miércoles, julio 14, 2021

La Guerra de las Rosas (5): Ricardo llega a la cima, pero se da una hostia

 Un rey con dos coronas, y su pastelera señora

La puerta que abrió Jack Cade para Ricardo de York
El yorkismo se quita poco a poco la careta
Los Percy y los Neville
Ricardo llega a la cima, pero se da una hostia
St. Albans brawl
El nuevo orden
Si vis pax, para bellum
Zasca lancastriano
La Larga Marcha de los York/Neville
Northhampton
Auge y caída del duque de York
El momento de Eduardo de las Marcas
El desastre de Towton y los reyes PNV
El sudoku septentrional
El eterno problema del Norte
El fin de la causa lancastriana
La paz efímera
A walk on the wild side
El campo de la cota abandonada
Los viejos enemigos se mandan emoticonos con besitos
El regreso del Emérito, y el del neo-Emérito
Rey versus Rey
The Bloody Meadow y la Larga Marcha Kentish
El rey que vació Inglaterra
Iznogud logró ser califa en lugar del califa
La suerte está echada. O no.
Las últimas boqueadas  


En Heworth Moor, por lo tanto, un odio ancestral se mostró; un odio que en los tiempos siguientes no hizo sino retroalimentarse y crecer. El norte de Inglaterra se convirtió, en buena parte, en un extraño lugar patrullado por patotas de gentes armadas, partidarias ora de los Percy, ora de los Neville, que la liaban leoparda cada vez que se encontraban, además de cometer, siempre que podían, atentados contra las propiedades de quienes eran señalados por ser de la cuerda opuesta. El único actor lógico que podía parar eso era el propio Estado; pero el Estado tenía en su cabeza a un tipo que ni siquiera hablaba.

En octubre de 1453, ambas partes parecían decididas a resolver sus diferencias de una vez y para siempre. El 20 de aquel mes, ambos bandos estaban acampados con todas las fuerzas que pudieron encontrar. En Topcliff, North Riding, se encontraban los Percy. Allí estaban Northumberland, sus hijos Poynings y Egremont, y el primo de éstos, Lord Clifford. En Sandhutton, por su parte, acamparon sus reales Salisbury, Warwick, Tomás y Juan Neville, acompañados por su aliado Lord FitzHugh, el Scrope de Bolton.

Ambas formaciones no estaban distantes ni diez kilómetros.

Cuatro días después, el 24, el Consejo Real en Westminster decidió tragarse el orgullo e invitar a Ricardo de York a formar parte de sus sesiones. El gesto estaba directamente relacionado con la guerra entre los Percy y los Neville. En el consejo estaban Salisbury y Warwick, y ambos tenían que tener claro, a la vista de las fuerzas desplegadas en ambos campamentos, que sólo podrían contar con una victoria segura si Richi se les unía.

Seguramente Salisbury, el patriarca de los Neville en ese momento, pensaba que el "sí" de York sería prácticamente automático. El duque, al fin y al cabo, estaba casado con Cecilia, la hija menor del propio Salisbury, y estaba tenuemente implicado en toda la movida puesto que tenía posesiones en el Yorkshire meridional (que, por cierto, rara vez visitaba). Otro valor añadido con que contaban los Neville era que, en enero de 1453, dentro del constante flujo de gabelas para el favorito, Somerset se había garantizado el control de algunas fincas en Glamorgan que habían sido tradicionalmente de Warwick, por lo que éste estaba, también, enfrentado al archienemigo de York. Somerset hizo eso porque, de alguna manera, tenía que hacerlo. Tenía el problema de que había subido a la cumbre del poder civil, pero lo había hecho siendo un terrateniente más bien modesto; sus rentas venían a ser como veinte veces menos que las de York, por ejemplo. En esas circunstancias, tenía que dar codazos debajo de la canasta para recibir todos los rebotes posible. Sin embargo, calculó mal sus movimientos, puesto que acabó por despatrimonializar al enemigo equivocado: el conde de Warwick, que acabaría siendo conocido como the kingmaker, el fabricante de reyes.

En 1453, el año en que Somerset le introdujo la cucurbitácea por el orto, Warwick tenía 25 años. Y otra cosa que también tenía era una comprensión muy precisa de la situación personal y mental de Ricardo de York. Sus decepciones, y también sus aspiraciones. Por eso, los Neville, lejos de tranquilizarse merced a las admoniciones de su amigo como tal vez había soñado el gobierno inglés, lo que hicieron fue ofrecerle una alianza táctica: tú nos ayudas contra los Percy, y nosotros te ayudaremos contra Somerset y el actual equipo de gobierno.

Y así salió la jugada. York, una vez enterado de la minoridad forzosa del rey, se reclamó como la persona principal del país con capacidad de hablar y defecar por sí sola. En el seno del Consejo, esa reivindicación, lubricada ya por los Neville, prendió, y varios nobles se pasaron a su bando. Pocos días antes de Navidad, a Somerset lo subieron en la barca que llevaba a la Torre de Londres, y no precisamente de visita turística.

Somerset, sin embargo, era duro de roer. Como su sucesor Paco Walsingham algunas décadas más allá, tenía montada una auténtica red de espionaje con un enorme poder. En su día se dijo, por ejemplo, que, para evitar conspiraciones contra él, había hecho que sus terminales alquilasen la totalidad de las viviendas en las calles adyacentes de la Torre.

Para desánimo de los York-Neville, sin embargo, la caída de Somerset no supuso el colapso del partido real. Simplemente, el mando pasó a Marga, la reina. Precisamente el 13 de aquel octubre tan importante, la reina había dado a luz a un heredero, el príncipe Eduardo; y ahora tenía, pues, otro motivo para luchar además de su marido fundido. Para Margarita, la prioridad ahora era que York no fuese nombrado regente pues consideraba que, de ocurrir así, incluso la vida de su hijo corría peligro.

Como teniente del rey, York tenía la potestad de convocar el Parlamento, y eso hizo. Inmediatamente, las sesiones se convirtieron en un tuya-mía entre los partidarios de York y de la reina. El 14 de marzo, York obtuvo una victoria política cuando su viejo aliado, Devon, fue exonerado de los cargos de traición que todavía pesaban sobre él. Sin embargo, al día siguiente, Eduardo Jr. fue oficialmente proclamado Orejotas, es decir, príncipe de Gales. Este movimiento fue muy precipitado y vino causado por el hecho de que el Lord Canciller, el cardenal Juan Kemp, murió aquel mes de marzo. La reina, mediante una ley que ella misma había redactado, se habría abrogado el poder de nombrar uno nuevo; pero eso iba contra la costumbre, pues no era normal que el Consejo Real abordase ese tipo de nombramientos. A los lores esa intromisión en sus funciones no les gustó nada y se fueron a ver al rey para obtener su apoyo; pero, claro, el rey estaba más fundido que el Movistar en día de tormenta, y la visita no les sirvió de nada. Cuando se dieron cuenta de que el rey no estaba para nada, buscaron a York para que aceptase ser Lord Protector. Cinco días después, Salisbury era nombrado como nuevo Lord Canciller. York, por su parte, comenzó a retribuir el apoyo de los Neville e hizo que el Parlamento aprobase una ley con sanciones explícitas para todo aquel Guardián de la Marca que extendiese su poder militar hacia el sur de Yorkshire; una medida claramente diseñada contra los Percy.

Cuando los Percy supieron de esta ley, así como de diversas convocatorias que les llegaron para que compareciesen ante el Consejo Real, y no precisamente para tomarse unos huevos Kinder, entendieron de qué iba la movida. York había hecho al Parlamento decretar que todo aquél que, llamado ante el Consejo, no atendiese la sesión, sería embargado de sus bienes; sin embargo, los Percy en ningún momento pensaron en atender la convocatoria, ciertos como estaban de que, si pisaban Londres, ya no volverían a salir vivos. Además, habían encontrado nuevos apoyos en Henry Holland, el duque de Exeter, almirante de Inglaterra y condestable de la Torre. Lo que había unido a Holland con los Percies era que el duque también tenía un conflicto de propiedad de tierra con Cromwell, el ambicioso brasas para entonces amigado con York. El duque, además, aunque económicamente no era tan poderoso como York, se sentía con derecho a ser él el Lord Protector del país; y conocía bien a su contrincante, puesto que había trabajado para él durante un tiempo. Como ocurre siempre en el peerage inglés, y en realidad en cualquier alta nobleza, Exeter tenía elementos a los que agarrarse para sustantivar sus demandas: era nieto de la hermana del rey Enrique IV, Isabel, lo que lo convertía en uno de los parientes más cercanos de Enrique VI el silente.

A principios de aquel año de 1454, Egremont y Exeter se habían entrevistado y habían acordado un juramento de fidelidad mutua. El 14 de mayo se reunieron de nuevo y cabalgaron hacia York. Llegaron a controlar la ciudad, tal vez porque en la misma, en ese momento, había un ambiente enrarecido por malos años de cosechas y el PIB que no tiraba; pero cuando Cromwell y el propio York se acercaron, prefirieron escabullirse a tiempo.

York, cuya prioridad en ese momento era aparecer ante los ingleses como un tipo resolutivo que no se paraba en barras ni en consejas interminables, subió al norte a toda hostia. Quizá demasiado deprisa, de hecho, pues los destacamentos que llevó consigo eran más bien magros. Por eso tuvo que refugiarse dentro de la ciudad mientras que sus alrededores eran controlados por los Percy sin que él pudiera hacer nada. A mediados de año, sin embargo, habían llegado ya suficientes tropas como para que se produjese un giro dramático de los acontecimientos. De hecho, tanto le dio la vuelta a la situación que Holland tuvo que salir por patas. Finalmente, Exeter decidió que su vida estaba en peligro real; así pues, se disfrazó de pringao, viajó a Londres de incógnito y, una vez allí, se metió en la abadía de Westminster, donde se acogió a sagrado (lo más parecido a la solicitud de asilo político que había en la época).

Al Lord Protector, sin embargo, las sutilezas del poder espiritual no se le daban muy bien. Mandó a la abadía a la Guardia Civil, la cual sacó al noble a leches entre las protestas del abad y de los monjes (que alguna que otra se llevarían, supongo); Exeter fue alojado gratuitamente en una mazmorra del castillo Pontefract, donde invertiría los siguientes nueve meses. En agosto, York regresó a ídem, pero para entonces Egremont tenía a su equipo muy bien posicionado en el campo y, por lo general, no tuvo demasiados problemas para cortar las líneas de pase del Lord Protector.

Finalmente, y porque las cosas no podían quedar así, Percy y Neville, como si fuesen pandillas radicales de clubes de fútbol, decidieron quedar una vez más para dirimir sus diferencias como les gustaba. Y la metáfora futbolística tiene su sentido, porque el lugar donde, el 1 de noviembre de 1454, se encontraron Egremont por un lado, y Juan y Tomás Neville por el otro, se llamaba, y se llama, Stamford Bridge.

Los Percy perdieron la batalla a causa de una defección: la de Peter Lound, bailío de la finca cercana de Pollington, propiedad de los Percy, quien se jiñó y se llevó unos doscientos soldados consigo. Tanto Egremont como un hermano suyo, Ricardo Percy, fueron capturados. Los Neville aprovecharon la captura para denunciar a Egremont por daños y perjuicios, un cargo por el que terminó condenado a pagar 11.200 libras, un pastón que no hubiera podido pagar ni en cien años. Todo era, claro, un subterfugio para poder meter a  Egremont y su hermano en el maco con la disculpa de que no habían compensado su responsabilidad civil. Así que los llevaron a Newgate, donde estarían dos años.

Así pues, Ricardo de York tenía ahora en prisión a Somerset, a Exeter, y a dos Percy. Le había salido todo de coña.

A menudo en la Historia pasa, sin embargo, que cuanto mejor estás, peor te va a ir. En las Navidades de 1454 ocurrió algo que, probablemente, el Lord Protector no había pensado que podría ocurrir. La reina Margarita cogió a su hijo y se fue con él a ver al rey. Una vez allí, para sorpresa de todos, Enrique preguntó cómo se llamaba el niño; y cuando se le informase de que su nombre era Eduardo, le tomó las manos y se emocionó. Inmediatamente después, explicó a los presentes que había pasado todo aquel tiempo como apagado con un interruptor; que no recordaba lo que se le había dicho, lo que se le había hablado. Pero, por alguna razón, la cabeza se le había reseteado y ahora rulaba de nuevo. El rey, por lo tanto, volvía a tener conciencia, volvía a tener capacidad de expresarse; y, además, tenía un heredero.

El Lord Protector acababa de quedarse en paro.

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