viernes, septiembre 26, 2025

GCEconomics (11): La polémica interminable sobre la eficiencia del gasto bélico




Una política cuestionable
Peseta grande, ande o no ande
Secos de crédito
Conspiradores
Las cábalas de Mussolini
March
Portugal
Los sueños imposibles del doctor Negrín
Dos modelos enfrentados
Dos bandos, dos modelos
La polémica interminable sobre la eficiencia del gasto bélico
Rosario de ventas
De lo necesario, y de lo legal
¿Y si Putin tiene una colección de monedas de puta madre?
La guerra del dinero
Echa el freno, Madaleno
Un mundo sin bancos
“Escuchado en la radio”
El sindiós catalán
Eliodoro de la Torre, el más vasco entre los vascos
Las repúblicas taifas
El general inflación
Bombardeando pasta
Los operadores económicos desconectados
El tema impositivo (y la recapitulación)

 



La Junta de Defensa Nacional impuso, en las primeras semanas de la guerra, un control absoluto sobre las empresas y las industrias, aunque sin poner en cuestión la propiedad privada. Durante toda la guerra, las industrias estuvieron completamente intervenidas, de modo y forma que debían someter a la auditoría gubernamental cualquier cambio en sus estrategias de gestión. Los minerales y sus derivados fueron todos incautados. Eso sí, el franquismo tuvo la inteligencia de entender que aquélla era una medida de guerra y, por lo tanto, la revocó a las pocas horas de terminar la guerra, en lo que fue el primer acto que malquistó a Franco con los falangistas.

El 3 de mayo de 1938, mediante un decreto, el gobierno de Burgos clasificó todas las industrias en cinco grupos, en función de su mayor o menor interés bélico (industrias militares, industrias militarizadas, industrias totalmente movilizadas, industrias parcialmente movilizadas e industrias disciplinariamente militarizadas). Se intervino por completo el comercio exterior y el manejo de divisas. Y, por supuesto, se mantuvo una sola política monetaria.

A ambos bandos, por lo demás, se les planteó el obvio problema de que tenían que financiar una guerra. Ambos bandos, pues, tenían que variar radicalmente el punto de vista de sus regímenes de gobierno (bueno, el bando nacional la verdad es que no) para focalizarlos en resultar ganadores de un conflicto bélico.

Aunque sobre este tema habría mucho que escribir, quizás sería excesivamente aburrido, especialmente para lectores no muy interesados en el consumo de ese pan sin sal que llamamos información financiera y presupuestaria. Pero creo que se puede resumir el tema con una frase muy feliz de José Ángel Sánchez Asiaín: la república financió la guerra con el ahorro pasado de los españoles, y la zona nacional, con el ahorro futuro.

La república tuvo la gran ventaja de mantener, tras el estallido de la guerra, el control casi total de las reservas de oro de España, con la única excepción de la cantidad depositada en Francia. Las reservas de oro, efectivamente, no son el resultado de ningún político inteligente, sino del esfuerzo esos millones de personas que, a pesar de los muchos mensajes y tentaciones que reciben en sentido contrario, viven una vida en la que, como cantaba Discépolo, laburan día a día como un buey. Con ese dinero, los republicanos pagaron sus compras de armas. La España nacional, por su parte, no tenía oro. Desde el principio pleiteó por la propiedad del depositado en Francia; pero sólo le sería concedido cuando en realidad ya daba igual. Así que hizo una política de incautación/cesión voluntaria de todo el oro posible (incluso las pequeñas cantidades incluidas en algún instrumental estomatológico); y el resto lo consiguió endeudándose, es decir, como dice Asiaín, apalancándose con el ahorro que los españoles algún día constituirían para poder devolver el empréstito.

Desde el comienzo de la guerra hasta el 1 de abril de 1939, el Banco de España de Burgos concedió anticipos al gobierno de Burgos, es decir, le transfirió dinero para poder financiar la guerra, por valor de 7.600 millones de pesetas; a los que tal vez habría que añadir 2.500 millones adicionales que fueron pagados entre el 1 de abril y el final de dicho año.

En consecuencia, cuando el Banco de España, ya reconocido como el único legal, celebró junta de accionistas extraordinaria en 1942, cubriendo en un solo acto los ejercicios 1936-1941, reconocía unos anticipos bélicos a Burgos de 10.100 millones de pesetas, todos ellos prestados sin interés. Según la relación, en 1937 se entregaron 2.500 millones de pesetas; en 1938, ya en septiembre se había igualado la cifra del año anterior, y el total del año llegó a 4.100 millones; en 1939 se entregaron 3.500 millones, de los cuales 2.500 se entregaron ya terminada la guerra.

En el análisis realizado por el banco burgalés en 1940, y haciendo uso de la excelente información que los hombres del Banco de España franquista tenían, o creían tener, de lo que se cocía en el de la repu, se informaba que los anticipos realizados por el Banco de España republicano habían sido de 13.700 millones. Esta cifra, sin embargo, no estaba tan bien informada como pretendían sus filtradores. Terminada la guerra, cuando los hombres de Burgos tomaron el caserón de Alcalá y comenzaron a ordenar las carpetas de documentación, se habría de descubrir que, en realidad, el ritmo de anticipos había sido muy superior. El truco era que, en tiempo de guerra, el gobierno republicano, es decir el Ministerio de Hacienda, había tomado a su cargo la circulación de billetes de 50 y 25 pesetas, que obviamente le correspondía a la autoridad monetaria (por eso en los billetes ponía “El Banco de España pagará” y no “El gobierno de España pagará”); pero recibió a cambio un abono por parte del Banco de España para ejercitar ese respaldo. Fue una argucia para recibir dinero sin tener que decir que lo recibía. Corregido de este efecto, el saldo deudor del gobierno republicano respecto del Banco de España fueron 23.000 millones de pesetas.

Estas cifras son la base de una importante polémica histórica que, como todas, no tiene solución porque tiene fuertes tintes ideológicos. La comparación entre los gastos de un bando: 10.100 millones de pesetas; y los de otro: 23.000 millones de pesetas; siendo como fueron dos bandos que, cuando menos al inicio de la contienda, tuvieron un control fifty-fifty de la nación, puede llegar a la conclusión de que el bando franquista fue aproximadamente el doble de eficiente que el republicano a la hora de gastar en la guerra. Sin embargo, aquí hay varias cosas que decir, unas a favor, otras en contra de esta visión.

Lo primero que hay que decir es que hay que tener en cuenta la naturaleza de las ayudas internacionales. La república se vio lastrada por dos hechos. El primero de ellos fue el extrañamiento oficial de las potencias extranjeras de la guerra; lo cual la llevó a cambiar un entorno de eventuales compras de armas directamente a gobiernos amigos o semiamigos por otro de compra en el mercado libre de armas, en operaciones no siempre limpias y transparentes; lo cual, por definición, es más caro. El segundo problema que se encontró es que su principal proveedor, la URSS, cobró hasta el último mango las armas y asesorías que vendió; y lo hizo, además, controlando físicamente el oro con que España pagaría; así como la cotización del rublo y el propio precio al que vendía la armas. En otras palabras, Stalin tuvo en todo momento la potestad de ponerle el precio que quería a lo que vendía.

A eso hemos de añadir el hecho de que el bando nacionalista también recibió ayuda militar externa. Contrariamente de lo que se cree, ésta no fue gratuita; Hitler siempre pensó en cobrarla y exigió su pago; pero, claramente, eso lo hizo sólo mientras pudo; aunque tras la guerra mundial, tanto la RFA como Italia retomarían las deudas adquiridas con Hitler y Mussolini. Por lo demás, el hecho de que buena parte del ejército se colocase del lado nacional resulta obviamente ventajoso a la hora de financiar una guerra.

Otro factor que hay que tener en cuenta es la inflación. Los anticipos al gobierno republicano se produjeron en un entorno de elevación de los precios muy superior al que se veía en zona nacional, como consecuencia de la guerra monetaria, que repasaremos en estas notas. Los pagos, por lo tanto, deberían, en un estudio sistemático, ser adecuadamente descontados y expresados, por ejemplo, en pesetas de 1939 o, mejor, en pesetas pasadas por la ley de Desbloqueo. Una operación que es punto que imposible dado que, que yo sepa, nadie conoce el calendario exacto de los anticipos servidos por el Banco de España a la república.

Enrique Fuentes Quintana, que sería ministro de Economía y el gran factótum de los llamados Pactos de la Moncloa, estudió especialmente este fenómeno y llegó a la conclusión de que, efectivamente, en buena medida la guerra civil española fue financiada por la inflación; es decir, por las clases menos favorecidas. Venía a decir el viejo profesor que, en realidad, los gobiernos en guerra, y sobre todo el de Burgos, habían tenido una alternativa, que habría sido emitir deuda. De alguna manera, se insinuaba que los gobernantes, entre endeudarse ellos y endeudar a los sujetos de la inflación, es decir el personal, prefirieron lo segundo. Debo decir que, por mucho que admire al profesor, el argumento me parece feble pues la deuda pública, al final, la pagan los mismos que soportan la inflación. Estamos tan acostumbrados a la importancia de los gobiernos y los Estados que nos olvidamos de que, en el fondo, son entes virtuales que no viven sino en el alma de sus ciudadanos.

El tema de la financiación de la guerra nos lleva directamente a uno de los asuntos más batallones de la GCEXX: el asunto del oro.

El primer elemento de este conflicto es recordar que la Ley de Ordenación Bancaria vigente el 18 de julio de 1936 sólo le permitía al gobierno disponer de las reservas de oro para defender la peseta. Aunque supongo que estaréis pensando que en un entorno de guerra toda esta farfolla de BOE deja de valer, eso no fue lo que pensaron los funcionarios y dirigentes del Banco de España republicano. Aun siendo, como vemos en estas notas, gentes designadas por el gobierno como consecuencia de su sintonía con el mismo, los hombres del Banco de España exigieron que toda operación de movilización del oro se instrumentase como una movilización de oro, mitad del Banco de España, mitad del Tesoro, quien previamente lo habría recibido como préstamo; y siempre existiendo en la cesión una cláusula según la cual el oro exportado no se aplicaría a otro objetivo que no fuese la intervención de cambio.

Según Ángel Viñas, cuyos cálculos daremos por buenos, en el momento de estallar la guerra el Banco de España poseía 708 toneladas de oro fino, de las cuales 638 estaban en Madrid y 53 estaban en Mont de Marsan; el resto lo tenían diversos corresponsales. El oro valdría unos 2.200 millones, más 300 del oro en manos de corresponsales y 657 millones en plata.

Según la normativa monetaria, hasta 4.000 millones de pesetas en circulación, el Banco de España venía obligado a tener un respaldo del 45%, del que el 40% tenía que ser oro. Por el exceso hasta 6.000 millones, la garantía se exigía del 60%, el 50% de la misma oro. En ese momento la masa monetaria fiduciaria española era de 4.600 millones, por lo que hacían falta 1.900 millones de pesetas en oro (552 toneladas) para respaldarla. El subgobernador Julio Carabias, sin embargo, consideró, terminada la guerra, que si el oro se valoraba según la cotización de los mercados, en realidad haría falta menos de la mitad de esta cifra, unas 220 toneladas.

La salida de los metales preciosos propiedad del Banco de España (o, mejor deberíamos decir, propiedad de los españoles administrada por el Banco de España) comenzó el 24 de julio de 1936. Una semana después de comenzada la ensalada, el Consejo del Banco se reúne, y en él su presidente informa de que el gobierno ha autorizado la venta de oro hasta la cantidad de 25.200.000 pesetas, para defender la cotización de la peseta; es decir, dentro de los términos de la Ley de Ordenación Bancaria. El Banco decidió realizar el anticipo de la mitad de esta cantidad, ya que, como os he dicho, las exportaciones se realizaban a pachas con el Tesoro. La venta se hizo a Francia.

Esta venta “para defender la peseta” está, con seguridad, conectada con el hecho de que, cinco días antes, el gobierno español había hecho un pedido urgente de material militar al gobierno francés. Los franceses contestaron como los franceses que son: show me the money.

En París era embajador Juan Francisco de Cárdenas, un señor que tenía de republicano lo que yo de lagarterana; y que, en consecuencia, hizo lo divino y lo humano con tal de poner palos en las ruedas de la operación. Por esta razón, el día 22 Fernando de los Ríos fue trasladado a París a pelo puta, hasta el nombramiento formal como embajador del doctor Marcelino Pascua.

El mismo día que se aprobó la exportación del oro, el gobierno español consignó el 50% del pago de las armas en el Banque de Paris et des Pays Bas. La primera remesa de oro llegó al día siguiente a París: 18 cajas que estaban allí, formalmente, para intervenir en los mercados de cambios en defensa de la peseta.

Tres días después, 27 de julio, se informó del perfeccionamiento del convenio; aunque, prudentes, los hombres del Banco de España siguen reflejando en el acta el objetivo de la exportación del oro. La llegada del oro, por lo demás, activó un anticipo de 320 millones de francos, que fue fundamental para que el gobierno republicano pudiese empezar a comprar armas.

El 10 de agosto, el gobernador del Banco de España informa a su consejo de que el Ministerio de Hacienda ha enviado sendos oficios el 3 y el 7. El primero de ellos insta la convocatoria de la Junta Interventora del Cambio Exterior, para consultarle la pertinencia de colocar oro en el extranjero “al efecto de la acción interventora en el cambio internacional”. El segundo oficio informaba de que el gobierno había aprobado requerir al Banco de España un préstamo de 25.200.000 pesetas para intervenir en el mercado internacional de cambios, “aceptando el gobierno la responsabilidad de la operación, que en su día someterá al parlamento para su regulación constitucional”. El Banco accedió a la petición, formalmente, en los términos en que había sido hecha. De todas formas, fue un fait accompli, pues el subgobernador, acompañado por sus huevazos, informó de que, a la recepción de la comunicación del 7, y sin esperar a la decisión del Consejo, no sólo había comenzado a preparar el envío, sino que ya había remitido la primera remesa.

El 12 de agosto, el Consejo conoce de otras dos órdenes. La primera, situar en el Banco de Francia otra cantidad de 25.200.000 pesetas. La segunda, autorizando al Banco a vender oro amonedado o en barras hasta esta cantidad. Se aprobaron. El 24 de agosto llegaron otras dos órdenes iguales, igualmente cumplidas. Siempre factor común “defensa de la peseta”. El procedimiento formal siempre hacía preceder a la autorización al Banco de España para la venta del oro la formalización de un préstamo por dicha cantidad a favor del gobierno.

El 5 de septiembre llega una nueva orden por otros 25.200.000 pesetas oro. Aquí ya el lenguaje está cambiando, pues el subgobernador, al someter la decisión al Consejo, lo hace apelando a la colaboración con el gobierno republicano en la pacificación del país. El Consejo aprobó la operación, pero no sin cerciorarse de que en el acuerdo se sigue hablando de acciones para defender la peseta. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario