miércoles, noviembre 25, 2009

Cataluña

La semana está siendo pródiga en declaraciones que cuando menos yo encuentro relevantes para ser comentadas en un blog de Historia. La que en este post quiero comentar es la relativamente sorprendente declaración del ex presidente catalán Jordi Pujol, en el sentido de que Cataluña estaba mejor en tiempos del franquismo. Bueno, en realidad no ha dicho eso. Ha dicho, por lo que yo he podido leer, que en tiempos de Franco Cataluña tenía más prestigio (hemos de entender, en el resto de España; no creo que el prestigio de Cataluña en Nueva Zelanda preocupe mucho al honorable alto funcionario cuyo cargo recuerda a la leche francesa) que ahora.

Forma parte esta declaración de Pujol, que puede parecer extemporánea y fuera de sitio, de algo que efectivamente está ahí y tiene, qué duda cabe, su aquel. De un tiempo a esta parte, ciertamente, Cataluña se enfrenta a un fenómeno que los catalanes reputan como nuevo: el rechazo por parte del resto de España. De alguna manera, muchos catalanes se hacen la misma pregunta que muchos estadounidenses: why do they hate us? ¿Por qué nos odian?

No es función de este blog analizar las respuestas a esta cuestión, aunque algo diré porque, qué le vamos a hacer, no me callo ni debajo del agua. Pero sí es función del mismo, creo yo, advertirle a los catalanes, sobre todo a los más jóvenes, por jóvenes y por víctimas de la LOGSE, que este sentimiento no tiene nada de nuevo. Ya os hemos odiado antes. Más, incluso.

Acierta Pujol al diagnosticar que este sentimiento no existía durante el franquismo. Esto es así porque en tiempos de Franco Cataluña, como ente territorial propio, como identidad particular de un pueblo, sólo existía en el terreno de los coros y danzas. Los catalanes, además, no podían caer mal en tiempos de Franco porque en tiempos de Franco media España tenía un primo cavando zanjas en Sant Boi, en Cornellá, en Sabadell, o en Barcelona. Cataluña era uno de los principales entes absorbentes de la emigración española, así pues, para los españoles de aquella época, malquistarse con los catalanes era malquistarse con ellos mismos. Y es que, como con su habitual sarcasmo dijo una vez Agustín de Foxá, Cataluña es la única metrópoli del mundo que se empeña en separarse de sus colonias.

Pero la Historia de España no empieza precisamente el día que Franco da el famoso parte de cautivo y desarmado bla bla bla. Antes hay, sin ir más lejos, un periodo, que llamamos II República, más que nada porque fue una república, y además fue la segunda, en la que los catalanes ya sufrieron en sus carnes buena parte de lo que hoy sufren (verbo colocado aquí para los que piensan que no lo merecen) o experimentan (verbo colocado aquí para los que piensan que lo merecen).

En 1948, cuando los rescoldos de la guerra civil aún humeaban, José Ortega y Gasset, principal neurona de la nación durante mucho tiempo, acusaba a los nacionalismos catalán y vasco de ser agresivos contra España. Aunque hemos de reconocer que, en el caso de Cataluña, este rechazo ha estado algo más matizado, pues no son pocos los ensayistas y pensadores que, a lo largo de la Historia, han visto a Cataluña como un pueblo constantemente torturado por el constante penduleo entre la atracción y repulsión hacia el resto de España.

Pero errará, como digo, quien piense que lo que está pasando actualmente entre Cataluña y el resto de España es nuevo. Si en el actual Congreso de los Diputados hubiese alguno que supiese hablar, bien podrían pronunciarse hoy estas palabras, que salieron de la boca de Ortega, entonces diputado de la Agrupación al Servicio de la República (junto con Marañón o Unamuno), durante la discusión del Estatuto catalán:

«El problema catalán se puede conllevar, pero no resolver. Frente al sentimiento de una Cataluña que no se siente española, existe el otro sentimiento de todos los demás españoles que sienten a Cataluña como un ingrediente y trozo esencial de España, de esa gran unidad histórica, de esa radical comunidad de destinos, de esfuerzos, de penas, de ilusiones, de intereses, de esplendor y de miseria, a la cual tienen puesta todos esos españoles inexorablemente su emoción y su voluntad. Si el sentimiento de los unos es respetable, no lo es menos el de los otros, y como son dos tendencias perfectamente antagónicas, no comprendo que nadie, en sus cabales, logre creer que el problema de tal condición pueda ser resuelto de una vez y para siempre. Pretenderlo sería la mayor insensatez, sería llevarlo al extremo de paroxismo, sería como multiplicarlo por sí mismo, por su propia cifra; sería, en suma, hacerlo más insoluble que nunca».

La discusión, hoy en día, en torno al Estatuto catalán, se ciñe, y digo bien se ciñe, a definir los techos competenciales de Cataluña y, sobre todo, su sistema de financiación. Pero las palabras de Ortega, el tono del debate parlamentario del Estatuto, iba mucho más allá. Iban al centro de la cuestión, cual es la posibilidad de que España y Cataluña pudiesen seguir compartiendo vagón en el tren de la Historia.

El catalanismo, fenómeno relativamente nuevo en términos históricos (no así la conciencia catalana, que es muy antigua), nace como elemento de un debate económico que ya hemos analizado en esta esquina de la red: el debate entre proteccionismo y librecambismo. A finales del siglo XIX, de la mano sobre todo de Valentí Almirall, el catalanismo se hace federalista. Es su gran paso: ya no se trata de que Madrid nos de dinero, sino de que nosotros le demos dinero a Madrid. La diferencia entre federalismo y centralismo no es otra que la dirección del vector del dinero.

En 1887, el Centre Catalá de Almirall se escinde y un importante grupo del mismo funda la Lliga de Catalunya, que será el origen del catalanismo de izquierdas. Por su parte, de la enorme fuerza que el tradicionalismo tiene en Cataluña (pues quizá cueste creerlo ahora, pero Cataluña ha sido muy, muy católica; diferencialmente católica, diría yo), unida al hecho de que hace ciento y pico de años se consolida en la región una burguesía pujante, hace nacer el catalanismo de derechas, cuyo principal exponente histórico es la Lliga Regionalista de Françesc Cambó, el político que resumió con claridad su filosofía política con el famoso llamado: «¿Monarquía? ¿República? ¡Cataluña!».

Cambó, por cierto, no creía en la independencia de Cataluña, pues consideraba que una Cataluña independiente caería inevitablemente en la órbita de influencia geopolítica francesa; destino que le parecía peor que ser español porque los españoles (léase los castellanos) aguantan muchos más carros y muchas más carretas. Yo creo que tenía razón; quien no lo piense, que se ponga a contar en cuántos institutos públicos del Rosellón se escolariza a los niños en catalán.

Dicen los historiadores que el conflicto entre Madrid y Barcelona surge en algún momento de las primeras décadas del siglo XX. Yo estoy de acuerdo con esta opinión. Si el 98 fue un desastre para toda España, lo fue especialmente para Cataluña, que se quedó huérfana de mercados fundamentales; mientras que para Madrid, paradójicamente, una vez que las políticas estabilizadoras dieron su fruto, sonó la hora de la industrialización y de cierto despegue. En los cincuenta años que abarcan el último cuarto de siglo del XIX y el primero del XX, Barcelona se hincha a hacer exposiciones universales y todo tipo de milongas sin que Madrid pueda aún soñar con hacerle sombra. Pero la indudable tendencia centrípeta de España juega a su favor y, poco a poco, Madrid se va convirtiendo en el inevitable kilómetro cero de muchas cosas.

Cuando en 1930 las teóricas fuerzas del teórico progreso de España (pues allí había de todo, amén de ausencias bastante pronunciadas) se reúnen en San Sebastián para diseñar la estrategia de una especie de coalición republicana, catalanes y vascos se presentan en la sala exentos de ilusión y dejando muy claro que para conseguir su apoyo hay, primero, que garantizarles que lo suyo va a quedar bien. Allí, en el Pacto de San Sebastián, es donde se planta el primer mojón de uno de los elementos que, a mi modo de ver, mina la imagen de Cataluña en el resto de España. Desde aquel día, de alguna manera, Cataluña se comportará en España como ese miembro cabrón de las viejas comunidades vecinales, cuando todo había que aprobarlo por unanimidad, que votaba a todo que no, dejando a la comunidad sin ascensor, sin portero, sin alarma, sin puerta nueva para el portal y sin lo que hiciese falta, hasta que no le pagasen la reparación de la puta gotera de su salón. De alguna manera, igual de Sánchez Albornoz definió un día al País Vasco como la abuela cabreada de España, Cataluña comienza a ser, en la década de los treinta, el vecino tocahuevos. Quizá por eso, para completar el retrato digo, es que nunca ha querido ser presidente, gesto éste que tiende a extremar entre el resto de los vecinos la imagen de que al relapso se la chufla la comunidad y todo lo que le importa es su gotera.

La culpa, en buena parte, es del general Miguel Primo de Rivera. Nunca un gobernante ha decepcionado tanto a los catalanes (y digo esto porque ya supongo que no esperarían gran cosa de Franco; y alguien de quien nada esperas podrá concitar tu odio, pero no decepcionarte). Cuando, ya en tiempos de la República, se produjo el juicio parlamentario del rey Alfonso XIII, el defensor del Borbón, el conde de Romanones, se ganó un buen abucheo por decir en su discurso una cosa que es una verdad jodida, pero verdad: los catalanes, y muy especialmente los nacionalistas catalanes, aplaudieron con las orejas cuando Primo de Rivera se alzó en Barcelona. Estaban encantados. Siempre se dice que la dictadura de Primo surgió por la reacción del ejército ante la eventualidad de que se tomasen represalias por el desastre de Annual; pero este análisis, que yo no niego, olvida la fortísima demanda que existía en Barcelona, en Tarrassa, en Manresa, para que surgiese alguien que le arrease una mano de hostias a los pistoleros obreros. Y no por casualidad Primo de Rivera inaugura su poder dictatorial declarando a la prensa que «he tomado tanto cariño a Cataluña que todo mi anhelo es servirla». De hecho, en 1924 el general certifica la pervivencia de la primera gran victoria del catalanismo, la Mancomunidad de Barcelona, que le costó a los catalanes desplantes y cesiones mil; pero, con las mismas, un año más tarde se la carga con el Estatuto Provincial.

Manuel Carrasco Formiguera, uno de los nacionalistas catalanes asistentes a la reunión del Pacto de San Sebastián, deja bien claro que en la misma quedó asimismo diáfano que, cuando llegase la República, habría autonomía para la región basada en el principio de autodeterminación, cito, «concentrada en el proyecto de Estatuto o Constitución autonómica, propuesta libremente por el pueblo de Cataluña».

Dicho de otra forma, y según esta versión: los políticos de ámbito nacional que estaban en San Sebastián, los Prieto, los Lerroux, los Maura (Miguel), los Alcalá-Zamora, etc., hicieron lo mismo, exactamente lo mismo, que hizo en el 2004 Rodríguez Zapatero: «Pascual, aprobaré el Estatuto que salga del Parlamento catalán». Ambos gambitos terminaron de la misma forma: con un Estatuto final que resulta ser la mitad de la mitad de la mitad de lo pedido, y con los catalanes en una esquina lamiéndose las heridas y mascullando: «¡Putos castellanos!»

Si hemos de creer a Prieto, en todo caso, en la reunión de San Sebastián se produjo otro ejemplo, el primero quizá, de otro gran factor que alimenta la inquina anticatalana (aunque, en este punto, es probablemente peor la antivasca): la ambigüedad. Porque este testigo de la reunión, en la que estaba a título personal y no representando al PSOE, no explica las cosas tan claras como lo hacen los catalanes. Según Prieto, los nacionalistas primero hablaron de pacto y después de libertad absoluta, es decir, de una Cataluña independiente que ya vería qué lazos tendía con España. Esta posición puso de los nervios a los contertulios más conservadores, como Maura o Alcalá; pero como quiera que no estaban allí para resolver el problema catalán sino para ver de echar al Borbón, saltaron elegantemente por encima del asunto, hablando de un Estatuto pero sin dejar muy claro (aquí creo que Carrasco no miente) quién tendría la última palabra, pues si los políticos nacionales dejaron claro que serían las Cortes nacionales las que habrían de aprobar el Estatuto, los catalanes sacaron cierta sensación (que perdura hoy día) de que nada puede más que la fuerza de los votos, así pues, si los catalanes mayoritariamente quisieran algo, ese algo tendrían.

Esa medianía, ese no hablar claro, ese ser San José los martes y la Purísima los miércoles, ha sido, desde aquel día, el tono imperante en el problema catalán. A base de actuar así, especulando con lo que se puede llegar a hacer, lo que se puede llegar a decir, lo que se puede llegar a votar, Cataluña se ha convertido para España en ese hijo medio loco que nunca sabes por dónde te va a salir en cada caso y así, el domingo que viene de visita tía Gertrudis, lo mismo le da dos besos a su queridísima tía que le rompe una lámpara en la cabeza a la jodida foca de los cojones.

En mayo de 1931, ya en la República, se forma la Comisión redactora del proyecto de Estatuto Catalán, que es sometido a referéndum el 2 de agosto del mismo año. De 792.582 personas con derecho a voto, 592.691 votaron que sí, 3.276 votaron que no, 1.105 votaron en blanco el proyecto redactado, y el resto se quedaron en casa o se fueron a la playa o al Paralelo, según gustos. Creo que nunca los catalanes han expresado democráticamente una aspiración tan mayoritaria.

Ya lo siento por el president Montilla; pero el hecho es que El Socialista, periódico oficial del PSOE, saludó este referéndum calificando a la Generalitat catalana (entonces aún Diputación provisional o, en lenguaje finisecular, Ente Preautonómico) de «organismo anacrónico y patriarcal» y calificando el nacionalismo catalán de «vergonzante»; además de acusar al coronel Françesc Maciá de haber coaccionado a la Generalitat a votar el fistro de Estatuto. Consideraba el problema catalán «pleito de etiología oscura y morbosa» y concluía que, en recto Derecho, el referéndum «carece en absoluto de validez para basar en él su virtualidad autonomista [de Cataluña]». En el número del 4 de agosto están todas estas perlas.

El 13 de agosto, una caravana de coches, al frente de la cual se coloca el líder de la Esquerra, se dirige a Madrid a entregar el Estatuto. Los catalanes concretan en este viaje, por si no fuesen suficientes los precedentes, la tercera característica que a mi modo de ver identifica su mala imagen: su manía de actuar, incluso en el terreno de las formas, como si el resto de los españoles no existiesen cuando de hablar de Cataluña se trata. Maciá, Casanovas, Companys y el resto de la partida no podían ser tan tontos como para no saber que el referéndum, se pusieran ellos decubito supino o decubito prono, era la jura de bandera, pero aún les quedaba el resto de la mili. Cualquiera más político que ellos, cualquiera con más mano izquierda (cualquiera con seny de verdad, que diría Pla) se habría presentado en Madrid haciendo loas de Cervantes, de Zorrilla, de Juan de Austria, de Isabel la Católica y hasta de Don Pelayo y abrazando con lágrimas en los ojos a sus hermanos castellanos, pues, como bien saben los pícaros, para asestar puñaladas siempre hay tiempo.

Los británicos suelen decir: ¿cómo se cocina una rana viva? Pues metiéndola en una olla de agua fría, colocándola en un fuego muy bajo y subiendo la intensidad de éste muy, muy despacio. Pero a los catalanes, por lo que parece, no les gustan las ancas de rana. O quizá es que piensan que España ya no está viva.

La llegada de la caravana catalana el 14 de agosto provoca en Madrid el primer caso serio de anticatalanismo cerril y ciego. En las paredes de la capital aparecen carteles insultantes contra Maciá. Como presunto responsable de ello será detenido Ramiro Ledesma, el de la unidad de destino en lo universal.

Y pasó lo que tenía que pasar.

El 9 de abril de 1932, se lee en las Cortes el proyecto de Estatuto redactado por la ponencia parlamentaria. A los nacionalistas catalanes los huevecillos se les suben hasta las ojeras. El proyecto estatutario recorta notabilísimamente el proyecto traído en caravana, sobre todo en el aspecto financiero. Toda veleidad federalista desaparece del texto. Unión Catalanista, el think tank que parió las Bases de Manresa, elabora un manifiesto que supone otro aldabonazo en esa actitud que describía antes de hacer como que España no existe. En lugar de dirigirse a la opinión pública española, que habría sido lo inteligente porque es ella la que le podía sacar las castañas del fuego, traducen el manifiesto al francés, al inglés y a otros idiomas y lo dirigen a la Sociedad de Naciones. En el manifiesto dicen cosas como que «de nuevo las Cortes han negado la posibilidad de Cataluña, han negado sus derechos». A los catalanes, es mi opinión, no les falta su punt de razón. Por variadas que sean las versiones del Pacto de San Sebastián, parece claro que en el mismo, si no se dijo tal cual, sí desde luego quedó en el aire la conclusión de que los catalanes decidirían por sí mismos. Los futuros jerifaltes republicanos prefieron ciento amarillo a uno colorado, y el desánimo catalán con el proyecto de Estatuto fue la consecuencia de todo ello.

Madrid envidó. Y Cataluña envidó más. En su manifiesto, Unió Catalana anuncia al orbe internacional que rechazará toda forma de autogobierno «que no tenga por base un acuerdo libremente convenido entre los dos Estados». Toma ya.

En esta reacción está el siguiente elemento de la mala imagen del nacionalismo catalán fuera de Cataluña: la sensación de que la negociación no es tal. Los catalanes de la República hablaban de pacto, de componenda entre partes. Pero la sensación que daban era de estar planteando un trágala. Actuaron como si «pacto», en catalán, significase «darme la razón». Un pacto presupone cesiones por ambas partes. Pero Cataluña tenía claro lo que quería y eso era lo que estaba dispuesta a aceptar. Y le pasó lo que le suele ocurrir a quien se pone de canto en una negociación: si no quería caldo, dos tazas se llevó.

En abril de 1932, el ayuntamiento de Palencia vota una resolución solicitando que todos los diputados castellanos abandonen las Cortes para no votar el Estatuto catalán. En la mesa del presidente de la República, del primer ministro y de los diputados se agolpan los mensajes furibundamente reivindicativos llegados de la España no catalana. Y aquí tenemos el siguiente error del nacionalismo catalán: vivir la vida como si las rabietas de los no catalanes no les afectasen. Una persona que piensa eso, ¿qué derecho tendrá a reclamar que las rabietas de los catalanes se tengan en cuenta fuera de Cataluña?

Entre el 6 de mayo (inicio de las discusiones del Estatuto) y el 27 de julio, se reciben en las Cortes 506 comunicaciones en contra del Estatuto. Las comunicaciones no catalanas a favor del Estatuto proceden de: la Agrupación Guipuzcoana de Estudiantes, el Ayuntamiento de Gijón, el Partido Republicano Federal de Jaén, el Centro Republicano Español de Rosario de Santa Fe (Argentina) y el Partido Socialista Revolucionario de Sevilla. Las diferencias son como para pensarse un poco la estrategia de imagen, digo yo...

El debate sobre el Estatuto catalán del 32 tiene todos, pero todos los elementos de hoy en día, incluso exagerados. En primer lugar, el mito del catalán agresivamente avaro y expresamente movido por el interés lucrativo. Alejandro Royo Vilanova, político católico derechista, declara por aquellos días: «[los nacionalistas catalanes del momento] han seguido la norma de conducta que una vez trazara el señor Cambó: “Tomad lo que os den, pero no cejéis en el empeño de que os den más”». Esto, seamos sinceros, es lo que hace cualquier negociador inteligente; pero esta actitud, en aquellas jornadas del 32, quedó grabada para siempre en el inconsciente colectivo español como cosa de catalanes. Y sigue Royo: «es comodísima la postura de estos señores catalanes: para la economía somos todos uno; para la política han de entenderse solos». Bajando por la cuesta, añade que «los catalanes hablan el catalán, pero no lo saben escribir». Argumento éste que habré escuchado, en los últimos seis meses, unas quince o dieciséis veces. Sin dejar este tema del idioma, el ABC se quejaba en junio de que, para recibir la enseñanza en castellano en Cataluña, había que solicitarlo por escrito. Como se puede ver, las cuerdas que se tensan son siempre las mismas.

La apelación de Royo a la comodísima actitud de los catalanes nos lleva a otro error estratégico del nacionalismo catalán (siempre según mi opinión) cual es el asuntito de las balanzas fiscales, que no es sino expresión técnica del gran argumento filosófico/moral que se puede resumir así: yo, catalán, me mato a trabajar, para que los extremeños/andaluces/castellanos/etc. se toquen los huevos. El nacionalismo catalán dio en los tiempos de la República carta de verdad divina al asunto del desequilibrio fiscal de Cataluña con el resto de España, sellando con esta actitud el último de sus errores frente a la opinión del resto del país: la actitud constante de dar por axiomáticas cosas que son discutibles. Cierto es que Cataluña aporta más de lo que recibe. Pero eso también lo hace un contribuyente de la Hacienda española que, en lugar de ganar los 30.000 o 40.000 euros que son el salario medio español, gana 600.000 o un millón. Esto no quiere decir, desde luego, que el nacionalismo catalán esté equivocado. El problema está en que nunca se ha avenido a discutirlo.

Nos asombró, en su día, que un político catalán gritase muerte al Borbón. Nos parecerá nuevo eso. Pero será por desconocer que, durante el debate del Estatuto, los estudiantes de la Universidad Central de Madrid se manifestaron por el centro de la ciudad al grito de «¡Muera Maciá!»

Manuel Azaña dejó escrito que parece ser una constante de la Historia de España que Barcelona sea bombardeada [se entiende: por España] más o menos cada medio siglo. En esto, como en tantas otras cosas, don Manuel se equivocó. Pero el espíritu de sus palabras tiene que ver con la enorme tensión que Cataluña imprimió a la República con sus reivindicaciones y su actitud, que llegó al punto máximo de desafección con ocasión del golpe de Estado revolucionario de octubre de 1934, cuando pretendió autoproclamarse república catalana soberana, y la cagó. Antes de ello, por cierto, la Generalitat ya había protagonizado una provocación abierta al Tribunal Constitucional (para que se vea que nihil novum sub solem) a cuenta de la Ley de Cultivos.

Luego llegó Franco y todo esto no es que se tranquilizara, es que fue enterrado a siete metros bajo tierra. Ahora Pujol viene a decir que por lo menos en aquel entonces los catalanes no caían tan mal y no se encontraban con tantos problemas (en puridad, no se encontraban con ninguno, porque no había problema). La declaración, como digo, puede parecer un tanto rara. Pero, como espero haberte explicado en este texto superferolítico, tiene su punto de verdad. Histórica, al menos.

En resumen, el asunto catalán es de longa data y hay, de hecho, poquísimas cosas que estén ocurriendo hoy que no ocurriesen hace setenta años, es decir el otro momento histórico en el que pretendió resolverse el problema catalán haciendo otra cosa distinta de, como diría Azaña, bombardear Barcelona. De hecho, esto es lo que estremece. Porque viene a significar que, quienquiera que sea quien deba haber aprendido algo del pasado, no lo ha hecho.

España es nación muy rancia y antigua en el contexto europeo (en el mundial, no digamos). Pero quienes defienden este principio, desde lo que los nacionalistas llaman españolismo, no pueden echarse a dormir tranquilamente encima de concepto tan genérico. Cualquiera que conozca un poco la Historia de España sabe que España existe hace muchos siglos, pero existe a base de arbitrarse como pacto entre iguales. El concepto de Hispania existe desde los romanos y ya en la Alta Edad Media es un concepto ampliamente utilizado para definir al conjunto de gentes habitantes de esta esquina de Europa. La nación, por su parte, se forma definitivamente en el siglo XV, al calor sobre todo de la misión histórica de la Reconquista, o más bien de su final. Pero si España surgió a mediados del siglo XV, debemos recordar que varias generaciones después de ese nacimiento, el rey de España y el conde-duque de Olivares todavía tuvieron que ir a Barcelona a intentar convencer a los aragoneses (entiéndase esto como una sinécdoque de la España mediterránea) para que contribuyesen a los gastos bélicos castellanos. Y sólo lo consiguieron a medias, además. Lo que no tiene sentido es que un diputado del siglo XXI exhiba opiniones que hagan parecer a Isabel de Castilla un primor del espíritu abierto y la propensión al diálogo. No hay que olvidar que el patrón de nuestra nación, Santiago, es conocido como patrón de las Españas.

Si sólo fuesen los españolistas los que meten la pata, aún. Pero el caso es que el nacionalismo catalán no les ha ido ni de lejos a la zaga en torpeza. Cambó, quizá el último nacionalista razonablemente amueblado, entendía que la única forma de ser un buen nacionalista catalán era tener constantemente una idea de España y trabajar para ella. Por eso era monárquico e influía todo lo que podía en la formación de mayorías en Madrid, no sin ello menoscabar ni medio centímetro su ambición catalana, que le llevó a hacer cosas tan poco edificantes como bloquear la reforma fiscal de Santiago Alba a finales de la segunda década del siglo pasado, acción que retrasó bastantes años el diseño en España de un esquema tributario moderno y acorde con los tiempos, tan sólo porque no le hacía pandán a los industriales catalanes. Pero Cambó, o más bien los suyos, acabaron entrando en el Parlamento catalán, el día que discutió el fallo del Constitucional sobre la Ley de Cultivos, como si fuesen unos rateros que mereciesen la horca. Y, por supuesto, cuando el golpe de Estado del 36 fracasó en Barcelona y las hordas de incontrolados se hicieron con la ciudad, su casa fue una de las primeras saqueadas.

El nacionalismo catalán, desde la República hasta hoy, se ha convertido en un nacionalismo exclusivista (sólos catalanes tienen derecho a hablar de Cataluña) además de incansable. Incansable quiere decir que ni una sola vez ha bajado la guardia para preterir sus reivindicaciones ante misiones de mayor calado. Como ya hemos dicho, el qué hay de lo mío de vascos y, sobre todo, catalanes, presidió el Pacto de San Sebastián, a pesar de que la misión histórica de aquel encuentro era muy otra. Cuando en 1962 suena la hora de hacer otro encuentro histórico, otro encuento para discutir la España del futuro sin Franco, la España históricamente reconciliada, los catalanes no van a Munich, hemos de entender que porque los conservadores, socialistas, liberales, monárquicos y franquistas demócratas allí reunidos no estaban en condiciones de garantizarles nada sobre lo suyo. La combinación de ambas características ha devenido, a mi modo de ver, en esta situación de la que se queja Pujol, en la que el catalán primero deja de ser comprendido para, después, dejar de ser apreciado. Como he dicho en este post, la estrategia de imagen pública del nacionalismo catalán no ha hecho nada, absolutamente nada en casi un siglo, por mitigar este efecto.

Hace algunos años, cuando un político nacionalista catalán, Miquel Roca, decidió resucitar a Cambó y formar un Partido Reformista nacional para presentarse a las elecciones, se quejaba durante la campaña electoral de que le reprochasen ser catalán como si ser catalán fuese ser apestoso. Alfonso Guerra le contestó con un matiz de gran importancia: usted, le dijo, no cae mal por ser catalán; cae mal por ser nacionalista catalán. El problema de muchos catalanes, entre ellos casi todos sus políticos, es que no aprecian el matiz de la frase guerrera, o mejor guerriana. Para muchos catalanes, ambas expresiones son sinónimas.

La identificación de Cataluña con su nacionalismo ha vinculado estrechamente los destinos de ambas cosas. Cataluña ha sido lo que su nacionalismo ha pasado a ser. Cuando el nacionalismo catalán, a principios del siglo XX, se decía cultivado e internacionalista y vendía la idea de un catalán que, a diferencia del castellano, sabía dónde estaba París, hablaba francés (el inglés de la época) y vendía sus paños en medio mundo (y las tres cosas eran ciertas de toda certitud), el catalán medio fue ese tipo con una cultura media superior, una mayor intensidad de contacto con el exterior, abierto al mundo, leedor, culto. Conforme la tensión Madrid-Barcelona se va acentuando a favor de la primera, pues siempre gana más quien más tiene que crecer, el nacionalismo catalán deriva hacia visiones más foralistas, particularistas; exacerba el conflicto del idioma y cambia la escala de valores, pues ahora el buen catalán ya no es el que sabe dónde queda Cape Code, sino el que baila la sardana de puta madre. Y Cataluña comparte ese destino.

Why do they hate us? Pues por un montón de razones, casi ninguna de las cuales, por no decir ninguna, es nueva en términos históricos. ¿Solución? Bueno, yo tengo una opinión. Al fin y al cabo, este problema, como apuntaba ya al principio de este post superferolítico, ya lo han tenido otros. Los estadounidenses, por ejemplo. Y, a día de hoy, lo han resuelto. ¿Cómo lo han hecho? Pues sorprendiendo sin sorprender.

Los americanos han encumbrado a Barack Obama. Que es un tipo sorprendente. Es negro y dice cosas que muchos jamás pensarían que diría un inquilino de la Casa Blanca (una vez más, juega aquí la mala memoria de la Historia de la gente, pues tampoco Obama dice muchas cosas que no dijese ya Jimmy Carter, pero bueno...) La de Obama, en todo, caso, es una sorpresa relativa o, si se quiere, de fachada. Quiere reformar la sanidad, pero su reforma se parece a los sistemas sanitarios a la europea como Lola Gaos a Jennifer López, y aún así aquí le saludamos porque va a hacer como nosotros. Dice que quiere una nueva era en las relaciones entre países pero Guantánamo sigue abierta, sigue echando barro para cegar el pozo afgano, y lo que te rondaré, moreno.

Corolario: hace lo que todo presidente americano hará siempre, pero él lo dice lindo.

Quizá, señor Pujol, lo que Cataluña necesita para caer bien es un Jordi Obama.

15 comentarios:

  1. Anónimo10:09 a.m.

    Uno de los mejores posts del blog. Y lo dice uno que se ha leído casi, casi, casi todos.

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  2. En realidad Cataluña ya tiene a ese Jordi Obama. Lo que pasa es que está ocupado entrenando al Barça... ;-)

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  3. Mis más sinceras felicitaciones por este post. Y, en mi caso, yo me los he leído todos ;) (y soy catalán)

    Por cierto, ¡¡cuanta razón tiene Hairanakh!!

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  4. Pollito con champiñones3:51 p.m.

    Hoy tocaba plato fuerte, ¿eh?

    Confieso que he echado en falta una alusión a una de las estrategias favoritas del catalanismo militante: buscar la victoria "por agotamiento" del adversario. Son muchos los españoles no catalanes que piden con hartazgo la separación definitiva de Cataluña (o la expulsión), no por simpatía con el catalanismo, sino por todo lo contrario. Actitud que, por cierto, irrita bastante a los catalanes disidentes del nacionalismo hegemónico, ya que esa eventualidad les dejaría desamparados.

    Lo cierto es que se ponen pesadísimos, y he de reconocer que su persistencia sería admirable de estar empleada en un fin más constructivo. Por ejemplo, de haber puesto el mismo empeño en un programa espacial propio, ya tendrían bases en Júpiter.

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  5. Luis Montes4:58 p.m.

    Impresionante artículo. Me uno al coro de felicitaciones. Esta vez te has superado a ti mismo (y era francamente difícil). Es una lástima que las ataduras de muchos comunicadores (y políticos, sobre todo del PP) les impidan decir verdades como las que has escrito.

    Saludos

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  6. Pollito al ajillo8:44 p.m.

    Mira qué oportuno. Leo por ahí que el Ayuntamiento de Barcelona felicita la Navidad este año con una iluminación navideña un tanto pintoresca: los mensajes están en ruso, en chino, en árabe, en portugués y, por supuesto, en catalán. Si notas que falta algo, acertaste: no están en español. Todo el mundo sabe que los chinos y los árabes celebran la Navidad con entusiasmo, desde siempre; por lo demás, nadie ignora que en Barcelona nadie habla español, salvo cuatro mindundis que venden lotería en los bares de El Raval.

    ¿Por qué nos miran mal?

    No sé, vete tú a saber...

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  7. Anónimo12:08 a.m.

    1) Los ciudadanos libres aprenden los idiomas que les dan de comer, los políticos obligan los idiomas que les dan de comer a ellos.
    2) El catalán es tan importante que la única forma de que los ciudadanos lo aprendan es prohibiendo el español.
    3) Si alguien solicita el derecho constitucional de educarse en español como lengua vehicular se le deniega justificando que es estar en contra del catalán.
    4) Los moderados regionalistas dicen que el catalán es una lengua española que debe de ser respetada, pero ellos no consideran el español una lengua catalana siendo denigrado.
    5) El catalán no es la lengua propia de Cataluña, es una lengua endémica, es decir, que sobrevive gracias a unas condiciones concretas: la prohibición de los demás idiomas
    6) Los objetivos de la educación en catalán son la diferenciación para crear una barrera lingüística y la dependencia de los ciudadanos hacia los gobernantes. Se pretende el distanciamiento de los ciudadanos de Cataluña ( Baleares, Vascongadas y Galicia) con los del resto de la población del país para que los políticos locales sean vistos como los únicos que les representan. Para ello se sirven de las tradiciones locales para fomentar el desarraigo y la manipulación de la historia para dar una imagen de víctima con el objetivo de crear una dependencia hacia los políticos al estilo feudal para mantenerse en el poder.
    7) La única forma de que el catalán sea considerado un idioma es elevándolo a religión basándose en dogmas que no deben de cuestionarse, si se utilizara la razón únicamente sería considerado un dialecto.
    8) Si según la Generalidad Catalana el español se aprende con dos horas semanales, el catalán también debería aprenderse con dos horas.
    9) Si el catalán fuera importante los ciudadanos pagarían por aprenderlo en lugar de multar por no utilizarlo.

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  8. Respecto al anónimo:

    1)El problema lingüístico es cierto que lo han creado los políticos y que a nivel de la calle no existe.

    2)En ningún sitio en Cataluña está prohibido el castellano. Y me gustaría que me dijeras uno sólo para desmentirme. Estoy seguro de que no lo encontrarás.

    3)El sistema educativo catalán es probablemente el menos malo, aprendes castellano y catalán. Por cierto, yo he hecho todos mis estudios en Esplugues de Llobregat (Barcelona) y te puedo decir que gran parte de las clases que me han dado han sido en castellano y que si alguien ha tenido problemas con el catalán se ha cambiado el idioma vehicular de la clase para adaptarse a él hasta que ha podido seguir la clase en catalán (cosa que en tres o cuatro meses se consigue sin problemas)

    4)El castellano no está denigrado en ningún momento. Insisto, en Cataluña es igual de oficial el catalán que el castellano (o el castellano que el catalán)

    5)El catalán lleva hablándose en Cataluña los mismos siglos que el castellano en el resto de España a pesar de las muchas veces que ha sido prohibido como lengua oficial. No creo que haya habido muchos momentos en la Historia de España, además de este en el que nos encontramos, en que el catalán haya sido fuertemente apoyado por las instituciones.

    6)Probablemente se podría decir lo mismo de los que proponen la educación exclusivamente en castellano pero intercambiando España por Cataluña. Me parece absolutamente normal que en Cataluña se fomenten las tradiciones catalanas igual que en Andalucía se deben fomentar las andaluzas o en Albacete las manchegas.

    7)La mayoría de los lingüistas del mundo están equivocados y tú tienes la razón, será eso. Quizás el castellano no es un idioma, es un dialecto del latín (igual que el catalán, claro, que, repito, apareció más o menos a la vez)

    8)El catalán se aprende también en dos horas de clases de lengua catalana. El resto del tiempo en el colegio enseñan matemáticas, historia, castellano, ciencias naturales, gimnasia...

    9)Lo que para ti no es importante sí lo es para muchos otros. En este caso para los catalanes que quieren poder hablar su lengua en un sitio donde es igual de oficial que el castellano. Por cierto, también hay cursos de catalán pagando.


    Y todo esto lo dice un catalán castellanoparlante. Pero sobretodo un catalán indignado por el poco conocimiento que se tiene fuera de la realidad social catalana.

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  9. Cataluña tiene historicamente un problema endemico.Son sus dirigentes.Pero vamos que no de ahora.Cuando Felipe IV apuestan por el rey de Francia,un Borbón y contra los Austrias.Cagada.Cuando Felipe V dicen que de Borbones nada que un austriaco les viene de perlas.Mano de hostias.En el 31, Maçia más chulo que un ocho declara su República,a toda leche tuvieron que venir de Madrid a cortarle el rollo.Y en el 34 pudiendo elegir sitio y hora se montan una secesión de opereta que en veinticuatro horas fué finiquitada.Y podíamos seguir.
    Pero en lo que no estoy de acuerdo es en esa fijación casi enfermiza de que el castellano (para mi que soy castellano parlante es castellano,la lengua de Castilla)está siendo perseguido en Cataluña.Yo nací aquí hijo de emigrantes y he soportado a los intransigentes de ambos idiomas.Para unos era un "polaco"y para los otros un "xarnego".Y para mí que creo que los idiomas son para entenderse los dos posiciones me parecen igual de ridículas.Saludos felicidades por el post.Muy bueno como todos.

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  10. Hola
    Siempre que se abre una discusión sobre Cataluña/catalanes/catalán, salen a relucir los típicos tópicos por uno y otro "bando". Como Robert ya ha desmontado alguno de los expuestos por anónimo, yo me voy a centrar en uno que ha utilizado él: "los que sois de fuera no os enteráis de nada". Bien es cierto que este argumento ha sido historicamente más utilizado en el País Vasco. Pues no Robert. Eso puede ser cierto para una parte de la población española que sólo se alimenta de lo que lee y oye en algunos medios, pero no se puede generalizar. Muchas veces ocurre que la distancia hace que ciertas cosas se vean más claras. Me refiero a la distancia de vivir fuera de Cataluña y visitarla de vez en cuando. A los que somos de fuera, hay cosas que no dejan de llamarnos la atención, y no porque no nos enteremos, sino porque los que pareceis no enteraros sois los de dentro.
    Por ejemplo (y podrá parecer una tontería) Estuve en Barcelona durante la última campaña de las elecciones catalanas en 2006. En el trayecto desde el aeropuerto me entretuve en ir mirando los carteles de propaganda que bordeaban la autopista. Me llamó mucho la atención que los de todos los partidos (PP incluido) tenían un slogan en el que aparecía Catalunya o Catalans. HE rebuscado en la web y he encontrado los de CiU y PSC: "Estimar Cataluya, governar bé" "Ara és l´hora dels catalans". Los demás eran por un estilo. Y me dio por pensar...
    En las elecciones españolas, no recuerdo ningún slogan de partidos importantes en los que haya aparecido "España". No digo que no lo haya, pero desde luego no es habitual. Donde sí es habitual es en la propaganda de partidos como Democracia Nacional: un partido de extrema derecha y NACIONALISTA español.
    Querido Robert, vistos desde fuera, los catalanes con sentido común os estáis viendo desbordados por la propaganda nacionalista. Y lo estáis aceptando poco a poco sin daros cuenta.
    Lo siento si molesto a alguien, pero opino que los nacinalismos fueron uno de los mayores males del siglo XX. Y no me vale que me digan que hay nacionalismos democráticos y "otros" nacionalismos. La cabra tira al monte y el nacionalista tira a la ley del embudo: "para mis paisanos lo ancho, para los de fuera lo estrecho"

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  11. Hola
    Siempre que se abre una discusión sobre Cataluña/catalanes/catalán, salen a relucir los típicos tópicos por uno y otro "bando". Como Robert ya ha desmontado alguno de los expuestos por anónimo, yo me voy a centrar en uno que ha utilizado él: "los que sois de fuera no os enteráis de nada". Bien es cierto que este argumento ha sido historicamente más utilizado en el País Vasco. Pues no Robert. Eso puede ser cierto para una parte de la población española que sólo se alimenta de lo que lee y oye en algunos medios, pero no se puede generalizar. Muchas veces ocurre que la distancia hace que ciertas cosas se vean más claras. Me refiero a la distancia de vivir fuera de Cataluña y visitarla de vez en cuando. A los que somos de fuera, hay cosas que no dejan de llamarnos la atención, y no porque no nos enteremos, sino porque los que pareceis no enteraros sois los de dentro.
    Por ejemplo (y podrá parecer una tontería) Estuve en Barcelona durante la última campaña de las elecciones catalanas en 2006. En el trayecto desde el aeropuerto me entretuve en ir mirando los carteles de propaganda que bordeaban la autopista. Me llamó mucho la atención que los de todos los partidos (PP incluido) tenían un slogan en el que aparecía Catalunya o Catalans. HE rebuscado en la web y he encontrado los de CiU y PSC: "Estimar Cataluya, governar bé" "Ara és l´hora dels catalans". Los demás eran por un estilo. Y me dio por pensar...
    En las elecciones españolas, no recuerdo ningún slogan de partidos importantes en los que haya aparecido "España". No digo que no lo haya, pero desde luego no es habitual. Donde sí es habitual es en la propaganda de partidos como Democracia Nacional: un partido de extrema derecha y NACIONALISTA español.
    Querido Robert, vistos desde fuera, los catalanes con sentido común os estáis viendo desbordados por la propaganda nacionalista. Y lo estáis aceptando poco a poco sin daros cuenta.
    Lo siento si molesto a alguien, pero opino que los nacinalismos fueron uno de los mayores males del siglo XX. Y no me vale que me digan que hay nacionalismos democráticos y "otros" nacionalismos. La cabra tira al monte y el nacionalista tira a la ley del embudo: "para mis paisanos lo ancho, para los de fuera lo estrecho"

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  12. Anónimo12:02 a.m.

    Suscribo lo dicho por Robert. Soy catalán, de hijos andaluces, castellano hablante, pero casado con una catalanohablante. Con mis suegros hablo en catalán, con mis amigos, depende, en el trabajo, según se tercie y nadie me obliga al catalán ni al castellano. Creo que personalmente, haber crecido y estudiado en dos idiomas, ha sido muy enriquecedor. Mi contacto con el catalán en la niñez era la escuela, ya que nadie de mi entorno lo hablaba.

    El catalán es una lengua romanica, perfectamente reglada, y las diferencias entre el castellano y el catalán son las mismas que entre el castellano y el francés.

    Pese a que no suscribo todo lo dicho en el post, si que es un blog que me encanta leer, y en algunos casos disentir.

    felicidades a su autor,

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  13. Anónimo3:40 a.m.

    Para Robert:
    Soy el anónimo,
    Como catalán que soy y por tanto español, de familia catalana (la de toda la vida, no un charnego reconvertido), recibiendo parte de mi educación bajo la inmersión lingüística (cansado de la manipulación terminé inscribiéndome en un colegio internacional) y residente en Barcelona que observa la realidad de todos los ciudadanos y no de una parte de ellos, podías haberte ahorrado la contestación. Te contestaré brevemente hastiado por el tema:
    1) Los problemas no existen hasta que la gente se queja. Ves a la puerta de los colegios y pregunta a las madres en que idioma quieren la educación.
    2) En la propia administración.
    3) El catalán lo aprendes en las escuelas y el español en la calle, como en la edad media donde las misas se daban en latín mientras la población hablaba lenguas romances.
    4) En la asignatura de catalán te enseñan lo que es una lengua minoritaria (pocos hablantes) y minorizada (la administración la denigra) ¿puedes recibir en español algún documento oficial o la educación (vehicular)? Si el catalán sufriera el mismo trato que el español ¿no sería una lengua minorizada?
    5) No confundas imponer con promocionar o apoyar.
    6) Únicamente se fomentan las tradiciones que interesan. Se prohibió un baile llamado el “españolet”, en Lérida la jota y se intenta ahora con la tauromaquia cuando en Barcelona (dos plazas monumentales) y Tarragona existe una gran tradición (independientemente del movimiento antitaurino actual)
    7) Al final te escribiré la opinión de varios lingüistas aunque no hay que ser un lumbreras para darse cuenta que el 98% del catalán actual deriva del español porque la gramática de Pompeu Fabra consistía en como adaptar el español al catalán. El catalán es considerado un idioma sólo por motivos políticos.
    8) Por la misma regla todos los alumnos deberían de ser bilingües en ingles por tener tres horas semanales. No confundas lengua vehicular con lengua extranjera.
    9) El español sólo es oficial en la teoría pero no en la práctica.

    Opinión de varios lingüistas:
    - Filólogo suizo-alemán Meyer Lübcke:“el catalán.. ,que no es más que un dialecto del PROVENZAL
    - Pompeu Fabra: “de los diferentes dialectos.. el catalán se convertirá en una variante más de la Lengua Occitana reencontrada” (Revista“Oc”.1936).
    - Filólogo Morel Fatio: “el catalán es una mera variante del provenzal porque los habitantes galos de Septimania y los de la Marca Hispánica hablaban la misma lengua PROVENZAL”.
    - Menéndez y Pelayo: “Hasta muy entrado el siglo XV , en Cataluña los versos se componían en PROVENZAL”
    - Antoni Badia Margarit: “No es el catalán una lengua románica que siempre haya estado entre las lenguas con personalidad propia: todo lo contrario, era considerado como una variedad dialectal de la lengua provenzal, y sólo desde hace relativamente poco, ha merecido la categoría de lengua neolatina independiente” ( “Gramática Histórica Catalana ” 1952).
    - Martí de Riquer: “La literatura trobadoresca , en el seu prop sentit , és l´escrita en llengua PROVENÇAL” ..“Els primers poetes cataláns de personalitat determinada i nom conegut que escriviren en una llengua romànica ho feren en PROVENÇAL … “ (segles XII y XIII ), Les “Homilies de Organyá” estaban escritas en dialecto PROVENZAL, igual que todo el material literario datado en esos orígenes , porque en aquellos momentos lo único que existia era el dialecto provenzal.
    Frederick Diez: ”el Provenzal se extiende particularmente en Cataluña” (”Grammaire des Langues Romaniques”.Paris.1874.p.3) “Alvernés, gascón, PROVENZAL , languedociano son dialectos romances”.

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  14. Había escrito una parrafada enorme para volver a defender mis argumentos uno por uno en contra de los del anónimo y para darle la razón a Asmodeo pero ha dado un error blogger a la hora de enviarlos así que no lo repetiré todo. Intentaré resumirlo lo mejor que sepa.

    Primero de todo decir que no soy nacionalista, ni español ni catalán, es más, estoy bastante en contra de los "ismos" en general.

    A Asmodeo decirle que tiene razón, no se puede generalizar. Pero me ha pasado muchas veces que he tenido que defender algunas tesis nacionalistas ante gente que no ha pisado nunca Cataluña y que no la conoce. También he de decir que he encontrado mucha gente también que entiende la situación lingüística en Cataluña, pero estos hacen menos ruido y con estos no he tenido que discutir.

    En cuanto al anónimo un par de cosas. La primera es que me molesta eso de "charnego reconvertido" en contraposición a catalán de toda la vida. Sí, soy charnego y, por lo tanto, catalán (por cierto, de toda la vida ya que nací aquí y he vivido siempre aquí) y, por lo tanto, español. Me ofende ese tono despectivo con el que entiendo que me tratas. Por cierto, lo de reconvertido supongo que lo dices porque crees que soy nacionalista catalán. Como ya he dicho, no es así.

    Lo segundo que quería decir es insistir de nuevo en lo mismo. A mí nadie me ha impuesto jamás el catalán salvo en clase de catalán (igual que me imponían el inglés en clase de inglés o el castellano en clase de castellano). Siempre he podido hablar libremente en la lengua que he querido salvo en contadas excepciones en que te encuentras gente intolerante tanto con el catalán como con el castellano. Para mí son iguales.

    Y en la Administración lo mismo, cuando me he dirigido en castellano me han atendido perfectamente en mi misma lengua y cuando me he dirigido en catalán me han atendido también perfectamente. En el caso de documentos en los dos idiomas he de decir que nunca he solicitado el cambio del que me han dado por lo que no sé si disponen de ambos, en todo caso, si no lo hicieran me parece fatal.

    Al final me ha salido otra parrafada pero puedo prometer que no tan larga como la anterior.

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  15. Anónimo11:24 p.m.

    A mí lo que realmente me molesta de ese frankenstein lingüístico que se inventó Pompeu Fabra a partir de la variedad dialectal del provenzal que se hablaba en la zona de Barcelona, más que el hecho de que se imponga sobre el castellano, es que haya sustituido al resto de dialectos que se hablaban en Cataluña. Y mucho más hiriente es cuando hipócritamente, los mismos que han erradicado los dialectos históricos sustituyéndolos por su engendro artificial, se escudan para hacerlo nada menos que en la protección de la propia cultura que han destruído.

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