viernes, septiembre 05, 2025

1976 (5) Montejurra


 

Muerta la momia, aquí no ha cambiadonada
El problema francés
Vitoria
En abril, muertos mil
Montejurra
El 18 de julio más difícil
Caza mayor
Esta vez, te vas a pelear con tu puta madre
La hora del dolor


 

Ángel Berazadi marca un triste hito en la Historia de ETA: es el primer secuestrado que acaba descerrajado en una curva. Aquí pasan tres cosas: la primera, que ETA empieza a estar seguida más o menos de cerca por parte de la policía española, que en los siguientes treinta años cada día aprenderá algo nuevo para luchar contra ellos; esto hace que, entre otras cosas, sus compras de “material” sean más complejas, y eso quiere decir caras. La segunda cosa que pasa es que, tras la famosa quinta asamblea, en el seno de la organización los asuntos empiezan a ser problemáticos. Hay enfrentamientos y diferencias que, por ejemplo, muy pronto van a terminar con la vida de uno de los secuestradores de Berazadi. Las disensiones internas en ETA hacen que los radicales sean más radicales. Y la tercera cosa que pasa, aunque sea difícil o desagradable decirlo, es que ETA sospecha, y no se equivoca, que la sociedad vasca está madura para aceptar cosas así. Para aceptar que un tipo que todo lo que tiene en la vida lo ha conseguido trabajando como un buey pueda merecer el plomo de los (presuntos) justos. El famosérrimo “yo condeno el terrorismo, pero entiendo que exista”.

ETA ya había criticado el secuestro de José Luis Arrasate porque, decía, no era el típico “oligarca odiado”. Hay quien dice que los terroristas se equivocaron y en realidad pensaron que la abuela de Arrasate era una señora conocida por estar bien forrada, cuando no era verdad. Y con Berazadi ocurría un poco lo mismo. Estaba lejos de ser un “oligarca odiado”. El gobernador civil de Guipúzcoa declaró que lo habían matado por la rabia de que la fuga de Segovia, al final, no saliera bien. Berazadi era un hombre querido y, por cierto, bastante nacionalista. Se rumorea que la familia incluso había llegado a un acuerdo de pago con los secuestradores, aunque yo esto nunca me lo he creído. El ministro Fraga hace unas declaraciones en la televisión (la única que hay) dejando claro que el gobierno no negocia con territoristas. Y presiona a París. Los franceses se dan cuenta de que tienen que hacer algo; bueno, más bien, que tiene que parecer que hacen algo. Así pues, montan una redada, trincan a once etarras, y los llevan a Yeu.

El 11 de abril, otro guardia civil es víctima de una “ikurriña asesina”. Se trata de Miguel Gordo García, de 41 años, quien se encarama a quitar una bandera que hay colocada en una calle de Baracaldo. Esta vez, no es una bomba lo que le está esperando, sino una conexión con la red de alta tensión.

Se celebra el Aberri Eguna, la fiesta nacional vasca, que por cierto apenas registra incidentes. Eso sí, dos miembros de ETA p-m que residen en Francia tratan de cruzar la frontera para participar en las fiestas. Son Manuel María Garmendia Zubiarraín y José Antonio Echeveste Arzuega, y van acompañados por otras dos personas que no fueron identificadas. El control español les da el alto y se entabla un tiroteo. Garmendia fallece y Echeveste resulta herido. Aquel mismo mes, un estudiante de León, Felipe Suárez Delgado, que volvía de una fiesta un poco pimplado, acabará por descubrir el gran riesgo que es no tomarse en serio un control de la Guardia Civil. El coche en el que va con sus amigos traspasa la barrera y los guardias abren fuego. La tontería le cuesta la vida.

Mayo se estrena con otra ikurriña. La que alguien ha colocado en el muro de la presa del embalse Urtatxa. Al lado de la bandera hay un paquete.

Un sargento y tres números de la Guardia Civil acuden al lugar. Sin intentar acceder a la bandera, se dirigieron al cuartel de Legazpia, a informar. Luego regresaron a la presa, acompañados esta vez por el cabo Antonio de Frutos Sualdea y otros guardias civiles.

Aparentemente, estando en el embalse De Frutos fue informado de un atentado sufrido en Legazpia contra un coche propiedad de Antonio Triguero Mateo, por lo que ordenó a los guardias que se quedasen allí mientras él conducía hasta el pueblo para informar del hecho. En un momento del trayecto, un artefacto explosivo que estaba a la vera del camino estalló, matando al cabo. Es posible que los autores del atentado ya hubiesen intentado explosionar el artefacto las tres veces anteriores que los guardias habían pasado por allí, sin conseguirlo.

Mayo de 1976, sin embargo, es, sin ningún lugar a dudas, el mes de Montejurra. Aunque estos sucesos probablemente merecen una serie por sí misma, aquí os voy a resumir lo fundamental. Para que así podáis valorar en qué medida aquella situación, sobre la cual se asentó la Transición Política, no se parece ni remotamente a ésta desde la cual la estáis juzgando. Porque si pensáis que Torre Pacheco es el tope de la violencia social, lo mismo tendríais que revisar la mirilla.

Los sucesos de Montejurra no fueron un calentón. Fueron unos hechos cuidadosamente planificados, que buscaban provocar una seria inestabilidad política y social en la España que todavía estaba llorando, o riendo, a Franco. Y tienen que ver con las divisiones internas del carlismo.

El carlismo es un movimiento poliédrico que, precisamente por eso, se parece un poco a la filosofía de Nietzsche: lo mismo sirve para un roto, que para un descosido. En teoría, el carlismo es el matrimonio indisoluble del alma de España con los presupuestos del tradicionalismo: religión católica, ultramontanismo, ideología conservadora. El carlismo, sin embargo, es mucho más que eso, puesto que también incluye, entre sus grandes presupuestos, la demanda de los fueros, es decir, las viejas libertades de las naciones de España.

Esto el carlismo lo fue siempre. Pero para el carlismo, la guerra civil, y su resultado, a pesar de que teóricamente podían marcar su victoria final, supusieron un problema muy gordo. En primer lugar, el movimiento se identificó plenamente con el franquismo, algo que a muchos carlistas, las cosas como son, nunca les gustó. En segundo lugar, la alianza con Franco no le sirvió de nada a sus presupuestos ideológicos, salvo el integrismo religioso en los primeros años del régimen; dado que Franco, aunque respetó fueros, ni los respetó todos, ni creía en ellos; y, desde luego, nunca pensó en un candidato de la rama carlista para dejarle el testigo cuando en 1969 designó sucesor.

A partir de aquí, el carlismo comenzó a mutar. Cuando fue designado como su líder dinástico Hugo María Sixto Roberto Luis Juan Jorge Benedicto Miguel de Borbón-Parma y Borbón-Busset, normalmente conocido como Carlos Hugo de Borbón, la evolución del carlismo se hizo más bestia. En 1962, Carlos Hugo trabajó de incógnito en una mina española, para así experimentar en piel propia la vida del obrero. Su perfil tirando a progre habría de intensificarse tras su matrimonio con Irene Emma Elisabeth van Oranje-Nassau van Lippe-Biesterfeld, hija de la reina Juliana de los Países Bajos. La familia real holandesa no es que fuesen progres de cojones (como bien saben los indonesios); pero, hombre, más que Franco, eso sí. Carlos Hugo se convirtió en una especie de socialdemócrata avant la lettre, como los peperos de hoy en día, derivando el carlismo hacia una ideología europea y del siglo XX.

Carlos Hugo tenía sin embargo un hermano, Sixto Enrique Hugo Francisco Javier de Borbón-Parma y Borbón-Busset, que estaba (está) hecho de otra madera. Sixto siempre tuvo simpatías por el tradicionalismo puro y duro, lo que desde muy joven lo acercó a los movimientos de extrema derecha europeos. Sixto se convirtió en el líder de los carlistas, por ello conocidos como sixtinos, que consideran que el carlismo debe permanecer fiel a sus coordenadas de siempre: Dios, Patria, Fueros, Rey (pero no cualquier rey, ni tampoco Rey la de Star Wars).

Sixto tenía 35 años en 1976. Era un joven fogoso, poco estudioso (no había terminado Derecho) que se había apuntado con nombre supuesto en la legión española (para eludir el servicio militar en Francia). En Portugal, sobre todo, hizo muchos contactos en el mundo de la ultraderecha. El movimiento carlista oficial lo había expulsado ya en mayo de 1976.

El 18 de marzo, Carlos Hugo de Borbón llegó a Barajas, esperando entrar en España. Probablemente consideraba que no tendría problemas, pues ya había estado otras veces e incluso (1962) había sido recibido por Franco. Sin embargo, en 1968 había sido expulsado por el ministro del Interior, Camilo Alonso Vega; y, aunque como digo quizás él no lo esperaba, aparentemente los motivos para echarlo seguían ahí, porque no lo dejaron entrar.

Dos días antes de la tradicional celebración del Via Crucis, Sixto de Borbón apareció en Estella, rodeado de tíos muy altos y con gafas oscuras. Subió a la cumbre de Montejurra, y allí se alojó, junto a sus guardaespaldas, en el Hostal Irache. Todos ellos cercanamente vigilados por la Guardia Civil.

Era gobernador civil de Navarra uno de los pesos pesados del último franquismo, Gonzalo Fernández de la Mora, quien sería uno de los fundadores de Alianza Popular, de casada Partido Popular. Según muchas interpretaciones que surgieron sobre todo en los días posteriores a los sucesos, De la Mora quería que Montejurra se convirtiese en la afirmación del carlismo sixtino, es decir, la destrucción de la ideología socialistoide que preconizaba Charles Hugh. En Pamplona, diversos grafiteros habían escrito en las paredes Montejurra, rojos no; y la policía no había hecho sino mirar. Los tradicionalistas repartían libremente panfletos en el lugar de la celebración. Esta presencia tradicionalista contaba con el apoyo de Unión Nacional Española, la asociación política fundada por De la Mora; del periódico El Alcázar, órgano de la Hermandad de Ex-Combatientes; y de los Guerrilleros de Cristo Rey. Pero hay más: por Montejurra fue visto Augusto Cauchi, implicado en el atentado de ultraderecha del tren de Bolonia; y el sangriento Stefano della Chiae, autor de un atentado en un banco de Milán.

Carlos Hugo e Irene habían conseguido burlar a Franco, o tal vez habían pactado con él, porque el caso es que consiguieron estar también en la cumbre de Montejurra, en el monasterio de Irache. Los carlistas comienzan a ascender hasta allí. Lo hacen físicamente divididos, carlistas por un lado, tradicionalistas por otro. Pero el camino no es una autovía. Los enemigos políticos están a tiro de lapo unos de otros. Así pues, conforme van subiendo, se van insultando cada vez con más enjundia.

Un grupo de jóvenes grita: “¡Viva Cristo Rey!” Una joven que está cerca de ellos les increpa. Ellos, por toda respuesta, le recetan unas cuantas hostias. Al mismo tiempo, un grupo de carlistas huguistas ha conseguido abrir una furgoneta aparcada en el camino y descubre que está llena de números de El Alcázar. Los sacan al piso, y los queman.

Arriba, casi en la cumbre, los peregrinos se encuentran algo inesperado: hombres armados. Hombres que, de forma coordinada y con total frialdad, comienzan a disparar. Los disparos matan a Ricardo García Pellejero, de 20 años, obrero de una empresa de curtidos de Estella, y que se dice que era miembro del Movimiento Comunista, algo que a mí siempre me ha costado creer. Por lo demás, comienzan los enfrentamientos. En diversos lugares hay peleas a garrotazos. En uno de ellos José Luis Martín García Verde, que era un comandante de infantería retirado, muy conocido por sus ideas derechistas, saca una pipa y dispara a corta distancia contra Aniano Jiménez Santos, un santanderino que era miembro de la Hermandad de Obreros de Acción Católica.

Martín García Verde se entregó y fue detenido; meses más tarde salió bajo fianza. Se cursó orden de busca y captura contra Sixto de Borbón, pero salió de España sin problemas.

El Alcázar, como hemos visto boletín oficial del sixtismo, editorializó tras los sucesos echándole la culpa de todo a los huguistas. Los acusó de utilizar la “infamante ikurriña separatista, que llenó de dolor a las entrañables provincias vascas”. Afirmó que los que la llevaron en Montejurra fueron “renegados del carlismo y comandos de ETA, únicos responsables de la sangre vertida en la sagrada montaña de la Tradición”. The Guardian, al mismo tiempo, publicaba en Londres que en la montaña de Montejurra estuvieron miembros de la Triple A (organización neofascista), del Ordine Nuovo italiano, y de la PIDE, es decir la desaparecida policía secreta del Portugal salazarista.

El 17 de mayo, se informa de que un control policial en Biarritz ha inmovilizado a un grupo de cuatro activistas de ultraderecha, aunque no se facilitan sus filiaciones (tan sólo se informa de uno de ellos es una mujer). El 27, en un hecho que tendrá su importancia, cinco personas penetran en el polvorín de Reigosa, en Pontevedra, y roban diversas armas y explosivos. Los ladrones no llegaron a ser identificados; sólo se supo de ellos que hablaban gallego o portugués.

El ministro del Interior, Manuel Fraga, se ve obligado a tomar decisiones irritantes para las clases más conservadoras. El 20 de mayo, los ex combatientes de la guerra civil (de un bando) prevén la celebración de una marcha en Madrid, con fin en la plaza de Oriente; pero el Ministerio decide prohibirla. En ese momento, lo que se tiene es un gran temor a que se pueda reproducir un Montejurra. José Antonio Girón, firmante de la petición de convocatoria, asume disciplinadamente la prohibición. El acto se limitó a un encuentro de varios miles de personas en Cuelgamuros.

A finales de mayo, los familiares de José Bernardo Bidaola, miembro de ETA Militar, denuncian su desaparición en un juzgado de Pamplona. El día 29 del mes, una patrulla de la gendarmería francesa encuentra su cadáver en Mauleon. Según la reconstrucción de los hechos, Bidaola estaba entre los etarras que tuvieron un encuentro no muy amistoso con la Guardia Civil el 25 de abril. Habría resultado herido, tras lo cual habría trastabillado hasta Francia. El hecho de que tuviese una herida mortal de necesidad en la cabeza hizo pensar que había acabado con su vida cuando lo vio todo perdido. En el tiroteo habrían participado cuatro etarras, de los cuales uno, Ignacio Hernández Losa, fue detenido. A los otros dos les vieron huir llevándose a rastras a Bidaola.

Ya en junio, el día 9, Luis Carlos Albo Llamosas, jefe local del Movimiento en Basauri, abogado de profesión y de 50 años de edad, resulta muerto tras ser tiroteado desde un coche por tres individuos. Nueve días después, ETA reivindica el atentado, anunciando que lo que le ha pasado a Albo le pasará a todos los que “se opongan a que nuestro pueblo pueda decidir libremente su destino nacional”.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario