lunes, mayo 18, 2020

El ahorcado de Black Friars (7: las edificantes acciones del socio del Espíritu Santo)

Estos son todos los capítulos de esta serie. Conforme se vayan publicando, irán apareciendo los correspondientes enlaces.

Los inicios de un tipo listo
Sindona
Calvi se hace grande, y Sindona pequeño
A rey muerto, rey puesto
Comienza el trile
Nunca dejes tirado a un mafioso
Las edificantes acciones del socio del Espíritu Santo
Gelli
El hombre siempre pendiente del dólar
Las listas de Arezzo
En el maco
El comodín del Vaticano
El metesaca De Benedetti
El Hundimiento
Ride like the wind
Dios aparece en la ecuación
La historia detrás de la historia

Con una enorme diferencia, la afirmación demostrada en el informe Paladino que resultaba más potencialmente devastadora para Calvi era aquélla según la cual el Banco Ambrosiano se había cagado y meado encima de la legislación italiana de control de cambios. La práctica ya descrita de la venta de acciones italianas a empresas extranjeras a precios artificialmente bajos seguida de recompra a precios de mercado (o venta a precios de mercado y recompra a precios inflados) había supuesto la exportación ilegal de unos 20 millones de dólares de la época.
Paladino terminó formalmente su labor el 14 de diciembre de 1978, cuando entregó su informe al Banco de Italia, al Ministerio de Hacienda, a la Oficina Italiana de Cambios y a los tribunales. El caso le cayó a Emilio Alessandrini, un respetado juez milanés.

En medio del proceso de inspección del Ambrosiano, en mayo de aquel tenso año de 1978, el gobierno italiano había decidido solicitar la extradición de Sindona desde los Estados Unidos. Dado que los intentos para conseguir que la Casa Blanca impidiese u obstaculizase este proceso no llegaron a gran cosa, Sindona tuvo que cambiar de estrategia y pensar en algún plan para regresar a Italia y renacer como financiero de éxito. Así, diseñó un plan para que el Banco de Italia rescatase a la Banca Privata. En el mes de julio, los terminales de Sindona en el gobierno italiano lograron colocar esta propuesta en la mesa de Giulio Andreotti, quien ordenó que la estudiase Gaetano Stammati. Stammati lo consultó con Francesco Cingano, director gerente de la Banca Commerciale Italiana; la primera vez que el plan Sindona cayó en manos de alguien que se dedicaba al negocio bancario de verdad (Cingano), embarrancó, puesto que el banquero dijo que aquello no había por dónde cogerlo y que dejasen de mamar todos. Según explicó Cingano, las intenciones de Sindona venían a equivaler a que el contribuyente italiano pusiera 250 millones de dólares sin recibir absolutamente nada a cambio, pues bien poco le iba a él en la estabilidad de la Banca Privata. En noviembre, fue el propio Banco de Italia, a través de su administrador general y futuro político de éxito, Carlo Azeglio Ciampi, quien rechazó la movida, apelándola de impracticable.

Sindona había entrado en pánico en esas últimas semanas de 1978 por la actitud de Giorgio Ambrosoli. Ambrosoli, un joven abogado de Milán, había sido la persona elegida por el Banco de Italia para ser impuesto como administrador de la Privata cuando ésta fue intervenida por las autoridades. Ambrosoli, pese a no ser un experto banquero, se supo mover muy bien entre la documentación que heredó y realizó un monumental informe de 2.000 páginas sobre los manejos de Sindona en su grupo financiero italiano. El informe, de por sí, ya era una bomba de relojería; pero en el caso de que Ambrosoli lo compartiese con John Kenney, el fiscal estadounidense del caso del Banco Franklin, aquello se podía convertir en una tormenta perfecta. El 28 de diciembre, alguien llamó al despacho de Ambrosoli y le informó, fríamente, de que pagaría con su vida la extradición de Sindona.

En enero de 1979, la Justicia estadounidense, siempre tan rápida y eficaz, condenó a los altos funcionarios del Franklin National por haber falseado los beneficios del banco; a Ambrosoli siguieron llamándole al teléfono. A inicios de marzo, los tribunales estadounidenses procesaron a Sindona por 99 imputaciones de fraude, perjurio y estafa.

El 24 de marzo de 1979, le tocó a Baffi y a Sarcinelli. Ambos fueron procesados por Antonio Alibrandi, un juez de ésos que solemos llamar en España “de perfil conservador”, bajo la acusación de no haber entregado a los jueces información sobre presuntos delitos de bancos sometidos a su control. Ambos fueron destituidos y, la verdad, para cuando se demostró que todo era falso, ya daba igual.

Ese mismo mes de marzo, Ambrosoli presentó un mamotreto que estaba petado de acusaciones contra Sindona, la más grave, probablemente, que no había comprado el Franklin con su propio dinero, sino con el de sus impositores italianos. El informe, por cierto, decía que, en la operación de compra del Banco del Véneto por parte del Ambrosiano, “un banquero milanés y un arzobispo norteamericano se habían repartido en secreto seis millones de dólares”. 

Estos indicios los compartió con los fiscales estadounidenses en julio, cuando lo visitaron. Pero no le dio tiempo a muchas reuniones. El 12 de julio de 1979, apenas pasada la medianoche, tres hombres entraron en su casa. Sonaron cuatro disparos, y Ambrosoli dejó de respirar. Cosas que pasan en Italia.

En Italia Sindona podía llegar a pensar que las cosas no le iban del todo mal; al fin y al cabo, una cosa que fue muy sorprendente de la muerte de Ambrosoli fue el escaso número de personas que fueron a su funeral. Sin embargo, Estados Unidos ya era otra movida. Tenía juicio señalado para el 10 de septiembre, y aquello no era tan fácil de regatear como en Italia. Así las cosas, el 2 de agosto, Sindona fue objeto de un falso secuestro en Nueva York, que buscaba quitarlo de en medio. Con ayuda de algunos contactos, salió de los Estados Unidos con un pasaporte falso y se dejó caer por su patria, Sicilia. Se refugió en Palermo, desde donde intentó conseguir el apoyo de diversos banqueros y antiguos amigos, entre ellos Calvi.

La presión de Sindona se hizo especialmente intensa en la persona de Enrico Cuccia, directivo de Mediobanco, entonces controlado por el Estado y uno de los personajes más respetados de un mundo financiero italiano que, la verdad, siempre ha dado bastante asquito (el mundo financiero, digo; no Cuccia). Cuccia recibió cartas que lo amenazaban personalmente, incluyendo a su familia, si a Sindona le ocurría algo. Alguien arrojó una bomba incendiaria contra su casa y algunos días después su propia hija recibió una llamada en la que una voz le dijo: “dile a tu padre que si no hace lo que queremos, os quemaremos vivos a todos. Somos amigos del caballero de Nueva York que él conoce”.

Este tipo, no lo olvides lector, había sido el principal asesor financiero del Vaticano. Debe ser porque no merece el perdón de Dios que Francisquito nunca lo cita, ni se acuerda de él.

Sindona, acorralado como un Stallone cualquiera, reapareció en Nueva York el 16 de octubre. Estaba flaco y tenía una pierna herida. Contó que sus secuestradores lo habían torturado. Había decidido luchar, y para ello estaba decidido a usar el comodín de la llamada. Sus abogados de Nueva York contactaron con el Vaticano para lograr allí testimonios en defensa de su cliente. Con todos sus cojones, los cardenales Giuseppe Caprio y Sergio Guerri, además del arzobispo Paul Marcinckus, hicieron sendas declaraciones grabadas en video en la embajada estadounidense en Roma. Sin embargo, estos testimonios no se pudieron usar en el juicio porque, al fin y al cabo, en la sede de San Pedro todavía quedaba alguien don dos dedos de frente; alguien que, probablemente, era el propio Papa. El cardenal Agostino Casaroli, que para entonces era ya Secretario de Estado del Vaticano, algo así como su ministro de Asuntos Exteriores, desautorizó el uso de aquellas grabaciones. De esta forma, lo que Sindona había diseñado como un golpe de efecto frente al jurado, realmente lo fue; pero no, precisamente, en el sentido que él hubiera esperado.

Finalmente, en marzo de 1980, Sindona fue declarado culpable de sesenta y cinco de los noventa y nueve cargos que se habían presentado contra él. Ambrosoli debió de descojonarse el día del fallo desde el Infierno. Y digo esto del Infierno porque no creo que el Espíritu Santo, al fin y al cabo estrecho socio de Sindona, le haya dejado entrar en el Cielo; y es probable que a él tampoco le haya apetecido la oferta.

La caída de Sindona provocó que muchas personas se quitasen la careta y protestasen contra los infumables manejos que se habían producido durante todo el proceso. El tema fue muy especialmente contestado en el caso del procesamiento a Baffi y a Sarcinelli. En el mundo, supervisores y ejecutivos bancarios, ministros de otros gobiernos, alzaron sus voces contra lo que suponían, y este amanuense se une al coro, un proceso político montado contra dos personas por haber tenido el atrevimiento de levantar según qué alfombras. El caso, sin embargo, es que ni Baffi (aunque ya era muy mayor) ni Sarcinelli volvieron a ocupar los cargos de donde habían sido descabalgados; y en cuanto a Ambrosoli, la verdad es que retribuirle el esfuerzo era ya imposible.

A pesar de todo aquel movimiento de solidaridad, lo cierto es que Italia aprendió, con claridad, que los poderosos, en su país, eran muy poderosos. Y ése fue un proceso que tuvo muchos ganadores, uno de los cuales fue Roberto Calvi.

Hay que entenderlo. Los funcionarios del Banco de Italia habían visto cómo había llegado al gobierno de la autoridad supervisora un tipo de muy bajo perfil político, meramente técnico, que no se paraba en barras cuando un balance no cuadraba. Había, además, promocionado a otro tipo, Sarcinelli, que era un puñetero pit bull de las inspecciones financieras. A ambos, probablemente, se les había advertido, cuando intentaron meter las narices en el Ambrosiano o en los negocios de Sindona, que mejor se dedicasen a otra cosa. Que hay cosas que es mejor no menearlas.

Ellos, sin embargo, desoyeron los cantos de los orcos. Decidieron que su labor era inspeccionar y preservar un sistema financiero italiano equilibrado y legal, y tiraron para delante. Ambrosoli hizo lo mismo: lo nombraron para entrar a saco en una entidad quebrada y descubrir por qué había quebrado; porque una quiebra financiera siempre, siempre, tiene responsables. Tres personas que habían hecho aquello para lo que las leyes dicen que se debe trabajar en una institución supervisora; y a los que, en el mejor de los casos, lo que les había pasado es que habían perdido su trabajo de por vida.

La caída de Michele Sindona acabó con el astuto abogado siciliano, pero apenas melló a la sólida estructura de contactos, de intereses creados, sobre la que él se había erguido para poder ascender. Las personas, y sus intereses, que habían hecho grande a Sindona seguían en el mismo sitio donde estaban antes de que el siciliano cayese en desgracia. Sindona no era otra cosa que alguien que había ido demasiado lejos. Le habían dado la oportunidad de construirse una casa de 3.000 metros cuadrados, pero él quería hacerse con el Palacio Real de Madrid. Su proceso terminó con sus ambiciones, pero no tocó el sistema del que se había servido para hacerse grande.

La reacción durante los siguientes años por parte de los funcionarios del Banco de Italia fue volverse cautos. Entender que cuando uno se encuentra con una operación extraña, ejecutada por una sociedad cuyos orígenes y dueños son oscuros, si mira mucho le puede acabar pasando que descubra que esos dueños son gente con la que no debería meterse.

Los informes Palavino y Ambrosoli, por así decirlo, no tuvieron sucesores. Un banco central tiene que tener la sensación de que es quien más manda en un sector financiero; porque si no es así, si su sensación es que hay bancos, públicos o privados, que, en realidad, atesoran más poder que la institución que los supervisa, está perdido. Esto le pasó al Banco de Italia durante los años ochenta del siglo pasado. Y, por eso, Roberto Calvi, a quien teóricamente tenían agarrado por los huevos, pudo seguir haciendo de las suyas.

Él, y sus amigos los amigos de los Francisquitos de la vida.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario