miércoles, septiembre 24, 2025

GCEconomics (9) Dos modelos enfrentados




Una política cuestionable
Peseta grande, ande o no ande
Secos de crédito
Conspiradores
Las cábalas de Mussolini
March
Portugal
Los sueños imposibles del doctor Negrín
Dos modelos enfrentados
Dos bandos, dos modelos
La polémica interminable sobre la eficiencia del gasto bélico
Rosario de ventas
De lo necesario, y de lo legal
¿Y si Putin tiene una colección de monedas de puta madre?
La guerra del dinero
Echa el freno, Madaleno
Un mundo sin bancos
“Escuchado en la radio”
El sindiós catalán
Eliodoro de la Torre, el más vasco entre los vascos
Las repúblicas taifas
El general inflación
Bombardeando pasta
Los operadores económicos desconectados
El tema impositivo (y la recapitulación)

 

 


Entre noviembre de 1936 y mayo de 1937 Negrín, como el mudo, hizo lo que pudo. Trató de racionalizar una política económica que era un puto desastre y que, las cosas como son, fue a peor. El mero dato de que, después de la guerra, el propio Negrín se llevase consigo todos los registros de cómo se había gastado el oro del Banco de España y que, a la postre, en 1956 decidiese ponerlos en manos de Franco y no de la república en el exilio (como veremos), lo dice todo del estratosférico nivel de confianza que este pre Ábalos, bastante amigo de las libaciones y las entrepiernas del sexo opuesto, tenía incluso en sus propios conmilitones de partido. Y todo esto no es sino el resultado de los pocos avances que pudo conseguir en aquel periodo tratando de que la España republicana tuviese una sola política económica, a ser posible encaminada a ganar la guerra y tal.

Su situación, sin embargo, mejoró algo en mayo de 1937, cuando fue nombrado primer ministro. Pero, en realidad, sólo mejoró algo; porque si había llegado a la primera magistratura del país (segunda de iure primera de facto, pues para entonces el poder de Azaña había alcanzado la proporcionalidad con su valor intelectual) era gracias a los comunistas. Y los comunistas son como ese preso que te protege el primer día que pasas en la galería; tú puedes llegar a pensar que lo ha hecho porque le caes bien pero, claro, eso lo piensas sólo hasta que te lo cruzas en la ducha.

Negrín retuvo el Ministerio de Hacienda, se deshizo de ministros socialistas filocomunistas (salvo él) y de anarquistas. Todo esto lo hizo con un objetivo: recuperar el poder que todavía tenían tanto los sindicatos como los gobiernos autónomos. Este último elemento era especialmente problemático, y se volvió peor a partir de octubre de 1937 con el traslado del gobierno a Barcelona. Lluis Companys no le perdonaba a Largo Caballero su actitud durante los disturbios de mayo de 1937; y el PNV se había acostumbrado tanto a hacer de su capa un sayo en el frente vasco que acabó por darle una puñalada trapera en los riñones a la república. Las relaciones entre Negrín y los soberanistas fueron tan problemáticas que en agosto de 1938 los ministros de la Esquerra y del PNV dejarían el gobierno. A finales de 1938, Negrín podía decir que había conseguido trocar las colectivizaciones a hostias por nacionalizaciones BOE en mano; incluso, en algunos casos, se había llegado a devolver la empresa a sus aleves propietarios originales. Pero aquello ya era, un, como decimos los gallegos, tarde piaches.

En suma, hay que decir que la primera GCEXX que ganaron los nacionales fue la GCEconomics. La república perdió un tiempo precioso en los primeros cuatro o cinco meses tras el golpe cuando, las cosas como son, nadie pensaba en una guerra de tres años, ergo a nadie le preocupaba crear una estructura que bombease valor hacia la estructura bélica. El gobierno Giral fue el error mayúsculo de una clase política republicana que creía que el Frente Popular era lo que ellos (y los actuales licenciados en Historia, y la Ley de Memoria Histórica) decían o dicen que era, y no lo que verdaderamente era. Con todo, ese error se podría considerar que se resolvió a tiempo, sobre todo después de que Madrid resistiese. Pero el que no se resolvió fue el del gobierno Largo Caballero. Un gobierno, como su titular, permanentemente obsesionado por la sombra revolucionaria de la CNT, incapaz de introducir elementos de racionalidad en una política económica que la estaba pidiendo a gritos. Por así decirlo: Largo Caballero, que gobernó España en un momento en que España estaba necesitando un Miguel Boyer, prefirió a Pablo Iglesias. Para cuando la república quiso reaccionar, el norte estaba perdido y las posibilidades de ganar la guerra eran ya nulas.

Un elemento más importante de lo que parece del desacierto económico de la república fue el retraso total que se produjo por su parte en la declaración del estado de guerra. Como ya he comentado, una de las marcas identificativas de la actitud del gobierno tras el golpe de Estado fue negarle la condición de tal y, por lo tanto, ilegalizar la declaración de estado de guerra allí donde la habían hecho los alzados. En la práctica, esto supuso que el gobierno republicano no declaró dicho estado hasta el 23 de enero de 1939, con todo el pescado vendido.

La razón es simple. El gobierno había concedido poder a fuerzas que, desde un punto de vista democrático, no tenían derecho a ostentar dicho poder; notablemente, los sindicatos, que eran (y son) unos señores a los que ni había, ni ha votado nadie. En ocasiones y zonas, en realidad, el propio gobierno era rehén de estas fuerzas. El recelo de las fuerzas políticas y sindicales de izquierdas hacia los poderes que adquieren los militares en todo estado de guerra les hizo extraordinariamente renuentes a aceptarlo. Y de ahí que, por ejemplo, los comunistas, que tan clarividentes eran al juzgar que la zona republicana necesitaba una organización de guerra, nunca fueron especialmente activos en la exigencia de un estado de guerra; en puridad, no lo fueron hasta que tuvieron razonablemente claro que el propio Ejército les era en gran parte fiel.

La declaración de estado de guerra de 1939 incluyó muchos elementos que le habrían sido de gran utilidad a la república antes. Contenía medidas contra las reuniones no programadas, contra la aproximación a determinadas infraestructuras como cuarteles o vías férreas y, sobre todo, contenía las obligaciones típicas de la conscripción. En sus memorias, Pasionaria cuenta que, estando en Extremadura, observó que, muy cerca de donde estaban una tropa tratando de consolidar una posición, había unos campesinos en una ladera mirándoles hacer. Conminó al coronel al mando para que movilizase a esos campesinos para que ayudasen en el cavado de zanjas y esas cosas; y el coronel le contestó que no tenía poder ni siquiera de ordenarles que se levantasen del suelo. Aparentemente Ibárruri descubrió en Moscú, cuando escribió sus memorias, las virtudes del estado de guerra.

La inexistencia de la declaración del estado de guerra afectó a la república en el ámbito económico. Aunque un decreto de 23 de julio dejaba en suspenso diversos artículos de la Ley de Administración y Contabilidad de la Hacienda Pública de 1911, es decir dejó sin efecto los procesos de contratación pública en tiempos de paz, el hecho de que el gobierno de España no estuviese en guerra hizo que tuviese que mantener durante toda la guerra la ficción de que realizaba una gestión presupuestaria normal y corriente; y, lo que es peor, ejercía teóricamente su poder de ingresar y gastar sobre todo el territorio nacional, como si no hubiese zonas del país que no controlaba. El Banco de España tampoco pudo definir el ámbito territorial sobre el que actuaba su balance, es decir el ámbito alcanzado por su política monetaria.

En estas circunstancias de dobles poderes e indefinición, no cabe extrañar que prácticamente el primer objetivo exterior de los alzados fuesen los poderes económicos. Éste es un ámbito en el que la república pecó un poco de pánfila. Desde la caída del gobierno Giral y la llegada del “Gobierno de la victoria”, la república aceptó un principio un tanto extraño, que a su manera ha pervivido hasta los tiempos presentes, consistente en admitir que existe una corporación que tiene un derecho representativo no electoral. Me refiero a la corporación sindical y su integración (en algunos casos, como Cataluña, fagocitación) en los órganos de gobierno. Los puntos de vista sindicales, efectivamente, cada vez fueron más importantes en la acción de gobierno. Los sindicatos de la república, y muy particularmente el mayoritario de ellos, que era la CNT, tenían un concepto un tanto naïf de la tensión social y política. Era el suyo un planteamiento muy en plan segur que tomba, tomba, tomba, es decir, pensaban que el hecho, para ellos palmario, de que tenían razón, provocaría tal tsunami de solidaridad internacional que los nacionales colapsarían asfixiados por la presión del mundo entero. 

Los alzados, sin embargo, comprendieron pronto que eso no iba a pasar; que una cosa es acercarte a un local de tu barrio de Foxton para participar en un acto en favor de la república e, incluso, donar un par de libras; y otra muy distinta comprometer tu patrimonio, no digamos ya tu vida, en dicha defensa. Mientras la república se bañaba en emocionantes actos amigos para siempre means you'll always be my friend, no naino naino naino naino naino na..., los terminales del golpe nacionalista, que además eran marqueses y financieros internacionales, le ponían el alma negra al gran capital mundial con amenazas de comunismo. A fuer de ser precisos, la república llegó a tener la inteligencia de tratar de poner alguna que otra tirita en esa herida; por ejemplo, se guardó mucho de perseguir intereses estadounidenses dentro de su territorio, con lo que consiguió que la embajada USA no se apuntase a la rueda de admisión de refugiados. Pero no fue suficiente. Los nacionales consiguieron, siquiera parcialmente, contraprogramar el evidente control que la república tenía sobre el sector financiero. El resto, espero que lo veamos, lo hizo ya la repu ella solita.

Lo realmente importante de esta descripción, empero, es el cambio radical que se operó en la misma en apenas un año. El general Franco se implicó de hoz y coz con la GCEXX porque creía, como creían todos, que duraría muy poco. La recuperación de Toledo, tras el episodio de El Alcázar, lo galvanizó hasta el punto de comenzar a pensar que no necesitaría una guerra larga para llevar a cabo el plan que poco a poco iba muñendo, que era pasar de ser Generalísimo militar en una guerra a jefe del Estado de un país en paz. Su aliado Mussolini, además, había llegado a la conclusión, tras el episodio de Málaga, en el que pudo valorar lo tuercebotas que era la república en materia militar, que todo el monte sería orgasmo y que sus CTV entrarían en Madrid como un autobús de chinos camino del casino de Torrelodones. Italianos y españoles, sin embargo, se estrellaron contra la determinación del pueblo de Madrid, la llegada de las Brigadas Internacionales y, en general, la decisión de la república de dejar de hacer el gil en los frentes. En ese momento, Franco decidió cambiar de táctica, y tomó la decisión, que con seguridad fue difícil, de olvidarse de Madrid para llevar a cabo la estrategia correcta: al enemigo, antes que vencerlo, había que arruinarlo. De ahí que la obsesión pasó a ser el frente norte.

Once meses después de haber comenzado la guerra, y cuando todavía quedaban 22 para terminarla, los nacionales dominaban el 70% del territorio, el 60% de la población, el 68% de la marina mercante, el 80% de la producción de acero, el 67% de la de cemento y el 66% de la de explosivos. Desde muchos puntos de vista, era ya imposible que la república ganase la guerra. Franco, por lo tanto, hizo enormes ganancias de espacio; pero lo más importante es lo quirúrgicas que fueron dichas ganancias; hasta qué punto se diseñaron para agostar a la república de recursos y capacidad. En palabras de Tuñón de Lara, un historiador no precisamente sospechoso de derechismo, un año después de comenzada la guerra, Franco tenía ya todos los elementos para generar una política económica global; y la república, añado yo, los había perdido para siempre.

Aunque los dos últimos párrafos los he escrito yo, es decir un imbécil (porque en esta España actual nuestra, ya sólo los imbéciles escribimos cosas así), tienen su importancia. En torno a la GCEXX siempre existirá la discusión sobre si verdaderamente Francisco Franco era un estratega de la leche o un tipo con suerte; y si la repu fue tan lerda como incluso algunos que lucharon por ella acabaron por acusar en sus memorias. Como digo, es una discusión legítima que, como toda discusión histórica, nunca se debería cerrar; pues, al contrario de lo que creen los licenciados en Historia fluzodetritus, estudiar, investigar, comprender y enseñar la Historia no consiste en “cerrar” sus interpretaciones en una. Eso no se llama historiografía, sino sectarismo o, si lo preferís, memoria histórica.

La discusión es interminable. Y uno de los elementos de esa discusión es éste: quizás, el primer detalle en el que Franco comenzó a demostrar su mayor inteligencia estratégica sobre los gestores de la II República en guerra fue el detalle de darse cuenta de que la guerra sería larga. Como ya os he dicho, yo creo que el punto en que se dio cuenta de ello fue tras estrellarse contra la muralla republicana en Guadalajara. Y no fue Franco solo; fue el bando nacional en su totalidad, en buena parte integrado por jefes militares excelentemente formados en materia estratégica, el que se dio cuenta de que no sólo había que montar un ejército, sino que había que montar una España bis que se fuese comiendo por las patas a su hermana mayor.

La gran aportación de Franco, y de sus asesores, fue darse cuenta de esto antes que el gobierno de la república; y, además, tomarse mucho más en serio la conclusión.

En este punto del relato, cabe preguntarse si la república le puso las cosas difíciles al enemigo, o todo lo contrario. Ésta, es importante entenderlo, es una pregunta ideológica. Se puede analizar con la fría técnica de la economía; pero eso no evitará que la interpretación de los hechos tenga componentes personales. Mi idea particular es: se puede pensar, y de hecho mucha gente lo hace, que aplicar la política económica que aplicó la república merecía la pena en aras de la libertad y todos esos altos conceptos que se puede llegar a creer que la república defendía; sin embargo, creer eso, como digo siempre a mi modo de ver, no podrá escatimar el hecho de que, haciendo lo que hizo, la república trabajó a favor de quien quería derribarla.

Los pilares de la política económica de la república en guerra fueron dos. El primero de ellos fue el conflicto, que duró como poco hasta mayo de 1937 y se resolvió tarde y mal, entre el punto de vista socialista-comunista, que quería ganar la guerra para después hacer la revolución social; y el punto de vista anarcosindicalista-poumista, que consideraba ambos objetivos compatibles en el tiempo. La presencia del anarcosindicalismo en las estructuras de poder de la república, y sobre todo su indudable monopolio de la calle en muchas zonas y, muy particularmente, en la más necesaria económicamente para el bando republicano (Cataluña), condicionó siempre el mantenimiento de un esfuerzo económico-bélico adecuadamente coordinado y creativo. En triste y leve descargo de los anarcos, en todo caso, hay que decir que llovía sobre empapado. El segundo gran presupuesto de la política económica de la república era que el capitalismo era algo sobrepasado. Un socialista ugetista hoy desconocido, Amaro del Rosal, que con los años sería uno de los cronistas más sinceros de esos años, estaba un poco en la sala de máquinas de todo este proceso, a través de una dirección general de Política Económica. Allí, además de otras cosas en las que pudo colaborar, como por ejemplo las incautaciones que llenaron la sentina del Vita, Del Rosal se dedicaba a diseñar para Méndez Aspe y Negrín la España futura de después de la guerra; la España que habría dejado atrás el capitalismo. 

Algunas personas piensan, yo sin ir más lejos lo pienso, que el capitalismo no se puede dejar atrás, porque el ánimo de lucro, como dice de la vida Ian Malcolm en Jurassic Park, siempre se abre camino. Ahí residió el problema del modelo que se trataba de muñir en el Ministerio de Economía republicano. Los gestores económicos de aquella guerra no parecen haber sido conscientes de la cantidad de cosas que dejaban de funcionar en su España por el hecho de borrar el capitalismo, siquiera parcialmente. De hecho, os habré de confesar que fue estudiando la GCEXX desde el punto de vista económico cuando terminé por entender la inquina total de los bolcheviques rusos contra los anarquistas; hasta qué punto Lenin tenía claro que compartir la nueva Rusia con los de la bandera negra les llevaría al colapso. 

El modelo de gestión republicano, persiguiendo la utopía, cayó en errores flagrantes, el mayor de los cuales, en mi opinión, fue admitir el principio autogestionario en las empresas. El catón anticapitalista decía, y sigue diciendo, que el trabajador es algo así como el votante: sabio por definición. En esas condiciones, ser un hacha soldando planchas resulta que es el mejor aval para saber cómo se gestiona una empresa metalúrgica. La república desplazó a los gestores del mando en las empresas y los sustituyó por comités, en el mejor de los casos, bienintencionados. Pero saltear guisantes no es lo mismo que llevar un restaurante, ni operar a corazón abierto con una tasa de supervivencia del 98% te coloca más cerca de saber gerenciar un hospital. Los econohombres de la república nunca entendieron (aunque supongo que alguno de ellos, en realidad, no se atrevió a decirlo) que, además, una guerra no es el mejor momento para empezar a hacer experimentos. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario