jueves, septiembre 11, 2025

1976 (y 9) La hora del dolor


 

Muerta la momia, aquí no ha cambiadonada
El problema francés
Vitoria
En abril, muertos mil
Montejurra
El 18 de julio más difícil
Caza mayor
Esta vez, te vas a pelear con tu puta madre
La hora del dolor


 


El cineasta español Juan Antonio Bardem cuenta buena parte de las cosas que vamos a contar aquí en una película, Siete días de enero, que tengo la sensación de que hoy se ha quedado para nostálgicos. La peli se estrenó en 1979. Yo entonces tenía 17 años; y mi hermano mayor, que es el que verdaderamente se llama Juan, 21. Fuimos juntos a ver la peli al cine Narváez de Madrid, situado en la calle con dicho nombre. Salimos de la proyección en un pasillo formado por policías, mientras fuera de él un grupo de chavalotes, con más voluntad que ambición, nos insultaba. En 1979, ya, los fachas se habían quedado para eso. Tiraron un par de botes de tinta en cines que proyectaban la película, y trataban de coaccionar a quienes íbamos a verla. Ésa era Españita. Por cosas como éstas te digo, lector, que si resulta que eres joven; si resulta que nunca has tenido que salir de un cine escoltado, lo mismo, cuando hables de la Transición, no digamos "los peligros de la ultraderecha", deberías tener en cuenta dos o tres cosas de las que lo mismo no sabes tanto como crees.

Tremendo mes de enero. Muertes terribles se producirían en él; muertes que, por ello, escondieron otras. Por eso quiero recordar, siquiera en unas líneas, a Juan Manuel Iglesias. Natural de Huelva, en 1977, al ser de mi edad, tenía quince años. Su padre había emigrado al País Vasco en busca de mejores salarios. Allí, Juan Manuel se había convertido en uno más; y esa tarde era un adolescente más que pasaba la tarde en los futbolines; porque en un futbolín nunca ha habido maketos ni RHs, sólo gente que la mete con un gesto de muñeca, y gente que no. Juan Manuel, en todo caso, no era ajeno a las movidas de izquierdas. Su padre estaba afiliado a las Comisiones Obreras.

Aquel domingo 9 de enero era un domingo más. Los chavales metidos en los billares escuchando, más o menos cerca, los gritos de los manifestantes en las calles de Sestao. A esas alturas de la película, ya nadie interrumpía un tardeo de goles y pinball porque en la calle hubiese movida. Eran las primeras horas de la tarde. Comienzan las cargas y las carreras. Un grupo de policías entra en los billares. Al instante, todos los que están dentro salen a la naja. Juan Manuel Iglesias corre hacia el interior del inmueble, hacia un patio interior. Allí, en la mejor de las versiones, tiene una mala caída. Le llevan a Cruces, en Baracaldo. Pero ya está muerto. Su cadáver provocará un rosario de huelgas y manifestaciones.

23 de enero. Movilizaciones pro amnistía. La izquierda que pronto será izquierda parlamentaria aboga por la moderación; pero todos los grupos a su izquierda, todos los podémers de la época, creen que es justo lo contrario: apreteu. En la confluencia de las calles Silva y Estrella, en pleno centro de Madrid, manifestantes y policía se enfrentan. Un hombre de unos 50 años, civil, muestra una pistola y dispara al aire. Otro que está a su lado le quita la pistola y, con total frialdad según los relatos, dispara en la espalda a Arturo Ruiz García, de 19 años. Estudiante y obrero, Ruiz simpatiza, al parecer, con la Joven Guardia Roja; aunque eso puede ser mitología interesada, pues su hermano llegó a decir que era apolítico. La policía detiene, en las horas siguientes, al argentino que fue a darle por culo a Olof Palme, Jorge Cesarsky.

Un día después de la muerte de Arturo Ruiz, se convoca una manifa de protesta. Cerca de la plaza de España, una joven llamada María Luz Nájera está a sus cosas. Cerca de ella, un jeep policial se detiene. Un antidisturbios que baja del vehículo dispara un bote de humo. Pero no lo hace como hay que hacerlo, en parábola, sino en recto; en ese plan, el disparo es un obús. Un obús que revienta el cráneo de María Luz.

El 24, es decir al día siguiente, sobre las diez menos cuarto de la mañana, un comando que más tarde se identificará como del GRAPO secuestra en la puerta de su domicilio al teniente general Emilio Villaescusa, presidente del Consejo Supremo de Justicia Militar. El secuestro se reivindica por el GRAPO “en venganza por la muerte de Arturo Ruiz”; algo en lo que nadie cree, porque nadie planifica un secuestro en el espacio ocurrido entre dicha muerte y el 24 de enero.

La interpretación mayoritaria es clara: el GRAPO, responda a los intereses que responda, está buscando que el Ejército se ponga gallito. Esto, de hecho, alimenta a quienes consideran que se trata de un grupo de ultraderecha disfrazado de pitufo. En las cafeterías de España, entre tirada de dados y tirada de dados (porque en aquel entonces, lo que se lleva entre los hombres que toman el vermú, es pedir cubilete y dados y jugar allí, en el mostrador) se especula con que el Estado Mayor le ha dado un ultimátum a Suárez y al rey. Si Villaescusa no está en casa en 24 horas, la lían parda. Esto, sin embargo, viene siendo como una portada de El Plural. El Ejército permanece en su sitio, sereno y constitucionalmente obediente.

El 24 de enero, sin embargo, terminará de la peor manera. A las once de la noche, dos personas golpean la puerta de un despacho de abogados laboralistas situado en el número 55 de la calle Atocha. El despacho de los que ya quedarán impresos en la Historia como los abogados de Atocha. Esos individuos pretenden lo mismo que se supone que pretenden los terroristas del GRAPO. Sólo que ellos no buscan que el que salte sea el Ejército, es decir la derecha que supuestamente se quiere dar de hostias; sino la izquierda que, también presuntamente, quiere darse de hostias.

En el despacho de Atocha 55 hasta las moscas militan en el Partido Comunista. Eso es algo que no tiene nada que ver con la clandestinidad. Todo el mundo lo sabe. De hecho, os puedo dar fe de que, en 1976, en toda España, si no decías que eras comunista, no te invitaban a según qué fiestas.

El despacho de Atocha, de hecho, lleva muchos asuntos de las todavía ilegales Comisiones Obreras, es decir, la central sindical que el Partido Comunista, tras el fracaso de la OSO, años atrás, ha decidido colonizar de la mano de Marcelino Camacho y Julián Ariza, sus dos dirigentes históricos. El hombre para todo en el despacho se llama Ángel Rodríguez. Es un miembro de CCOO que, por su actividad sindical, había sido despedido de su empleo en Telefónica, y se ganaba unos duros allí. Abre la puerta. Los dos individuos le encañonan y le meten dentro, hasta llegar a un despacho donde hay seis abogados reunidos.

La tesis más extendida, y que por ejemplo defiende Bardem en su película, es que la intención primaria de los ultraderechistas era matar a Joaquín Navarro, dirigente de CCOO del Transporte, hombre que efectivamente frecuentaba muy a menudo el despacho; si no recuerdo mal, en ese momento había una huelga del sector, o en marcha o convocada. Navarro, de hecho, en la peli de Bardem hace de sí mismo. El dirigente sindical, sin embargo, no estaba allí, por lo que salvó su vida (de hecho, no falleció hasta el 2021).

Los dos hombres cortan los cables del teléfono y preguntan insistentemente, cada vez con peor humor, dónde está Navarro. Creen que los abogados han tenido tiempo de esconderlo. Cuando se dan cuenta del tema, y teniendo a los abogados con las manos en alto y mirando a la pared, comienzan a disparar sus metralletas.

Caen el mentado Ángel Rodríguez; y los abogados Luis Javier Benavides, Enrique Valdevira, Francisco Javier Sauquillo, Serafín Orgado (que ingresa en el hospital clínicamente muerto, aunque tardará unas horas en fallecer). También cae María Dolores González, esposa de Sauquillo, gravísimamente herida; aunque los médicos lograrán salvar su vida; igual que Miguel Sarabia, Alejandro Ruiz Huerta y Luis Ramos.

El atentado de la calle de Atocha buscaba que Santiago Carrillo se convirtiese en José Antonio Primo de Rivera tras la muerte de Matías Montero (1934). En su entierro, efectivamente, JAPR dijo que todo había cambiado, y que a partir de aquel momento Falange iba a sacar el garrote de repartir. De hecho, yo creo que se podría decir que, si bien la guerra civil no empezó el día que mataron a Matías Montero, sí es cierto que la pendiente descendente se comenzó a inclinar seriamente. Los asesinos de Atocha buscaban, cuando menos en mi opinión, algo parecido 43 años después.

La ultraderecha quería al Partido Comunista de España echado al monte, enfrentándose en las calles a los guerrilleros de Cristo Rey. Calculaban que la defección del PCE respecto de la naciente democracia arrastraría por lógica a toda la patulea a su izquierda. Aquello llenaría de razón a quienes demandaren que el Estado se pusiera serio con esa izquierda violenta; llenaría de fuerza moral a los grupos como el Batallón Vasco Español, presentando guerra ante la ETA. En las primeras de cambio caerían tres o cuatro uniformados. A partir de ahí, un nuevo golpe de Estado militar estaba servido.

La idea, pues, era contestar a esa mayoría silenciosa que había dicho “esta vez te vas a pelear con tu puta madre” con un simple y seco “aquí mando yo, y se hace lo que yo diga”.

La grandeza de la figura de Santiago Carrillo, un personaje que tiene miserias como para empedrar el Atlántico entre Vigo y Rejkiavik, fue no caer en esa provocación, y conseguir arrastrar, con ello, a buena parte de la panda de gañanes que tenía por conmilitones y que, en una proporción bastante elevada, muy listos no eran. Yo creo, por lo demás, que aquí pasa algo parecido a eso que dice el refrán gallego de los ríos Miño y Sil. Porque a Carrillo se le atribuyen méritos que, cuando menos en mi opinión, lo fueron del ticket Camacho-Ariza. El atentado de Atocha fue, antes que nada, un atentado contra las Comisiones Obreras. Una vez un sindicalista, por cierto dirigente de las CCOO del siglo XXI, me dijo: “la fuerza sindical no es algo que demuestres convocando una huelga general; la demuestras parándola”. Ésa fue la gran fuerza de Marcelino Camacho. En una España herida, rota, una España impresionada pues, aunque esto hoy sea un micromachismo, la muerte de mujeres bajo las balas era algo especialmente deleznable e inesperado, el PCE y las CCOO supieron llorar en paz a sus muertos, y convocar un entierro multitudinario, con más de 100.000 asistentes (en contabilidad actual, un millón y medio); entierro que se produjo en la paz del dolor, en el silencio de quienes quisieron creer que aquellas personas habían muerto para algo. Habían muerto para lo que, desgraciadamente, no murieron los muertos de la guerra civil. El único hecho destacable de aquel entierro, por lo menos en el sector donde estaba yo (porque fue un entierro transversal, al que muchos de los que pudimos ir, yo estaba en Madrid de casualidad, fuimos para acompañar a nuestros amigos rojos), fue que, de repente, por sobre nosotros pasó un helicóptero; y mucha gente comenzó a señalarlo y a gritar que allí iba el rey, que había querido sumarse. Unos abroncaron, otros aplaudieron. Lo que viene siendo la esquizofrenia en la que viviría la izquierda española en los siguientes treinta años.

Algo había, en cambio. En aquellas horas, la policía vigilaba estrechamente las calles (el helicóptero, de hecho, estaba para proteger a los manifestantes); y no pocos políticos fueron aconsejados de dormir fuera de sus domicilios por un siaca.

Una llamada anónima reivindica el atentado en nombre de la Alianza Anticomunistas Apostólica. Un nombre inventado pero con una Triple A; quizás ésa era la clave. El viernes, 28, la rueda sigue. A las doce menos cuarto de la mañana son asesinados dos policías que estaban de servicio en una caja de ahorros del barrio de Campamento, que entonces quedaba donde Cristo perdió el retrato de Patxi López. Dos individuos, uno rubio, el otro moreno. Media hora después, en otra caja de ahorros, otros dos individuos (o los mismos) disparan a dos guardias civiles también de servicio en otra caja de ahorros. Llega un coche de la Benemérita y los terroristas le arrojan una granada que destruye el vehículo.

El balance es tétrico. Han muerto los policías José Martínez Morales y Fernando Sánchez Fernández, y el guardia civil José María Lozano. Tres guardias civiles salvarán finalmente la vida, pero con importantes secuelas. Esta vez es el GRAPO quien reivindica los atentados.

El fin de semana del 29 y el 30 de enero, en Madrid, la ciudad a la que ya le queda poco para estrenar la Movida, no sale nadie, y casi nadie abre. El 29 por la mañana se celebra el funeral por los miembros de las fuerzas del orden asesinados, y está a punto de liarse parda. Hay un grupo de militares que empieza a gritar consignas golpistas. El vicepresidente del gobierno, teniente general Manuel Gutiérrez Mellado, presente en el acto, ha de imponer su autoridad para hacerlos callar. El capitán de navío Camilo Menéndez Vives se le enfrenta, y Mellado ordena su arresto. Será cesado de su puesto de subdirector de la Escuela Naval. El 23 de febrero de 1981, estará con el golpe de Estado.

Se dice que Suárez va a cesar a Martín Villa. Que va a nombrar a un ministro del Interior en plan Mike Tyson. Pero no es así. Eso sí, el viernes 28, el gobierno suspende los artículos 15 y 18 del Fuero de los Españoles para los sospechosos de terrorismo. Son los artículos que se refieren a la inviolabilidad del domicilio, y al plazo máximo de detención.

El sábado 29 por la noche, Suárez sale en la televisión. Mensaje: aquí nada ha cambiado. Vosotros no queréis que nos demos de hostias, y así será.



En fin. Al final de estas notas voy a pegar (ya veremos cómo lo reproduce Blogger) una tabla con la información básica de los muertos resultantes de la violencia política e institucional entre enero de 1976 y enero de 1977, ambos inclusive. Son 51 muertos en 396 días. Uno cada semana.

Ahora te hablo a ti, lector, si es que existes (que yo creo que en este blog habrá pocos, pero no lo puedo adverar). Lector que eres lo suficientemente joven (o estás suficientemente ideologizado) como para considerar que lo más importante que le ha pasado a la Historia reciente de España es el 15M. Es para ti para quien he escrito esta serie. La he escrito, como decía en su primera toma, porque estoy un poco hasta los huevos. Estoy un poco hasta los huevos, perdona que te lo diga, de tus opiniones.

Entiéndeme. Por mí, puedes opinar lo que te de la gana, y siempre consideraré que tu opinión es tan respetable como la mía. Ni más, ni menos. Si quieres utilizar el hilo de comentarios de este post o de otros para expresar tu opinión, desde luego puedes hacerlo; eso sí, en este blog hay una regla, impuesta por su dictador que soy yo, que dice: no se insulta a nadie que esté vivo. Y si haces juicios de intenciones; si, además de decir lo que piensas, te empeñas en decir lo que pienso yo, también serás borrado. Si eres de los que piensas que expresar la opinión propia pasa por denigrar la inteligencia de quien discrepa, no te molestes en escribir, porque serás emasculado (en el caso de que tengas que ir a Google para saber qué significa el verbo “emascular”, tienes otra razón para no escribir).

Cuando digo que estoy hasta los huevos de tus opiniones, lo que quiero decir es que, si es que opinas que la Transición Política fue un proceso fallido, y lo opinas desde el balcón del futuro porque no viviste esos días, me toca mucho los huevos el sobradismo con el que quienes expresan esa opinión suelen hacerlo. La ignorancia es una fulana muy atrevida. En esta serie sólo he pretendido describirte los hechos, indirectamente el ambiente, del primer año de la democracia española. Para que puedas juzgar con algo más de información.

Puede que seas de esas personas que lloran a su bisabuelo porque lo mató la guerra civil. En ese caso sería bueno que entendieras que los hechos de 1976 apuntaban a que, hoy, estuvieses llorando, también, a tu padre. Y la diferencia se llama Transición Política.

Si no tienes la edad suficiente, todo lo que puedes hacer es imaginarte cuál era el estado de ánimo de las personas que abarrotaron el entierro de los abogados de Atocha. Yo no tengo que imaginar nada; lo viví. Y puedo decirte que allí, en aquella multitud, había mucha gente que consideraba que aquel asesinato vil no merecía más que una respuesta. Pero también eran personas que habían arrastrado años muy duros de clandestinidad, cuando no de exilio; y tenían claro que, cualquier forma de despejar la equis de aquella ecuación, el resultado no podía ser el mismo que había sido. La idea fundamental de los hombres y mujeres del 76 es que lo que había ocurrido no podía volver a ocurrir. En España, hoy, hay mucha izquierda, y también comienza a haber derecha, que piensa que, en realidad, lo que pasó es justo lo que tenía que haber vuelto a ocurrir. Pues bien: si ésa es tu idea, construye tu presente y tu futuro sobre ella; y que te vaya bonito. Pero no des por culo con el pasado, porque está claro que el pasado no lo entiendes.

Yo creo que la gran idea que presidía las mentes de muchos españoles de 1976 es que Francisco Franco no había caído del cielo. Que lejos de ser, el suyo y de los suyos, un golpe de Estado impulsado por una minoría egoísta que quería atrasar el reloj de España en beneficio propio (como sostiene la historiografía actual, razón por la cual es, demasiadas veces, una historiografía de ojete), el 18 de julio de 1936 fue el resultado de muchas cosas que muchas personas hicieron mal; unas de derechas y otras, tantas o más, de izquierdas. 

Por eso se quería la amnistía. No se buscaba perdonar esos errores; se buscaba borrarlos, olvidarlos, y no repetirlos. De hecho, en mi modesta opinión, quien acabó por joder la Transición Política no fue el hecho de que fuese una transacción repugnante con el fascismo pues, lejos de ello, fue un movimiento inteligente para que el fascismo fuese desapareciendo como esas canciones sin final en las que, simplemente, se baja poco a poco el sonido hasta que ya no se oye nada. Quien acabó por joder la Transición fueron aquéllos que fueron a ella con un espíritu de “qué hay de lo mío” y sin intención sincera de transar, de acordar. Pues cuando acuerdas consigues cosas, pero renuncias a otras. Vascos y catalanes, sin embargo, no tenían intención de renunciar a nada. Por ahí es por dónde se abrió la grieta; grieta que, por otra parte, la actitud de Madrit, a menudo muy poco inteligente, cuando no ciega, no ha hecho sino empeorar.

En suma: piensa lo que quieras, faltaría más. Pero siempre con un respeto para todas las personas de esta tabla.

La mayoría de ellos lo merecen.



Mes

Nombre

Acción de...

Enero

Manuel Vergara, guardia civil

ETA

Febrero

Víctor Legorburu, alcalde

ETA

Febrero

Julián Galarza, mecánico

ETA

Febrero

Teórilo del Valle, oficinista

Fuerzas del Orden

Marzo

Emilio Guezala, inspector de autobuses

ETA

Marzo

Francisco Aznar, trabajador

Fuerzas del Orden

Marzo

Pedro Martínez, trabajador

Fuerzas del Orden

Marzo

José Castilla, trabajador

Fuerzas del Orden

Marzo

Romualdo Barroso, trabajador

Fuerzas del Orden

Marzo

Bienvenido Pereda, trabajador

Fuerzas del Orden

Marzo

Vicente Antonio Ferrero, trabajador

Fuerzas del Orden

Marzo

Juan Gabriel Rodrigo, trabajador

Fuerzas del Orden

Marzo

Manuel Albizu, taxista

ETA

Marzo

Julian Soria, trabajador

ETA

Abril

José Luis Martínez, policía

ETA

Abril

Jesús María González, policía

ETA

Abril

Oriol Solé, preso anarquista

Fuerzas del Orden

Abril

Miguel Gordo, guardia civil

ETA

Abril

Ángel Berazadi, empresario

ETA

Abril

Manuel Garmendia, etarra

Fuerzas del Orden

Abril

Felipe Suárez, estudiante

Fuerzas del Orden

Mayo

Antonio de Frutos, guardia civil

ETA

Mayo

Ricardo García, trabajador

Ultraderecha

Mayo

Aniano Giménez, trabajador

Ultraderecha

Mayo

Bernardo Bidaola, etarra

Fuerzas del Orden

Junio

Luis Carlos Albo, jefe local del Movimiento

ETA

Julio

Begoña Menchaca, ama de casa

Fuerzas del Orden

Julio

Carlos Hernández, parado

Fuerzas del Orden

Julio

Fausto Peña, GRAPO

GRAPO

Julio

José López, GRAPO

GRAPO

Julio

Eduardo Moreno Bergareche, etarra

ETA o Ultraderecha

Agosto

Francisco Javier Verdejo, estudiante

Fuerzas del Orden

Septiembre

Jesús María Zavala, delineante

Fuerzas del Orden

Septiembre

Carlos González, estudiante

Ultraderecha

Octubre

Alfredo García, policía

ETA

Octubre

Luis Francisco Sanz, policía

ETA

Octubre

Alfonso Palomo, policía

ETA

Octubre

Juan María Araluce, presidente de la Diputación de Guipúzcoa

ETA

Octubre

José María Elicegui, chófer

ETA

Diciembre

Ángel Almazán, estudiante

Fuerzas del Orden

Enero de 1977

José Martínez, policía

GRAPÒ

Enero de 1977

Fernando Sánchez, policía

GRAPO

Enero de 1977

José María Lozano, guardia civil

GRAPO

Enero de 1977

Juan Manuel Iglesias, estudiante

Fuerzas del Orden

Enero de 1977

Arturo Ruiz García, trabajador

Ultraderecha

Enero de 1977

María Luz Nájera, estudiante

Fuerzas del Orden

Enero de 1977

Ángel Rodríguez, conserje

Ultraderecha

Enero de 1977

Luis J. Benavides, abogado

Ultraderecha

Enero de 1977

Enrique Valdevira, abogado

Ultraderecha

Enero de 1977

Serafín Orgado, abogado

Ultraderecha

Enero de 1977

Francisco Javier Sauquillo, abogado

Ultraderecha





1 comentario: