Rumania, ese chollo
A la sombra de los soviéticos en flor
Quiero rendirme
El largo camino hacia el armisticio
Conspirando a toda velocidad
El golpe
Elecciones libres; o no
En contra de mi propio gobierno
Elecciones libres (como en la URSS)
El último obstáculo, el rey
Con la Iglesia hemos topado
El calvario uniate
Securitate
Yo quiero ser un colectivizador como mi papá
Stefan Foris
Patrascanu y Pauker
La caída en desgracia de Lucretiu Patrascanu
La sombra del titoísmo
Gheorghiu-Dej se queda solo
Ana Pauker, salvada por un ictus
La apoteosis del primer comunista de Rumania
Hungría
Donde dije digo…
El mejor amigo del primo de Zumosol
Pilesti
Pío, pío, que yo no he sido
Trabajador forzado por la gracia de Lenin
Los comienzos de la diferenciación
Pues yo me voy a La Mutua (china)
Hasta nunca Gheorghe
El nuevo mando
Yo no fui
Yo no soy ellos
Enemigo de sus amigos
Grandeza y miseria
De mal en peor
Esos putos húngaros
El puteo húngaro
El maldito libro transilvano
El sudoku moldavo
La fumada de Artiom Lazarev
Viva Besarabia libre (y rumana)
Primeras disidencias
Goma
Los protestantes protestan
Al líder obrero no lo quieren los obreros
Brasov
No toques a Tokes
Arde Timisoara
El derrumbador de iglesias y monasterios
Qué mal va esto
Epílogo: el comunista que quiso sorber y soplar a la vez
La revolución rumana fue una revolución democrática. El rey Miguel y la mayoría de los conspiradores integrados en el Bloque Democrático eran, efectivamente, personas comprometidas con la idea de impulsar en el país un régimen de libertades que contrastase vivamente con la dictadura militar que había implantado de facto Ion Antonescu. Sin embargo, apenas seis meses después de su victoria, estaban bajo otra dictadura.
Las tropas soviéticas entraron en Bucarest ocho días
después del golpe. Para entonces, se había formado un gobierno rumano con muy
escasos elementos comunistas, y desde luego sin demasiado peso específico, que
esperaba ponerse a negociar el armisticio con los que para ellos eran los
representantes del bando aliado. Asimismo, el gobierno rumano no contemplaba
otro futuro para el país que la celebración de unas elecciones libres.
En el terreno de la práctica, sin embargo, las cosas
fueron de otra manera. La capital rumana cayó completamente bajo el control
soviético. En esto ayudó el hecho de que el rey Miguel no estuviese en la
ciudad. Quizás éste fue el mayor error cometido por Felpudo Maikel. El 24 de agosto,
temiendo que una reacción germana se hiciera con la ciudad, se había marchado
de la capital a los Cárpatos. La medida tenía su lógica, pero lo que no la
tenía era que no regresase inmediatamente para operar de contrapeso a la influencia
soviética.
La posición de los liberales, por llamarlos de alguna
manera, era, además, bastante frágil. Las primeras horas del golpe habían
demostrado hasta qué punto los comunistas eran los únicos que podían exhibir
organizaciones disciplinadas capaces de actuar allí donde fuese necesario. A
ello hay que unir el hecho evidente de que, prácticamente, el único aliado realmente presente en el territorio era Stalin. El secretario general del PCUS tenía, obviamente, muchas
cosas en las que pensar en aquel momento; pero tampoco se olvidó de Rumania. De
hecho, movilizó sus peones rápidamente para promocionar a sus elementos de
mayor confianza. Stalin no confiaba en Patrascanu, algo que, al fin y a la
postre, le habría de costar la vida al rumano. Con quien realmente se entendía
(esto quiere decir: quien, realmente, le obedecía perrunamente dentro del
Partido) era Gheorghiu-Dej. Y por eso mismo lo colocó al frente del machito. Ya se sabe: un amigo, un esclavo, un servidor...
El acuerdo de armisticio de Rumania se firmó en Moscú, el
12 de septiembre de 1944. Los firmantes, lógicamente, fueron Rumania por un
lado; y Gran Bretaña, Estados Unidos y la URSS, por el otro. El documento que
se firmó era, de hecho, el principal instrumento de los soviéticos para
intervenir Rumania a su estricto favor.
El truco del almendruco fue encargarse de redactar el
borrador de armisticio. En dicho borrador, los soviéticos introdujeron la
cláusula de que los términos de dicho armisticio ser implantarían “bajo el
control del Alto Mando soviético, en representación de los aliados”.
De esta manera, en la práctica la Comisión de Control del
tratado de armisticio operó, desde el primer momento, bajo un estrecho control
soviético; incluso los otros aliados eran considerados delegaciones presentes
en la Comisión, pero no miembros de la misma propiamente dichos.
El reto para Stalin no era fácil. En agosto de 1944, es
decir en el momento del golpe, el Partido Comunista Rumano apenas tenía 1.000
militantes. Eran militantes extremadamente disciplinados, ciertamente; pero
eran todo lo que tenía Stalin para “demostrar” que Rumania quería ser gobernada
bajo un sistema comunista.
La misión principal que hubo de asumir el Partido
Comunista Rumano fue una misión destructiva. Su taimado objetivo era evitar que
el gobierno recién nombrado lograse estabilizar el país. Mientras tanto, se
trabajaba para desdibujar la figura del rey y “des-occidentalizar” todo lo
posible el país. La principal espadaña de esta estrategia fue una campaña de
imagen y propaganda fuerte y continuada en las fábricas; propaganda que, en
Transilvania, se elaboró mediante folletos bilingües, en rumano y en húngaro. En
esto, el PRR acertó: aquello le sirvió para ganarse la simpatía de las minorías
étnicas del país, hondamente preocupadas por su futuro.
El embajador estadounidense en Moscú, Averell Harriman,
estaba muy preocupado por las intenciones de los soviéticos en Rumania. Sin
embargo, desde muchos puntos de vista estaba solo. Su jefe, Franklin Delano
Roosevelt, lo había enviado a Europa para hacer funcionar el programa lend-lease
que permitió a la URSS armarse muy deprisa y salvó a Gran Bretaña de la
destrucción; pero las cosas que ahora hacía y decía Harriman, desde Moscú, ya
no le gustaban tanto. Roosevelt estaba en la fase procesal de confiar en Stalin
(y así le fue al mundo de la posguerra), y las admoniciones que llegaban de su
embajada le estorbaban. Pero, en todo caso, no era el único. Winston Churchill,
obsesionado con que Moscú no diese por culo en Grecia, estaba más que dispuesto
a cambiar cromos y dejarle a hacer a Stalin en Rumania. El 26 de septiembre de
1944, Churchill pronunció un discurso en los Comunes en el que se dedicó a
recordar que rumanos y fineses habían participado con pasión en la invasión de
la URSS, causando con ello gravísimos daños y mortandad en la patria rusa. Era
su manera de aceptar que Stalin haría en Rumania lo que le apeteciese, y que
los otros aliados no iban a abrir un conflicto por ello.
Obviamente, el rey Miguel y sus más allegados no veían las
cosas así. En su concepción, el hecho de que los rumanos hubiesen echado a
Antonescu y hubiesen cambiado de bando, exponiéndose con ello a una reacción
violenta de los alemanes, les daba el derecho a decidir su propio destino. De
una manera un tanto forzada, sostenían que Rumania no debía ser tratada como
una nación vencida, sino como un nuevo aliado. Evidentemente, Stalin no quería
ni oír hablar de algo así.
Cuando Churchill voló a Moscú en octubre de 1944, lo hizo
en una situación en la que sabía que difícilmente podría imponerle algo a su
aliado el Tío Joe. Stalin era para entonces el dueño de la mayor parte de
Rumania y de Bulgaria; en esas circunstancias, ya no se podía hablar,
propiamente, de negociar con él un reparto de los Balcanes; la expresión más
precisa sería decir que Gran Bretaña apenas podía aspirar a salvar los muebles
(o sea, Grecia). El primer ministro británico que viajó a la capital de la URSS
no creo que llevase en la cartera ni siquiera el esquema de alguna intentona
tipo “el no ya lo llevas” para tratar de sacar algo a favor de los rumanos.
Sabía perfectamente de qué iba el mojo, y que esa vez le tocaba mirar para otro
lado.
El gobierno del general Sanatescu duró poco: desde el 23
de agosto, es decir el día del golpe, hasta el 2 de noviembre de 1944. Tal y
como había defendido Maniu, era un gobierno estrictamente militar aunque, como
ya sabemos, había un ministerio, el de Justicia, que se le había otorgado a
Lucretiu Patrascanu porque se había puesto más pesado que un melón colgado de
un párpado con que tenía que conseguirlo (algo que, curiosamente, con el tiempo
le costaría la vida). Pero, como digo, ni Maniu ni Bratianu quisieron entrar en
el ejecutivo.
A pesar de ser los únicos que tenían un miembro civil en
el gobierno, los comunistas comenzaron a atacar al gobierno Sanatescu casi
desde el segundo uno. La principal razón de sus ataques fue el hecho de que el
general apenas hiciera cambios en la Siguranta, la policía secreta de
Antonescu.
El 2 de octubre, el Alto Mando soviético le comunicó al
gobierno la exigencia de que la fuerza policial rumana fuese reducida, desde
18.000 efectivos hasta 12.000. El día 6, exigió, y obtuvo, la dimisión del jefe
de Estado Mayor rumano, general Gheorghe Mihail, puesto que se había negado a
la exigencia soviética de que todas las unidades militares rumanas fuesen
desarmadas, con la única excepción de las 12 divisiones que estaban luchando en
las trincheras junto a los soviéticos. El sucesor de Mihail, general Nicolae
Radescu, aceptó que las 13 divisiones que componían el ejército interior rumano
fuesen reducidas a tres, que en realidad eran divisiones más en el papel que en
la realidad, más un exiguo ejército de reserva de 10.000 hombres. También
aceptó que la gendarmería y guardia de frontera fuese reducida de 74.000 a
58.000 efectivos.
El siguiente paso fue dar instrucciones a los comunistas
rumanos para que exigiesen un mayor peso en el gobierno; sugirieron los dos
ministerios fundamentales de Interior y Defensa. Además, el 2 de octubre los
comunistas y los socialdemócratas se habían fusionado en el Frente Nacional
Democrático. En las elecciones a los comités de empresa de las grandes
fábricas, los miembros del Frente amenazaron a muchos trabajadores con que
serían arrestados por los soviéticos si no votaban a quien debían votar.
Los comunistas crearon la Guardia de la Defensa
Patriótica, un cuerpo que contó, desde el primer momento, con el apoyo de la
NKGB soviética, y que quedó bajo el mando de Emil Bodnaras. La misión de la
Guardia: arrancar de Rumania el fascismo. Los comunistas, efectivamente,
avanzaban, impasible el rumano, hacia ese punto procesal, que siempre llega
delante de todo comunista, por el cual todo aquél que no les gusta es
convertido en fascista. Esto tiene su lógica utilidad. El tratado de armisticio
había establecido la automática disolución de todas las organizaciones
hitlerianas “y de tipo fascista”. Ensanchar el concepto de fascista era algo
que los comunistas necesitaban para así poder disolver la organización que les
diese la gana. A principios de septiembre, el ministro de Asuntos Exteriores,
Grigore Niculescu-Buzesti, y el mariscal de palacio Ion Mocsony-Styrcea,
anunciaron la erección de un tribunal de crímenes de guerra. La intención obvia
era utilizar este tribunal para organizar una ordalía en la que todos los
enemigos políticos de los organizadores fuesen reprimidos. Maniu, sin embargo,
logró parar la iniciativa.
El 15 de enero de 1945, el entonces primer ministro,
general Radescu, ordenó la disolución de la Guardia Patriótica; sin embargo,
tanto Bodnaras como el viceministro del interior, Teohari Georgescu, se
limitaron a hacer como que no se les había ordenado nada. Ése fue el momento en
el que se vio el verdadero significado del desarme del ejército y la policía
rumanos: el gobierno carecía de medios para llevar a cabo la orden que estaba
dando.
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