jueves, diciembre 14, 2023

Mafiosos de leyenda: Apalachin (y 3: Ganamos, pero perdimos)

  Aquí os dejo otros post que he ido escribiendo sobre el crimen organizado.

La Mafia en sus orígenes
Mano Negra, Mano Blanca
El nacimiento del Sindicato del Crimen
Johnny Torrio
Dutch Schultz
Arnold Rothstein

Y las tomas de esta miniserie:

El sargento Croswell descubre a Joseph Barbara
Todo empezó con un cheque falso
Ganamos, pero perdimos

En la mañana que comenzó la reunión de Apalachin, como os he dicho, Edgard Croswell y Vincent Vasisko, acompañados por los dos agentes venidos de Nueva York, estaban desinflados. Su impresión era de que habían pinchado en hueso. Pero, aun así, eran trabajadores, y meticulosos. No iban a dejar lo que habían empezado. Así pues, se fueron, de nuevo, al Parkway Motel de Vestal.

Allí se enteraron de que, avanzada la noche, habían llegado cuatro huéspedes más de los anunciados por Joe Barbara junior; y que se habían ido ya. Entonces fueron a la embotelladora; allí no había actividad alguna. Croswell condujo entonces hacia la casa, pensando que sería la última etapa de una vigilancia rutinaria e írrita.

Pero fue entonces cuando se encontró con más de dos docenas de grandes coches aparcados frente al garaje y en el camino de acceso. Conscientes de que los embotelladores de refrescos no ganan para esos tanques, se colocaron en un sitio donde consideraban que no podían ser vistos desde la barbacoa, y se pusieron a anotar matrículas. Prácticamente habían terminado cuando un grupo de invitados los descubrió. Los italianos se quedaron sorprendidos y llamaron a gritos a más compañeros; pero no se dirigieron contra los policías. Estuvieron así, mirándose, durante un rato largo, hasta que los italianos salieron en estampida.

Vasisko le recordó a Croswell que no tenían autoridad ninguna. Pero Croswell le corrigió. La tenían fuera de la casa; y de la casa sólo se podía salir por una carretera. Así que, aproximadamente a una milla de la casa, los dos coches de policía se detuvieron en el mismo punto, dejando sólo un estrecho paso entre ellos. Croswell llamó por radio y pidió refuerzos. Comenzaron a llegar coches de policía de varios puntos.

En ese momento es cuando aparece en nuestra historia Bartoloco Guccia. Que no era un matón de la Mafia, mucho menos un capo. Era un pescadero; el pescadero de Joe Barbara. Era paisano de don Giuseppe, allí en Sicilia, y le debía un montón de favores que el otro le había hecho como pistolero. Barbara era, además, su mejor cliente; y le había pedido para la reunión de Apalachin tres de sus mejores percas y una merluza. Guccia se había pasado por la casa de Apalachin para dejar el género y fue quien, a la vuelta, se encontró los dos coches de policía casi bloqueando el camino.

La policía lo dejó pasar; pero, unos centenares de metros más allá, Guccia decidió dar la vuelta. De nuevo, la policía, consciente de que no tenía nada que hacer deteniendo a un pescadero, lo dejó pasar. Así que Guccia bajó a la casa de Apalachin anunciando, nervioso, que la salida de la misma estaba bloqueada por la policía.

La estampida la causó Vito Genovese. Cuando todos los mafiosos vieron al que tenían por su jefe más poderoso tirarse en plancha hacia su coche, todo el mundo decidió que maricón el último. Muchos hicieron como Genovese y decidieron, de una forma un tanto extraña, salir de allí en sus coches, aún sabiendo que la única vía de salida estaba controlada por la policía. Otros, como Giovanni Montana, decidieron irse campo a través, corriendo por el bosque que estaba detrás de la mansión, bajo los atentos ojos de Croswell, quien para entonces los vigilaba con unos binoculares.

El coche de Vito Genovese, conducido por su lugarteniente Rusell Bufalino (personaje interpretado por Joe Pesci en El irlandés), fue el primero que llegó al check point montado por la policía. Tanto policías como mafiosos estaban muy nerviosos, como si fuesen conscientes de que estaban en una escena histórica. Pero no hubo tiros ni violencia. Tanto Genovese como los mafiosos de coches posteriores salieron de sus vehículos, se identificaron y se dejaron cachear pacíficamente.

Genovese fue sometido a un corto interrogatorio. La policía le preguntó si venía de casa de Bárbara. Contestó que sí, que estaba muy enfermo y que habían ido a presentarle sus respetos. Inmediatamente después, con suavidad, preguntó si estaba obligado a responder a las preguntas que se le hacían. La policía le dijo que no tenía que contestar; así pues, el mafioso, con un saludo cortés, se subió a su coche y quiso arrancar para irse. Pero para entonces Croswell, en una decisión que no pudo ser fácil, pues al fin y al cabo toda aquella gente iba desarmada y no estaba cometiendo ningún delito, resolvió llevarse a todos los inquilinos de los vehículos, más aquéllos que deberían ser cazados en su huida campo a través, a Vestal.

A las cinco de la tarde, la comisaría de Vestal parecía el metro de Sol, con sesenta personas retenidas en la operación distribuidas por todas las pocas habitaciones del edificio. Todos ellos se habían tranquilizado bastante, y parecían, simplemente, esperar, mientras los policías se afanaban en pedir por cablegrama información sobre ellos.

Uno por uno, desfilaron hacia el despacho del sargento Croswell, donde informaron de su filiación, vaciaron sus bolsillos, se quitaron los zapatos, y fueron registrados de nuevo. Lo más sorprendente de la operación, ya os lo he dicho, fue comprobar que todos aquellos hombres iban, literalmente, forrados con cantidades de dinero que son inusitadas aun hoy en día, así que hace sesenta años eran totalmente escandalosas. Algún caso era especialmente notable, como el de Simone Scozzari, que estaba en posesión de más de 9.000 dólares y se declaró desempleado de larga duración. Por lo demás, todos dijeron estar en Apalachin para visitar a Barbara por su estado de salud. Todos ellos, como también era regla entre los mafiosos entonces, no llevaban más documento identificativo de sí mismos que el carné de conducir.

A lo largo de la tarde, aquéllos visitantes de Apalachin que habían salido corriendo por el bosque, una docena, fueron llegando a Vestal conforme la policía se hizo con ellos. Si recordáis la escena de The Godfather III en la que somos testigos de una reunión de mafiosos en Atlantic City que termina en matanza, recordaréis también que uno de los mafiosos asesinados trata de refugiarse tontamente con su abrigo porque, afirma, es su abrigo de la suerte. Personalmente considero que esta anécdota del guion la desarrolló Mario Puzo pensando en Joe Montana, uno de los huidos por el bosque, que fue encontrado por la policía porque su adoradísimo abrigo de piel de camello se enganchó a una valla, y él se negó a seguir sin él. La policía, efectivamente, lo encontró allí, tratando de desengancharlo.

La oficina del fiscal general de Albany hizo todo lo que pudo por construir un caso, cualquier caso, con aquella gente. Pero, la verdad, no había nada que hacer. De todos los detenidos de Apalachin, tan sólo uno estaba en situación irregular, pues estaba en libertad condicional y no podía abandonar el Estado de Nueva Jersey. Nadie iba armado. Nadie llevaba documentación comprometedora. Desde un puro punto de vista criminal, Alapachin fue una cagada. Pero si es un episodio tan famoso, eso es porque estuvo muy lejos de ser una anécdota. Lo que no pudo dirimir el tribunal real, lo dirimió el tribunal de la opinión pública.

Durante más de una semana, Apalachin fue front page en los periódicos de todo el país. Cuando la Prensa huele la sangre, los políticos huelen la sangre. El congresista estatal William F. Horan, de Tuckahote, que era presidente del conocido como Comité Mastín, o Comité Mixto Legislativo de Operaciones del Gobierno, tuvo la clara sensación de que debía hacer algo. Haciendo pues uso de sus competencias, los 34 detenidos en Apalachin que eran de Nueva York fueron citados, aunque sólo once fueron localizados. El 12 de diciembre de 1957, el Comité Mastín comenzó sus audiencias públicas, con una comparecencia del sargento Croswell, seguido de de otros policías. Entre estas comparecencias se produjo la de John T. Cusack. Cusack era agente de la Oficina Federal de Narcóticos, de la DEA pues; y eso quiere decir que, en un momento en el que el FBI todavía vivía a espaldas de la Mafia y de hecho negaba su existencia, era una de las personas que más sabía sobre el crimen organizado en EEUU. Ante el Comité Mastín leyó un informe de 15.000 palabras que detallaba las operaciones y métodos de la Mafia. Informó de que cuando menos cinco de los invitados de Apalachin eran traficantes de droga, y se refirió especialmente a Big John Ormento, de quien dijo que era uno de los principales traficantes del país. Por ello, dijo, en su oficina estaban convencidos de que la reunión de Apalachin tenía por objetivo organizar la llegada de droga a los Estados Unidos y el reparto de territorios.

De entre los invitados de Apalachin, el primero en ser llamado fue John Ormento. Arnold Bauman, el abogado del comité, empezó, lógicamente, por preguntarle su nombre; Ormento se acogió a la Quinta Enmienda para no contestar. Horan le conminó a, cuando menos, dar la información de su nombre, pero de nuevo se negó. Y así hizo 83 veces más con las 83 preguntas que se le plantearon.

Los que siguieron utilizaron ese Catón. Profaci, Anthony The Gov Guarnieri, Joseph Falcone, Rosario Roy Carlisi, Stefano The Undertaker Magaddino, Dominick d'Agostino, Natale Joe Diamonds Evola, Paul Castellano, Miranda, Costanzo Valenti, Rusell Bufalino, Joseph Staten Island Joe Riccobono, Vincent Nunzio Rao, todos se acogieron a la Quinta. Bartolo Guccia fue inquirido sobre las razones de que hubiera regresado a la casa tras haberse marchado; juró que lo había hecho porque se dio cuenta de que se había olvidado de preguntarle a Bárbara qué pescado querría la semana siguiente. Antonio Magaddino, propietario de una funeraria en Niágara, que llevaba 18 años en Estados Unidos y que en su detención se había desempeñado en perfecto inglés, desarrolló la comedia de que sólo sabía hablar italiano.

Quien se salió del guion fue John Montana, ya que podía. Prominente empresario hecho a sí mismo, era concejal de su ciudad y había sido huésped del gobernador de Nueva York, Averell Harriman, en un almuerzo que había dado en homenaje al primer ministro italiano Mario Scelba. En 1956 había presidido un comité que había organizado una recepción para Richard Nixon .

Montana, consciente de que era un personaje público, no utilizó la Quinta Enmienda ni una sola vez. Contó que había hecho un viaje de dos días a Pittston, Pensilvania y Nueva York, donde se celebraba una reunión de taxistas que él presidía. Conduciendo entre Búfalo y Pittston, se le había estropeado el coche en medio de la lluvia; y se acordó de que su amigo Joe Barbara vivía por allí.

Al final de las audiencias, el Comité Mastín redactó una memoria que concluía:

1.- La reunión de Apalachin de 14 de noviembre de 1957 atestiguaba sin lugar a dudas la existencia de una organización criminal en Estados Unidos.

2.- El descubrimiento de la reunión se debía al celo y la precisión del sargento Croswell.

3 [Y más importante].- Pese a dicho celo y meticulosidad, la reunión de Apalachin deja en evidencia la necesidad de que los Estados Unidos se dotasen de un departamento de policía centralizado y focalizado en la investigación y represión del crimen organizado.

Hay que decir que esta memoria, que selló el final del secretismo sobre la Mafia y comenzó la era que la convertiría en primera plana de los periódicos y asunto preferido de muchos guionistas de Hollywood, no debió de escribirse sin problemas. Sin ir más lejos, John Horan era, más que probablemente, partidario de unas conclusiones más homeopáticas. Es seguro que estaba fuertemente presionado por colegas políticos, más o menos cercanos a personajes de la Mafia, muchos de ellos con carreras políticas total o parcialmente financiadas por ellos, y que hicieron arder su teléfono durante aquellas jornadas. De hecho Horan, que murió poco después de terminar las deliberaciones del Comité Mastín, todavía tuvo tiempo de protagonizar una tormentosa rueda de prensa en la que le insinuó a los periodistas que había mucho más de lo que ellos sabían; pero, al tiempo, les anunció que nunca lo sabrían, pues había decidido vedarles el acceso a la documentación recibida por el comité; así pues, debían conformarse con las conclusiones.

El suceso de Apalachin, pues, es, formalmente, una victoria del crimen organizado de origen italiano en Estados Unidos. Aquellos hombres estaban reunidos para tomar decisiones claramente criminales y fuera de la ley; pero escaparon todos sin grandes consecuencias. La Unione Siciliana, pues, había funcionado como funcionan esos edificios que han sido construidos para resistir un terremoto, y se mantienen incólumes. Y, sin embargo, ganando, la Mafia perdió.

Todo el montaje de la Unione Siciliana, todo el montaje de Charles Lucky Luciano y su primera (en realidad, segunda) gran generación de mafiosos italianos en Estados Unidos, se basaba en el secretismo. El gran punto débil del crimen organizado se hace patente en el momento en que esa estructura, esa organización, se hace del conocimiento de las fuerzas del orden. En el momento en que la policía logra penetrar en una organización criminal y entender quién obedece a quién y para qué, empieza a entender qué teléfonos debe pinchar, qué correspondencias debe intervenir, a qué personas debe vigilar y seguir. A partir de ese momento, la labor policial se hace más eficiente; la productividad de los actos de investigación se hace mayor, y eso significa que obtener más recursos de los jefes, y más presión de los tribunales, se hace asimismo más sencillo.

La Mafia recibió un toque de atención muy serio en Cleveland en 1928. No fue el único. Con menor importancia, pero no por ello meramente anecdótica, lo de Cleveland se repitió en Florida en 1952 y 1953, en Chicago al año siguiente, en Binghampton en 1956. La policía, claramente, estaba rondando la bicha, y los mafiosos lo sabían; por eso iban a esas reuniones sin llevar siguiera una navajita para arreglarse las cutículas, sin más documentación que sus licencias de conducir, y forrados de pasta por si se les presentaba la ocasión de comprar alguna que otra voluntad de patrullero. La Mafia sabía que el tema les estaba rondando; pero, a día de hoy, sigue dando la impresión de que seguían sintiéndose intocables, pues sólo alguien que se cree intocable monta una reunión tan multitudinaria y, en el fondo, tan pública como la de Apalachin, un pueblo no muy grande en el que todo el mundo sabía quien era Joe Barbara y el tipo de amigos que lo visitaban. Se creyeron inmunes bajo la Quinta Enmienda, probablemente. Pero no contaban con eso que llamamos “pena de Telediario”. Ya nada volvería a ser lo mismo para la Mafia italiana que, de hecho, acabaría alumbrando figuras como John Gotti, un personaje que, lejos de huir de las cámaras y la Prensa, las buscaba.

El 17 de junio de 1959, apenas unos meses después de Apalachin pues, Joe Barbara falleció en Johnson City, Nueva York. Así pues, al menos era cierto eso que decían sus visitantes de que estaba muy enfermo. Un mes antes de morir, malvendió la casa de Apalachin por unos míseros 130.000 dólares (valía mucho más). La casa sigue allí, el 625 de McFall Road. Hoy es un picadero de caballos. Una mujer, Susan Deakin, la compró a principios de siglo y la rebautizó La Granja Escondida. Todavía hace cinco años, se quejaba del coñazo que supone que haya gente que se presente para visitarla, y no precisamente para ver a los caballos, o pase por la carretera conduciendo muy despacio.

A lo mejor es que llegan tarde.

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