lunes, febrero 01, 2021

Islam (6: El Foso)

 El modesto mequí que tenía the eye of the tiger

Los otros sólo están equivocados
¡Vente p’a Medina, tío!
El Profeta desmiente las apuestas en Badr
Ohod
El Foso
La consolidación
Abu Bakr y los musulmanes catalanes
Osmán, el candidato del establishment
Al fin y a la postre, perro no come perro
¿Es que los hombres pueden arbitrar las decisiones de Dios?
La monarquía omeya
El martirio de Husein bin Alí
Los abásidas
De cómo el poder bagdadí se fue yendo a la mierda
Yo por aquí, tú por Alí
Suníes
Shiíes
Un califato y dos creencias bien diferenciadas
Las tribulaciones de ser un shií duodecimano
Los otros shiíes
Drusos y assasin
La mañana que Hulegu cambió la Historia; o no
El shiismo y la ijtihad
Sha Abbas, la cumbre safavid; y Nadir, el torpe mediador
Otomanos y mughales
Wahabismo
Musulmanes, pero no de la misma manera
La Gran Guerra deja el sudoku musulmán hecho unos zorros
Ibn Saud, el primo de Zumosol islámico
A los beatos se les ponen las cosas de cara
Iraq, Siria, Arabia
Jomeini y el jomeinismo
La guerra Irán-Iraq
Las aureolas de una revolución
El factor talibán
Iraq, ese caos
Presente, y futuro 

La excavación del foso cumplió a la perfección su primera función, que era dejar patidifusos a los atacantes. Los árabes de la época no desconocían esta técnica, pero estaban muy poco acostumbrados a usarla. De hecho, los relatos tradicionales insisten en que Abu Sufyan necesitó de toda su autoridad para convencer a sus tropas de que atacasen.

La razón estriba en que la guerra preislámica es fundamentalmente una guerra cuerpo a cuerpo (un poco al estilo de la que se ve en las pelis), y la existencia del foso impedía que la batalla pudiera plantearse así. En realidad, el enfrentamiento derivó en un dédalo de negociaciones y contactos en los que, si hemos de creer las tradiciones, no faltó ni el espionaje ni esa figura tan propia de nuestros tiempos que conocemos como espía doble (pues, al parecer, Mahoma utilizó a un gatafán convertido para que enviase mensajes contradictorios al bando contrario, que contaba con muchos beduinos de su tribu). Los ben qoraiza, esto es los judíos mediníes que todavía quedaban en el Yatrib, decidieron, tras algunas vacilaciones, permanecer al margen; neutralidad la suya que habría de costarles la desgracia. En todo caso, los musulmanes no hicieron sino esperar pacientemente la llegada del invierno, momento en el cual los generales coraichitas se dieron cuenta de que no podían mantener el asedio, y se marcharon.

Una vez asegurada su posición en Medina, Mahoma se planteó ajustar cuentas tanto con ben Ubay, quien como siempre había permanecido au dessus de la melée durante la acción del Foso; como, sobre todo, los judíos. Esta vez, el líder de los musulmanes se desplegó con una violencia inusitada en los casos anteriores. Volvió a sus hombres sobre el barrio de los ben qoraiza. Los judíos, sitiados en su barrio, resistieron casi un mes. Tras su rendición, los aw recuerdan a Mahoma que en su día aceptó la protección de los jazrach sobre sus judíos aliados, los ben qainuqa; razón por la cual ahora debe aceptar el mismo estado de cosas respecto de los qoraiza, aliados de los propios aw. Sin embargo, Mahoma acabará decretando la muerte de los hombres y la esclavitud de las mujeres y de los niños.

La acción de Mahoma frente a los qoraiza aparece con ojos de hoy en día como brutal e ilógica, pero lo cierto es que esto último hay que analizarlo con mayor cuidado. El Foso viene a significar, dentro de la Historia de la vida de Mahoma y de los principios de la fe islámica, el momento culminante en el que la supremacía de los musulmanes mediníes frente a los idólatras mequíes se hace evidente. La victoria de Mahoma, sin embargo, había sido corta: al contrario que Badr y Ohod, no podía exhibirse una batalla, con sus muertos y eso, sino un asedio fracasado. Además, a lo largo de esta sucesión de enfrentamientos bélicos hemos visto a Mahoma lidiando con las tribus árabes de Medina, y muy especialmente los jazrach, las cuales son enormemente aficionadas a ponerse de canto: no están seguros de que El Profeta vaya a ganar la partida y, consecuentemente, tratan de no significarse. A todo esto hay que unir que, a la altura de la acción del Foso, Mahoma debía de tener ya muy claro que su primera ilusión, que era haber engrosado su población conversa con los judíos de Medina, era una ilusión vana: de tres grandes tribus hebreas de la zona, a dos las había expulsado ya, sin haber conseguido que la tercera se aviniese a ningún término.

Masacrar a los ben qoraiza, tal y como yo lo veo, fue una forma de ingresar el Islam en la mayoría de edad como ideología bélica y de poder; de señalar a las siempre dubitativas tributos del Yatrib el camino que terminarían recorriendo si seguían haciendo de don Tancredo; y, last but not least, de demostrar a los hombres de La Meca que, tras el final del asedio, Mahoma era un líder poderoso y asertivo. No por casualidad, dos personajes fundamentales para la expansión musulmana como Khalid ben Walid y Osmán ben Talha se convierten al Islam precisamente en esos tiempos.

Algún tiempo después, en el año 628, el poderío de Mahoma era ya tan evidente que se sintió con capacidad como para poder ir a La Meca, afirmando el poder de Alá. Este viaje no es interpretado de una sola forma por los estudiosos. Para unos, fue una expedición que buscaba devolverle a los mequíes el gesto de el Foso; para otros, que a mí me parecen mayoritarios, supuso todo lo contrario, esto es, un viaje que sustantivaba la normalización de relaciones entre los diferentes creyentes. Lo que es más que evidente es que aquel desplazamiento se vio precedido por profundas y hábiles negociaciones entre emisarios de Mahoma y los jefes coraichitas. A pesar de ello, al-Walid salió de la ciudad para detener el avance musulmán, pero Mahoma dio un rodeo y acabó acampando en el lugar en que Alá, según la tradición, detuvo a su camella, en al-Hudaybiya.

En ese lugar es donde se produciría la negociación entre las partes, en la que tuvieron un papel importante tanto Osmán como al-Abbas. El primero era un fiel musulmán de primera hora, emparentado con El Profeta, pero al tiempo, también, con los omeyas mequíes. Hasta entonces, Osmán había tenido poco papel en los sucesos ligados a la nueva fe (se las había arreglado para no estar ni en Badr ni en Ohod), pero ahora adquiriría un súbito papel de gran importancia.

Osmán, enviado a La Meca, es excelentemente tratado por sus parientes; pero todo se encastilla cada vez que el enviado les habla de recibir a Mahoma. Las cosas se ponen un poco durillas cuando en el campamento de al-Hudaybiya se extiende el rumor de que Osmán ha sido asesinado, pero finalmente éste regresa sano y salvo. Sin embargo, es probable que la pasión con que los musulmanes se habían tomado la noticia de la presunta muerte acabase de convencer a los coraichitas de que tenían que llegar a algún tipo de entendimiento.

El convenio se alcanza casi sin problemas, lo cual puede estar escondiendo en el relato mítico el hecho de que, cuando Otmán regresó de La Meca, tal vez lo trajo ya completamente mascado. Ambas partes prometen deponer la guerra durante diez años. Se establece, además, que Mahoma deberá devolver a todo coraichita que se le una sin autorización de su jefe de tribu; cláusula que, por cierto, no operaba para aquellos musulmanes que decidiesen volver a La Meca. Ese año, Mahoma no entrará en la ciudad; pero al siguiente, los coraichitas la abandonarán durante tres días para que pueda ocuparla.

Hay que decir que la firma de este acuerdo dejó a los musulmanes con un palmo en las narices. Los seguidores de Mahoma contaban con entrar ese año en la ciudad, y ya tenían incluso seleccionados los animales que sacrificarían. Las cosas se pusieron peor cuando un mequí convertido, Abú Djandal, se unió a las filas del Profeta. Esto ocurrió cuando el convenio ni siquiera estaba firmado, y ya le planteó a Mahoma la disyuntiva de cumplirlo pues, hemos de recordar, en aplicación del mismo venía obligado a devolver al huido. Finalmente, tras mucho porfiar, hubo de hacerlo. No obstante, con el tiempo aprendió a hacer trucos para incumplir en la práctica este pacto.

En aquella situación, con sus mesnadas cabreadas, Mahoma echó mano de un recurso que ya se le había dado de cine: atacar a los judíos.

El oasis de Jaibar se encuentra a unos 150 kilómetros de Medina. Allí había una población judía a la que Mahoma sometió rápidamente a asedio. A pesar de que el ejército musulmán no parece estar muy preparado, puesto que el asedio se prolonga más de lo que cabría esperar, finalmente logran romperlo. De esta época data la prohibición musulmana del matrimonio temporal, relativamente frecuente en tiempos preislámicos, así como la prohibición de comer carne de asno (que cristianos, ateos y agnósticos, pese a no estar afectados por ella, respetamos habitualmente). Lo realmente importante de la acción de Jaibar es que comienza a dibujar con claridad la existencia de una nación musulmana, de un país. Los judíos rendidos, a cambio de su vida, aceptan convertirse en aparceros de las tierras que antes eran suyas, a cambio de dar la mitad de sus productos a los musulmanes. Parecido acuerdo se alcanzó con los habitantes del oasis de Fadak. Mahoma ya tiene tributarios.

En el 629, como se había previsto, Mahoma realiza la visita a La Meca, y los coraichitas respetan el pacto dado dejándole la ciudad. La verdad es que los creyentes de las diosas de la Kaaba esperaban de ellas que castigasen de alguna manera los actos de Mahoma; como quiera que nada pasó, su prestigio quedó un tanto mancillado.

La verdad es que para entonces la posición de Mahoma frente a los coraichitas era mucho mejor que apenas dos o tres años antes. El control musulmán de una serie de oasis vedaba a las caravanas coraichitas los mejores caminos hacia el Iraq. En el norte de Arabia, además, Mahoma consigue la conversión de algunos pueblos tributarios de Bizancio, así como el pago de tributos por parte de grupos cristianos. Mahoma estaba ahora en condiciones de poder generar una verdadera nación árabe (hecho éste que había tenido un solo precedente, y por ello más excepción que precedente, en Yemen) con su centro en la ciudad fundada por su antepasado común con judíos y cristianos, que de esa forma que convertían en lo que los considera el Islam, esto es creyentes que han alterado las escrituras originales.

Dueño ya de las rutas comerciales del norte de la península, Mahoma envía emisarios a Egipto y a Siria. El reyezuelo de este último territorio, sin embargo, hizo matar al mensajero, razón por la cual Mahoma hizo armar un ejército de dos mil hombres al mando de Zaid ben Haritha. Zaid se pasó de frenada avanzando hasta encontrarse con un ejército bizantino. En el desastre de batalla, tanto Zaid como otros dos generales que habían sido designados para sustituirlo si moría fueron apiolados. Es en ese momento que aparece en las filas musulmanas Khalid ben al-Walid. Toma el mando del ejército, al borde del colapso y, mediante frecuentes cambios de posición, parece ser que logra convencer a los bizantinos de que las tropas musulmanas son más nutridas de lo que realmente son, batiéndolos en huida.

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