viernes, junio 19, 2020

La Baader-Meinhof (14: los últimos pasos)

Éstas son todas las tomas de esta serie. Los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen.

Hagamos que el capitalismo financie su propia destrucción
El traslado al Oeste
Bajo mínimos
El rescate
La escalada
Kaiserlautern
Las bombas de Heidelberg
La caída
Sabihondos y suicidas
Sartre echa un vistazo
Estocolmo
El juicio
Mogadiscio
Epílogo: queridos siperos

Una vez que pasó el juicio, Ulrike se fue a visitar a Renate Riemeck. A su madre putativa le confesaría que no sabía muy bien qué escribir de aquel juicio, porque a ninguno de los acusados se lo podía tomar en serio desde un punto de vista político. A pesar de eso, la cronista finalmente escribió una cerrada defensa de los acusados, lo cual refleja que, o bien cambió de opinión, o bien le dijeron que esa opinión era la más coherente con la política de la revista. De hecho, llegó más lejos, puesto que intervino en un coloquio en Hamburgo sobre el derecho a la desobediencia, en el que hizo una cerrada defensa de los incendiarios. Al público aquello no le pareció muy bien. Como el vasco que fue a misa en el chiste, no eran partidarios.

Tras esa reunión, Ulrike se fue con los Rühmkorf. Allí le dijo a su matrimonio amigo que los activistas estaban obligados a provocar las actitudes fascistas de la policía para así provocar la apelación de la sociedad hacia su liderazgo. Como se ve, siempre la idea de la vanguardia revolucionaria, utilísimo préstamo eclesial al comunismo. Aquellas discusiones cada vez la separaban más de su amiga Eva María, militante en el SPD y, por lo tanto, convencida de que el sistema se cambiaba desde dentro del sistema (llegó lejos Eva María; fue ministra del land de Schleswig-Holstein; murió en el 2013). Ulrike, en cambio, era partidaria de “provocar la eclosión del fascismo latente en la sociedad”.

El 28 de septiembre de 1968, se creó en Alemania un nuevo Partido Comunista, basado en el principio estratégico de la renuncia al derribo del Estado liberal; para entonces, sin embargo, Ulrike Meinhof era ya incapaz de aceptar una transacción así.

En diciembre, cuando Klaus Rainer Röhl se dejó caer por  Berlín para ver a sus hijos, su ex mujer le estaba esperando con el borrador de un artículo, artículo que, le retó, no tenía huevos de publicar en Konkret. El borrador era una crítica feroz contra Röhl, al que acusaba, entre otras cosas, de haber ninguneado al grupo de Berlín. Era sólo el principio. En realidad, el grupo de  Berlín estaba buscando la manera de hacerse con la revista echando a su editor y propietario; una conspiración de la que Röhl se enteró gracias a sus hijas, quienes le contaron inocentemente las conversaciones que habían escuchado en casa (los niños, ya se sabe, se enteran de todo). La revista comenzó a llenarse de gente nueva, algunos extremadamente jóvenes, que pronto reclamó su derecho a hablar en los comités editoriales; Röhl siempre sospechó que aquello formaba parte de la conspiración berlinesa. El editor convocó una reunión editorial en la que se presentó Ulrike y otro montón de gente, claramente para presionar, entre la que se encontraba Astrid Proll. Se montó la mundial. Al final, hubo que acordar un triunvirato de editores jefe: el propio Röhl, Rühmkorf, y Uwe Netelbeck (fallecido en 2007, Uwe hizo carrera como periodista, crítico de cine y músico; la Wikipedia le atribuye el mérito de haber renovado el rock alemán en los años setenta del siglo pasado, pero el autor de estas notas no tiene elementos de juicio para apoyar o desmentir dicha aseveración).

Poco después de aquello, Ulrike escribió un artículo que firmó con la identidad del colectivo berlinés. Röhl se negó a publicarlo si no era con el nombre ella, y entonces ella, con la connivencia de otro editor (Neterlbeck), lo coló. Röhl, sin embargo, consiguió pararlo antes de que se imprimiese. Lo siguiente que pasó en aquella pelea entre izquierdosos fue que un grupo de chavalotes, conocedores de que Röhl estaba de viaje, ocupó su casa en abril de 1969. Se bebieron hasta el vinagre de las ensaladas, y se fueron cuando los vecinos comenzaron a protestar. El escrache a la alemana, por lo lo que se ve, incluye el asalto de nevera. 

El 3 de mayo, al parecer por casualidad, Röhl y Rühmkorf se enteraron de que Ulrike preparaba un asalto en toda regla contra la redacción de Konkret, que pretendía ocupar en el marco de un movimiento para hacer de la publicación una auténtica revista de izquierdas. No queriendo avisar a la policía, los dos editores vaciaron la revista, cuyos muebles y máquinas fueron distribuidos entre unos cuantos domicilios.

A la una de la mañana del día 7 de mayo, efectivamente, una caravana de coches salió de Berlín camino de Hamburgo. Eran 18 ocupas, entre ellos Astrid Proll y Bernward Vesper, el ex de Gudrun Ensslin. Incluso iban dos reporteros de Der Spiegel… sí, colegas. Aquellos tipos iban a cometer un delito, iban a violar la entrada de unas oficinas y meterse dentro, y dos periodistas pretendían documentarlo. Porque la Prensa, que tan rápida es a la hora de reclamar el cumplimiento de la ley cuando la ley habla de la libertad de expresión, luego tiene sus problemas a la hora de comprender que la ley hay que cumplirla siempre y que en eso consisten las democracias.

Para su desgracia, cuando a las 10 de la mañana estaban frente a las oficinas del Gänsemarkt, también estaba la policía. Alguien se fue de la lengua; hay quien dice que alguno de los dos periodistas aunque yo, la verdad, tiendo a pensar que debían de ser un buen par de subnormales para haberse metido en aquel berenjenal, así pues es difícil que supieran marcar un teléfono (en su descargo hay que decir que entonces era más difícil que ahora, con la ruedita aquélla que volvía a su sitio).

Ulrike llegó a las 11 (había viajado en avión) y, ante la imposibilidad de tomar la revista, ordenó el traslado al domicilio de Röhl. Hasta allí se fueron todos los coches (y la Prensa, que ya había aparecido en masa). Le pintaron una polla en la pared de la fachada. Entraron en el jardín, rompieron muebles, tiraron de los cables del teléfono, rompieron todo lo que encontraron y miccionaron en la cama de su explotador. Evidentemente, lo que seguiría en los meses siguientes fue una purga en toda regla por parte del dueño de la revista; aunque, desde luego, estoy seguro de que, por ejemplo, en la España de hoy hay más de uno, y más de dos, magistrados de lo social, que se negarían a considerar como causa lícita de despido que tu trabajador haya destrozado tus muebles y se haya meado en tu cama. Ulrike también dejó de escribir.

Para entonces, la levantisca columnista vivía en Berlín con Peter Homann. La vida no le iba mal. Acababa de terminar de escribir su serie para televisión Bambule, que estaba empezando a filmarse. Por esa época, bastante cansada de ser periodista, fue cuando tomó conocimiento del proyecto que Gudrun Ensslin y Andreas Baader habían lanzado para “reeducar” a jóvenes problemáticos. Inmediatamente, Ulrike, además de intentar reclutarlos para sus movidas como ya comenté, pensó en montar su propia red reeducacional berlinesa. Fue en esa tentativa donde conoció a Irene Görgens.

Ulrike se compró un apartamento en la Kufsteinerstrasse, en el centro pijo de Berlín (las vanguardias proletarias, siempre tan necesitadas de experimentar los prejuicios burgueses en primera persona para así poder criticarlos mejor) y se trasladó allí en octubre de 1969. La casa pronto se llenó de gente. Además de las gemelas y de Homann, que ya venían de anteriores residencias, también se apuntaron Mitscherlich Seifert, hermano de una amiga suya; una tal Marianne Herzog y un tipo llamado Jan-Carl Raspe. Raspe era un caso de buena suerte. Ciudadano de Berlín Oriental, la noche que levantaron el Muro estaba visitando a unos parientes en el Oeste, y ya no volvió. Se fue ideologizando crecientemente, cada vez más identificado con las movidas estudiantiles. Su conversión definitiva, como la de otros muchos, se produjo con la muerte de Benno Ohnesorg. Se metió en la SDS y, en 1967, fue uno de los fundadores de Kommune II.

El apartamento de Ulrike, pues, se había convertido en uno de los centros de la oposición política de izquierdas en Berlín.

Ulrike Meinhof tenía una buena vida. Un apartamento céntrico, dinero más que suficiente para vivir, un reciente trabajo como lectora en la Libre que le aportaba nuevos recursos sin exigirle mucho esfuerzo; y, para colmo, su consagración como guionista televisiva estaba a punto de llegar, puesto que la televisión programó el estreno de Bambule para el prime time del 24 de mayo de 1970. Ese día, sin embargo, el programa no fue emitido. Ni ese día, ni nunca. Porque antes de la fecha del estreno, Ulrike Meinhof había decidido cambiar su vida, ayudar a Andreas Baader a escapar, y convertirse en una ilegal.

Cuando a Andreas lo detuvieron, a Gudrun Ensslin le entró el parraque. Lo echaba tremendamente de menos y decía que no podía vivir sin él. Por ello, le exigió a Ulrike y, sobre todo, a Horst Mahler que hiciesen algo. Ulrike no lo dudó. Siempre necesitada de formar parte de grupos, siempre demandando la solidaridad de la manada, ni se planteó quitarse de en medio. En realidad, la única precaución que tomó fue prever que, pasara lo que pasara, sus hijas no terminasen en manos de su padre.

Peter Homann, quien como sabemos era el convivente con Ulrike, el hombre que la acompañó a la clandestinidad tras la acción y que incluso ha sido a veces (yo creo que erróneamente) identificado como el hombre del pasamontañas en la acción de la huida de Baader, diría tiempo después, cuando ya hubiera abandonado la organización, que lo de la Fracción del Ejército Rojo vino después; que, en realidad, el primer deseo, el primario, era, tan sólo, la necesidad de liberar a Baader para que estuviese con Gudrun. Según Homann, el hecho que influyó en la creación de la RAF fue la publicación en Alemania, en mayo de 1970 (tras la acción de liberación de Baader) de una de las Biblias del terrorismo urbano: la Pequeña guía de la guerrilla urbana brasileña, de Carlos Marighela.

El 14 de mayo de 1970, Konkret celebraba su décimo quinto aniversario con una fiesta. Allí estaban todos: Peter Rühmkorf, recién llegado de los Estados Unidos; su mujer Eva María, la futura ministra; incluso Erika Runge. Y, por supuesto, Karl Rainer Röhl, que dio un pequeño discurso de celebración. Nada más terminarlo, sin embargo, alguien se le acercó para decirle que era imperativo que se pusiera al teléfono. La radio había dado minutos antes la noticia de la huida de Andreas Baader de la biblioteca del Instituto de Estudios Sociales. Por supuesto, la filiación de una de sus cómplices, Ulrike Meinhof, no ofrecía duda alguna.

Inmediatamente, Röhl se puso a telefonear a todos los amigos de Ulrike que conocía en Berlín, para buscar a sus hijas. Pero no las encontró. En realidad, las niñas llevaban días en casa de Jürgen Holtkamp, amigo de su madre, quien se encontraba en la fiesta de Konkret. Jürgen se limitó a despedirse con calma y volver a casa sin decir nada a nadie.

Como puede verse, aunque la temeraria acción de huida acabó por generar la marca por la que todos conocemos a la Fracción del Ejército Rojo, es decir como banda Baader-Meinhof, en realidad la relación entre los dos protagonistas de dicha marca era, si no superficial, si, desde luego, no demasiado estrecha. En el momento en que Ulrike Meinhof decidió implicarse personalmente, y de una forma que tenía que saber que no la podría hurtar de la persecución policial, en la acción de liberación, Baader no era, ni de lejos, el miembro del círculo de izquierdistas alemanes con el que ella había tenido más que ver y más que compartir. Es cierto que en los tiempos inmediatamente anteriores a la acción, los tiempos en los que Ulrike se ilusionó con los programas relativos a jóvenes con problemas, su relación debió de ser más intensa. Pero lo cierto es que el círculo íntimo de Ulrike estaba trazado y tenía más que ver con las personas que habían crecido alrededor de Konkret. En este sentido, cabe pensar, yo por lo menos lo pienso, que, participando en aquella acción, Ulrike Meinhof, más que actuar en beneficio de su camarada Andreas Baader, actuaba por necesidades de sí misma. Actuaba para dar sentido a muchos de sus pensamientos, a las cosas en las que se sentía insatisfecha, y a las consecuencias de su ideología, crecientemente radicalizada. Pocas veces nos encontraremos en la Historia del terrorismo, creo yo, un ejemplo más diáfano de persona que tuvo perfectamente a mano la opción de no hacer lo que hizo. En ese sentido, pues, el acto de Ulrike Meinhof fue puramente consciente, y voluntario.

5 comentarios:

  1. Ayer tuve ganas de comentar, pero tenía lío en el curro, a pesar de estar haciéndolo desde casa, como es ahora tan común.

    Veo, pues, que Twitter es un buen muestrario del revolucionario común: los aliados feministas pidiendo fotos de desnudos, las peleas vergonzosas y las llamadas a desobedecer a la autoridad para luego actuar como tiranos no son precisamente un invento de las modernas redes sociales.

    Y aún así se siguen considerando novedosos, ¡oye!

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  2. Perdona mi ignorancia, ¿Cómo es el chiste del vasco que fué a misa?

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    1. Dos amigos de Bilbao se encuentran por la calle. Paxti le pregunta a Kepa de dónde viene, y Kepa le dice que de misa. Patxi le dice: ¡pero si tú nunca vas a misa! Y Kepa le dice: ya, pero me dio por ahí. ¿Y qué tal, le pregunta Patxi? Y Kepa contesta: bueno, hacen ahí varias cosas, y luego el cura se tiró un rato largo hablando. Patxi le pregunta: ¿y de qué habló? Y Kepa contesta: del pecado. Patxi pregunta. ¿y qué dijo? Y Kepa, alzándose de hombros, contesta: pues, ¿qué quieres que te diga? Que no es partidario.

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    2. Jeje...Lo imaginaba más "de Bilbao"...

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