viernes, diciembre 15, 2023

Mafiosos de leyenda: Abe Attell

 Aquí os dejo otros post que he ido escribiendo sobre el crimen organizado.

La Mafia en sus orígenes
Mano Negra, Mano Blanca
El nacimiento del Sindicato del Crimen
Johnny Torrio
Dutch Schultz
Arnold Rothstein
Abe Atell
Frankie Carbo (1)
Frankie Carbo (2)


Las tomas sobre Apalachin
El sargento Croswell descubre a Joseph Barbara
Todo empezó con un cheque falso
Ganamos, pero perdimos


 

Cuando me ocupé en el blog de la mayor manipulación de una final deportiva en la Historia, es decir, de la biografía de Arnold Rothstein, dejé apuntado el compromiso de hablar un poco más sobre la vida y milagros del que fue su guardaespaldas y hombre de puños, Abe Attell. Parece que ha llegado el momento de cumplir esa promesa.

Abe Attell parece entrar en la Historia con ocasión del episodio de la manipulación de las series mundiales perpetrada por Rothstein. Sin embargo, no podemos olvidar que antes, desde 1906 hasta 1912, Attell había sido campeón del mundo del peso pluma. De alguna manera, Attell hizo pareja con Benny Leonard como gran boxeador judío de su época. Como muchos boxeadores, y como casi todos los mafiosos de su época, Attell había nacido básicamente pobre; y había sido la pulsión de salir de la pobreza la que había endurecido sus nudillos. Nacido en 1883, se quedó huérfano de padre muy niño, con once hermanos. La madre de Abe tuvo que dedicarse a hacer la colada de todos sus vecinos por unos pocos nickels, esfuerzo ímprobo y callado con el que se ganó el respeto y el amor, desmedido, de su hijo.

Según relató el propio Attell, una tarde, siendo niño, vio cómo otro chico del vecindario estaba golpeando (y ensuciando) con una rama las sábanas que su madre acababa de poner a tender. Enrabietado, se fue a por él. Ambos chavales se enzarzaron en una pelea en la que, curiosamente, Abe Attell habría de encontrar su destino. Porque esa tarde, el pequeño niño judío descubrió que era de ésos que, como el propio Estado de Israel que algún día fundarían sus compañeros de fe, cuanto más castigo reciben, más se crecen.

Abe Attell comenzó a boxear como aficionado en las calles de San Francisco, pero pronto comenzó a viajar de gimnasio en gimnasio. Al mismo tiempo, se convirtió en el líder de una banda de delincuentes juveniles que actuaba en las calles de San Francisco. Su negocio eran los periódicos. En aquel entonces, los periódicos se vendían en la calle, anunciándolos a gritos, normalmente por chicos muy jóvenes. Abe se posesionó de una esquina del centro de San Francisco conocida por su alto beneficio (por allí pasaban muchas personas que compraban el periódico); y, por muchos chulos y matones que se acercaron a arrebatarle aquella mina de oro, Abe Attell jamás la perdió, porque se acostumbró a no perder peleas.

Con el tiempo, el Pequeño Hebreo, como era conocido, acabó cruzándose en el camino de Kid Lennet, un boxeador amateur que quería hacer carrera en el deporte. Lennet solía boxear en el Beer Garden, un bar con lona de boxeo incluida que había montado un viejo campeón de los medios, Alec Greggain. Greggain soñaba con encontrar a un chico que algún día fuese un grande, y por eso trataba de convencer a los chavales de que aceptasen combates, durante los cuales los observaba. Para combatir en el Garden, sin embargo, había que pasar primero algunas pruebas planteadas por el dueño. Cuando probó a Attell, el chico combatió con él con una ferocidad, siempre levantándose después de cada golpe. Por ello, Greggain decidió ofrecerle una pelea con Kid Lennet, entonces el muchacho invencible del barrio.

Cuando Attell fue fijado para combatir con Lennet, éste último acumulaba diez victorias seguidas. Greggain le ofreció 10 dólares si ganaba y cinco más si lo hacía por KO. Su madre intentó conseguir que no combatiera, pero Abe siguió entrenándose, usando una bolsa rellena de barro colgada de la rama de un árbol.

Lennet no era un cualquiera. Nacido en Filadelfia, Pensilvania, en 1887, comenzó su carrera profesional en 1905 y rápidamente se estableció como un luchador prometedor. En 1909, tiempo después del que ahora relatamos, ganó el título de peso wélter de primera categoría al derrotar a Jack Britton título que defendió defendió con éxito en varias ocasiones, derrotando a boxeadores como Billy Papke o Jack Dempsey. El resultado de su carrera son 90 victorias, 26 derrotas y 4 nulos.

El día del combate, la cosa fue bien. Abe mantuvo las distancias y sólo las acortó cuando quiso, para asestarle a su contrincante dos golpes en la cabeza que dieron con él en la lona. En el segundo asalto, Kid Lennet decidió contraatacar a lo bestia; pero Abe lo recibió con un uppercut que lo tiró a la lona de nuevo. Ya no se quiso levantar.

Con aquel KO de barrio, había comenzado la carrera de uno de los diez mejores peso plumas del siglo XX, y eso es decir mucho. Su habilidad y pegada eran tan grandes que, en realidad, se convirtieron en un hándicap. Las apuestas a su favor se acercaban mucho a 1 a 1 y, en esas condiciones, no sólo nadie quería pelear con él, sino que nadie quería organizarle peleas. Las apuestas comenzaron a ser directamente sobre en qué momento se produciría el KO; pero hasta a eso le faltaba morbo, porque raro era el boxeador que le duraba más de tres asaltos.

Cuando Abe Attell era todavía poco más que un muchacho, comenzó a interesarse por el tema de las apuestas. Siempre estuvo muy cerca de ellas. Orgulloso como era de su fama, siempre se negó a perder cuando debía ganar; pero, sin embargo, comenzó a darse cuenta de que, si llegaba a algún acuerdo con algún gran corredor de apuestas en torno al asalto en el que se produciría el KO, podía ganar mucho más que las bolsas que le pagaban.

Cuando Attell todavía era un boxeador rocoso y poderoso, pero con escasa técnica, aceptó pelear por el mundial de los plumas contra George Dixon. En realidad, Dixon era un boxeador tan experimentado y eficiente, y Attell tan joven, que ni siquiera el propio judío apostó por él mismo. Ambos boxeadores se pelearon durante 15 largos asaltos y, finalmente, el combate fue declarado nulo.

Aquel empate fue, en realidad, una gran victoria para Abe Atell, de quien se suponía que tenía que haber salido muy trasquilado de aquella experiencia. Decidió adquirir técnica, es decir, aprender el ABC del boxeo de verdad, ése que nos dice que mucho más importante que infligir daño a nuestro oponente, es asegurarnos de que él no nos lo infligirá a nosotros.

La revancha de aquel nulo, que se celebró en Denver, fue larga y sangrienta. Pero, al final de los 15 asaltos, los jueces le dieron ganador. Tenía 17 años. La madre abandonó el oficio de lavandera para siempre, y dos de los hermanos de Abe, Monte y César, también se hicieron boxeadores, aunque de menor talento. Se los conocía como The Fighting Attells.

Seis años: de 1906 a 1912, el campeón del peso pluma se enfrentó a todo aquél que se atrevió. Y le ganó. Eso duró hasta el 22 de febrero de 1912, cuando Jhonny Kilbane le arrebató el título. Aún así, no quiso retirarse. Luchó cinco años más, y en 1917 se retiró finalmente con 172 combates, 125 victorias y 51 KOs. Para entonces, como he dicho, conocía muy bien los entresijos de las apuestas, así pues ya tenía una ocupación de futuro.

Como ya hemos visto, Abe Attell se empleó como matón de Arnold Rothstein, y se ocupó de “negociar” con los jugadores de los Red Socks, sobre todo cuando Rothstein les negó el dinero que ellos esperaban cobrar. Se casó una primera vez, matrimonio que no salió muy bien; y la segunda con una irlandesa, Mae O’Brien, con la que abrió varios bares y restaurantes, todos de ambiente boxístico. También fue dueño de una zapatería que ardió misteriosamente, lo que provocó que fuese acusado de haber provocado el incendio para cobrar el dinero del seguro, aunque nada se probó.

Attell se asoció a Arnold Rothstein y, también, al jefe de todo jefe de la Mafia neoyorkina, Frank Costello. Sin embargo, su socio mafioso más estrecho fue Owen Madden, un hombre de negocios del boxeo cuyo principal activo era el campeón Primo Carnera, conocido como The Ambling Alp. Madden y Attell querían hacer de Carnera el campeón del mundo de los pesados. Carnera, sin embargo, era alto, musculoso y sabía recibir; pero le faltaba técnica. Ahí es donde entró Attell, quien lo ayudó a hacer, más o menos, el mismo camino que había hecho él mismo. Sin embargo, los matones de Madden nunca consiguieron “convencer” al campeón, Max Baer, de que se jugase el título contra Carnera, por lo que decidió deshacerse de la inversión. Aquello fue una desagradable sorpresa para Carnera quien, en su simpleza, verdaderamente creía que había llegado al Olimpo de los pesados a base de ganar combates limpios, cuando toda la verdad era que Madden y Attell habían empedrado el camino. Los dos mafiosos dejaron a Carnera con una mano delante y la otra detrás; y tuvo que ser su oponente, Max Baer, quien le consiguiera un curro en el mundo de la lucha libre, donde finalmente consiguió sobrevivir decentemente.

Abe Attell estuvo presente en todos los combates, o mejor habría que decir en todas las apuestas, por los campeonatos del mundo de los pesados, medios, y peso welter, entre los años veinte y los sesenta. Cuarenta años de reinado durante los cuales supo a la perfección cuál iba a ser el resultado casi de cada combate.

Conocía a todo el mundo: a los jueces, a los promotores, a los árbitros y, por supuesto, a los boxeadores. Tanto Attell como otros mafiosos de las apuestas de boxeo como Frankie Carbo tuvieron, además, la suerte de que se jugaron el dinero precisamente en un momento en el que el boxeo alumbró a un gran firmamento de estrellas: Benny Leonard, Jack Dempsey, Joe Louis, Max Baer, Barney Ross, Henry Amstrong, Sugar Ray Robinson, Jake LaMotta, Gene Fullner, Sonny Liston, Muhammad Ali o Paulino Uzcudun.

Todos ellos eran grandes boxeadores y muchos de ellos, sin duda, ganaron combates y títulos limpiamente. Sin embargo, al boxeo de buena parte del siglo XX, cuando menos del que fue controlado o se produjo en los Estados Unidos, le ocurre un poco lo mismo que le ocurre al atletismo de los años setenta, ochenta y parte de los noventa del siglo XX: siempre llevará el baldón de las dudas que presenta su palmarés. En el caso del atletismo, es altamente sospechoso que, con lo que han avanzado las técnicas de entrenamiento y de alimentación de deportistas, existan marcas que permanezcan incólumes desde hace décadas. Da que pensar que fueron marcas conseguidas en condiciones suprahumanas, por mucho que hoy en día no se pueda demostrar.

El caso del boxeo es distinto.  El boxeo, junto con especialidades como la gimnasia de competición, los saltos y otros, es un deporte que se caracteriza porque en él, el papel de los jueces es excesivo. Ciertamente, siempre es posible que en estos deportes aparezca una Nadia Comaneci que haga un salto que todo el mundo se percate de que fue perfecto; o un boxeador que tumbe a su rival en la lona y consiga que no se levante. Pero hay un enorme espacio de tonos de gris, un espacio que pueden aprovechar perfectamente aquéllos que desean manipular dicho resultado; precisamente en el momento en el que estoy escribiendo esto, en un deporte de influencia media de los jueces, como es el fútbol, está dando sus primeras boqueadas un escándalo de ámbito mundial en este sentido.

Siempre nos quedará, por lo tanto, la duda de cuántos de los campeones de boxeo del siglo XX, y aún más allá, fueron campeones reales y legales; y a cuántos arbitró o juzgó un amigo de alguien. Personas como Abe Attell consiguieron que esa comprobación hoy sea poco menos que imposible; y no podemos descartar, en modo alguno, que alguno de los grandes mitos boxísticos que hemos aprendido a admirar, en el fondo no lo sean. Paulino Uzcudun, un ejemplo claro de boxeador con talento que, quizás por proceder de otra esquina del mundo, nunca entendió ni aceptó el mundillo de los combates amañados, perdió un combate, contra Jack Delaney, porque, en un determinado momento, el árbitro paró los golpes, bajó el pantalón de su contrincante, y observó que la coquilla que protegía sus testículos estaba abollada. Automáticamente, Uzcudun fue descalificado por golpe bajo. Cinco minutos después de terminado el combate, ya se estaba diciendo que todo había sido un amaño, y que Delaney había salido a combatir con la coquilla pre abollada, y que todo estaba pactado con el árbitro: el minuto en que pararía el combate, y la decisión que tomaría. El hecho de que nada de esto pueda comprobarse objetivamente a no ser que alguien “cante” levanta un denso velo de sospecha sobre el boxeo como deporte.

El mejor consejo de ahorro que se puede dar es: nunca inviertas en un mercado que no entiendas. Para millones de personas, siempre ha sido evidente que el boxeo profesional se rige por reglas que sólo unos pocos entienden. Pero, sin embargo, siguen apostando.

De esa pulsión es de lo que viven todos los Abe Attell que en el mundo son, y serán.

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