martes, diciembre 12, 2023

Mafiosos de leyenda: Apalachin (2: Todo empezó con un cheque falso)

 Aquí os dejo otros post que he ido escribiendo sobre el crimen organizado.

La Mafia en sus orígenes
Mano Negra, Mano Blanca
El nacimiento del Sindicato del Crimen
Johnny Torrio
Dutch Schultz
Arnold Rothstein

Y las tomas de esta miniserie:

El sargento Croswell descubre a Joseph Barbara
Todo empezó con un cheque falso
Ganamos, pero perdimos



La tarde del 13 de noviembre de 1957, Croswell y su compañero, un patrullero llamado Vincent Vasisko (murió en el 2003 a los 77 años, así pues en el tiempo que relatamos tenía 31 años), se detuvieron en el Parkway Motel de Vestal. Estaban haciendo una investigación bastante rutinaria: en dicho establecimiento se había cobrado un cheque falso, así pues iban para levantar el atestado y todo eso.

Los dos policías comenzaron a recabar datos de la esposa del dueño cuando repararon en un caro Cadillac que aparcaba en el motel. Croswell levantó la cabeza y vio salir del coche a Joseph Barbara junior, entonces de 21 años de edad. Los dos policías se metieron en un saloncito donde no podían ser vistos, y espiaron la entrada del muchacho.

Barbara se dirigió a la dueña y le dijo que necesitaba tres habitaciones dobles para dos noches, las mejores que tuvieran. Dijo que se llevaría las llaves, porque los huéspedes llegarían tarde. La dueña le pidió los nombres de los huéspedes para hacer las fichas, y Barbara, molesto, le dijo que no sabía quiénes serían exactamente. Que era una conferencia de embotelladores de bebidas sin alcohol, y que podían venir unos, u otros. Curiosa situación ésa: sabía exactamente cuántos vendrían, pero no quiénes.

Los dos policías se fueron a la embotelladora de Endicott, cerca de la cual estaba la casa de Barbara. Observaron que había cuatro coches aparcados. Uno de los coches lo conocían: era de Patsy Turrigiano. Los otros tres eran de Nueva York, Nueva Jersey, y Ohio.

Croswell apuntó los números, y, además, llamó a dos viejos amigos del cuerpo: Arthur Rustin y Kenneth Brown, ambos agentes del servicio policial de Impuestos Especiales. Ambos le dijeron que salían cagando leches para allá.

Sin información todavía sobre los coches, Croswell volvió al motel. El dueño le informó de que habían llegado dos personas que se habían ido a sus habitaciones sin inscribirse; ante la insistencia del dueño, se limitaron a contestar que Joseph Barbara se ocuparía del asunto a la mañana siguiente. Entonces nadie lo podía saber, pero aquellas dos personas eran dos soldados de la Mafia: Giuseppe di Marco y Giuseppe Scalise.

Aquella madrugada, a las tres, Croswell se acostó reprochándose a sí mismo un error de instinto. Creía haber tenido algo, pero nada se había movido, ni en el hotel, ni en la fábrica. Quizás se había equivocado. Pero, en realidad, no se había equivocado. En realidad, aquellas tres habitaciones de motel no eran sino la punta del iceberg de la reunión de Apalachin.

A la mañana siguiente, cinco hombres descendieron de un avión de la Mohawk Airlines procedente de Newark que aterrizó en Binghampton. Los cinco habían aportado nombres falsos aunque sus apellidos reales eran Larasso (Louis), Olivetto (Dominick), Riela (Anthony, normalmente conocido como Tony), Zito (Frank) y Coletti (John Francis). Tres eran de Nueva Jersey, uno de Illinois y otro de Colorado. Eran, junto con Di Marco y Scalise, los primeros que llegaban para la reunión.

Estamos en la mañana del 14 de noviembre de 1957, en una lujosa casa situada en una amplia finca, tras el pueblo de Apalachin, prácticamente en la frontera entre los Estados de Nueva York y Pensilvania. Allí estaba a punto de celebrarse una gran reunión de jefes y subjefes de la Mafia. A aquella casa se acercó el principal financiero de la Mafia, Vito Genovese, acompañado de sus dos socios más cercanos: Joe Profaci y Mike Miranda. Estaban también Big John Ormento, el jefe de la banda conocida como de la calle 107 de Nueva York, o Joe Bonnano, Carlo Gambino, y otros muchos.

En ese momento la unión o hermandad siciliana, a la que pertenecían todos los huéspedes, prácticamente monopolizaba el crimen organizado centrado en el tráfico de drogas y el juego ilegal en los Estados Unidos.

Todos aquellos hombres iban desarmados; algo que será crucial, en su momento, para que el castigo penal, por así decirlo, de la reunión de Apalachin, sea nulo. Eso sí, lo que sí iban, es forrados de pasta. En los años cincuenta del siglo pasado, y aun más allá, era norma para el mafioso medio ir siempre cargado de pasta; pues los mafiosos, al contrario de lo que se suele pensar, antes de hacer hablar a las pistolas o los cuchillos, trataban siempre de abrirse camino comprando voluntades, puesto que es una actuación mucho más limpia y, en el fondo, beneficiosa. Como se pudo comprobar con el tiempo, entre todos los presentes juntaban más de 300.000 dólares (que, para que os hagáis una idea, viene a ser como una fiesta en la que los invitados se presenten hoy con más de 10 millones de euros en los bolsillos). Toda aquella gente se reunió por grupos, según su categoría. Los de más categoría, en la casa propiamente dicha o en un pabellón acristalado adyacente; mientras que las personas de menor importante estaban al aire libre, alrededor de una barbacoa de piedra. Joe Barbara, el anfitrión, había gastado centenares de dólares en comida y bebida para la fiesta.

Entre los presentes había 19 delegados o responsables de zonas del norte del Estado de Nueva York, 23 de la ciudad de Nueva York propiamente dicha, incluyendo Nueva Jersey, ocho del medio oeste, tres del oeste, dos del sur de los Estados Unidos, dos de Cuba, y uno de Italia.

La reunión de Apalachin se convocó porque la paz entre bandas dictada por la Unione Siciliana cuando fue creada se estaba resquebrajando. Como bien refleja Mario Puzo en la primera parte de The Godfather, en buena medida la culpa la tenía el tráfico de drogas. Vender heroína, cocaína y otras drogas se estaba convirtiendo, poco a poco, en un negocio tan lucrativo como todos los demás juntos; pero tenía el problema de que era un negocio difícil de monopolizar. La entrada de nuevos jugadores, las dificultades creadas por el control de los proveedores, pues ya habían pasado los tiempos de la Ley Seca, cuando la materia prima venía de Canadá, hacía que algunas bandas o grupos dentro de las bandas se saltasen las reglas. Esto estaba ocurriendo, sobre todo, en Nueva York y la costa noreste, pues en el resto de los EEUU los liderazgos solían estar más claros. En los tiempos inmediatamente anteriores a Apalachin, dos dones de la Mafia: Francesco Scalici y Umberto Anastasio, habían perdido la vida; y un tercero, Frank Costello, había estado a un cortacabeza. Eso, sin contar los soldados de mucha menor importancia que habían aparecido reventados en callejones.

A los mafiosos, además, les preocupaba el tema de que el tráfico de drogas había centrado el foco en la Mafia como nunca antes. De hecho, Bonanno fue a Apalachin, fundamentalmente, a transmitir los mensajes de dos prestigiosos “exiliados”: Salvatore Lucania (Lucky Luciano) y Joe Adonis, ambos residentes en Italia, y crecientemente preocupados por la popularidad del crimen organizado de origen italiano. Ambos consideraban que había que suspender provisionalmente el tráfico de drogas. Al parecer, antes de comenzar la histeria, en Apalachin se había decidido traspasar el negocio a bandas conocidas.

El otro gran tema, con las drogas, fue el juego. Como muy acertadamente se representa en The Godfather II, los mafiosos estaban muy emocionados con las posibilidades que presentaba el mercado cubano, que parecía tener la potencialidad de superar incluso a Las Vegas. En Apalachin estaban el gran jefe mafioso de Florida, Luigi Santo Trafficante, acompañado de Luigi Silesi, normalmente conocido como Joe Rovers. Los dos habían colonizado Cuba. El gobierno del general Fulgencio Batista, en aquel momento, concedía, por 25.000 dólares, la licencia anual de juego a quien estuviera dispuesto a invertir un millón de dólares en algún gran hotel. Los mafiosos acudieron a la oferta. Meyer Lansky, el hombre sin el cual Las Vegas nunca habría existido, invirtió 14 millones de dólares en comprar el Riviera, en el mismo malecón; su hermano Jack, por su parte, se estableció en el Hotel Nacional.

La posición de Trafficante se había visto amenazada por Umberto Anastasio, más conocido como Albert Anastasia, quien había hecho su fortuna en el puerto de Nueva York. Anastasia comenzó a explorar el mercado cubano sin tener permiso de la Unión y, por eso, fue advertido varias veces. El resultado de todo aquello fue que apenas tres semanas antes de Apalachin, el 25 de octubre de 1957, Anastasia recibió dos balas en la cabeza mientras le cortaban el pelo en el Hotel Park Sheraton. Pero aquello no era, como he dicho, sino el síntoma de que el orden de cosas estaba siendo crecientemente subvertido por algunas familias y bandas.

Se hacía necesario trazar un nuevo mapa, volver a delimitar territorios; ésta era la función de la reunión de Apalachin. La Unión Siciliana, además, quería unir fuerzas. Se sentían amenazados. Para entonces, dos comités del Senado, los denominados Kefauver y Daniels, ya se habían organizado. El Comité Kefauver se montó en 1951, presidido por el senador Estes Kefauver, retransmitió muchas de sus sesiones y contó con testimonios como el de Meyer Lansky o Frank Costello. En realidad, lo más preocupante para los mafiosos no había sido ser convocados a declarar. Lo peor habían sido los testimonios de policías y funcionarios de Hacienda que, por primera vez, y a pesar de que por entonces el FBI negaba tajantemente la existencia del crimen organizado en los Estados Unidos, comenzaron a revelar la existencia de redes clandestinas de crimen organizado; y lo hicieron, como os he dicho, en el marco de espectáculos televisivos que la gente devoraba. En enero de aquel mismo año, el senador John Little McClellan había impulsado la creación de otro comité, esta vez dedicado a la corrupción sindical; comité que sería la pesadilla de James Riddle Hoffa.

A fuer de ser sinceros, la reunión de Apalachin había concitado el escepticismo de muchos. A muchos de los asistentes, tantos mafiosos juntos en un lugar que, dato que se haría muy importante, sólo tenía una carretera de salida y sólo podía ser accedido en coche, era como escupir al cielo. En la mente de muchos estaba una reunión parecida, mucho menos numerosa, celebrada en Cleveland en 1928, que fue descubierta por la policía y que fue muy problemática porque los participantes fueron detenidos armados (Cleveland, de hecho, le enseñó a los mafiosos que sólo los cachoburros tipo Galente o Dutch Schultz iban por la vida con pistolón al cinto). Aquella vez, como en la detención de Galente, todo se había solucionado con unas pocas multas; pero la Mafia aprendió a ser cautelosa. El prestigio de Barbara, y el hecho de que estaba delicado del corazón y no se podía permitir un viaje a Florida, sede inicialmente preferida, marcharon en la dirección contraria.

Sin duda, el principal personaje de la reunión era Vito Genovese. Nacido en 1897, llegó a Estados Unidos a los 16 años y fue detenido por primera vez con 20. Luego sería detenido once veces más por varios delitos. Pero no fue condenado por nada importante, En 1934, sin embargo, fue fruto de una investigación profunda por el fiscal de Brooklyn tras el asesinato de Fernando The Shadow Boccia. Genovese llegó a ver tan cerca a la policía que decidió poner tierra de por medio, y se marchó a Italia (igual que Michael Corleone tras haber matado a Solozzo). Allí estuvo doce años, hasta 1946, cuando fue extraditado a Estados Unidos para declarar en el caso Boccia. Sin embargo, el principal testigo de cargo fue envenenado en la cárcel donde cumplía condena, y Genovese regresó para convertirse en un ciudadano de pro.

Giuseppe Profaci, uno de sus asociados, se dedicaba a distribuir aceite de oliva (como Genco, la empresa legal de Vito Corleone). En cuanto a Michele Miranda, su tapadera era una red de concesionarios de coches usados en Manhattan. Los tres procedían de aldeas muy cercanas en Sicilia, y los tres habían sido pistoleros de jóvenes. Profaci, por ejemplo, había sido uno de los gatillos preferidos de Charles Lucky Luciano, lo que le había hecho lo suficientemente prominente como para estar en Cleveland en 1928.

Entre los otros grandes barones del crimen estaba Giuseppe Magiocco, en la vida legal distribuidor de cerveza, pero en la vida real mano derecha de Profaci, a quien sustituiría al frente de dicha familia para protagonizar, cinco años después de Apalachin, una intentona fallida de hacerse con el control de la Mafia neoyorkina. También el histórico Giuseppe Bonanno, que había sido colaborador de Al Capone y también de Luciano. Más jóvenes eran Carlo Gambino y Vincenzo Rao; Gambino, personaje de mucha proyección en los años por venir, había casado a su hijo con la hija de Tomasso Luchese; Rao, por otra parte, era primo de otro capo importante, Giuseppe Pip-the-blind Gagliano. Carlo Chieri o Chiri tenía prácticamente el monopolio en el Estado del transporte de coches nuevos de las fábricas a los concesionarios. Su empresa había sido propiedad de Giuseppe Doto, más conocido como Joe Adonis. Adonis, sin embargo, se la vendió cuando la Justicia americana destapó sus negocios sucios, más el hecho de que había mentido al decir que había nacido en Estados Unidos, y comenzó los trámites para expulsarlo. Se fue a vivir a Roma.

En total, los 56 invitados de Joe Barbara habían sido detenidos 265 veces, y habían sido condenados más de cien veces por distintas causas. Apenas nueve de ellos carecían en 1956 de ficha policial.

Todo esto tenía que ser uno más de los acuerdos bajo la mesa que la Mafia estaba acostumbrada a alcanzar. Esta vez, la única diferencia era la enorme cantidad de capos que se habían reunido. Desde Cleveland, la Mafia se había acostumbrado a hacer reuniones más pequeñas, en lugares distintos, siempre de personas con aspecto de ser totalmente legales, y desarmados. Los hombres de Apalachin también iban desarmados, pero no daban la impresión de ser, como había pretendido Joe Barbara junior, un grupo de embotelladores de gaseosas discutiendo de sus cosas. A pesar de todo ello la Mafia, aunque como os he dicho estaba ya con la mosca detrás de la oreja y, probablemente, los más inteligentes de entre sus miembros ya se daban cuenta de que no podrían seguir mucho tiempo entre bambalinas, todavía confiaba en que podría hacer las cosas fuera de los focos de la presencia pública.

Sin embargo, de repente varios soldados, de lo que estaban en la zona de la barbacoa hablando de putas y de coches, entraron en la casa sudorosos.

Cuatro bofias, dijeron, estaban tomando notas de las matrículas de los coches aparcados frente al garaje y en el camino de acceso a la casa (de nuevo, podéis ver que estos hechos sirvieron de inspiración en The Godfather; recordad la primera parte, cuando Sonny se encara con los policías que están, precisamente, tomando nota de las matrículas que han ido a la gran fiesta de su padre). Joe Barbara, sin embargo, no le dio importancia. Dijo que la policía solía hacer esas cosas en sus reuniones; pero que pronto se irían. Y, en efecto, al rato llegaron otros mafiosos refiriendo que ya se habían marchado.

Así que todos regresaron a tus tertulias.

Hasta que apareció Bartolo Guccia.

¿Quién era Bartolo Guccia? Bueno, pues os voy a dejar con la intriga. Cuento con la ventaja de que, por lo que veo, incluso hoy en día en internet no es fácil averiguar cosas sobre él. Os diré que falleció en 1978, y que es un personaje que cualquiera que quiera hacer una peli sobre Apalachin respetuosa con los hechos debería darle su papel a uno de estos actores capaces de hacer un sólido side show. Yo, la verdad, en justo homenaje a sus galones mafiosos, cuando imagino la entrada de Bartolo Guccia en la casa de Apalachin, veo entrar a John Cazale (quien, por cierto, falleció el mismo año que Guccia).

Pero, por el momento, aquí lo vamos a dejar.

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