viernes, noviembre 28, 2025

Ceaucescu (28): Los comienzos de la diferenciación




Rumania, ese chollo
A la sombra de los soviéticos en flor
Quiero rendirme
El largo camino hacia el armisticio
Conspirando a toda velocidad
El golpe
Elecciones libres; o no
En contra de mi propio gobierno
Elecciones libres (como en la URSS)
El último obstáculo, el rey
Con la Iglesia hemos topado
El calvario uniate
Securitate
Yo quiero ser un colectivizador como mi papá
Stefan Foris
Patrascanu y Pauker
La caída en desgracia de Lucretiu Patrascanu
La sombra del titoísmo
Gheorghiu-Dej se queda solo
Ana Pauker, salvada por un ictus
La apoteosis del primer comunista de Rumania
Hungría
Donde dije digo…
El mejor amigo del primo de Zumosol
Pitesti
Pío, pío, que yo no he sido
Trabajador forzado por la gracia de Lenin
Los comienzos de la diferenciación
Pues yo me voy a La Mutua (china)
Hasta nunca Gheorghe
El nuevo mando
Yo no fui
Yo no soy ellos
Enemigo de sus amigos
Grandeza y miseria
De mal en peor
Esos putos húngaros
El puteo húngaro
El maldito libro transilvano
El sudoku moldavo
La fumada de Artiom Lazarev
Viva Besarabia libre (y rumana)
Primeras disidencias
Goma
Los protestantes protestan
Al líder obrero no lo quieren los obreros
Brasov
No toques a Tokes
Arde Timisoara
El derrumbador de iglesias y monasterios
Qué mal va esto
Epílogo: el comunista que quiso sorber y soplar a la vez

 

Desde 1949, el maravilloso sistema de prisiones y campos de trabajo rumano comenzó a ser denunciado en occidente; aunque no lo fue por todo el mundo, pues había a quien le parecía de coña todo aquello. El 3 de noviembre de 1950, la Asamblea General del Cubo de Basura (o sea, de la ONU) aprobó una resolución que condenaba a Rumania, Hungría y Bulgaria por su falta de respeto hacia la libertad de las personas. Obviamente, no pasó nada.

Cuatro años más tarde, sin embargo, las cosas habían cambiado. La URSS, consciente de que estaba demasiado sola en el teatro diplomático mundial, ahora estaba interesada en que sus países satélite fuesen admitidos en el Cubo de Basura. El 25 de septiembre de 1954, Rumania envió a la Asamblea General su petición formal para ser de la pandi. En los discretos contactos diplomáticos que condujeron los rumanos con ingleses y sobre todo norteamericanos, sus interlocutores les dejaron claro que si no había un gesto claro de cambio en su política de derechos humanos, no habría manera de conseguir nada. Así, Gheorghiu-Dej ordenó la liberación de miles de presos, algunos de ellos ex ministros de gobiernos anteriores al comunismo. Aunque, eso sí, contraprogramó su propia acción ascendiendo en el ejército a Alexandru Draghici, es decir, el principal fautor del sistema carcelario. Sin embargo, presionado por el hecho de que en occidente se consideraba que su gesto había sido una puta mierda de gesto, en septiembre de 1955 decretó que todas las personas que tenían penas de hasta 10 años de reclusión (que eran, mutatis mutandis, los presos que ni sabían por qué estaban presos) fuesen perdonados.

Entre eso y que la ONU viene a ser, por lo general, un pedazo de cagarro pinchado en un palo, el 14 de diciembre de 1955 se admitió en su seno a 16 nuevos países, entre los cuales entraron Rumania, Hungría y Bulgaria. En la parte occidental de la transacción estuvieron Italia, Finlandia… y la España de Franco.

El tema, sin embargo, no había terminado. En consistencia con su Carta fundacional, la ONU exigió de sus nuevos socios que limpiasen sus cárceles de presos políticos. Gheorghiu-Dej, tras consultar con Moscú y tener claro que era más importante cumplir con la exigencia que mantener su honra comunista, inició un proceso por el cual personas acusadas de sionistas, de titoístas, de saboteadores y de desviacionistas, fueron liberadas en los dos años posteriores. La más famosa de las liberadas en esa tacada, que lo fue el 26 de mayo de 1956, fue Elena Patrascanu.

Enervado por Moscú, que quería pruebas inequívocas del fortísimo aire de libertad que se respiraba en los países satélite, el gobierno comunista comenzó una campaña de represión en la persona de los jefes de los campos de prisioneros. El 10 de junio de 1955, una corte marcial condenó a 32 acusados, de los que 21 eran mandos del Ministerio del Interior y el resto eran prisioneros que habían recibido responsabilidades diversas. Les cayeron penas entre cinco años y perpetua de trabajos forzados. Sin embargo, como la cabra tira al monte o, si lo preferís, un escorpión nunca puede desmentir su naturaleza, al año siguiente Draghici maniobró hasta conseguir el indulto para hasta 50 torturadores. Pintile los envió a una casa de reposo un mes, tiempo tras el cual los recolocó de chupatintas en el Ministerio. En la práctica, esto significa que todos los rumanos que pagaron de verdad con su libertad los delitos de lesa humanidad cometidos contra los presos en las cárceles fueron pringaos que cumplían órdenes de otros.

En los primeros años tras la muerte de Stalin, y a pesar del inicio del proceso de desestalinización en la propia Unión Soviética, el ámbito de los derechos de los ciudadanos y el trato inhumano a que eran sometidos muy a menudo apenas sufrió cambios. Sin embargo, ya Gheorghiu-Dej comenzó, a su manera, a apuntar las características de un régimen como el comunismo rumano, dotado de algunos niveles de independencia geopolítica, una de las razones de que sea históricamente tan atractivo.

Dej, en efecto, salió muy tocado el discurso secreto de Khruschev y de la revolución húngara. Comenzó a desarrollar la idea de que, tal vez, la supervivencia del comunismo rumano no podía apoyarse, como se había pensado hasta el momento, exclusivamente en el poder soviético. La URSS también podía caer; es más: también podía hacer otra cosa mucho más probable, que era cambiar. Los comunistas rumanos no tenían ningunas ganas de tener que adaptarse a un comunismo de nuevo cuño que se les ofreciese desde Moscú. Y por eso comenzaron a pensar que tenían que marcar alguna que otra distancia, aunque siempre con un ojo puesto en el retrovisor, con la idea clara de que no podían ser acusados de titoísmo.

Para Bucarest, el despliegue de estas cautelas se resumió en un concepto: no tener miedo a las relaciones con países externos al Pacto de Varsovia. En el análisis que hizo Gueorghiu-Dej de las herramientas con que contaba para distinguirse más que distanciarse, se dio cuenta de que tenía una: la economía. Y más que la economía: el petróleo.

Con la excepción de la URSS y sus campos siberianos, la posesión de un potente sector de extracción de crudo convertía a Rumania en una rara avis en el ámbito comunista. El petróleo es de interés para todo el mundo, y, por lo tanto, le brindaba a los rumanos la oportunidad de tender puentes inesperados. Dej sabía que no podía ir a por países abiertamente capitalistas, porque eso habría sido pasarse. Por eso se apuntó a la intensificación de las relaciones con lo que entonces se llamaba países no alineados.

En India y en 1955, Keshav Dev Malaviya, un especialista en materia petrolera, había creado en su país la Corporación de Petróleo y Gas Natural. Malaviya tenía el proyecto de nacionalizar los pozos indios, y algunas semanas después se dirigió a los rumanos para solicitarles apoyo y ayuda en ese proceso. Meses después, una delegación parlamentaria india visitó Bucarest, visita durante la cual se firmó un acuerdo de colaboración para la construcción de un pozo con tecnología rumana en India; pozo que fue inaugurado muy cerca del Himalaya en 1957. Aquello convirtió a Rumania en el principal proveedor de tecnología petrolífera de la India en el bloque soviético.

Al mismo tiempo, Moscú estaba muy interesado en que la economía Rumana anduviese bien. En 1956 habían aprendido de las rebeliones húngara y polaca que los temas se podían poner sobaco de grillo; y Rumania, por otra parte, estaba demasiado cerca de Yugoslavia, lo cual para los soviéticos equivalía a valorar que estaba orbitando un agujero negro. Hacía falta un país lo suficientemente próspero como para que allí los obreros no se rebotasen. En el invierno de 1956, el primer ministro rumano, Chivu Stoica, presidió una amplia delegación rumana que visitó Moscú para buscar áreas de colaboración.

Aquello, sin embargo, no terminó de salir bien. La pasión por los detalles no era una de las virtudes de Khruschev. El pígnico líder soviético había cometido el error de negociar casi al mismo tiempo los acuerdos de colaboración rumano y polaco; y, teniendo en cuenta que la situación en Polonia era mucho más comprometida, muy pronto se le vio el plumero; un plumero que no le gustó nada a los rumanos, que se dieron cuenta de que a ellos se les daba mucho menos. Los polacos, sin ir más lejos, arrancaron de Moscú la condonación de todas las deudas anteriores a 1954 que siguiesen vivas; mientras que, en el caso rumano, todo lo que habían aceptado los soviéticos había sido extender en cuatro años el plazo de pago. Todo ello salpimentado por el hecho de que los soviéticos, literalmente histéricos con el episodio húngaro, impusieron a sus socios nuevos acuerdos de “cooperación militar”. El 3 de diciembre 1956, la agencia Tass distribuyó una declaración conjunta de los gobiernos soviético y rumano, en la que se decía que, puesto que la OTAN  estaba emplazando tropas muy cerca del país carpático, los establecimientos provisionales de tropas soviéticas en el país no iban a moverse.

Gheorghiu-Dej, por otra parte, reaccionó a los sucesos ocurridos en Hungría con la convicción de que debía intensificar la represión. La Securitate fue reforzada. Esta vez, además, la actuación del hombre fuerte del país no se limitó a buscar y reprimir a los enemigos del comunismo; también usó a su policía para quitarse de en medio rivales. Con un cinismo digno de mejor misión, el hombre que se había caracterizado por ser más estalinista que Stalin, de repente, se puso a cazar estalinistas dentro del Partido. Y cazó, sobre todo, a dos de gran pote: Miron Constantinescu y Iosif Chisinevski.

El 4 de julio de 1957, el Scinteia, es decir el Pravda rumano, anunció que Constantinescu y Chisinevski habían sido cesados de sus puestos por el Comité Central del Partido. Su delito: formar parte del grupo hostil a dicho Partido formado por Luca y Pauker. Los muy, muy frikis de la cosa comunista ya habréis caído en la cuenta de que la fecha, 4 de julio de 1957, es la misma en la que fue anunciado en Moscú la caída en desgracia del grupo que le estaba disputando el poder a Khruschev: Malenkov, Kaganovitch, Molotov y Shepilov. Gheorghiu-Dej había demostrado, una vez más, que tenía una nariz de oro. Y, de hecho, cuando desapareció, uno de los grandes problemas que siempre tuvo Ceaucescu fue su dificultad a la hora de competir en ese campo con la misma eficiencia.

La defección sobre todo de Chisinevski dejó a Gheorghiu-Dej al mando del país de forma incontestada. Libre de enemigos que pudieran aliarse con sus enemigos, es decir, seguro ya de que Moscú tenía muy poca capacidad de segar la hierba que pisaba, Dej comenzó una lenta pero segura tendencia a diferenciar Rumania como un país comunista con vitola propia. En el 40 aniversario de la revolución rusa, el autor del discurso oficial en Bucarest, Emil Bodnaras, se dedicó a recordar las jornadas en las que el gobierno Antonescu había sido derribado; pero en su discurso prácticamente no citó la participación militar soviética, que fue fundamental.

El 24 de mayo de 1958, los rumanos soltaron la primera bomba. En dicha fecha se celebraba una reunión del Pacto de Varsovia en Moscú; y en dicha reunión, de forma totalmente inesperada por los analistas internacionales, se anunció que las tropas soviéticas iban a irse a tomar por culo del país. En dos meses de nada, hasta el último de los 35.000 soldados que pacían en territorio rumano había salido del país.

Según Khruschev, ya en agosto de 1955, cuando visitó Bucarest, Emil Bodnaras, en su calidad de ministro de la Guerra, le había sacado el tema de salida de las tropas. Siempre según el ucraniano, quien no quería las tropas soviéticas en Rumania era Gheorghiu-Dej, porque temía que Moscú lo acabase purgando por estalinista. El deseo del dictador rumano se vio intensificado el 15 de mayo de 1955, cuando se firmó el tratado sobre el estatus de Austria, y la URSS aceptó sacar sus tropas de aquel país. Bajo el punto de vista de los rumanos, bastante acertado en mi opinión, una vez que la URSS dejó de tener la necesidad de garantizar la conexión con sus tropas en Austria, la razón de ser de su presencia en Hungría y Rumania prácticamente desaparecía.

En Bucarest, Khruschev reaccionó muy mal a la propuesta de Bodnaras. Le parecía innecesaria y precipitada. Que la postura del ucraniano le sentó a cuerno quemado a Gheorghiu-Dej se hace patente en su gesto de no ir a despedirle al aeropuerto. Sin embargo, cuando Khruschev decidió mejorar sus relaciones con occidente, juzgó que una retirada (que yo creo que él consideraba parcial) de tropas de los países satélite podría provocar un gesto parecido por parte de la OTAN. Por ello, acabó dando su OK al anuncio de la retirada, que además se hizo en la misma reunión del Pacto de Varsovia en que éste anunció un recorte de su fuerza global de más de 100.000 hombres.

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