lunes, diciembre 18, 2023

Mafiosos de leyenda: Frankie Carbo (1)

Aquí os dejo otros post que he ido escribiendo sobre el crimen organizado.

La Mafia en sus orígenes
Mano Negra, Mano Blanca
El nacimiento del Sindicato del Crimen
Johnny Torrio
Dutch Schultz
Arnold RothsteinAbe Atell
Frankie Carbo (1)
Frankie Carbo (2)


Las tomas sobre Apalachin
El sargento Croswell descubre a Joseph Barbara
Todo empezó con un cheque falso
Ganamos, pero perdimos


Frankie Carbo era el prototipo del mafioso. Igual que Henry Hill, el personaje central de Goodfellas, en sus mejores momentos tenía armarios enteros repletos de chaquetas y trajes hechos a medida. Era un hombre absolutamente carente de ética que, si no resolvía los problemas por las buenas, los resolvía por las malas; y parecía preferir siempre la segunda de las opciones.

El terreno de caza de este hombre siempre fue el boxeo profesional. Formó su propia organización, el International Boxing Club o IBC. Una organización con toda la pinta de ser algo montado para difundir las costumbres de vida sana y deportiva entre los jóvenes; pero que, en realidad, había sido fundada por un hombre que había estado en la nómina de Murder Inc., la mayor sociedad de matones y asesinos que nunca existió en Nueva York.

Entre los miembros del consejo del IBC estaba Blinky Palermo, conocido gangster del mundo del juego; así como Hymie The Mink Wallman, un manager de boxeadores. El objetivo del IBC era lograr un control total sobre las competiciones boxísticas en las categorías welter y peso medio. Sin embargo, dado que necesitaron pronto ampliar negocio, también estuvieron presentes en otras categorías. Por ejemplo, entre los pesos pesados, el IBC llegó a ser propietario de una porción de los derechos de Sonny Liston.

Frankie Carbo era normalmente conocido como Mr. Gray o The Gray. Según las informaciones más difundidas, había nacido en Manhattan como Paolo Giovanni Carbo, aunque sobre este tema volveremos al final de estas notas. Sus padres, teóricamente, eran inmigrantes sicilianos. En la escuela pública, a la que de todas formas asistía muy poco, comenzó a hacer prácticas de bully, amenazando a sus compañeros y quedándose con sus meriendas muy a menudo. Con 11 años, había acumulado tal volumen de conflictos escolares que fue enviado a un reformatorio. Allí, lejos de reformarse, lo que Frankie, pues ya se llamaba así, Carbo, aprendió, fue a perfeccionar sus armas de criminal. Cuando salió de allí, comenzó a vivir de algo muy parecido a lo que había hecho en la escuela, sólo que ahora exigía dinero a cambio de protección aunque, en realidad, de quien a menudo necesitaban protegerse sus “clientes” era del propio Carbo.

La clientela escogida por Frankie fueron los taxistas. Al fin y al cabo, un taxista no puede esconder su medio de vida: el vehículo, así pues resulta muy fácil amenazarlo con darle unos cuantos golpes con una barra de hierro si no paga. Y, además, los taxistas presentaban la gran ventaja de ser gente que siempre tenía dinero contante, sonante e imposible de trazar. Eso sí, puesto que los taxistas suelen ser gente bastante dura, era cuestión de tiempo que apareciese uno que le plantase cara. El día que pasó eso, con una naturalidad propia de una película de Tarantino, Carbo se limitó a sacar su 38 y colocarle una bala en el corazón al relapso. Obviamente, salió huyendo del lugar, pero dos policías lo arrestaron pronto. Sin embargo, para entonces Frankie ya era lo suficientemente mafioso como para disfrutar de los privilegios del mafioso: el crimen había sido cometido delante de un montón de personas, pero ni una sola testificó. Esta vez, sin embargo, hubo una pequeña grieta en el muro. La policía, no sé si sincera o insinceramente, anunció que tenía un testigo protegido. La amenaza, o era cierta o le pareció con suficientes visos de certitud a Carbo, porque decidió instruir a su abogado para que negociase. El pacto se produjo. Carbo adujo legítima defensa, el cargo final fue homicidio involuntario, y le cayeron sólo de dos a cuatro años.

El Frankie Carbo que entró en prisión quería cero problemas. Nunca se le vio implicado en peleas o conflictos entre presos. Buscaba lo que consiguió: salir a los 20 meses por buen comportamiento. Fue a la salida del maco cuando comenzó a ser conocido como Míster Gray, y cuando se convenció de que lo inteligente era desaparecer de donde había estado siempre hasta entonces, en la primera línea de las hostias. Comenzó a vestir elegantemente, con su sombrero de fieltro gris que le hizo acreedor del apodo, para confundirse con el terreno.

Fue entonces cuando Murder Inc. se fijó en él y decidió ficharlo. La oferta no fue ser, por así decirlo, un autónomo que recibiese encargos de cuando en cuando; sino convertirse en un empleado por cuenta ajena que estuviese disponible 24 horas al día, 365 días al año, para lo que hiciese falta. Cobraría un salario fijo más variables por cada trabajo. Murder Inc. tenía entonces su centro de operaciones en una tienda de caramelos en Brownsville, Brooklyn, y en la cúspide de su pirámide tenía a tres grandes mafiosos del mundo sindical: Louis Lepke Buchalter, Albert Anastasia y Jacob Gurrah Shapiro. La sociedad también colaboraba con Thomas Three Fingers Brown Lucchese, que controlaba a la familia Lucchese, la cual, asimismo, era la puta ama de la entonces próspera industria textil neoyorkina. Durante esta época “laboral”, Frankie Carbo fue detenido por haber disparado sobre Michey Duffy. Duffy, él mismo un mafioso de gran importancia, fue acribillado el 31 de agosto de 1931 en el hotel Ambassador de Atlantic City, en un crimen que, como muchos, nunca se ha esclarecido. Carbo pasó unos días encerrado, pero salió pronto porque, como de costumbre, nadie había visto nada.

Los historiadores del crimen organizado le atribuyen a Carbo más trabajos. En 1933, todavía trabajando para la Murder, Carbo asesinó a Max Big Maxie Greenberg y Max Haskel, ambos miembros de la banda de Wawey Gordon, una de las varias que se dedicaba en Nueva York al tráfico ilegal de alcohol. Los dos estaban en el Carteret Hotel de Nueva Jersey, y allí mismo Carbo les disparó. Tres años después, los detectives que investigaban el crimen detuvieron a Carbo. Lo hicieron, por cierto, en el exterior del Madison Square Garden pues, para entonces, el mafioso había desarrollado un interés muy grande por el deporte y, muy particularmente, por el boxeo. Lo metieron en la celda seis meses pero, finalmente, ante la falta de testigos, hubieron de soltarlo.

Tres años después, Carbo decidió asociarse con otro compi de Murder, Allie Tick Tock Tannenbaum, que era miembro de la banda de Bugsy Siegel. El cuñado del propio Siegel, Whitey Krakower, también se hizo de la partida. Estos tres se fueron a por Harry Big Greenie Greenberg (no confundir con el anterior Greenberg). Big Greenie era un mafioso bien conectado, uno de esos chicos listos que nunca faltaban en las reuniones tipo Goodfellas. De ascendencia judía, había conocido pronto a Buchalter y también era amigo de la infancia de Siegel; por último, trabajaba para Charles Lucky Luciano y Meyer Lansky. Sin embargo, había comenzado a hablar mal de sus amigos, quizás porque no se sentía lo suficientemente reconocido. Este tipo de personas siempre ponen muy nerviosa a la Mafia, porque si alguien se dedica a largar, las consecuencias pueden ser tremendas. Greenberg confiaba en su amigo Siegel para su protección pero, en realidad, Bugsy era de los primeros que quería verlo muerto. Así las cosas, Siegel y Krakower fueron a su encuentro en un coche, Tannenbaum y un chófer (Harry Champ Segal) en otro; y Carbo fue por su cuenta. Era Hollywood, California, y poco tiempo después Big Greenie tenía cinco balas en el pecho y la cabeza. Alguien dijo ver a Carbo marcharse de la escena del crimen.

Por mucho que lo intentó la Mafia, el fenómeno del “arrepentido” no se pudo parar. A Abe Kid Twist Reles, un mafioso que podría escribir una Biblia de recuerdos, le ofrecieron un acuerdo. Y el propio Tannenbaum acabaría cantando. Los dos confesarían que Carbo, Siegel y Krakower habían cometido el asesinato de Greenberg. Parece que Krakower mostró trazas de querer llegar a un acuerdo; así pues, Murder Inc. se lo llevó por delante.

Primero fueron a por Reles. El gangster estaba en el Half Moon Hotel de Coney Island, protegido por la policía hasta que testificase. Los cinco policías que lo custodiaban declararon que Reles construyó la típica cuerda de huida atando sábanas, con la que descendió seis pisos. La cosa es que o las sábanas eran muy cortas o se rompieron, porque Reles terminó estampado contra el suelo. Las cosas como son, nadie se creyó aquel meconio cuando fue referido. Con el tiempo, se acabaría sabiendo que el entonces jefe de la Mafia neoyorkina, Frank Costello, le había soltado a los polis 100.000 pavos para que se los repartiesen a cambio de agarrar a Reles entre ellos y tirarlo por la ventana. Los policías fueron cesados en sus puestos; pero nunca procesados. Tampoco les importó mucho. 20.000 dólares, en los tiempos de la Depresión, eran un seguro de vida.

Quedaba Tannenbaum; pero estaba bastante mejor guardado que Reles. El crimen organizado, sin embargo, no se puso nervioso. Asumió que el testigo llegaría al tribunal; había que afrontar las cosas de otra manera. Tannenbaum, en efecto, llegó a la Corte, y declaró lo que quiso. Pero el jurado, unánimemente, consideró que de todo lo que había dicho no había prueba sólida alguna, por lo que no podía considerarse un testimonio creíble. Así que los mafiosos se salvaron, aunque no sin daños colaterales: Siegel, por ejemplo, nunca se recuperó de que su apodo de Bugsy se convirtiese en algo de conocimiento público.

Años después, Frankie Carbo realizaría su mejor trabajo: el mismísimo Siegel. El mafioso había estado leyendo un periódico en un sofá en un apartotel de Linden Drive, Beverly Hills. Un hombre llegó frente a él, descargó un rifle en su cuerpo, y desapareció con la habilidad de un mandaloriano. Ralph Natale, que fue en su día jefe de la Mafia de Filadelfia, y que se recicló a historiador del crimen organizado, publicaría años más tarde que el ejecutor había sido Carbo. Siegel había “distraído” algún dinero del Flamingo de Las Vegas, y pagó por ello.

Como puede verse, Frankie Carbo fue encarcelado únicamente por su primer asesinato, el del taxista. Después de eso, aprendió el oficio de, en palabras de Vito Corleone, hacerle a la gente ofertas que no podían rechazar. Cuando se pasó al mundo del boxeo, en realidad, no hizo otra cosa que cambiar las proporciones. Si antes era una persona que sacaba mucho la pistola y acojonaba de vez en cuando a quien tenía que acojonar, ahora se convirtió en una persona que se pasaba el día acojonando a boxeadores y sus entrenadores, y sólo ocasionalmente tiraba de pipa.

Frankie Carbo conocía bien a las personas que habían dominado antes que él el negocio de las apuestas boxísticas, notablemente Owen Madden y Mike Jacobs. Conocía bien, sobre todo, los usos y abusos de Madden, quien había hecho su fortuna a base de presionar, a la vez que tentar, a boxeadores y entrenadores para que amañasen combates. Como os he dicho, en realidad Carbo se dio cuenta de que esa actividad no dejaba de ser lo que él llevaba haciendo de toda la vida de dios: acojonar a la gente. Así que comenzó a penetrar en el negocio de poseer los derechos y los porcentajes de boxeadores diversos; una vez que conseguía a alguno, llegaba el momento de negociar con los promotores la aparición de su chico, así como el resultado del combate; todo ello a cambio de sustanciosas tajadas para él. Con el tiempo, la capacidad de presión de Carbo se incrementó, cuando llegó a poseer tantos boxeadores que, en la práctica, se convirtió en la persona que tenía en sus manos definir si un boxeador tendría o no la oportunidad de brillar en el ring frente a un rival que mereciese la pena, que permitiese construir una carrera.

Frankie Carbo, AKA Frank Russo, AKA Frank Tucker, AKA Frank Gray, AKA Frank Fury, siempre estaba frecuentando los fílmicos gimnasios de los barrios portuarios de Nueva York. Allí entablaba contacto con boxeadores, o con sus managers, o con sus entrenadores. Se presentaba con una persona amable que podía hacer que todo el mundo ganase mucho dinero, y en ese tono positivo permanecía hasta que ponía encima de la mesa contratos leoninos en los que él, claro, se llevaba la mejor parte. Normalmente, en ese punto había resistencias; pero, como os he contado, Frankie Carbo había quintaesenciado la habilidad de romper esas resistencias. Era ése el momento en el que se daban cuenta de que, en realidad, no podían desdecirse de lo acordado.

A partir del momento de la firma, Frankie Carbo desaparecía de las vidas de sus patrocinados. De hecho, incluso para mandarles mensajes solía utilizar intermediarios. El día del combate o, tal vez, algunos días antes, el boxeador, el manager o el entrenador recibía la visita de alguien que, fríamente, les informaba de si les tocaba ganar, o perder. That’s it. Sin explicaciones. Sin más datos. Sin promesas de futuro o razonamientos elaborados. Algo tan simple como: en el tercer asalto te tiras. Con el tiempo, de hecho, a Carbo cada vez le fue siendo menos necesario hacer uso de sus habilidades como matón para convencer a sus patrocinados. Rápidamente, muchos de ellos se dieron cuenta de que todo lo que tenían que hacer, para obtener las ganancias que el mafioso les negaba, era apostar como apostaba él; total, ellos también sabían cómo iba a acabar el combate. De los boxeadores con los que tuvo tratos, probablemente Jack LaMotta, que por sí solo da para una historia, fue el único que se le resistió. 

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