martes, diciembre 19, 2023

Mafiosos de leyenda: Frankie Carbo (y 2)

Aquí os dejo otros post que he ido escribiendo sobre el crimen organizado.

La Mafia en sus orígenes
Mano Negra, Mano Blanca
El nacimiento del Sindicato del Crimen
Johnny Torrio
Dutch Schultz
Arnold RothsteinAbe Atell
Frankie Carbo (1)
Frankie Carbo (2)


Las tomas sobre Apalachin
El sargento Croswell descubre a Joseph Barbara
Todo empezó con un cheque falso
Ganamos, pero perdimos

Con el tiempo, Frankie Carbo acabó por ser el gran jefe del mundo del boxeo, por encima de todos los demás. El hombre que había dominado la escena antes que él era Mike Jacobs; pero Mike estaba cada vez más mayor. Carbo y Jacobs, por lo demás, estaban lejos de ser ese tipo de gangsters rivales dispuestos a matarse en una guerra cruenta. Eran amigos, y se escuchaban a menudo. Carbo, de hecho, fue quien convenció a Jacobs de que era tiempo de quitarse de en medio. Jacobs le vendió su Twentieth Century Boxing Club al Madison Square Garden por 100.000 dólares. La operación le aseguró la jubilación pero, por el camino, dejó espacio para el IBC de Carbo, que adquirió los derechos a organizar combates en el Madison. Entre 1949 y 1955, de los 51 campeonatos de los pesos welter y medios que se celebraron en Estados Unidos, la IBC organizó 47. El IBC negoció sustanciosos contratos con las cadenas de televisión, que retransmitían dos veladas a la semana. En cada una de esas veladas, Frankie Carbo se llevaba tajada de la publicidad, y los anunciantes mataban por estar ahí.

Para entonces, el IBC era una institución establecida y monopolizada por la gente de Carbo: Frank Blinky Palermo, Hymie The Mink Wallman, Ettore Eddie Coco, James Plumeri, AKA Jimmy Doyle, y Harry Champ Segal. Como presidente fue nombrado James Norris, un hombre respetable y bastante popular cuya función era tintar el IBC de respetabilidad. El cuadro lo completaba el inevitable abogado, Truman Gibson.

Norris era miembro de una familia de rancio abolengo de dinero. Él y su padre eran propietarios de un equipo de hockey de Detroit, los Detroit Red Wings; también tenían mucho dinero invertido en una yeguada de carreras. James era el presidente de la Norris Grain Company, era socio de una agencia de valores en Chicago, Norris & Kenly, director de la American Furniture Mart de Chicago, director de la Upper Lakes Transportation Company, y co-propietario de los Chicago Black Hawks. Por último, poseía una cuadra, la Spring Hill Farm en Kentucky.

James Norris era un Cayetano de la hostia. Eso sí, se diferenciaba del Cayetano average en que le encantaba estar en compañía de personas del hampa. Le fascinaban los ladrones y los asesinos, y hacer negocios con ellos. Cuando entendió que era posible crear un monopolio del amaño boxístico, aceptó presidir el IBC: era su gran proyecto.

Blinky Parlemo era un mafioso de Filadelfia, donde había sido el puto amo de la lotería de los números; ya sabéis, la forma de juego de azar más común entre las personas de baja extracción, y sobre todo en los barrios negros, que un día Dutch Schultz decidió manipular. Palermo era el de los músculos y la fuerza bruta; el Luca Brasi de Frankie Carbo.

En cuanto a Truman Gibson, era un hombre de una reputación intachable. En 1940, el presidente Franklin Delano Roosevelt, personalmente, había nombrado a Gibson como consejero asistente del secretario de Estado de Guerra, Henry L. Stimson, con funciones especiales relativas a los soldados negros que luchaban en el frente. En 1943, fue nombrado asesor civil principal de Stimson.

La especial relación de Gibson con la comunidad negra le llevó a organizar la American Negro Exposition de Chicago; de esos polvos llegó al boxeo, donde trabó conocimiento con puntales del deporte como Joe Louis. En realidad, Gibson era todo un paladín por la igualdad racial y, durante la etapa del presidente Harry Truman, lo convenció para impulsar la ley que terminó con la segregación en el ejército. En 1949 era el director general de las empresas de Joe Louis y, de ahí, secretario del IBC. Llegó a la presidencia cuando Norris la dejó.

La sociedad americana, y sus instituciones judiciales, tardaron mucho en rasgar el velo que tenían delante de sus ojos respecto de Gibson. No fue hasta 1961 que el abogado, Carbo, Palermo y dos matones más: Joe Sica y Louis Dragna, fueron acusados de extorsión y conspiración. Pero antes de ver eso tenemos que contar algunas cosas.

Evidentemente, para Frankie Carbo el puntazo de su vida fue conseguir las llaves del Madison Square Garden. En el bullicioso sector boxístico neoyorkino, pelear en el Garden era el sueño de todos, boxeadores, managers y entrenadores. Eran deportistas que venían de Canadá, o de Sudamérica, incluso de Europa, además de los Estados Unidos. Todos ellos sabían que no triunfarían de verdad hasta que no hiciesen que su rival mordiese la lona en el Madison. Y ahí estaba el IBC para decirles cuál era el pago por la gloria: te tiras en el quinto asalto, o ganas a los puntos, o lo que sea.

Había gente, para qué negarlo, que parecía colocarse por encima de esa dominación. El entrenador Ray Arcel, que acabaría siéndolo de boxeadores muy buenos (entrenó a 20 campeones del mundo, a figuras como Roberto Mano de Piedra Durán o Larry Holmes), comenzó a organizar peleas televisadas, sus famosas Saturday Night Fights. Pronto se sintió lo suficientemente fuerte como para decirle al IBC lo que Rajoy: que aceptaría sus condiciones, o no. En septiembre de 1953, en Boston, alguien (nunca se supo quién) lo golpeó con una barra de acero, provocándole un traumatismo del que le costó recuperarse. A la larga, abandonó el boxeo; sus peleas televisadas desaparecieron.

El 24 de julio de 1958, cuando su reinado cumplía ya muchos años, Frankie Carbo, o Paul John Carbo como decía que era su nombre real, vio cómo el fiscal del distrito de Nueva York, Frank S. Hogan, lo imputaba por diez cargos de operaciones ilegales: un cargo de conspiración, siete de gestión ilegal de boxeadores, y dos de arreglo ilegal de combates. Se enfrentaba a 10 años de cárcel y una multa de hasta 2.500 dólares. Carbo ya había desaparecido de la faz de la tierra cuando Hogan anunció el procesamiento; había quien decía que lo había visto en un hipódromo en Tijuana. La policía vigiló especialmente un campeonato de boxeo en Houston; pero, contrariamente a lo que se había pensado, Carbo no apareció.

El tema era el siguiente. A causa de haber sido condenado por homicidio involuntario en lo del taxista, Frankie Carbo no podía ser elegible ni para ser representante de boxeadores ni para ser organizador de eventos boxísticos. Por ello, se había aliado con Hymie Wallman, que era un manager legal, para realizar la actividad que le era prohibida.

Lo que había hecho Hogan, obviamente, era el clásico divide et impera. Tras haberle enseñado toda la mierda que había desenterrado sobre él, le ofreció un trato a Wallman. Así que la nutria se fue a ver al Gran Jurado y allí, muy ufano, informó de que él sólo era el manager de paja de muchos boxeadores que, en realidad, eran negocio de Carbo. Él tenía algunos boxeadores que eran propios suyos y, a cambio de hacerle de pantalla a su jefe, éste le conseguía combates para sus pupilos en el Garden. Alfred J. Scotti, el jefe de la división de apuestas ilegales de la Fiscalía, y un adjunto suyo, John C. Bonomi, presentaron por su parte otras pruebas de que Carbo había operado como manager.

En medio de todo eso, la policía recibió el soplo de que Carbo estaba escondido en Nueva Jersey. Y era verdad. Llevaba allí diez meses, saliendo únicamente de noche. Y allí, en el 357 de Crystal Lake Terrace de Hoddon Township, fue finalmente arrestado.

A los cargos de Hogan se unieron los cargos federales. El Estado le reclamaba a Frankie Carbo 750.000 dólares en impuestos no pagados; como suele ocurrir con los mafiosos, Carbo no había pagado, básicamente, impuestos en su vida. Para entonces, el mafioso estaba en la cárcel de Camden County, esperando su extradición al Estado de Nueva York. Hogan siempre había dado por cierta dicha extradición, cualquiera que fuese el Estado en el que apareciese el pajarito. Sin embargo, se equivocó. El ejército de abogados de Carbo consiguió obstaculizar primero, e impedir después, la entrega de su cliente. Todo quedó pendiente del resultado de una apelación. Los abogados, además, solicitaron un habeas corpus. El primer juez que revisó esta petición se inclinó por no aceptar una fianza; pero un segundo sí que la aceptó, así pues, Frankie salió de la cárcel tras haber pagado 100.000 dólares.

Alfred Scotti llevó el gran peso del juicio cuando éste comenzó. El principal morbo de las sesiones lo aportaba el hecho de que la fiscalía disponía de horas de conversaciones grabadas de Carbo con la gente del IBC. En la sesión en la que Scotti estaba a punto de pulsar el PLAY del magnetofón, Abraham Brodsky, el defensor de Carbo, se levantó y comenzó a gritar que su cliente quería cambiar su alegato inicial, declarándose culpable de tres de los cargos: el primero, el segundo y el séptimo (gestión ilegal de boxeadores, organización ilegal de combates, y conspiración). Esta asunción no era gran cosa: cada cargo llevaba un año de prisión. Scotti tomó la palabra para declarar que estaba de acuerdo con la asunción, siempre y cuando Carbo admitiese también algunas cosas.

Una vez que fue declarado culpable, Frankie Carbo fue trasladado a la prisión de Rikers Island, para permanecer allí hasta su sentencia. Para entonces, alegaba sufrir de diabetes y problemas de corazón.

El 31 de noviembre se reunió de nuevo la Corte. Brodsky intervino para solicitar clemencia para su defendido. Enrabietado por la petición, Scotti pidió la palabra y, cuando le fue concedida, leyó una breve declaración: la insana influencia de este hombre se ha permeado durante muchos años sobre virtualmente todo el boxeo profesional. Creo que es lo justo decir que el nombre de Frankie Carbo simboliza hoy en día la degeneración del boxeo profesional en una estafa. Este hombre no tiene rehabilitación. Es totalmente insensible a la opinión pública.

El juez John A. Mullen le cascó dos años de cárcel, atendiendo a sus problemas de salud. Era una condena soportable; pero los fiscales habían olido la sangre.

El 30 de mayo de 1960, Carbo y otros cuatro acusados (Blinky Palermo, Gibson, Joe Sica y Louis Dragna) fueron imputados en un largo juicio de 13 semanas, tras el cual fueron declarados culpables por un tribunal federal por haber tratado de hacerse con la propiedad de un campeón del peso welter llamado Don Jordan. Para ello, la banda de Carbo había amenazado al manager de Jordan, Don Nesseth; y al promotor Jackie Leonard. En realidad, la California State Athletic Commission llevaba investigando a Carbo por este tema desde mayo de 1959. Esta comisión consiguió que Leonard declarase acerca de las amenazas recibidas; esta información se le pasó al capitán James Hamilton, de la policía de Los Ángeles, quien se la dio al FBI y al Fiscal General, Francis Whelan.

Dos semanas después de haber declarado ante las autoridades deportivas, en la tarde del 3 de junio de 1959, Leonard fue atacado con una barra en la cabeza cuando estaba cerrando el garaje de su casa. Una vez en el suelo, fue apaleado. El jefe de policía local primero dijo que había sido atacado, pero días después declaró que Leonard había sufrido “alguna incapacitación física aguda de naturaleza extraña que produjo la ilusión de un asalto”.

Pero ya era tarde. En Los Ángeles, Filadelfia, Miami y Chicago, el FBI practicó diversos registros en casas y oficinas de los que serían imputados en el caso. Fue una operación excelentemente coordinada en sus horarios y sin filtraciones. Todos ellos fueron encontrados en sus sitios habituales y arrestados.

En realidad, las cosas habían empezado a irle mal a Frankie Carbo justo después de salir de Rikers. La clave de su gestión era el anonimato; no aparecer, no ser conocido. El juicio en el que había sido condenado ya era bastante. Pero es que, además, nada más ser liberado fue convocado por un subcomité del Senado que estaba estudiando las operaciones ilegales en el boxeo. En su comparecencia, Carbo invocó la Quinta Enmienda nada menos que 25 veces. Su comparecencia, y su actitud, lo colocaron bajo los focos.

El juicio fue el 21 de febrero de 1961. El juez Ernest Tolin sólo aceptó la fianza de Gibson. Leonard y Nesseth crucificaron a los acusados en el estrado.

Esta vez, la cosa ya no fue ninguna coña. A Frankie Carbo le cayeron 25 años y una multa de 10.000 pavos. Palermo, diez años y 10.000 dólares. Gibson fue condenado a cinco años de sentencia suspendida y 10.000 dólares. Sica, 20 años y 10.000 dólares. Dragna, cinco años y ninguna multa. Apelaron y, mientras llegaba la apelación todos, menos Carbo, fueron liberados.

Frankie Carbo es, creo, uno de los pocos presos de la Historia de los Estados Unidos que exigió ser internado en Alcatraz, por considerar que la cárcel del condado de Los Ángeles era demasiado cutre.

El 13 de febrero de 1963, la Corte de Apelaciones de San Francisco hizo público un fallo de 75 páginas en el que reconocía que no existían verdaderas pruebas contra Dragna; pero mantenía el resto de condenas aunque, técnicamente, a Sica lo liberaba de uno de sus cargos (liberación que le servía para literalmente nada). Frankie Carbo hubo de vivir el cierre de Alcatraz, tras el cual lo hospedaron en la McNeil Island Federal Penitentiary. Y todavía no habían terminado con él: Hacienda construyó un caso por valor de más de un millón de dólares.

Poco después de salir de prisión, estando en Miami Beach, 1976, Frankie Carbo la roscó. Tenía 72 años. Por el camino, poco le faltó para desprestigiar el boxeo en los Estados Unidos hasta un punto que nadie había conseguido antes, y nadie ha conseguido después.

Y aquí llega el misterio. Todas o casi todas las fuentes que se pueden consultar insisten en que Frankie Carbo era de familia palermitana. Sin embargo, en el libro Boxeo y Mafia su autor, Fernando Vadillo, uno de los grandes cronistas del boxeo en los tiempos de Franco, traza la figura de Frankie Carbo y, al llegar a su muerte, nos informa de que, cuando ésta se produjo, en España se llegó a publicar la noticia de que no era italiano, sino catalán. Su apellido no sería Carbo, sino Carbó; y su nombre no sería Frankie, sino Françesc. Según estos datos, que yo no he podido comprobar porque no he encontrado ninguna información contemporánea a su muerte que dijera en España lo que Vadillo afirma; según estos datos, digo, Françesc Carbó sería el hijo de un obrero de Manlleu que, harto de una vida más bien mierdera, había decidido emigrar a los Estados Unidos.

Hay que reconocer que la versión catalana está en franca minoría; pero, la verdad, eso tampoco puede darse por definitivo, porque en internet se escriben muchas tonterías (y, para muestra, este blog). De ser cierto, en todo caso, eso convertiría a Çesc Carbó en el español, y catalán, que ha llegado más alto en la Historia de la Mafia. Lo cual lo mismo no es ningún mérito exhibible pero, oye, ya sabes eso que se dice: lo importante es que hablen de ti, aunque sea mal.

Por no mencionar que siempre quedará la posibilidad de que te amnistíen.


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