lunes, noviembre 06, 2023

Hoxha (5): Sucios británicos, repugnantes yugoslavos

Musulmán, protobotánico, profesor de ética, posible ladrón,tendero y sospechoso de homosexualidad
Los comunistas no están solos
La guerra dentro de la guerra
A purgar se ha dicho
Sucios británicos, repugnantes yugoslavos
Fulgor y muerte de Koçi Xoxe
Sucios soviéticos
Con la Iglesia hemos topado
El fin de la troika
La jugadora de voleibol que cambió la Historia de Albania
La muerte de Mehmet Shehu
Al fin solo


En realidad, la evolución de Hoxha fue muy rápida. En la parada militar que celebraba al nuevo gobierno, el 28 de noviembre de 1944, Hoxha estuvo en la tribuna junto con el teniente coronel británico Alan Palmer, y el comandante Thomas E. Stefan, estadounidense de origen albanés. Entonces, Hoxha era, además, el único dirigente comunista que nunca había estado en Moscú. Algo menos de un año después, sin embargo, Hoxha fue invitado a cenar con el jefe de la delegación británica en Albania, brigadier Dante Edward Pemberton Hogson, en compañía de su mujer y de Nako Spiru. En esa cena, Hogson compartió ya mesa con un hombre plenamente alineado con las posiciones de la Unión Soviética.

Tres meses después de aquella cena fueron las elecciones. En cada colegio electoral se colocaron dos urnas: una, de color rojo, era para meter los votos a favor del Movimiento de Liberación Nacional, es decir, los comunistas; la otra, negra, para los votos de “los reaccionarios” (que ni siquiera habían recibido permiso de vertebrarse en partidos o alternativas concretas). En unas condiciones tan democráticas, el comunismo logró el 93,6% de los sufragios. Por supuesto, todos los que depositaron su voto en la urna negra fueron localizados y detenidos; no pocos acabaron fusilados.

Así las cosas, el 10 de enero de 1946 se reunía en Tirana, por primera vez, la Asamblea del Pueblo generada de aquellas elecciones. Al día siguiente, esa asamblea votó que Albania era una República Popular, y se decretó que el rey Zog y toda su familia quedaban exiliados del país para siempre. En un gesto teatral muy propio de él (y de otros bastante cortados en esto por su mismo patrón, como Juan Negrín) Enver Hoxha anunció su intención de dimitir (o sea, no os sobréis, y tenedlo claro: no dimitió, sino que dijo que lo mismo dimitía); con lo que provocó que los diputados, todos a una, le dijesen que una leche. Se creó un Presidium del Parlamento y se aprobó un Estatuto del Pueblo de Albania. Finalmente, se decidió la persona a la que se le encargaría la formación de un nuevo gobierno; para sorpresa de todos, el elegido fue Enver Hoxha, cuyo nuevo ejecutivo juró el 26 de marzo de 1946. En aquel gobierno Hoxha, además de primer ministro, fue ministro de Asuntos Exteriores y de Defensa.

Con todo el poder en su mano, la primera orden del primer ministro fue exigir el arresto de todas aquellas personas que hubiesen tenido la más mínima relación con británicos o estadounidenses. Quizás el más sobresaliente de los detenidos era Kol Kuqali. Kuqali había estudiado en una escuela montada por el filántropo estadounidense Harry T. Fultz en Tirana en tiempos del rey Zog y trabajaba en la embajada de los EEUU. Pero también era cierto que había sido diputado y que sus dos hijos habían muerto en la guerra, uno en combate y el otro en un campo de concentración. Kuqali nunca fue juzgado, puesto que murió durante su interrogatorio.

A pesar de todo esto, Enver Hoxha necesitaba que británicos y estadounidenses reconociesen a su régimen. Entonces eso no era tan descabellado; recuérdese que los sajones acababan de ganar la guerra de la mano de la URSS, o que en esos mismos momentos estaban coqueteando con la descolonización de Indochina, a pesar de que sabían que eso suponía poner Viet Nam en manos del Viet Minh comunista. Sin embargo, Londres y Washington le dijeron que eso no llegaría tan fácilmente. Concretamente, le recordaron que el rey Zog había firmado una serie de concesiones y prerrogativas a empresas británicas y estadounidenses, y le dijeron a Hoxha que si quería su aceptación, tenía que respetarlas. Hoxha dijo que ni de coña. Por lo demás, ya cualquier tipo de entente entre británicos y albaneses se hizo imposible cuando los primeros apoyaron al primer ministro griego Konstantinos Tsaldaris para que asistiese al frente de la delegación de su país a la conferencia de paz de París que se celebró en agosto y septiembre de 1946. La cosa es que los griegos, y Tsaldaris muy en especial, le contaban a todo el mundo que les escuchaba que Albania se había puesto en la guerra del lado de las potencias fascistas. Ellos sabían que esa teoría era, en buena medida, mercancía averiada; pero lo hacían para debilitar a un adversario de sus reivindicaciones territoriales en el siempre complejo sudoku balcánico.

Hoxha salió echando leches hacia París. Allí, Tsaldaris estaba tomando la tribuna, blandiendo unas declaraciones de Omer Nishani en 1940, apelando a los albaneses para que se integrasen en el Partido Fascista. Dado que Nishani presidía el Presidium, Tsaldaris bramó: “¡Este hombre es hoy el presidente de Albania!”

Para alegría de Hoxha, el discurso de los griegos, fuertemente respaldado por los británicos, recibió un golpe cuando Mosa Pijade, miembro de la delegación yugoslava, informó de que Tsaldaris había intentado negociar con Josip Broz Tito la partición de Albania entre Grecia y Yugoslavia. En septiembre de 1946, Enver Hoxha ofreció una rueda de prensa en París; aquella sería la última vez en su vida que estaría en un país occidental y, desde luego, la última vez que se colocó delante de periodistas libres.

En la conferencia de Yalta, donde tantas cosas se discutieron o cuando menos se apuntaron, el destino de Albania no estuvo en la agenda. A nadie pareció importarle demasiado. Los albaneses, en la práctica, fueron dejados a su albedrío a la hora de elegir el régimen con que querían ser gobernados. Esta situación alienó todavía más a los británicos de la suerte de Albania, pues Londres estaba cada vez más centrada en Grecia. Esta distancia se hizo ya definitiva tras el incidente del canal de Corfú, en octubre de 1946.

Según el relato de Hoxha, el día 22 de aquel mes cuatro barcos de guerra británicos entraron en el canal de Corfú primero, y en aguas territoriales albanesas después, sin haber comunicado con el gobierno de Tirana. Conforme los barcos se acercaban a la costa, se produjeron unas explosiones, y dos de los barcos se incendiaron. Aparentemente, los barcos habían tocado alguna mina. Albania fue acusada de haberlas colocado, pero el país argumentó que no sabía nada de aquellas minas (como siempre ocurre con los comunistas, poco le faltó para argumentar que las habían colocado los "incontrolados"). En abril de 1949, la Corte internacional de La Haya efectivamente descartó la posibilidad de una conspiración albanesa; sin embargo, lo que sí hizo fue acusar a los albaneses de haber sido conscientes de que las minas estaban ahí, y no haber avisado. Pero, claro, los albaneses decían que no habían avisado porque los británicos habían entrado sin avisar.

En diciembre de 1949, y como consecuencia de este fallo, el tribunal condenó a Albania a indemnizar a Reino Unido con la cantidad de 843.947 libras esterlinas. Albania contestó que no era responsable de los daños y que el tribunal no tenía jurisdicción para fijar la reparación, así pues, durante 40 años, el Estado albanés se negó a satisfacer la cantidad. Fue una postura un tanto estúpida, teniendo en cuenta que, en ese momento, Reino Unido tenía el control sobre las reservas de oro de Albania, que habían sido robadas por los alemanes; Londres, simplemente, se las quedó. En 1991, un antiguo jefe albanés, Bedri Spahiu, confesó que Albania conocía la ubicación de las minas, que habrían sido colocadas por los de siempre (o sea, los yugoslavos).

Como se puede derivar claramente de estas notas, la política albanesa siempre estuvo fuertemente influida por la estrategia de los yugoslavos. Lo cual no dejaba de ser un problema para Enver Hoxha, pues la gente de Tito siempre consideró que su hombre más fiel en el comunismo albanés era Koçi Xoxe, viceprimer ministro y ministro del Interior en el primer gobierno que formó Hoxha tras las elecciones.

En el pleno de Berat de noviembre de 1944, ése en el que muchos dirigentes protestaron por la represión y Hoxha le echó la culpa a los yugoslavos, aquella reacción tenía una gran razón de ser. Hoxha sabía bien que los yugoslavos, y sus terminales, habían llegado a Berat con la intención de echar a Hoxha del poder en el Partido; y casi lo consiguen. Hoxha, sin embargo, logró prevalecer. Y hay dos razones para ello.

La primera, bastante obvia, es que el líder albanés le prometió a los yugoslavos todo lo que ellos quisieron. Les prometió acceso a todos los recursos del país, con lo que consiguió que la decisión sobre el liderazgo comunista albano, que los yugoslavos querían tomar en Berat, se retrasase. La verdad es que, hasta 1948, los yugoslavos fueron los dueños de facto del país. La segunda razón es que Koçi Xoxe le era fiel.

Tito, por lo demás, tenía cosas que agradecerle a Hoxha; aunque esas cosas, entre comunistas, o más bien entre políticos en general, valen poco. Durante la guerra, el albanés le había enviado tropas al yugoslavo para hacerle más sencillo el control de Kosovo, cuya población no era muy proclive a la figura de Tito. Fue en esa época cuando tuvo lugar la llamada masacre de Bar, un suceso en el que miles de jóvenes kosovares fueron movilizados y obligados a marchar hasta Bar en Montenegro, donde les hicieron un Katyn. Hay un hecho muy esclarecedor, y es que ni Hoxha ni su régimen hablaron nunca de la matanza de Bar; ni siquiera cuando riñeron con Belgrado. Algo que nos viene a decir que, quizás, ellos no fueron en modo alguno ajenos a lo que pasó. Zoi Themeli, que fue el número 2 de la Sigurimi y que fue juzgado en 1949, declaró en dicho juicio que fue testigo de cómo los yugoslavos mataban a los kosovares un día detrás de otro, en el camino hacia Bar, sin razón aparente. Algunos de estos hombres en la marcha, dijo, consiguieron escapar y llegar hasta las autoridades albanesas en demanda de protección. Los oficiales de la Sigurimi, siempre según Themeli, recomendaron que no fuesen devueltos, ante el alto riesgo que había de que fuesen asesinados; pero Koçi Xoxe ordenó su entrega.

Como no puede ser de otra manera estando donde está Albania, y con el tema de Kosovo por medio, para Hoxha se puede decir que toda su vida política fue, de alguna manera, formada por decisiones provocadas por Yugoslavia. Siempre tuvo una actitud extraña frente al comunismo vecino; era totalmente consciente que sin Popovic y Mugosa, él jamás habría podido prevalecer en el poder comunista albano. Pero apenas tardó unos pocos años antes de romper con Belgrado y, en realidad, todos sus espectaculares movimientos posteriores siguieron relacionados con ello pues, si Hoxha rompió con la URSS y después con China, fue porque ambos regímenes mostraron deseos de acercarse a Tito.

Los temas entre Hoxha y los yugoslavos comenzaron a no ir bien en 1945, con el asunto de Fadil Hoxha. Fadil no era pariente de Enver, pero lo que sí era, es comunista. Era el líder comunista de Kosovo. Había sido uno de los organizadores de la denominada conferencia de Bujan, en 1943; una reunión en la que Kosovo había expresado su voluntad de unirse a Albania; la entrada de las tropas de Tito en Kosovo lo convirtió en el líder comunista local.

Aquel año de 1945, Fadil Hoxha y otro compañero, Zekeria Rexha, viajaron a Tirana. Querían pedirle a Enver Hoxha el envío a Kosovo de 100 maestros de albanés, además de una imprenta que permitiese la difusión entre los escolares de libros de texto (todas las imprentas existentes en Kosovo en ese momento imprimían en cirílico).

Hoxha (Fadil) fue muy bien recibido en Tirana, donde tenía un amplio colegueo; y Enver Hoxha le dedicó nada menos que tres horas de audiencia. El tema fundamental de su encuentro fueron las aspiraciones y problemas de los albaneses étnicos en Kosovo.

De alguna manera, yo cuando menos no sé si oficial o clandestina, el largo encuentro entre los Hoxhas fue transcrito; y la transcripción se envió a Belgrado. Nada más llegar a Prishtina, en Kosovo, Fadil Hoxha fue enjaretado por la UDBA, es decir la Sigurimi yugoslava. Todavía en el año 2000 (falleció un año más tarde), Fadil Hoxha era incapaz de explicarse cómo los yugoslavos se habían hecho con la transcripción de un encuentro en el que sólo habían participado los dos Hoxhas. Las tesis sólo pueden ser tres: o alguno de los interlocutores envió la transcripción a Belgrado, o la entrevista fue secretamente grabada por un tercero. Fadil Hoxha parecía creer sobre todo en la tercera opción, y su candidato (y el mío) era Koçi Xoxe. Pero lo cierto es que los yugoslavos parecían estar inquietos con las intenciones de Hoxha (Enver) respecto de Kosovo. 

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