta,
donde estaban convencidos de que todo se había arreglado de forma muy positiva.
Sin embargo, la actitud de la URSS en Rumania después de la conferencia estuvo
muy lejos de confirmar aquella impresión, y pronto se dieron cuenta de que los
planes de Stalin para el país no tenían nada que ver, ni con consultarles a
ellos, ni con consultar a los propios rumanos.
El gobierno Groza colocó a todas las fuerzas del orden
bajo el control y el mando de los soviéticos. El 28 de febrero, de hecho, las
unidades uniformadas rumanas habían sido purgadas por hombres de Moscú. En el
mes de abril, Vyshinsky le ordenó a Patrascanu, que era ministro de Justicia,
que echase del curro a 1.000 jueces (el sueño húmedo del podemismo de toda hora); el soviético, lógicamente, quería
magistrados amateurs para los juicios que tenía en mente. En el mes de
mayo, el propio Groza dio la cifra de 90.000 ciudadanos rumanos arrestados en
los primeros meses de su gobierno. Patrascanu introdujo la figura de los
tribunales populares, que se ocuparon de juzgar reales y presuntos crímenes de
guerra. El 29 de mayo un grupo de 29 oficiales, entre ellos generales como
Nicolae Macici, Constantin Trestioreanu o Cornel Carlotescu, fueron condenados
a muerte, conmutada a cadena perpetua, mientras ocho más recibían penas de
prisión.
Nada de esto, obviamente, placía al rey Miguel. Cada vez
más, el monarca volvía su rostro hacia británicos y estadounidenses en procura
de ayuda. El 2 de agosto, una vez terminada la conferencia de Potsdam, una
reunión en la que ya tenían bastante más claras las intenciones de Stalin de lo
que las habían tenido en Yalta, ambos países hicieron una declaración en la que
anunciaron que sólo firmarían tratados de paz con países que tuviesen gobiernos
plenamente democráticos. Esta declaración levantó algunas esperanzas para el
rey y para los agrarios y liberales rumanos. De hecho, Maniu y Bratianu
comenzaron a discutir las posibilidades que creían tener de tumbar el gobierno
Groza.
El 20 de agosto, azuzado por estas perspectivas, el rey le
intimó a Groza la dimisión. Groza marcó el móvil de Susaikov, y el militar ruso
le dijo que no se le ocurriese marcharse ni de coña. Así que Groza volvió a
palacio y le dijo al rey que sacase la pichita y le mease en la pechera si
quería. Como respuesta, el rey de declaró en huelga, se negó a recibir a
ministros, y a firmar los decretos.
Así estuvo Rumania cuatro meses. Pero la cosa es que las
posibilidades que había abierto la declaración de Postdam tampoco eran tantas.
Los rumanos, como la mayoría de los ciudadanos del resto de los países de
Europa oriental, consideraron que los británicos y estadounidenses estaban
mucho más comprometidos con la democracia y las libertades civiles de lo que
realmente estaban.
En los días 16 a 26 de diciembre de aquel año, en Moscú se
celebró una conferencia de ministros de Asuntos Exteriores aliados. Allí se
decidió que una comisión, formada por los diplomáticos Clark Kerr, Averell
Harriman y Vyshinsky, iría a Bucarest, para asesorar al rey de cara a la
entrada en el gobierno de representantes de los partidos agrario y liberal.
Tras esta reorganización, se convocarían elecciones libres.
Sobre el papel, pues, había ganado la democracia y todo
eso. Pero aquello no era más que purpurina para pintar la mierda. El acuerdo de
Moscú, lejos de ser lo que parece, fue la última bajada de pantalones de los
aliados occidentales frente a Stalin en el tema de Rumania. Groza, las cosas
como son, cumplió. Aceptó la presencia en su gobierno de Emil Hategianu, del
Partido Agrario, y de Mihai Romniceanu de los liberales; ambos ministros sin cartera.
Asimismo, decretó la total libertad de Prensa y las elecciones fueron
anunciadas el 8 de enero de 1946. Con estas “seguridades”, británicos y
estadounidenses relajaron el esfínter, se mostraron dispuestos a reconocer al
gobierno Groza, afirmando que esperaban que las elecciones fuesen en abril o
mayo.
Pero, claro, las cosas no fueron como se esperaba. El 27 de
mayo, todavía esperando una convocatoria que no llegaba, los occidentales
protestaron. Arrastrando el escroto, el gobierno elaboró una ley electoral que
estaba descaradamente diseñada para favorecer a los comunistas.
Asimismo, durante aquel mes de mayo en el que tenían que
haberse celebrado unas elecciones que no llegaban, las autoridades procedieron
a una nueva ola de arrestos, incluido algún pez gordo como el general Aldea, es
decir, el primer ministro del Interior de Sanatescu. Fue juzgado en noviembre
de aquel año junto a 55 “cómplices”, y sentenciado a trabajos forzados de por
vida. Moriría en prisión tres años después. Una tranquila calle ajardinada de
casas bajas en Slatina, su ciudad natal, es casi todo lo que queda de él.
Por supuesto, los comunistas tiraron de Catón en la
consideración de la violencia de las masas como un justo acto de indignación
que, no sólo no debía ser sancionado, sino que debía ser promocionado. Como
consecuencia, para los partidos no de izquierdas, mantener mítines y reuniones
políticas se convirtió en algo muy difícil, ya que siempre aparecía algún grupo
de alegres hijos de puta a reventárselo y reventar los bazos de los
participantes. Por otra parte, cuando Estados Unidos protestó ante Groza por
todo lo que estaba pasando, la respuesta del primer ministro rumano fue para
enmarcarla: “cuando la URSS habla de elecciones libres, se refiere a elecciones
libres del tipo de los que ellos tienen en su país”.
En estas circunstancias, las elecciones se celebraron el
19 de noviembre. El bloque de gobierno, después de que sus papeletas las
contasen a pachas entre Tezanos, Leire Díez y Maduro, afirmó haber recibido cinco millones
de votos; el 84%. Los agrarios habían sacado 800.000 votos y los liberales
algunos menos de 300.000. Se elegían 414 diputados para un sistema unicameral,
de los cuales 348 sitios fueron ocupados por culos de la coalición de gobierno
por 66 de la oposición.
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