lunes, septiembre 08, 2025

1976 (6) El 18 de julio más difícil


 

Muerta la momia, aquí no ha cambiadonada
El problema francés
Vitoria
En abril, muertos mil
Montejurra
El 18 de julio más difícil
Caza mayor
Esta vez, te vas a pelear con tu puta madre
La hora del dolor



En ese momento procesal, sin embargo, el terrorismo de ETA no es el único problema del País Vasco. El entonces llamado, sinceramente no sé por qué razón, “terrorismo blanco” (qué manía de estar todo el puto día tratando como de convencer de que hay terrorismos buenos y malos), está enormemente presente aquel verano. Son frecuentes los ataques a establecimientos propiedad de personas conocidas por sus convicciones nacionalistas. En los seis primeros meses de 1976, han sido más de cincuenta acciones. Y la cosa es que nadie resulta detenido.

La Voz de España, entonces un periódico muy influyente en San Sebastián, publica un reportaje en el que explica que en el país vasco-francés hay cazadores de recompensas que llegan a cobrar hasta diez millones de pesetas por cada abertzale “cazado”. Que los etarras están nerviosos con esto lo demuestra un suceso tonto, en el cual un grupo de protección, dedicado por lo tanto a proteger a activistas etarras en Francia, ve en San Juan de Luz a un honrado bretón haciendo fotos, decide que está fotografiando etarras, y le dan una paliza. El hombre se llamaba Joseph Scavennec y, en el tumulto que se forma, los gendarmes, cuando llegan, detienen al ínclito Tomás Pérez Revilla, Tomasón, el del destornillador.

El 7 de junio, Carlos García Soler, al que recordaréis huyendo de la prisión de Segovia, y siete miembros de ETA, se fugan de la isla de Yeu. Las cosas como son, allí los “refugiados políticos” españoles vivían una prisión que les envidiaría hasta Paulie Cicero, así que, más que escapar, simplemente se hartaron y se fueron. La policía francesa sólo recuperó a uno de los huidos (Pedro Erono); pero lo mismo es que tampoco los buscó mucho. Tal vez, como buenos franceses, tenían la sensación de que no tenían nada que ganar en ello.

Llegamos al mes de julio. El día 2 de dicho mes, para sorpresa de absolutamente nadie, dimite Carlos Arias. Las cosas como son, este cargo intermedio del franquismo, a quien la reconversión de España en una democracia europea le venía mucho más que grande, una especie de Úrsula von den Mierden con soplillos, estaba condenado desde que Arnaud de Borchgrave, uno de los periodistas extranjeros mejor informados de la España post franquista, había publicado en Newsweek la opinión que tenía el Borbón de su primer ministro; filtración en la que lo más probable es que no hubiese intermediarios, no sé si me explico.

Lo que nadie esperaba (aunque en los próximos treinta años serán muchos los que contarán que estaban en el secreto) es el anuncio, el día 5, de que el sucesor al extraño Carlos Arias era el no menos extraño Adolfo Suárez. Falangista abulense con muy pocas cruces de hierro en la pechera, Suárez, dicen las malas lenguas, había empezado su carrera política veraneando cerca del almirante Luis Carrero Blanco y animando a su hijo a que se cruzase con la bici, como si tal cosa, cuando el almirante salía de su finca con el coche oficial; de esta manera, se hacía el encontradizo y comenzaba a fijarse en las pupilas del señor que, hasta que a la ETA le dio la gana, iba a heredar el franquismo. Sobre la elección de Suárez hay muchas teorías, alguna peripatéricas y otras muchas creíbles. Lo que a mí me parece claro es que hizo una labor aseada durante su misión como ministro secretario general del Movimiento; que siempre tuvo mucha química con Juan Carlos de Borbón; y que, evidentemente, tuvo que convencer a una parte del falangismo oficial de que Antonio Osorio, su gran contrincante à mon avis, era un Carlos Arias con pañuelo de seda en el bolsillo del terno. Y yo creo que acertaba. Osorio era de esas personas que sabía hacer dinero casi con cualquier cosa; pero los dificilísimos sudokus políticos que se le iban a presentar entre aquel día y la victoria del PSOE en 1982, no los habría sabido gestionar. Suárez, en cambio, era maniobrero, conocía los resortes del poder; y, además, era más o menos de la quinta de Felipe González, su teórica némesis.

A Suárez, además, no le tiembla la mano. En su primer gobierno no están ni Fraga, ni Areilza ni Antonio Garrigues. A tomar por culo, pues, la generación que quería mandar en la España post franquista, aconsejando, desde su provecta sabiduría, a un rey bisoño. En la primera ocasión que encuentre, colocará a Manuel Gutiérrez Mellado al frente del ejército; otra señal de que la receta continuista no le sirve.

Siempre nos quedará para la discusión, eso sí, su elección para el ministerio de la Gobernación: Rodolfo Martín Villa. Ambos habían compartido escaño en el gobierno anterior y se conocían bien. Sin embargo, yo no tengo nada claro que la elección fuese la correcta. El mejor ministro del Interior de la UCD fue, de largo, Juan José Rosón. Y quizás llegó al cargo demasiado tarde. Que Martín Villa era eficiente no lo negaré; pero siempre me pareció carente de esa capacidad de penetrar en los temas más que la media que yo creo que hay que buscar en un ministro del Interior. Aunque, las cosas como son, en el momento presente llevamos ya una lista tan larga de ministros del Interior, ora de los hunos, ora de los hotros, que muestran una absoluta carencia de visión de túnel, que ya nos hemos acostumbrado.

Suárez, por lo demás, confía una misión muy delicada a un hombre hoy desconocido para casi todo el mundo: Andrés Reguera Guajardo. El último ministro de Información y Turismo fue el encargado de pilotar la más amplia apertura de la libertad de expresión de la Historia reciente de España; apertura que afectó, entre otras cosas, a la construcción de la llamada cultura del destape; es decir, la creación fílmica basada en la presencia de desnudos femeninos, que tanta falta le hacían a aquel españolito básicamente reprimido. Es lo que también se conoció como landismo, en referencia a Alfredo Landa, uno de los principales actores de esas películas en las que españoles bajitos, feos y peludos perseguían a suecas de medidas perfectas por las playas del Levante español.

El 7 de julio de 1976, como cualquier otro año, fueron los sanfermines. En éstos, el deporte nacional no fue correr delante de los toros, sino quemar banderas de España. En una de las corridas (de toros), un espontáneo se lanza a la arena con la palabra AMNISTÍA bordada en su muleta. Digo yo que si hubiera sido más listo habría llevado una capa, que abulta más.

A las 9 del día 9, viernes, se celebra una asamblea en Santurce. El pueblo está en todo lo gordo de la fiesta de la Sardina; el personal va de taberna en taberna comprometiendo los hígados. Según la versión oficial, al final de la asamblea hay una marcha con banderas rojas. Aparecen dos jeep de la policía, cuyos miembros cargan contra los manifestantes. Detienen a cuatro personas.

La gente se cosca de que hay dos tipos de paisano que estaban en la marcha y que han ayudado a los policías. Cuando los uniformados se van, algunos empiezan a buscarlos y a perseguirlos. Efectivamente, eran guardias civiles y, cuando se ven acosados, disparan al aire sus armas reglamentarias. En el suceso resulta muerta una vasca voladora, Begoña Menchaca, de 46 años, ama de casa. Dos hombres más, también provistos de alas y huesos huecos, resultan heridos.

Pronto queda claro que ni Begoña Menchaca ni los dos heridos estaban participando en la movida. Los disparos, pues, fueron al tuntún o, más bien, al pampán. La región vive una huelga general en protesta por estos hechos.

El día 11, en medio de diversas manifestaciones en favor de la amnistía, es detenido en Madrid el economista Ramón Tamames, muy conocido por su militancia comunista; aunque es liberado enseguida. Pocas jornadas antes del 18 de julio, el gobierno decreta que deja de ser la conmemoración oficial del Alzamiento Nacional. La “celebración”, sin embargo, se producirá. De forma cronométrica y claramente coreografiada, en varios puntos de España se producen explosiones. Los objetivos son edificios oficiales, sedes sindicales y algunos monumentos, como el levantado a la memoria de Onésimo Redondo en Labajos, Ávila. Hubo siete heridos.

Los más abracadabrante de esa campaña de explosiones es que se ha producido en edificios oficiales de Madrid, de Barcelona, de Sevilla; y en todos, los autores de los atentados han podido entrar como Pedro por su casa. En algunos sitios (El Ferrol, de casada Ferrol; Vigo o Sevilla) aparecen octavillas de un tal Grupo Revolucionario Antifascista Primero de Octubre, GRAPO. Las siglas serán bien conocidas pronto. Algunos medios de comunicación publican que la policía duda de la autenticidad de esa identidad. Eso sí, están casi convencidos de que el material usado proviene del asalto al polvorín pontevedrés semanas atrás.

Hasta ese momento, las explosiones sólo han causado heridos. Pero pronto la situación va a cambiar.

En la madrugada del 18 de julio ya se habían producido diversas explosiones; la policía estaba alerta. En un puesto que tenía entonces la Guardia Civil en el puente de Segovia de Madrid, se observa a tres individuos que van caminando cerca de la tapia del local. Al parecer, se les da el alto, a lo que responden con la huida. Entonces la Guardia Civil dispara y los persigue. En un descampado cercano encuentran a Carlos Hernández Expósito, de 29 años, desangrándose. Ingresa cadáver en el hospital. La nota policial oficial lo moteja de maleante habitual.

El padre del chico protestó vivamente por esa calificación. Según él, los únicos antecedentes que tenía su hijo eran de nueve años atrás, y se referían al delito, a punto de fenecer en esos tiempos además, de inmoralidad pública.

El suceso tiene otro elemento todavía más sospechoso. La versión policial ha sostenido desde el primer momento que los tres individuos habían salido huyendo. Pero resulta que a Carlos Hernández lo acababan de operar de una fístula en una pierna, secuela de un pasado accidente de moto que no le dejaba caminar bien. Así pues no podía haber salido corriendo.

El 24 de julio, la Dirección General de Seguridad publica una nota en la que dice que está en condiciones de informar de que las explosiones ocurridas en Madrid, Labajos, Valdepeñas, Bilbao, Baracaldo, Barcelona, El Ferrol y Vigo, y que han sido reivindicadas por el Grupo Revolucionario Antifascista Primero de Octubre, han sido realizadas “por miembros del Partido Comunista Español (reconstituido), habiéndose detenido a algunos miembros del mismo que han confesado (…) Este mismo grupo subversivo realizó el robo de explosivos en La Reigosa (Pontevedra) (…) y son, probablemente, los autores de los asesinatos realizados el 1 de octubre del año pasado en las personas de cuatro miembros de la Policía Armada”. En total, los detenidos en Bilbao, Sevilla y Madrid, son 21. Emilio Rodríguez Román, reciente director general de Seguridad, los da por desarticulados.

Esto es lo que dice la policía. Pero resulta que aquella España de 1976 era una España con separación de poderes. El juez de Orden Público, que hay que recordar que no es cualquier juez sino el titular de un tribunal especial para esos casos, al estudiar la documentación que le entrega la policía, decreta la libertad inmediata de siete de los detenidos. Además, el PCE (r), a quien todos daban por amortizado, resulta que no lo está tanto; muestra, de hecho, una capacidad de auto rehabilitación que siempre ha intrigado mucho a historiadores y observadores.

Días después, el soldador Fausto Peña Moreno, de 39 años, y José López Ragel, de 29, caminan por los jardines de Murillo de Sevilla. Su destino probable era la Audiencia, a la que le llevaban de regalo un artefacto explosivo. Pero la bomba no está bien fabricada, y decide explotar antes de tiempo. Ambos terroristas mueren reventados.

En casa de Peña Moreno, la policía encuentra (o dice que encuentra) panfletos del PCE (r). Por cierto, que en aquel suceso se produjo un caso de pillería periodística. Un fotógrafo de El Correo de Andalucía consiguió fotografiar los cadáveres, que estaban reventados y uno de ellos incluso parcialmente mutilado. El juez de instrucción, que se enteró, le echó una bronca de cojones, y le conminó a entregar los negativos. El fotógrafo lo hizo pero, aparentemente, se quedó con copias, porque las fotos se publicaron al día siguiente en el periódico. Los jueces con los periodistas son como cualquier persona con un francés: no sé qué pasa, que nunca aprenden.

El 31 de julio, rosario de explosiones en Barcelona, Bilbao, Pontevedra y Sevilla. Los terroristas, incluso, tienen, sin querer, todo un gesto de humor: el vehículo SEAT 127 que roban en Bilbao para transportar las bombas resulta ser propiedad de un miembro de la Guardia de Franco.

Las bombas, con mucha probabilidad, fueron la consecuencia inmediata del anuncio que hizo el gobierno, coincidiendo con el 18 de julio, en el sentido de que la amnistía estaba muy cerca. Lo que nunca ha quedado claro, o por lo menos a mí no me lo parece, era la intencionalidad de las mismas. Pero, claro, es que yo nunca he entendido muy bien de qué iba ese constructo que llamamos Partido Comunista de España (reconstituido).

En Galicia, hace muchos años, hubo una curiosa sentencia por la cual se le prohibió a un empresario vender bollos con agujero bajo la marca Donos. El tal emprendedor, yo creo, era un tipo listo que sabía que, en más de dos tercios de Galicia, la gente no dice Donuts; ni siquiera dice Donus: dice Donos. Jugaba claramente con la confusión, de modo y forma que, cuando alguien entrase en una tienda y le dijese al tendero “dame unos donos”, el dependiente le diese los suyos y no los Donuts auténticos. La cercanía de los diseños de merchandising, y la pequeña diferencia de precio, haría el resto. El juez, en aquella sentencia, asumió el criterio presentado por los dueños de la marca Donuts en el sentido de que, en Galicia, Donuts y Donos son prácticamente lo mismo.

Os cuento esto porque yo siempre he tenido la sensación de que el PCE (r) fue un grupo terrorista que le vino como picha en culo, que se decía en mis tiempos colegiales, a las vertientes del gobierno que no querían saber nada con los comunistas. Una formación que ponía bombas bajo las mismas siglas que el partido de Santiago Carrillo, tan sólo con una pequeña letra r (siempre minúscula) entre paréntesis, era perfecta para darle patadas en las canillas a uno de los proyectos más difíciles que el gobierno Suárez tenía por delante, que era normalizar la presencia de los comunistas en el nuevo régimen democrático. Las dudas que surgieron después, y ya no han desaparecido del todo, en torno al GRAPO, no vienen sino a confirmar estas sospechas.

El mes de julio, en todo caso, concluirá con otro secuestro sonado.

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