jueves, septiembre 04, 2025

1976 (4) En abril, muertos mil


 

Muerta la momia, aquí no ha cambiadonada
El problema francés
Vitoria
En abril, muertos mil
Montejurra
El 18 de julio más difícil
Caza mayor
Esta vez, te vas a pelear con tu puta madre
La hora del dolor


Como era de esperar, los sucesos de Vitoria provocan una ola de solidaridad dentro y fuera de la ciudad, dentro y fuera del País Vasco. Por primera vez un organismo en el fondo todavía franquista, la Diputación alavesa, se enfrenta al Gobierno Civil. Pero es que la nota de éste no hay por dónde cogerla. Os la reproduzco:

Las Fuerzas de Orden Público han hecho uso de todas las medidas disuasorias para reducir y disolver a los manifestantes, sirviéndose para ello de la utilización de botes de humo, gases lacrimógenos y balas de goma. En varias ocasiones, esta actuación represiva resultó insuficiente, dada la crudeza de los ataques de que eran objeto los agentes de la autoridad, por lo que se vieron obligados a efectuar disparos al aire. Como los grupos tumultuarios persistieran en su hostilidad, acorralando sucesivas veces a algunos de los agentes de las Fuerzas del Orden, éstos se vieron obligados a defenderse con otros disparos.

Como resultado de estos enfrentamientos se han registrado dos muertos y más de treinta heridos, cuyas vidas, en principio, no ofrecen peligro [Castilla, Barroso y Pereda fallecerían días después], entre los manifestantes; y varios heridos leves y uno gravemente herido como consecuencia de un ataque por bomba de mano [cóctel Molotov, en realidad], contra los agentes del orden.

El ayuntamiento de la ciudad deploró en público los medios represivos utilizados. En otras palabras, pues, gobierno local y provincial dejaron solo al gobierno civil con el marrón.

Francisco Peralta y Ballabriga, obispo de Vitoria, incluye el término homicidio en su homilía para el funeral de los muertos. El gobierno censura dicha homilía que, por lo tanto, no pudo ser recensionada por la prensa. El diario ABC editorializa el día 4 explicando que los sucesos de Vitoria fueron organizados por “los grupos clandestinos de siempre”; y que buscaban la murga.

Por allí aparecen, días después, los ministros Fraga y Martín Villa. Algunos de los familiares de los muertos y de los heridos, a los que visitan en el hospital, los motejan de hijos de puta en su puta cara.

Las consecuencias de los hechos de Vitoria son especialmente graves en el País Vasco, donde se estima que dos tercios de los trabajadores están en huelga en algún momento de aquel mes de marzo. En Basauri, la guardia civil se enfrenta con una marcha de protesta; cae herido un hombre de 18 años, Vicente Antonio Ferrero; fallecerá horas después en el hospital. En su entierro se congregan unas 40.000 personas, en una misa que concelebran 15 sacerdotes, que ofician en español y en vasco. Tras el funeral es detenido Jesús Fernández Naves, ex jesuita y uno de los principales organizadores de las huelgas alavesas.

El 5 de marzo, en Tarragona, los trabajadores de la refinería organizan una marcha de protesta por los sucesos de Vitoria, desde la refinería hasta la ciudad. La policía les está esperando en los accesos a la ciudad, y carga. Algunos de los manifestantes rompen el cerco y llegan hasta la rambla de la ciudad. Los policías los persiguen. Uno de estos manifestantes es Juan Gabriel Rodrigo Knajo, de 19 años. Juan Gabriel se refugia en el número 7 de la calle Landa. Como entonces no había porteros automáticos, casi todos los portales estaban abiertos. Rodrigo tira por las escaleras hasta llegar a la azotea.

Minutos después, se estampa contra la calle.

Juan Gabriel se “tiró” a primera hora de la tarde, y falleció en el hospital la siguiente madrugada. Pero la noticia no se hizo pública hasta las ocho de la tarde del día siguiente; y lo es en una nota oficial auténticamente delirante en la que, entre otras cosas, se dice que el muerto no llevaba ropa interior.

En un mes tan complicado, la ultraderecha no podía estarse quieta. En el teatro Valle Inclán de Madrid se representa una obra de corte moderno y experimental. Uno de esos típicos truños que nos tragábamos entonces por ver de pillar cacho con la típica compañera de clase con gustos culturales. Un grupo de militantes de ultraderecha penetra en el local en plena representación, lanza bombas lacrimógenas, lanza unas octavillas en las que apela a los actores de “hijos de Stalin y de la Pasionaria”, y se larga a toda hostia.

Y luego está lo de José Antonio Martínez Soler; algo que creo que él todavía está en condiciones de contar por sí solo. Martínez Soler tenía 29 años en 1976, pero ya era director de una publicación. Se trata de la publicación económica Doblón que, a pesar de ser económica, era bastante polémica por la frecuencia con la que publicaba reportajes sobre la mala actuación económica de los poderes públicos. Recuerdo, por ejemplo, una portada que se metía con un tal Valero, que creo que era director general de la Campsa; portada que, con bastante retranca de la que siempre ha ido sobrado Martínez Soler, se titulaba Valero tira el dinero; y que parece ser que les dio bastantes problemas.

Aquel marzo de 1976, Doblón se había metido con la Guardia Civil. Días después de salir la revista a los quioscos, cinco personas con pasamontañas y metralletas interceptaron a Soler cuando salía de su domicilio. Lo maniataron y lo llevaron cerca de Guadarrama, donde le agredieron e insultaron, además de cegarlo con un aerosol. Le aseguraron que si no abandonaba el país con su familia, lo matarían.

Aunque el asunto provocó la natural ola de protesta y solidaridad de la profesión periodística (porque eran tiempos en los que todos los periodistas reaccionaban cuando uno de ellos era molestado), los agresores nunca han sido identificados, a menos que yo sepa. Martínez-Soler, por su parte, aceptó una beca en Estados Unidos, y se quitó de en medio. Días después, un importante semanario de la época, Cambio 16, recibió un paquete-bomba, que no llegó a estallar.

El 14 de marzo, ETA asesina a un taxista de 53 años, Manuel Albizu Idiáquez. Aparece muerto dentro de su propio vehículo, en Guetaira. Una semana más tarde, mientras regresaba de la fábrica donde es gerente a su casa de San Sebastián, es secuestrado Ángel Berazadi. La misma semana que se produce el secuestro, en Portugalete, un comando de ETA trata de asesinar a un miembro de los Guerrilleros de Cristo Rey, pero no lo consigue.

Habrá, sin embargo, una tercera víctima del terrorismo vasco en aquel mes. Más o menos a las ocho de la mañana del día 30, cuando se desplazaba hacia el taller de tornillería donde trabajaba, Julián Soria Blasco es interceptado por unos hombres que le disparan a gusto: ocho impactos de bala. Tenía 46 años de edad. Las crónicas del suceso se extrañaban del atentado pues, se decía, Soria era un hombre afable que no se metía con nadie. Eso sí, se señala que “en ocasiones, intimaba con miembros de la Guardia Civil”.

La escalada de atentados del mes de marzo le sirvió a Manuel Fraga para poner un poco más contra las cuerdas al ministro francés Poniatowsky, aunque todo ello, obviamente, en la medida en que se puede poner contra las cuerdas a un macroneador profesional. Le arranca finalmente el traslado de algunos terroristas vascos, que en el lenguaje de la época solían llamarse “refugiados” porque Francia, ya sabéis, quería guardar las esencias de que todo hombre amigo de la libertad tenía asiento en su suelo, a la isla de Yeu. Pero, vamos, que la vigilancia en dicha isla tampoco era como para tirar cohetes (alguno de los inquilinos se escaparía); y, en realidad, cuando se reforzó en aquellos meses, no fue tanto porque los franceses temiesen que los vascos fuesen a huir; como que apareciesen por ahí ultraderechistas a darles de hostias, o asesinarlos.

Ciertamente, hay datos para la preocupación. Aquel mismo mes de marzo, Tomás Pérez Revilla, también conocido como Tomasón; su mujer, Felisa Zubiñaga, y el hijo de ambos, fueron víctimas de un ametrallamiento por parte de lo que la Prensa española consideró “incontrolados”, aunque en realidad eran miembros del Batallón Vasco Español o BVE, quienes portaban unas metralletas probablemente facilitadas por la policía española. Tomasón Pérez Revilla era un personaje bastante siniestro, de quien se dice que se jactó delante de infiltrados en ETA de haber matado a tres jóvenes gallegos residentes en Irún que desaparecieron sin dejar rastro en 1975 (Humberto Fouz, Fernando Quiroga y Jorge García); a los que, según su relato, habría arrancado los ojos con un destornillador. Siempre estuvo en el punto de mira del antiterrorismo violento y, de hecho, en 1984 fue asesinado por una moto-bomba colocada por los GAL.

El mes de abril de aquel año tan movidito se abrió con una noticia de película: el 5 del mes, se produjo una evasión colectiva en la cárcel de Segovia. Hasta 29 internos, todos ellos de carácter político, se evadieron del centro. En realidad, habían aprendido del error, al que yo creo que se juntó cierta imbecilidad. Efectivamente, ya en el verano de 1975 había habido un intento de fuga, en el que se cavó un túnel que, como digo de forma inexplicable para mí, seguía ahí en abril de 1976, esperando a ser reutilizado. En 1975, Tras lograr acceder a un retrete que estaba tapiado, los presos pasaron cuatro meses abriendo un túnel debajo de dicho retrete. Excavaron un túnel de 25 metros. Incluso tenían prevista la fuga en el exterior, donde les esperaría un comando compuesto por Iñaki Múgica Arregui, famoso sobre todo por ser de la partida del asesinato de Carrero Blanco, Félix Eguía, e Iñaki Pérez Beotegui Wilson, que les facilitaría documentación falsa. Hubo, sin embargo, una filtración, y el tema quedó en nada. Es decir: no fueron pillados porque estuviesen excavando; lo cual, obviamente, fue un acicate para repetir la operación. Lo único que tuvieron que hacer fue levantar otro retrete y excavar hasta llegar al túnel.

Los fugados sumaban 1.500 años de condena. Casi todos eran de ETA. Fuera les esperaba un camión de gran tonelaje, que la mayoría alcanzó. Los fugados, por querencia etarra y también para despistar a la policía, desechan la idea más racional, que es huir hacia Portugal, y marchan hacia los Pirineos. Buena parte de ellos llegan a Navarra. Allí, sin embargo, las condiciones meteorológicas, con mucha niebla, hacen difícil la orientación en la frontera, sobre todo para quienes no están acostumbrados a triscar por los montes. Los montes navarros, además, están tomados por la policía española, que va recopilando a los huidos, uno a uno, con la excepción de sólo cuatro de ellos. Enrique Gelosaga y Carmelo Garitoandía son detenidos, hambrientos y desesperados, muy cerca de la frontera que, sin embargo, no han conseguido ubicar. El día 6, Manuel Isasi Iturrioz es localizado en plena noche y se produce un tiroteo en el que resulta herido. Unas horas más tarde, ya de día, quien muere es Oriol Solé Sugrañes, en el monte Lapiruchi, a tiro de lapo del paso de Roncesvalles. Oriol Solé era un militante anarquista muy amigo del tristemente célebre Salvador Puig Antich.

Los que han pasado a Francia son: Koldo Aizpurua, Mikel Lascurain, Jesús María Muñoa y Carles García Solé). García Solé, entonces, era miembro del Front d'Alliberament Català o FAC, y parece que terminó siendo el mamporrero de los contactos entre Josep Lluis Carod Rovira y Arnaldo Otegi.

Estrictamente contemporáneos de estos hechos son otros no menos sorprendentes. El 4 de abril, domingo, a la taurina hora de las cinco de la tarde, el puesto fronterizo de Hendaya parece el metro de Sol un viernes por la tarde. En aquel entonces, los españolitos de a pie cruzaban, sobre todo los fines de semana, al sur de Francia, porque allí los cines proyectaban películas guarras que en España estaban prohibidas por la Iglesia, el decoro y la legislación. El gran clásico era El último tanto en París, película que a un visionador que hoy tenga veinte años le podrá parecer hasta inocente, pero que en su tiempo derramó más semen que agua la Fontana di Trevi en un mes.

Dos hombres pasan por el puesto fronterizo. Se llaman José Luis Martínez y Jesús María González. Así, a simple vista, son dos salidillos más. En su caso, sin embargo, hay un factor diferenciador: ambos son policías. Cruzan el puente y pasan a Francia. Y ya no se les vuelve a ver. El lunes por la mañana, cuando debían incorporarse a sus destinos en San Sebastián, no se presentan.

El hecho, bien visible, de que la policía francesa se pone a buscarlos por tierra, mar y aire (llegaron a utilizar tres helicópteros) dispara la rumorología. El propio gobierno español alimenta la idea de que han sido capturados por ETA. Se dice que estaban en misión; otros que no, que simplemente iban, como todo el mundo, a sobar el mástil de la bandera observando a María Schneider. Las investigaciones apuntan pronto a que, muy probablemente, ambos jóvenes, que eran policías bastante poco experimentados, estaban espoteados desde San Sebastián. Su destino, más que probable, fue muy parecido al de los gallegos que presuntamente cayeron en manos de Tomás Pérez Revilla.

Por si el mes ya no estaba quedando asquerosito, aparece el cadáver de Ángel Berazadi con un tiro en la nuca.

Eran las tres de la madrugada del día 7, cuando en el punto kilométrico 67 de la carretera comarcal 6.324, que va de Elgoibar a Azcoitia, a unos dos kilómetros de la primera de estas poblaciones, se encontró el cuerpo de Ángel Berazadi Urbe. Lo encontraron dos novios que se habían ido a las afueras a hacer guarreridas euskaldunas. El cadáver estaba cegado con unas gafas de soldador a las que le habían puesto cinta negra y presentaba señales en las muñecas.

Berazadi era de Zarauz, y el día que ETA lo reventó tenía 58 años casi recién cumplidos. Era un hombre completamente hecho a sí mismo. Hijo de una familia humilde, se empleó de jefe de negociado en una empresa llamada Estarta y Ecenarro en Elgoibar. Se enamoró de la hija del jefe y se casó con ella. Tras el matrimonio con María del Carmen Estarta, llegó a la dirección de la empresa, que con él al frente vivió una etapa de oro. Duplicó el empleo hasta las 1.000 personas, y focalizó la producción en la máquina-herramienta.

A las siete de la tarde del jueves 18 de marzo, un SEAT 127 robado interceptó al Mercedes de Berazadi, y sus ocupantes lo secuestraron. ETA reivindicó el atentado; y no sólo eso, sino que explicó que Berazadi había perdido la vida por no haber querido pagar la cantidad que le estipularon sus secuestradores. Su muerte, pues, trataba de ser un mensaje para los empresarios medianos y prósperos del País Vasco, para que pagasen.

La policía identificó como secuestradores a José Luis Echegaray Gastaerana, alias Mark; y Eduardo Moreno Bergareche, alias Pertur. Pidieron 200 millones de pesetas. Los yernos del secuestrado se desplazaron a San Juan de Luz para negociar la cantidad; movimiento al que reaccionó el Ministerio de la Gobernación prohibiendo esos contactos. El gobierno, además, impidió la salida de dinero por la frontera. José María Doria, uno de los yernos de Berazadi, se quejó muy amargamente de esta clausura. ETA, a partir de ahí, fue aceptando aplazamientos hasta que el 6 de abril dio un ultimátum, que cumplió.

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