martes, noviembre 07, 2023

Hoxha (6): Fulgor y muerte de Koçi Xoxe

Musulmán, protobotánico, profesor de ética, posible ladrón,tendero y sospechoso de homosexualidad
Los comunistas no están solos
La guerra dentro de la guerra
A purgar se ha dicho
Sucios británicos, repugnantes yugoslavos
Fulgor y muerte de Koçi Xoxe
Sucios soviéticos
Con la Iglesia hemos topado
El fin de la troika
La jugadora de voleibol que cambió la Historia de Albania
La muerte de Mehmet Shehu
Al fin solo


Cuando Enver Hoxha visitó Yugoslavia en 1946, ni siquiera pasó por Kosovo ni mantuvo una sola reunión con líderes kosovares. Ni siquiera envió telegramas de saludo. Sobrevoló el territorio, camino de Belgrado, sin hacer escala. Claramente, Hoxha buscaba bienquistarse con los yugoslavos a costa de la identidad albano-kosovar. Incluso tuvo el gesto de visitar a la madre de Miladin Popovic, que había sido recientemente asesinado en un atentado por un albano-kosovar en Prishtina. Aquel encuentro se hizo muy simbólico. La mujer vivía en Peja, en Kosovo. Pero los yugoslavos le enviaron un coche y una escolta para que viajase a Ljubljana, en Eslovenia; es decir, o Hoxha exigió que el encuentro no fuese en Kosovo, o lo acordó con los yugoslavos.

Todo parece indicar que aquel 1946, Hoxha quiso ser exquisito con sus vecinos yugoslavos y no darles ni un solo motivo para enfadarse con él. Aquel año marcó, de hecho, el punto máximo de influencia yugoslava en Albania. Por fin, dos líderes que hasta entonces nunca se habían encontrado: Hoxha y Tito, pudieron verse las caras.

Los indicios apuntan a que la visita a Belgrado no le dio buenas vibas a Hoxha. Traía tres grandes asuntos en el cartapacio: las difíciles relaciones con una Grecia prooccidental; el reconocimiento de Albania por las potencias democráticas; y, last but not least, la reconstrucción económica de Albania. Al parecer, a Enver Hoxha le jodió bastante encontrarse en un Belgrado que, a pesar de haber sido recientemente castigado por los bombardeos de la guerra, estaba casi totalmente reconstruido y surcado por hermosas avenidas. En sus memorias, de hecho, Hoxha critica abiertamente el estilo de vida de Broz, argumentando esa cosa tan poco de moda de que un comunista no debe vivir como un capitalista; y sugiere que, ya entonces, Yugoslavia tenía una agenda oculta, uno de cuyos elementos era engañar a Albania.

La verdad yo creo que es un poco distinta. Hoxha pretendía convencer al mundo, y convencerse personalmente, de que Albania y Yugoslavia, siendo ambos comunistas, podían llevarse sinceramente bien. Sin embargo, a menudo se encuentran ejemplos de personas de poder del mismo signo que, sin embargo, se llevan a matar; el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid son un ejemplo de lo que digo. ¿Qué es lo que pasa en estos casos? Pues lo que pasa es que, por encima de ideologías, hay elementos de enfrentamiento estructurales que lo joden todo. En el caso de Madrid, claramente, siempre en la Comunidad se sentirá desconfianza hacia el hecho de que el Ayuntamiento de Madrid sostenga que no es cualquier ayuntamiento y que, por lo tanto, tiene derecho a un ejercicio autónomo de su poder.

En el caso de Albania y Yugoslavia, el elefante en la habitación se llamaba Kosovo.

Hoxha cuenta en sus memorias que le transmitió a Tito la decisión del Partido Comunista de Albania de reclamar que Kosovo, y otras zonas de Yugoslavia mayoritariamente habitadas por albaneses étnicos, debían retornar a Albania. Dice que Tito le contestó: “estoy de acuerdo, pero es algo que ahora mismo no puede abordarse, porque los serbios no lo entenderían”.

La cosa es que, de todas las personas que estuvieron en aquella reunión, Hoxha es el único que dijo que se había siquiera tocado el tema de Kosovo. Por esta razón, entre los historiadores la mayoría son de la opinión de que, probablemente, igual que el jefe de gobierno albanés había evitado pisar Kosovo, evitó hablar de Kosovo. Una interpretación que es consistente con el hecho de que, durante su largo mandato en el país, Enver Hoxha, en realidad, nunca construyó alguna reivindicación sólida y fuerte sobre Kosovo. De hecho, su astenia fue tan flagrante en aquellos tiempos que, a su regreso a Albania, fue convocado para dar explicaciones en un encuentro del Comité Central del Partido, en diciembre de 1946. En dicho encuentro, Hoxha, claramente, trató de evitar cualquier cabreo de Belgrado: “la Yugoslavia democrática está más avanzada que nosotros. Está en nuestro interés que siga siendo fuerte. Yugoslavia significa paz en los Balcanes. ¿Verdaderamente estaría en nuestro interés reclamar Kosovo?” Y, la verdad, Enver Hoxha era una mala bestia; pero hay que reconocer que, cuando menos en este análisis, el tiempo le ha dado la razón.

Los historiadores albaneses, sin embargo, contraatacan. Dicen cosas como que una cosa es no reivindicar Kosovo para no joder la geopolítica balcánica dirigida por Tito; y otra muy distinta permitir cosas, si no participar en ellas, como la matanza de Bar.

Hoxha, en realidad, consiguió lo que quería en su visita a Belgrado. El resultado de la misma fue una notable intensificación de las relaciones albano-yugoslavas y, de hecho, parecieron darse pasos muy serios para la integración de los dos países. Hoxha, de hecho, decretó en 1947 las uniones aduanera y monetaria con Yugoslavia; decisiones ambas que llevaron al suicidio a otro de los grandes dirigentes comunistas albaneses, pero de perfil más nacionalista: Nako Spiru. Spiru, que era ministro de Economía, había ido desarrollando una posición ferozmente anti yugoslava, lo cual le había llevado al enfrentamiento, no tanto con Hoxha como con Xoxe.

El 19 de noviembre de 1947, Koçi Xoxe, con la ayuda del principal “corresponsal” de Tito en el régimen albanés, Savo Zlatic, le organizó a Spiru una de esas típicas celadas en el Poliburo a las que tan aficionado era Stalin. Llegados a la reunión, el yugoslavo y el viceprimer ministro y ministro del Interior se lanzaron a criticar a cascoporro al de Economía. La tensión fue tan alta que se decidió, sabiamente, aplazar el encuentro hasta el día siguiente.

Al día siguiente, por la mañana, o esto es lo que contó Hoxha, Spiru fue a ver a su amigo el camarada primer secretario general. Le pidió cinco días para poder preparar bien su defensa. Hoxha le dijo que ni de coña. Spiru, muy probablemente, había sacado de la reunión del día anterior la conclusión de que los yugoslavos habían decidido eliminarlo físicamente; y, teniendo como tenían a su hombre (Xoxe) controlando a los polis, sabía que podían hacerlo cómo, cuándo y dónde les saliese de los huevos. Su segunda mujer, Liri Belishova (antes había estado casado con Ramize Gjebrea, ejecutada por partisanos en 1944), habría de recordar que, aquella mañana, por así decirlo, Nako Spiru era un Bukharin. Estaba bajo una depresión profunda. Cuando Hoxha lo rechazó, decidió jugar una última carta: visitar la embajada soviética. Como ministro de Economía, estaba acostumbrado a visitar a un tal Gagarov, que era el encargado de negocios. Su última esperanza era conseguir que la URSS abogase por el aplazamiento del Politburo. Pero la cosa es que Gagarov ni siquiera lo recibió. Liri Belishova investigó, décadas después, las razones de aquella actitud por parte soviética. Aparentemente, Hoxha se había adelantado contactando con Gagarov y acusado a Spiru de poner en peligro las relaciones entre Albania y Yugoslavia.

Belishova estaba en casa de Mehmet Shehu cuando le llegó la noticia de que su marido se había disparado en la cabeza. Aquella mañana, la última vez que se vieron, le había dicho: “No veo ninguna salida; todo está preparado para deshacerse de mí”. Se disparó, pero no se mató en el acto. Pasó horas en el hospital. A su mujer no la dejaron estar con él. Un detalle que ha hecho, y hace, a muchos pensar que, tal vez, Spiru no se suicidó. Ni siquiera tras su muerte encontró la paz, ya que, con los años, y conforme cambiaban los vientos de la política en cada momento, Spiru fue desenterrado y enterrado de nuevo, en casos como un héroe, en casos como una escoria.

La muerte de Spiru dejó el camino libre a Koçi Xoxe, en ese momento el principal activo de los yugoslavos en Albania. El 14 de marzo de 1948, el Politburo aprobó la integración de Albania en Yugoslavia. Sin embargo, apenas dos semanas después, el 27 de marzo, todo cambió con el enfrentamiento entre Stalin y Tito, y la denuncia de éste en el Politburo soviético.

El 15 de abril de 1948, Correos entregó en Tirana la primera carta que Iosif Stalin le escribía a los hermanos comunistas albaneses. Repentinamente, el secretario general del PCUS había descubierto al Partido Comunista de aquel país, y se lo quería trabajar. La actitud de Stalin fue oro molido para Enver Hoxha, quien para entonces ya tenía claro que, a medio plazo, el hombre de los yugoslavos en Albania era Koçi Xoxe y que, por lo tanto, sus posibilidades de acabar en un paredón no eran despreciables. Aquello le vino de perlas. Según el propio Hoxha, tuvo una reunión secreta en Rumania con Vyshinsky, que fue quien le ayudó a diseñar una purga de elementos comunistas albaneses pro yugoslavos o, más bien, quien le dio garantías de que, si Yugoslavia decidía atacar a Albania, Stalin no lo permitiría.

Con la orden del padrino en la mano, Hoxha regresó a Tirana, consciente de que tenía que actuar deprisa. Aquello se parecía bastante a la caída de Beria que se produciría algunos años después. Xoxe dominaba a la policía; no caería tan fácilmente. Así que Hoxha llamó a Mehmet Shehu, un hombre que tenía muchos enfrentamientos con Xoxe (además de ser amigo personal de Liri Belishova), y juntos diseñaron un plan. El 28 de junio, el Politburo albanés sancionó con un total apoyo la posición del Politburo soviético sobre Yugoslavia. Este país, pues, fue declarado caca comunista, y sus muchísimos técnicos, agentes y demás patulea fueron inmediatamente expulsados de Albania.

Después de eso, habría de comenzar la purga de elementos pro yugoslavos. En noviembre de 1948, Koçi Xoxe estaba en un encuentro del PCA en Korçë. Era su ciudad natal, su terreno. Sin embargo, de forma claramente coordinada, el tema comenzó a ir mal. Diversos asistentes en la reunión comenzaron a hacerle preguntas incómodas. Antes de que pudiera reaccionar, Xoxe se dio cuenta de que aquella reunión del Partido se estaba convirtiendo en un juicio en toda regla; él, que le había hecho eso mismo a mucha gente antes, sabía mejor que nadie el tipo de mierda en que estaba metiéndose. Aquella tarde, Xoxe regresó a Tirana, y allí fue informado de que había sido cesado como ministro del Interior. En las siguientes horas, fue cesado como ministro de Industria, viceprimer ministro, secretario del Comité Central del PCA, y vicepresidente del país. El 28 de noviembre, el ciudadano pringao Koçi Xoxe, que ya no conservaba ni uno solo de sus cargos pero seguía viviendo casi puerta con puerta con Enver Hoxha, fue detenido. En la primavera de 1949 fue juzgado, condenado a muerte y ejecutado el 12 de junio.

Como otros muchos purgados del comunismo, Koçi Xoxe le escribió, horas antes de su ejecución, una carta al hombre que había labrado su caída. En su postrera carta a Enver Hoxha se deshacía en buenos deseos para Albania, el comunismo y el propio Hoxha. Pero todo era un envoltorio en el que meter su último deseo, que era que su familia fuese respetada. Pero, claro, entre comunistas, estas cosas ya se sabe cómo acaban. La familia de Koçi Xoxe fue perseguida por el régimen durante cuatro décadas.

Algunas semanas antes de la muerte de Xoxe, y cuando ya había caído totalmente en desgracia: en abril de 1949, Hoxha tuvo su segundo encuentro con Iosif Stalin. Ése fue el momento en el que ambos líderes estuvieron más cerca el uno del otro, y no me refiero a la cercanía física. El anterior encuentro, 16 de julio de 1947, había sido más breve, más formal y menos íntimo; en él, por cierto, había participado Koçi Xoxe. A ese encuentro seguirían tres más, algo que debemos anotar en el haber de Enver Hoxha porque a Stalin, la verdad, Albania se le daba una puta higa, hasta el punto de que, hasta que riñó con Tito, la única opinión que se le escuchó sobre el país es que le parecía de puta madre que Yugoslavia se lo comiese. En realidad, las únicas aportaciones a la política albanesa que hizo Stalin fue aconsejar a Hoxha que no se implicase en la guerra civil griega, y el consejo de que el PCA pasase a llamarse Partido de los Trabajadores de Albania o PTA.

Sin embargo, lo que sí fue siempre Stalin fue muy correcto con Hoxha. Siempre lo trató con deferencia. Además, como se conocieron cuando el estalinismo ya había pasado por sus primeras etapas, en realidad Hoxha conoció ya a un Stalin bastante moderado, que le recomendó no ir demasiado deprisa con las colectivizaciones agrarias, ni pasarse en la lucha contra la religión y las iglesias, ni mostrarse tan hostil con Reino Unido y los Estados Unidos, ni ser demasiado duro con sus oponentes en el Partido (¡qué valor!). Esto es algo que Hoxha agradecería, literalmente, de por vida, de modo y forma que en 1979, cuando se cumplió el centenario del nacimiento de Stalin, era el único jefe de Estado estalinista de la Tierra, el único que todavía negaba los crímenes del georgiano.

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