miércoles, diciembre 20, 2023

El caso Dreyfus (1): El conde arruinado

El conde arruinado
Comienza el juicio
Otro traidor entre nosotros
Cualquier cosa menos un nuevo juicio
Zola
El principio del fin
Por la República


Un cuarto de siglo después de haberse proclamado la III República en Francia, los republicanos todavía seguían recordando que Francia estaba muy lejos de ser lo que ellos consideraban que tenía que ser una república. Francia seguía siendo un país con un fortísimo estamento militar, hasta el punto de que el Estado Mayor era una especie de pequeño gobierno dentro del gobierno; asimismo, seguía siendo un país marcadamente católico. Todo era el lógico resultado de la Comuna, que había obligado al arquitecto de la República, Thiers, a crear un régimen presidido por la moderación.

Fue en este entorno en el que se produjo el proceso del capitán Dreyfus. Pero no sin recorrer, antes, ocho largos años durante los cuales la sociedad francesa experimentó la mayor de sus divisiones, quizá, en la Historia. Sin embargo, es acuerdo de muchos historiadores que el escándalo Dreyfus, sobre todo teniendo en cuenta que se saldó con una declaración de inocencia, a la larga le vino muy bien al país. Francia se sacudió, en un solo acto, el militarismo y el antisemitismo, dos de las células cancerígenas del último siglo XIX y primer XX. Vayamos, pues, con el relato de lo que pasó.

En julio de 1884, una pesada tarde, el agregado militar de la embajada alemana en París, teniente coronel (entonces; luego fue general) Maximilian Friedich Wilhelm August Leopold von Schwartzkoppen, recibió el recado de que en su antedespacho había un señor francés que quería verlo. A Maximiliano De Las Dos Negras aquello no le pareció inusual y, de hecho, es lo probable que lo que soltase fuese un suspiro y dijese eso de Vicente Maroto: “¡Qué pereza!” La mayoría de los franceses que venían a verle sin cita eran militares que querían viajar a, o pasar, por Alsacia. En aquel entonces esa tierra otrora francesa y ahora dominada por los prusianos le reclamaba a los franceses pasaportes para entrar en ella. El trámite era jodido y tedioso y, consecuentemente, cuando un militar francés tenía que ir a Alsacia, lo que hacía era ir a ver a alguien de uniforme en la embajada alemana y, de colega a colega, le pedía que le agilizase la movida.

Eso es lo que esperaba Von Schwartzkoppen; pero eso no es lo que pasó. El hombre al que recibió, de más o menos cuarenta primaveras (o sea: tenéis que imaginarlo con la pinta que hoy tendría con sesenta o sesenta y cinco) se identificó como un oficial de Estado Mayor. Venía, dijo, a dar un paso terrible, que no quería dar, pero que debía dar porque, aseguró, su otra alternativa era pegarse un tiro. Dijo estar arruinado, con su mujer enferma y, consecuentemente, le ofreció al alemán sus servicios. Le explicó que estaba muy bien relacionado en el Ejército francés y, sobre todo, que si, como se rumoreaba, el político Jules Roche era nombrado ministro de Defensa (que, por cierto, no lo fue) él sería su secretario o, diríamos hoy, jefe de gabinete.

El alemán reaccionó como reaccionaban entonces las personas de honor, o sea, eso de lo que ya no queda. Le dijo a su interlocutor que eso que estaba haciendo era una indignidad y una traición, que como militar no podía participar en ello; y le invitó a pensarse dos veces su oferta. El francés se limitó a decirle: mira, macho, esta es la primera embajada a la que voy; pero si no me haces caso, me iré a otra. Y en la otra sí que me harán caso.

Aquel militar, emparentado con importantes sagas civiles y militares francesas, como los Clermont-Tonerre y los Baupemont, él mismo conde, le preguntó si aceptaría pagarle 2.000 francos al mes a cambio de que él fuese, que diría López Vázquez un amigo, un esclavo, un servidor. El alemán se volvió a negar.

Así que Marie Charles Ferdinand Walsin Esterhazy se levantó, muy digno, y le dijo: la propuesta está sobre la mesa. Dentro de unos días volveré para ver qué me contesta usted.

El bueno de Maximiliano Federico Guillermo Augusto Leopoldo, MFGAL para los amigos, remitió un informe a su Estado Mayor sobre el tema, como era preceptivo, y totalmente convencido de que le iban a contestar que había hecho estupendamente. Pero, ay, el mundo estaba cambiando. Él era un prusiano de los de antes; pero ya ni siquiera Prusia era Prusia. El mundo estaba entrando, lentamente, en el universo de doblez que cantara Santos Discépolo. Para su sorpresa, la respuesta de Berlín fue que aceptase la propuesta. Eso sí, se le dijo que, mejor que asalariado, contratase al conde de Esterhazy de autónomo; o sea, que le pagase pieza a pieza, según el valor de lo que trajese. Lo querían tener cogido del belfo.

A principios de agosto, Esterhazy regresó a la embajada, y se cerró el trato. Apenas 48 horas después, le entregó a Schwartkoppen el plan completo de la movilización de la artillería francesa. Sólo por esa documentación recibió 1.000 francos.

A principios de septiembre, el conde regresó a la embajada, y le entregó al agregado prusiano una lista de tropas de cobertura, la descripción del cañón de 120 corto, y un proyecto de Manual de Artillería de Campaña. Además, informó de que estaba decidido a realizar una expedición colonial a Madagascar. Esterhazy, por lo demás, era listo, muy listo. Pero en la trama hay más personajes. Por ejemplo, la señora de la limpieza francesa contratada por la embajada, la señora Augustine Reine Caudron, más conocida como Marie, y por su apellido de casada: Bastian. Días antes, el conde había entregado un memorando en el que listaba la información que luego aportó. Los alemanes, sin embargo, nunca llegaron a ver ese documento, que desapareció, probablemente, del cajón en el portal del edificio donde se acumulaba la correspondencia recibida. La hipótesis más lógica es que de ahí lo robó la señora Bastian; porque Marie Bastian era, más que una espía, una especie de descuidera que solía entregar lo que encontraba al Estado Mayor francés.

La cosa es que en el Estado Mayor francés sabían bien que tanto los alemanes como los italianos tenían sendas redes de espionaje sobre sus actividades. Alemania, Italia y Austria formaban entonces la denominada Triple Alianza y, por lo tanto, se posicionaban contra Francia. La mejor forma que tenían de enterarse de lo que sabía el enemigo era lo que habían bautizado como “la vía ordinaria”, es decir, lo que la señora Bastián se llevaba, pretextando que lo iba a tirar. Lo que interceptaban, sobre todo, era documentación de Schwartzkoppen. Incluso llegaron a conseguir una carta donde había escrito: Duda. Prueba. Carta servicio. Situación peligrosa para mí con un oficial francés. No llevar personalmente las negociaciones. Obviamente, eran las notas que había hecho tras la primera reunión con el conde Esterhazy; pero los franceses no fueron capaces de llegar hasta ahí.

Un español muy cercano al Estado Mayor francés desde su empleo militar en la embajada española, a quien los franceses conocían como Valcarlos (Raimundo Güell y de Borbón, marqués de Valcarlos), hizo un informe muy duro señalándole a los militares que tenían un topo en el Estado Mayor. A principios del mes de septiembre, el comandante Hubert-Joseph Henry, subjefe de la Oficina de Informes (inteligencia) del Estado Mayor, llegó a su lugar de trabajo anunciando que había encontrado la prueba definitiva de la existencia de dicho topo. Ante su jefe, el coronel Nicolas Jean Robert Conrad Auguste Sandherr, extendió un papel cuadriculado. Era el famoso borderó o memorando que la señora Bastian había rescatado de las profundidades de un cajón alemán. Sandherr preguntó cómo se había conseguido. Henry contestó que por la “vía ordinaria”: o bien por la señora Bastian sola, o bien auxiliada por un tal Bruker, empleado de la embajada que los franceses tenían a sueldo. Sandherr estuvo de acuerdo en que había que avisar inmediatamente al general Raoul Le Mouton de Boisdeffre, jefe de Estado Mayor; y al general Auguste Mercier, ministro de la Guerra.

El memorando, como ya os he dicho, listaba el material que se entregó, o sea el que días después de entregado el memorando filtró Esterhazy a Schwartzkoppen. En el texto, el autor añade que el Manual de Artillería sólo puede tenerlo unos cuantos días, puesto que se ha enviado un número fijo a las unidades, y cada oficial debe devolverlo tras las maniobras.

El memorando estaba deficientemente redactado y, sobre todo, esa coda relativa al Manual era matadora. Lo cierto es que aquel borrador circulaba bastante esos días entre los oficiales de Estado Mayor sin que tuviesen que devolverlo; así pues, el documento, lejos de confirmar la teoría de Valcarlos de que había un topo en el Estado Mayor, venía a sugerir que el topo no estaba allí.

Automáticamente, se inició un proceso de cotejo de letras, para encontrar al traidor que, insisto, siempre fue buscado dentro del perímetro de Estado Mayor a pesar de que las pruebas lo situaban fuera de él. La búsqueda se afinó más después de que el teniente coronel Albert Marie Henri d’Aboville opinase que el traidor tenía que ser del arma de Artillería. Cuando se produjo esta reducción, inmediatamente surgió el nombre del capitán Alfred Dreyfus.

Era perfecto. Dreyfus era judío (y la mayoría de los altos mandos que he citado, tan rabiosamente antisemitas que lo más probable es que Pedro Sánchez los habría hecho ministros). Era un tipo seco, no muy jovial, meticuloso, frío, pero que había recibido en el pasado malas notas de sus superiores. Se recopilaron textos manuscritos suyos. La imaginación hizo el resto. La letra era parecida; tan sólo parecida.

Alfred Dreyfus había nacido en 1859 en Mulhouse; es decir, era alsaciano. Hijo de un propietario industrial, cuando Alsacia pasó a ser alemana, la familia en pleno se trasladó a Francia por rechazar de plano el cambio de nacionalidad. El hijo fue dedicado a la carrera militar. Fue buen alumno y no se desempeñó mal como oficial. En la Escuela Superior de Guerra sacó el número 9 de su promoción; y eso a pesar de que uno de sus calificadores, el general Bonnefond (no confundir con Pierre-Paul Bonnefond, general en las dos guerras mundiales del siglo XX, que yo creo que era su hijo), le quitó parte de su calificación porque no quería que ningún judío entrase en el Estado Mayor.

Se casó con Lucie Hadamard, hija de un joyero. Logró acumular unos ingresos de 30.000 francos, más que aceptables, y con ellos hacía una vida de burgués acomodado.

En el gobierno francés se creó una especie de grupo de trabajo del que formaban parte Charles Alexandre Dupuy, el primer ministro; Albert Auguste Gabriel Hanotaux, ministro de Asuntos Exteriores; y Eugène Guérin, de Justicia. Los tres decidieron ir con mucha cautela, por temor a las implicaciones diplomáticas que podría tener sacar a pasear el escándalo. El ministerio de la Guerra entregó a un tal Ernest Gobert, experto calígrafo del Banco de Francia, varias cartas escritas por Dreyfus y el famoso memorando. Gobert respondió que, sin género de duda, el memorando lo había tenido que escribir el militar judío. Se le encargó un segundo peritaje a otro experto: Alphonse Bertillon, colaborador habitual de la policía. Bertillon, sin embargo, no era calígrafo, sino que su método se basaba en individualizar a cada persona según sus características antropométricas. A pesar de que aquella no era su especialidad, apenas tardó doce horas en dictaminar un peritaje que no era totalmente concluyente. Pero estas dudas no supusieron obstáculo alguno para la acusación. Se designó un juez especial en la persona del comandante Armand Auguste Charles Ferdinand Mercier du Paty de Clam.

El 14 de octubre, Paty de Clam citó a Dreyfus en su despacho, junto al comandante Fargonetti, entonces jefe de las prisiones militares. O sea: básicamente, lo convocó para preguntarle de qué era culpable. Dreyfus fue al día siguiente, el 15, de paisano. Iba acompañado por el comandante Marie-Georges Picquard, quien con el tiempo se convertiría en su defensor. En la sala, además de Paty de Clam, estaban tres personas más: un tal Grivelin, archivero ministerial; el jefe de policía de París, el comisario Armand Constant Théophile Cochefert; y el secretario de éste; aunque Paty de Clam los puso en un extremo de la sala para que pudieran espiar a Dreyfus usando unos espejos. En una celada hasta infantil, el juez le dijo a Dreyfus que necesitaba escribir con urgencia una carta pero que se había lastimado la mano, así que le pidió que la escribiera él. Que yo sepa, no le explicó por qué, para hacerle ese favor, necesitaba estar presente el jefe de la policía. El caso es que le dictó a Dreyfus una carta a un innominado señor en el que le pedía que le mandase una serie de documentos antes de que Paty saliese de maniobras; la lista de documentos de la carta era la misma del memorando.

11 comentarios:

  1. ¿A cuento de qué viene el supuesto antisemitismo de Pedro Sanchez?

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    1. No sé. Yo me he referido al antisemitismo de sus ministros.

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    2. Anónimo2:53 p.m.

      Buen blog, pero comentarios reaccionarios como este me hacen repensar el leerlo. Una cosa es criticar la política genocida del estado de Israel y otra es ser antisemita. Pero en fin, si no se quiere distinguir la diferencia es por ideología me temo.

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    3. "Reaccionario", "política genocida del estado de Israel", iba a criticarte, pero no llegaría a hacerlo de tal modo, como tú lo has hecho sólo con tus prejuicios y dogmas. Si no quieres leer este excelente blog: iChao!

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    4. ¿Es antisemitismo denunciar los bombardeos de Israel sobre población civil palestina, tan semita como ellos?

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  2. Anónimo7:06 p.m.

    Me ha hecho mucha gracia el comentario de los ministros de Pedro Sánchez, y me ha hecho mucha gracia porque es la pura verdad.
    No he entendido a Anónimo, no sé dónde está el comentario reaccionario, pero es verdad que yo soy muy torpe.
    Por si sirve de algo, yo soy antisionista (que es un nuevo nazismo), importándome muy poco las creencias religiosas de cada cual (a mí me gusta Spider-man) y, por supuesto, importándome una fu la ciudadanía israelí.

    Fdo: Cide Hamete Benengueli

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  3. Y de todo el post, con lo interesante que es esos juegos tan inocentes de espionaje (al menos es la impresión que me han dado), los comentarios van todo sobre el comentario sobre el antisemitismo de los ministros españoles...

    Me encanta la historia porque en la mayoria de ocasiones, el ser humano no cambia nada.

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    1. Anónimo8:14 p.m.

      Porque es un comentario desafortunado, malicioso y tergiversa la posición del gobierno ante crímenes de guerra. Si te parece poco a mi no.

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  4. Anónimo10:26 a.m.

    magnífica serie. Sólo una puntualización... "En julio de 1884, una pesada tarde, el agregado militar de la embajada alemana en París, teniente coronel..." aquí veo una pequeña errata. Sería julio de 1984, lo que por otro lado cuadra con el año del juicio, 1985. Un saludo.

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    1. Anónimo12:45 p.m.

      Quería decir 1894, desde luego. Ahora los números me han bailado a mi.

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  5. Vamos a ver si zanjamos el tema de una vez.

    Recibo comentarios, a veces en los hilos, a veces en mi dirección de correo, de lectores que: 1) Consideran que no trato a la religión con suficiente respeto; 2) Arruino mis post usando lenguaje malsonante; 3) Hago comentarios de política actual que están de más, o son falsos, o están desenfocados.

    A 1) suelo contestar que yerran. Que una cosa es la religión, y otra la Iglesia. Pero, bueno, por lo general la distinción sigue sin ser percibida.

    A 2) y 3) contesto: yo ni pretendo ganar el premio del mejor blog de blablablá; ni que me entrevisten en la SER o en Es Radio; ni ganar dinero con esto. Todo lo que escribo es gratuito, lo cual quiere decir que tiene un coste: aguantarme con mis filias, mis fobias y mi estilo.

    A quien no le guste, que me lo diga y con gusto le reembolsaré el dinero que ha pagado por leerme. No sé si me explico.

    Las, bat not lis, 2) y 3) también tienen una función. Me dicen que a veces hay estudiantes que copian mis textos para sus trabajos y tal. Meter morcillas políticas, o tacos, es una manera de, cuando menos, obligarles a leerse lo que están copiando.

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