martes, octubre 28, 2025

Ceaucescu (7): Elecciones libres; o no




Rumania, ese chollo
A la sombra de los soviéticos en flor
Quiero rendirme
El largo camino hacia el armisticio
Conspirando a toda velocidad
El golpe
Elecciones libres; o no
En contra de mi propio gobierno
Elecciones libres (como en la URSS)
El último obstáculo, el rey
Con la Iglesia hemos topado
El calvario uniate
Securitate
Yo quiero ser un colectivizador como mi papá
Stefan Foris
Patrascanu y Pauker
La caída en desgracia de Lucretiu Patrascanu
La sombra del titoísmo
Gheorghiu-Dej se queda solo
Ana Pauker, salvada por un ictus
La apoteosis del primer comunista de Rumania
Hungría
Donde dije digo…
El mejor amigo del primo de Zumosol
Pilesti
Pío, pío, que yo no he sido
Trabajador forzado por la gracia de Lenin
Los comienzos de la diferenciación
Pues yo me voy a La Mutua (china)
Hasta nunca Gheorghe
El nuevo mando
Yo no fui
Yo no soy ellos
Enemigo de sus amigos
Grandeza y miseria
De mal en peor
Esos putos húngaros
El puteo húngaro
El maldito libro transilvano
El sudoku moldavo
La fumada de Artiom Lazarev
Viva Besarabia libre (y rumana)
Primeras disidencias
Goma
Los protestantes protestan
Al líder obrero no lo quieren los obreros
Brasov
No toques a Tokes
Arde Timisoara
El derrumbador de iglesias y monasterios
Qué mal va esto
Epílogo: el comunista que quiso sorber y soplar a la vez

 

La revolución rumana fue una revolución democrática. El rey Miguel y la mayoría de los conspiradores integrados en el Bloque Democrático eran, efectivamente, personas comprometidas con la idea de impulsar en el país un régimen de libertades que contrastase vivamente con la dictadura militar que había implantado de facto Ion Antonescu. Sin embargo, apenas seis meses después de su victoria, estaban bajo otra dictadura.

Las tropas soviéticas entraron en Bucarest ocho días después del golpe. Para entonces, se había formado un gobierno rumano con muy escasos elementos comunistas, y desde luego sin demasiado peso específico, que esperaba ponerse a negociar el armisticio con los que para ellos eran los representantes del bando aliado. Asimismo, el gobierno rumano no contemplaba otro futuro para el país que la celebración de unas elecciones libres.

En el terreno de la práctica, sin embargo, las cosas fueron de otra manera. La capital rumana cayó completamente bajo el control soviético. En esto ayudó el hecho de que el rey Miguel no estuviese en la ciudad. Quizás éste fue el mayor error cometido por Felpudo Maikel. El 24 de agosto, temiendo que una reacción germana se hiciera con la ciudad, se había marchado de la capital a los Cárpatos. La medida tenía su lógica, pero lo que no la tenía era que no regresase inmediatamente para operar de contrapeso a la influencia soviética.

La posición de los liberales, por llamarlos de alguna manera, era, además, bastante frágil. Las primeras horas del golpe habían demostrado hasta qué punto los comunistas eran los únicos que podían exhibir organizaciones disciplinadas capaces de actuar allí donde fuese necesario. A ello hay que unir el hecho evidente de que, prácticamente, el único aliado realmente presente en el territorio era Stalin. El secretario general del PCUS tenía, obviamente, muchas cosas en las que pensar en aquel momento; pero tampoco se olvidó de Rumania. De hecho, movilizó sus peones rápidamente para promocionar a sus elementos de mayor confianza. Stalin no confiaba en Patrascanu, algo que, al fin y a la postre, le habría de costar la vida al rumano. Con quien realmente se entendía (esto quiere decir: quien, realmente, le obedecía perrunamente dentro del Partido) era Gheorghiu-Dej. Y por eso mismo lo colocó al frente del machito. Ya se sabe: un amigo, un esclavo, un servidor...

El acuerdo de armisticio de Rumania se firmó en Moscú, el 12 de septiembre de 1944. Los firmantes, lógicamente, fueron Rumania por un lado; y Gran Bretaña, Estados Unidos y la URSS, por el otro. El documento que se firmó era, de hecho, el principal instrumento de los soviéticos para intervenir Rumania a su estricto favor.

El truco del almendruco fue encargarse de redactar el borrador de armisticio. En dicho borrador, los soviéticos introdujeron la cláusula de que los términos de dicho armisticio ser implantarían “bajo el control del Alto Mando soviético, en representación de los aliados”.

De esta manera, en la práctica la Comisión de Control del tratado de armisticio operó, desde el primer momento, bajo un estrecho control soviético; incluso los otros aliados eran considerados delegaciones presentes en la Comisión, pero no miembros de la misma propiamente dichos.

El reto para Stalin no era fácil. En agosto de 1944, es decir en el momento del golpe, el Partido Comunista Rumano apenas tenía 1.000 militantes. Eran militantes extremadamente disciplinados, ciertamente; pero eran todo lo que tenía Stalin para “demostrar” que Rumania quería ser gobernada bajo un sistema comunista.

La misión principal que hubo de asumir el Partido Comunista Rumano fue una misión destructiva. Su taimado objetivo era evitar que el gobierno recién nombrado lograse estabilizar el país. Mientras tanto, se trabajaba para desdibujar la figura del rey y “des-occidentalizar” todo lo posible el país. La principal espadaña de esta estrategia fue una campaña de imagen y propaganda fuerte y continuada en las fábricas; propaganda que, en Transilvania, se elaboró mediante folletos bilingües, en rumano y en húngaro. En esto, el PRR acertó: aquello le sirvió para ganarse la simpatía de las minorías étnicas del país, hondamente preocupadas por su futuro.

El embajador estadounidense en Moscú, Averell Harriman, estaba muy preocupado por las intenciones de los soviéticos en Rumania. Sin embargo, desde muchos puntos de vista estaba solo. Su jefe, Franklin Delano Roosevelt, lo había enviado a Europa para hacer funcionar el programa lend-lease que permitió a la URSS armarse muy deprisa y salvó a Gran Bretaña de la destrucción; pero las cosas que ahora hacía y decía Harriman, desde Moscú, ya no le gustaban tanto. Roosevelt estaba en la fase procesal de confiar en Stalin (y así le fue al mundo de la posguerra), y las admoniciones que llegaban de su embajada le estorbaban. Pero, en todo caso, no era el único. Winston Churchill, obsesionado con que Moscú no diese por culo en Grecia, estaba más que dispuesto a cambiar cromos y dejarle a hacer a Stalin en Rumania. El 26 de septiembre de 1944, Churchill pronunció un discurso en los Comunes en el que se dedicó a recordar que rumanos y fineses habían participado con pasión en la invasión de la URSS, causando con ello gravísimos daños y mortandad en la patria rusa. Era su manera de aceptar que Stalin haría en Rumania lo que le apeteciese, y que los otros aliados no iban a abrir un conflicto por ello.

Obviamente, el rey Miguel y sus más allegados no veían las cosas así. En su concepción, el hecho de que los rumanos hubiesen echado a Antonescu y hubiesen cambiado de bando, exponiéndose con ello a una reacción violenta de los alemanes, les daba el derecho a decidir su propio destino. De una manera un tanto forzada, sostenían que Rumania no debía ser tratada como una nación vencida, sino como un nuevo aliado. Evidentemente, Stalin no quería ni oír hablar de algo así.

Cuando Churchill voló a Moscú en octubre de 1944, lo hizo en una situación en la que sabía que difícilmente podría imponerle algo a su aliado el Tío Joe. Stalin era para entonces el dueño de la mayor parte de Rumania y de Bulgaria; en esas circunstancias, ya no se podía hablar, propiamente, de negociar con él un reparto de los Balcanes; la expresión más precisa sería decir que Gran Bretaña apenas podía aspirar a salvar los muebles (o sea, Grecia). El primer ministro británico que viajó a la capital de la URSS no creo que llevase en la cartera ni siquiera el esquema de alguna intentona tipo “el no ya lo llevas” para tratar de sacar algo a favor de los rumanos. Sabía perfectamente de qué iba el mojo, y que esa vez le tocaba mirar para otro lado.

El gobierno del general Sanatescu duró poco: desde el 23 de agosto, es decir el día del golpe, hasta el 2 de noviembre de 1944. Tal y como había defendido Maniu, era un gobierno estrictamente militar aunque, como ya sabemos, había un ministerio, el de Justicia, que se le había otorgado a Lucretiu Patrascanu porque se había puesto más pesado que un melón colgado de un párpado con que tenía que conseguirlo (algo que, curiosamente, con el tiempo le costaría la vida). Pero, como digo, ni Maniu ni Bratianu quisieron entrar en el ejecutivo.

A pesar de ser los únicos que tenían un miembro civil en el gobierno, los comunistas comenzaron a atacar al gobierno Sanatescu casi desde el segundo uno. La principal razón de sus ataques fue el hecho de que el general apenas hiciera cambios en la Siguranta, la policía secreta de Antonescu.

El 2 de octubre, el Alto Mando soviético le comunicó al gobierno la exigencia de que la fuerza policial rumana fuese reducida, desde 18.000 efectivos hasta 12.000. El día 6, exigió, y obtuvo, la dimisión del jefe de Estado Mayor rumano, general Gheorghe Mihail, puesto que se había negado a la exigencia soviética de que todas las unidades militares rumanas fuesen desarmadas, con la única excepción de las 12 divisiones que estaban luchando en las trincheras junto a los soviéticos. El sucesor de Mihail, general Nicolae Radescu, aceptó que las 13 divisiones que componían el ejército interior rumano fuesen reducidas a tres, que en realidad eran divisiones más en el papel que en la realidad, más un exiguo ejército de reserva de 10.000 hombres. También aceptó que la gendarmería y guardia de frontera fuese reducida de 74.000 a 58.000 efectivos.

El siguiente paso fue dar instrucciones a los comunistas rumanos para que exigiesen un mayor peso en el gobierno; sugirieron los dos ministerios fundamentales de Interior y Defensa. Además, el 2 de octubre los comunistas y los socialdemócratas se habían fusionado en el Frente Nacional Democrático. En las elecciones a los comités de empresa de las grandes fábricas, los miembros del Frente amenazaron a muchos trabajadores con que serían arrestados por los soviéticos si no votaban a quien debían votar.

Los comunistas crearon la Guardia de la Defensa Patriótica, un cuerpo que contó, desde el primer momento, con el apoyo de la NKGB soviética, y que quedó bajo el mando de Emil Bodnaras. La misión de la Guardia: arrancar de Rumania el fascismo. Los comunistas, efectivamente, avanzaban, impasible el rumano, hacia ese punto procesal, que siempre llega delante de todo comunista, por el cual todo aquél que no les gusta es convertido en fascista. Esto tiene su lógica utilidad. El tratado de armisticio había establecido la automática disolución de todas las organizaciones hitlerianas “y de tipo fascista”. Ensanchar el concepto de fascista era algo que los comunistas necesitaban para así poder disolver la organización que les diese la gana. A principios de septiembre, el ministro de Asuntos Exteriores, Grigore Niculescu-Buzesti, y el mariscal de palacio Ion Mocsony-Styrcea, anunciaron la erección de un tribunal de crímenes de guerra. La intención obvia era utilizar este tribunal para organizar una ordalía en la que todos los enemigos políticos de los organizadores fuesen reprimidos. Maniu, sin embargo, logró parar la iniciativa.

El 15 de enero de 1945, el entonces primer ministro, general Radescu, ordenó la disolución de la Guardia Patriótica; sin embargo, tanto Bodnaras como el viceministro del interior, Teohari Georgescu, se limitaron a hacer como que no se les había ordenado nada. Ése fue el momento en el que se vio el verdadero significado del desarme del ejército y la policía rumanos: el gobierno carecía de medios para llevar a cabo la orden que estaba dando.

El 8 de octubre, el Frente organizó la primera manifestación masiva. Unos 60.000 manifestantes pidieron la dimisión del gobierno Sanatescu, bajo la acusación de ser demasiado lenitivo con los elementos fascistas del país. Al día siguiente, los soviéticos exigieron la detención de 47 rumanos a los que acusaban de ser criminales de guerra. En la lista estaban nada menos que dos miembros del gobierno: el general Gheorghe Potopeanu, ministro de Economía Nacional; y el general Ion Boiteanu, ministro de Educación. El gobierno Sanatescu trató de alargar la cosa; pero lo cierto es que meses después, en enero de 1945, informes de la inteligencia estadounidense confirmarían buena parte de los cargos sostenidos por los comunistas.

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