viernes, marzo 20, 2020

Fernando (8: la conspiración de El Escorial)

Ya hemos pasado por esto:

Un niño en el que nadie creyó
El ascenso de Godoy
La guerra en el mar
Trafalgar
A hostias con Godoy
El niño asustado y envidioso de Carlota
Escoiquiz el muñidor


María Antonia, la princesita que tan claros parecía tener los deberes de una princesa y que tenía tan mala opinión de su marido, no sobreviviría mucho tiempo a su matrimonio. Según diversos testimonios, entre ellos Godoy y los propios médicos que la trataron, llegó ya muy débil de Nápoles y tal vez tísica.
A poco de casarse, la princesa, que debemos recordar era apenas una adolescente, tuvo dos abortos prácticamente seguidos, puntillosamente descritos en sus cartas por su suegra, la reina, que nos informa, por ejemplo, de que en el primero sangró muy poco, tan poco que “toda su sangre no equivale a la mía mensual de un día”; o que el segundo feto expulsado era “más pequeño que un cañamón”.

La princesa nunca se recuperó del segundo de estos abortos, y entró en un proceso de meses de fiebres que iban y venían, vómitos, tos sanguiñolienta, y la queja constante en torno a una fuerte opresión en el pecho. Falleció el día 21 de mayo de 1806, a las cuatro de la tarde. Los médicos que procedieron a su embalsamamiento pudieron comprobar que su corazón era de gran magnitud.

Es balance generalizado de los historiadores que María Antonia falleció de tuberculosis. Pero eso no fue lo que creyeron los españoles. La mayoría de la opinión pública, que le había cogido cariño a aquella princesa, culpó a Godoy de la muerte y se convenció de que la había envenenado. La rumorología habló del suicidio, poco tiempo después de la muerte, del boticario de Palacio, quien habría escrito una carta que la policía habría hecho desaparecer. Por toda España aparecieron los enterados de turno, unos que sabían de buena tinta que Godoy había envenenado una taza de chocolate que había tomado la princesa; otras que había introducido un escorpión en su cama.

Yo, personalmente, creo que todas estas teorías son inciertas y, más que probablemente, inventadas por el partido fernandino, que por aquella época ya había llegado a la conclusión de que tenía que ir a por Godoy. De hecho, ambas facciones no tardarían en chocar. Viudo el príncipe de Asturias, se hacía necesario casarlo por segunda vez. Godoy, quien al parecer defendía la candidatura de la princesa de La Beira, tuvo que ver cómo Carlos IV, cada vez más temeroso de que cualquier enlace pudiera acercarlo a los franceses, de los que repugnaba, prefirió una solución “de casa”, esto es, casar a Fernando con María Luisa de Borbón y Vallabriga. Luisa, sin embargo, era cuñada de Godoy quien, como ya hemos visto, había casado con la familia Borbón y Vallabriga; así pues, para los agitadores no fue problema convencer a media España de que todo lo había urdido Godoy para auparse al poder. Nunca sabremos a ciencia cierta si fue idea propia del rey o alimentada por Godoy; yo, en este caso, tiendo a pensar más en lo primero. En todo caso, Fernando no respondió a la insinuación de su padre pues, entre otras cosas, según Godoy estaba fuertemente influido para negarse.

A todas estas noticias sobre presiones sobre el príncipe para que se casara con la cuñada de Godoy se unió un oscuro episodio en el que varios criados de Fernando fueron condenados por extrañas componendas con el príncipe. Este tipo de acciones convencen a los fernandinos de que deben marcar distancia con los reyes, y quien muy particularmente se convence es el arcediano de Toledo, Escoiquiz. Este maniobrero profesional, que nunca ha abandonado la esperanza de regresar a la Corte a disponer de lugar primate, le come la oreja a Fernando, por personas interpuestas, tratando de convencerlo de que, en su segunda boda, debe hacer exactamente lo contrario de lo que quiere su padre. En un acto, pues, de joven rebeldía, le propone que se case con la princesa que encuentre que esté más cerca, no más lejos, del emperador de los franceses.

El 22 de septiembre de 1807, la Corte se traslada a San Lorenzo de El Escorial y allí la marquesa de Perijá, dama de honor de la reina, le comunica que el príncipe pasaba las noches despierto en su cuarto en extraños conciliábulos. La reina no le da importancia, pues sabe que su marido le ha recomendado a su hijo que dedique el tiempo a la traducción, y piensa que es en eso en lo que está; es, pues, como esas madres que se solazan de que su hijo adolescente se encierre en su cuarto, pensando que se dedica a leer. El 27 de octubre (hace diez días que las tropas francesas han cruzado la frontera), el rey encuentra un anónimo en sus habitaciones que dice “el Príncipe don Fernando prepara un movimiento en Palacio. Peligra la corona de VM. La reina corre gran peligro de morir envenenada. Urge impedir este intento sin dejar perder un instante. El vasallo fiel que da este aviso no se encuentra en posición ni en circunstancias para poder cumplir de otra manera sus deberes”.

A la recepción de esta esquela, los reyes quedaron chupetizados. Da toda la impresión de que la creyeron, lo que indica que es bastante más que probable de que ya anduviesen con la mosca detrás de la oreja. Ante esta situación, Carlos decide pasar al cuarto de su hijo, con la excusa de llevarle un libro. Al parecer Fernando, cuando viera aparecer al rey, se mostró turbado y molesto. Carlos de Borbón, que no es que fuese muy listo pero se había visto en DVD todas las temporadas de Lie to me, había aprendido que cuando alguien está nervioso hay que estar muy atento a sus gestos. Fernando no dejaba de lanzar miradas a uno de sus secreteres, y de ahí sacó el rey la conclusión de que era en ese mueble donde se guardaba lo que no quería que fuese visto. Inmediatamente, ordenó la revisión del mueble y, efectivamente, allí aparecieron cartas y documentos comprometedores. Obviamente, Fernando intentó la disculpa del yonqui pillado in fraganti (“eso no es mío”), pero lógicamente le sirvió de poco. Carlos ordenó que quedase detenido en su celda prioral. Sin embargo, el arresto no fue muy estrecho, pues también sabemos que esa misma tarde Fernando pudo entregarle a uno de sus parciales (Andrés Casaña, como se refiere más abajo) una carta para Escoiquiz; al día siguiente, de hecho, recibió al duque del Infantado, otro que tal, en su celda.

Al día siguiente, el rey entregó todos los documentos que había encontrado a José Antonio Caballero, marqués de Caballero, que era su ministro de Gracia y Justicia. Caballero estaba solo en la gestión del tema, pues Godoy estaba en Madrid, aquejado de fiebres. Los indicios son claros de que Caballero, que al fin y al cabo era hombre de la máxima confianza del rey y que tuvo un largo periodo en el poder, convenció a Carlos de encausar a su hijo. Fernando fue enclaustrado en una celda donde habitualmente dormía un criado del prior de El Escorial, celda en la que unos carpinteros tapiaron todo contacto con el exterior distinto de la puerta. No le dejaron más compañía que José de Merlo, ayuda de cámara, y Tomás Lozo, ambos miembros del cuerpo de sirvientes de la reina. Toda la Corte asistió a estos hechos como sonada y sin saber cómo reaccionar. Los datos que tenemos de dichas reacciones son contrarios. Si bien hay quien escribió, por ejemplo, que la reina pedía a gritos la ejecución de su hijo allí mismo, ese mismo día, otras fuentes, como el propio Galdós, la describen llorando toda la noche e implorando que no se le hiciese daño.

El día 29, Fernando es interrogado por primera vez. El tono de las preguntas deja entrever claramente que lo que va buscando Caballero claramente no es otra cosa que pruebas de relaciones del príncipe con la embajada francesa en Madrid. Fernando contesta de forma evasiva y chulesca y, allí donde puede, trata de atribuir la autoría de alguna de las cartas que se le han intervenido a su difunta esposa (los muertos, en estas ocasiones, son extremadamente útiles). En esto sabe que escupe sobre suelo fértil pues, como sabemos por indicios como la carta que Carlos le escribirá a Napoleón (siguiente párrafo), los Borbones creían que los reyes de Nápoles estaban conspirando contra ellos. 

En las horas posteriores, Carlos redacta primero una carta a Napoleón contándole toda la movida y luego un manifiesto a la nación. En la primera de las cartas da ya por hecho que Fernando ha conspirado para destronarle a él y para matar a su madre. En el manifiesto es algo más leve, pues afirma que su hijo, “preocupado, obcecado y enajenado de todos los principios de la cristiandad (…) había admitido un plan para destronarme”, sin citar la posibilidad de que quisiera envenenar a la reina.

La lista de detenidos en el proceso es larga: conde de Corres; marqués de Valmediano, conde de Canilla; marqués de Ayerbe; Juan Fulgosio; Isidro Montenegro, Antonio Oñativia, Francisco Rivero, Luis Wrelldroff, Luis Alcázar, Santiago Rovillar, Eusebio López, Juan Corrochano, Antonio Abella, Antonio Hevia, Josep García, Rodrigo Ayala, Pedro Ramírez, Francisco Saso, Manuel González, conde de Orgaz, Juan Manuel de Villena, Pedro Collado, Santiago Ulloa, Domingo Ramírez de Arellano, Manuel Rivero, Josef Furundarena, Juan Martínez Moro, Antonio Carnicero, José González Manrique y Andrés Casaña. Más la orden de detención para: Pedro Giraldo de Chávez, el duque del Infantado, Juan de Escoiquiz y Fernando de Selgas.

La mayor parte de estos nombres son criados del príncipe; hay que decir, en todo caso, que no cito los de criados que fueron detenidos y puestos en libertad (lo que da que pensar que cantaron lo que sabían).

El 30 de octubre, porque nobleza obliga y porque, la verdad, no sabía hacer otra cosa, Carlos se marchó de caza como si no estuviera pasando nada. Fernando, cuando escuchó el estruendo en el patio, coligió lo que estaba pasando, así pues hizo llevar un billete a su madre la reina, rogándola que lo visitase en su celda. La reina, sin embargo, no accedió a esta petición (lo cual pone en duda la lacrimosa versión galdosiana) y, lejos de ello, envió al marqués de Caballero, en ese momento el peor enemigo de Fernando (peor que Godoy, en mi opinión) a averiguar qué quería.

Ante el ministro de Gracia y Justicia, en ese momento, Fernando de Borbón, demostrando su personalidad cobarde, egoísta e insensible hacia los demás por mucho que hiciesen por él, cantó. Cantó La Traviata, luego siguió con Tosca y luego, tratándose quien se trataba, se hizo un selfie operístico cantando Simón Bocanegra. Lo contó todo. La conspiración, con pelos, señales, nombres, fechas, números de teléfono y direcciones IP. Todo.

Sucintamente, Fernando le contó al ministro que todo lo estaba urdiendo Escoiquiz. Que él estaba en tratos estrechos con los franceses, pues Napoleón quería que se casara con alguien de su familia. Inmediatamente, las personas encargadas de la investigación ampliaron los interrogatorios de Escoiquiz y otros detenidos para comprobar la veracidad de aquellas acusaciones. Tanto el marqués de Ayerbe como el conde de Orgaz (que, para entonces, estaba tan pálido como su antepasado retratado por el Greco) confirmaron que la pieza clave de toda la conspiración era José González Manrique, pues actuaba de mandadero entre Fernando y Escoiquiz, El 31 de octubre, Caballero ordena la detención de Manrique, quien aparece el día 4 de noviembre en el convento de los franciscanos descalzos de Illescas, en Toledo.

Hay que decir que Fernando era tan consciente de la importancia de Manrique en la conspiración que en su primera declaración había errado a propósito el apellido, llamándolo Aznar. Confesó el Borbón que lo había conocido a través de Antonio Moreno. Un año antes de la conspiración, Manrique se había presentado en Toledo acompañado de María Bonavia, mujer que era de un criado de Palacio que había sido desterrado, buscando que alguien pudiera interferir por el expulsado. Hablaron con Escoiquiz, y fue entonces cuando el canónigo le propuso ser su correo con Fernando. El duque del Infantado fue quien le proporcionó la tapadera para que pudiera viajar libremente, al contratarlo como comisionista de sus paños.

Para Caballero, localizar a Manrique fue de gran importancia. Hasta entonces, el ministro había trabajado con la hipótesis de que el centro de los correos era Andrés Casaña, criado del marqués de Ayerbe. Lo creía así porque Casaña era quien, el día 28, había salido de El Escorial pretextando que tenía un pariente enfermo en Madrid, aunque en realidad lo que hizo fue llevar una carta a Escoiquiz advirtiéndole del arresto y registro de las habitaciones del príncipe. En su tercer interrogatorio, Casaña confesó que había hecho tal viaje y que Escoiquiz le había dado una carta para el marqués de Ayerbe. Esa carta, sin embargo, no la pudo entregar, pues cuando regresó a El Escorial, Ayerbe estaba ya preso. Por eso, dijo, se la dio a su mujer, la marquesa. Caballero, entonces, ordenó la localización de la mujer para hacerse con la carta; pero la marquesa se había ido a Madrid. En la capital, ante el alcalde Felipe Gil de Taboada, admitió haber recibido la carta pero, con su marido preso, aseguró que había tomado la determinación de quemarla.

En sucesivos interrogatorios, Fernando habría de comprometer a Escoiquiz, al conde de Orgaz, a Juan Manuel de Villena, a todos. Ni el coraje ni la fidelidad eran, verdad es, su fuerte.

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