lunes, octubre 22, 2018

Constantino (7: Arrio)

Ya hemos corrido por:

El hijo del césar de Occidente.
Augusto, o tal vez no
La conferencia de Carnutum
Puente Milvio
El Edicto de Milán
La polémica donatista

La mayoría de edad de Crispo le permitía a Constantino relegar los asuntos militares a un segundo plano. El hijo del emperador, en efecto, estaba ya fogueado en el mando militares a través de varias expediciones en el Río-Timbre contra los habitantes de Germania. Estas campañas llevaron la tranquilidad a las fronteras naturales de la Roma occidental, y fueron las que permitieron que Constantino pudiera fijarse estratégicamente en la expansión hacia el Este.

En el año 322, los sármatas pasaron el Danubio, dándole al emperador la excusa que quería para montar un ejército y la correspondiente expedición en el teatro oriental de sus posesiones. El romano presentó batalla a Rausimodo, el caudillo sármata, hasta hacerle traspasar el Danubio de vuelta. Constantino lo persiguió más allá del río, lo derrotó y, una vez que tuvo aplacada la frontera, decidió utilizar esas tropas para avanzar contra Licinio. Se llegó hacia Tracia, donde se habían establecido varios grupos de godos, y los derrotó. Licinio, sin embargo, consideró que esta acción era una provocación, por considerar que se había producido en territorios que eran suyos. En ese momento, sin mapas oficiales ni GPS ni movidas, era difícil establecer exactamente los ámbitos de poder de cada uno; pero puede decirse que, en términos generales, Licinio tenía razón. En este punto, era inevitable la guerra civil.

Licinio pasó el mar para establecerse en Adrianópolis, hacia donde avanzó Constantino desde Tesalónica. Cuando los ejércitos se encontraron a la vista, pasaron días en plan que si sí que si no. Pero, según los relatos, Constantino, que debía de ser mucho mejor estratega que Licinio, urdió un plan. Separados ambos por el río Maritsa, que los romanos llamaban Hebros, los ingenieros de Constantino se dieron cuenta de que tenía un punto natural en el que se podía cruzar vadeando. Constantino, entonces, ordenó a sus tropas que comenzasen a construir un puente en otro lugar del río, para hacer creer a los licínicos que iban a cruzar por ahí; pero pasó con algunas tropas por el vado natural. Esta jugada le dio ventaja en la batalla, por lo que Licinio tuvo que volver grupas hacia Bizancio, donde estaban sus barcos. Esta decisión provocó el asedio de Bizancio por las tropas constantinianas, simultáneo a la producción de una batalla naval en el estrecho en la cual las naves del emperador occidental fueron comandadas por su hijo Crispo.

Consciente de que la ciudad iba a caer, Licinio pasó a Asia, y allí, también consciente de que la juventud de su hijo le privaba de apoyos que necesitaba, nombró césar a uno de sus generales, Martiniano. Las tropas orientales, sin embargo, fueron claramente derrotadas en el Bósforo, por lo que Licinio tuvo que huir a Nicomedia.

Esta huida, sin embargo, no servía para nada, y Licinio lo sabía. Los escasos territorios que el emperador oriental podía aspirar a controlar ya no daban para una leva suficiente como para poder enfrentarse al poder constantiniano, y sólo era cuestión de tiempo que sus tropas cruzasen a Asia y asediasen Nicomedia. Es posible, así lo cuentan los relatos, que la mujer de Licinio, Constancia, quien no se olvide era medio hermana de Constantino, terciase ante éste para pactar el mantenimiento del gañote de su churri. Esta versión es coherente con lo que pasó puesto que Constantino, que sí ejecutó a Martiniano, sin embargo respetó la vida de Licinio, a quien permitió retirarse a Tesalónica. Sin embargo, algunos datos apuntan a que acabó decretando su asesinato.

Constantino era, pues, emperador Uno, Grande y Libre de todo el Imperio, como probablemente había ambicionado incluso desde los tiempos en los que vivía su padre Constancio; y ya no dudaba en ligar esa condición de legítimo mandamás del Imperio a su pacto con Dios y Jesucristo, a quienes por entonces empedraba de alabanzas en sus discursos. Sin embargo, en el momento en el que logró dominar los dominios orientales habría de darse cuenta que eso de reinar sobre la Iglesia era más complicado de lo que parecía. Porque si la polémica sobre el donatismo había sido agria y difícil, la que había montada en Asia era como para pegarse un tiro con la Kalashnikov en un testículo.

El centro del problema era Alejandría, toda una metrópolis que entonces era de importancia crucial para la cristiandad oriental. Allí, en el fondo, lo que había de inicio era el mismo tipo de problema que se había planteado en Cartago: la actitud hacia los acojonados que, durante las persecuciones, se habían miccionado sobre Dios Todopoderoso para conservar sus haciendas o sus laringes. Pedro de Alejandría, líder religioso local, era decidido partidario de la coalición con estos viejos-nuevos cristianos (lo cual tiene su mérito, pues a él mismo lo martirizó Maximino Daya durante su represión); mientras que Melecio de Licópolis era el principal líder de los que decían que había que tirarlos al mar.

Cuando Pedro de Alejandría fue asesinado, lo sucedió como principal prelado alejandrino Achilas. En el tiempo de este obispado llegó a presbítero en la ciudad egipcia un joven cristiano proveniente de Antioquía, sirio pues en nuestros términos actuales, llamado Arrio. Arrio, según todos los indicios, era persona de especial cultura y muy dotado para esa rama del saber que llamamos Lógica. Tal vez eso fue lo que le perdió, porque la verdad es que cuando a alguien que está acostumbrado a pensar en términos de si A es B y B es C, entonces A es C, van y le explican la Trinidad, le suele pasar lo mismo que a Robocop, así pues entra en grave conflicto con su software. Esto fue lo que le pasó a Arrio durante un coloquio o debate teológico en Alejandría sobre la Trinidad. El joven presbítero se levantó para expresar la idea de que el concepto de Jesús, el hijo de Dios, fuese de la misma sustancia que su padre, era ilógico. 

¿En qué consiste esta ilógica? Bueno, es un tema que a la mayoría de la gente se la pela; a unos porque no son cristianos, a otros porque sólo son cristianos desde un vertiente litúrgica y ética, así pues todo lo que les interesa de su religión es cumplir con los sacramentos y amar al prójimo y tal. Existe, sin embargo, una minoría de personas en el mundo que se hace preguntas sobre la naturaleza de lo divino. Gentes que no es que se pregunten si Dios existe, sino que se preguntan de qué está hecho; una pregunta, por cierto, que no es necesario ser creyente para planteársela uno mismo. Lo primero que tienes que entender, a mi modo de ver, es que esas gentes, que en el mundo actual son una proporción absolutamente minoritaria incluso de los creyentes, en el siglo IV de nuestra era eran la inmensa mayoría, cuando menos, de los obispos, presbíteros y diáconos que dirigían la Iglesia. Tú hoy pones todo tu ardor en discutir en Whatsapp con tus colegas sobre si es mejor Ronaldo que Messi o al contrario; pero no te puedes ni imaginar las movidas que llegó a haber en la Cristiandad sobre la simple pregunta de si María, madre de Jesús, fue Theotokon o Christotokon. Sin embargo, si le preguntas hoy en día al párroco de tu diócesis sobre su opinión al respeto, lo más probable es que se alce de hombros (o sea: si es católico, es evidente que cree que María fue Theotokon, pero no lo sabe).

Al levantarse a dar por saco en el debate, Arrio abrió, tengo por mí que desde luego sin saberlo ni pretenderlo, el primer gran cajón de mierda del cristianismo (el segundo, la justificación de la salvación, llegaría con Lutero). O sea: si eres monoteísta, crees que Dios lo es Todo. Y si Dios lo es Todo, entonces por supuesto que es suficientemente poderoso como para generar un Mensajero, también él muy poderoso pero menos y no, desde luego, de la misma naturaleza que el Padre, o sea Dios. Dicho de otra forma: si existe Dios, nadie más puede ser como Dios. Ni hijos, ni Palomas, ni movidas.

La admonición de Arrio rebotó en las paredes de la iglesia donde se encontraba. Pero se posó sobre la mesa, o el altar, de una institución que estaba, precisamente en ese momento, evolucionando hacia un cambio fundamental, que lo ha sido para su expansión mundial: el abandono a un segundo plano del culto y la exaltación a Dios, el Señor; para pasar a considerar en el primer plano el culto a su Hijo, Jesús. Esto era muy necesario para los cristianos porque sabían que ellos no eran, ni de coña, los primeros romanos que tenían un solo Dios omnipotente y, sobre todo, Único. La especulación sobre la existencia de un solo poder divino ya está casi perfeccionada en Platón, y es por eso que los neoplatónicos hicieron tanto por el desarrollo del cristianismo. Luego está el culto a Mitra, tan potente en aquel Imperio que incluso hay estudiosos que han llegado a decir que sólo por casualidad nuestra civilización occidental es cristiana y no mitraísta. Luego está el culto a Sol Invicto, ése que intentó estatalizar el emperador Aureliano muy pocos año antes de Constantino. Por no mencionar a los hebreos, primera fuente del relato cristiano.

Los estrategas cristianos, pues la Teología es pura estrategia en sí misma, se fueron dando progresivamente cuenta de que tenían un elemento de gran valor dentro de su relato: la vida y peripecias de Jesús. Me imagino a los primeros obispos y sacerdotes del cristianismo, reunidos en colaciones comunales al viejo estilo esenio con sus feligreses, escuchando con paciencia cómo éstos preguntaban cada vez menos por Dios (qué es, dónde está, cómo nos ve) y más por Jesús (dónde nació, dónde vivió, cuántos amigos tenía, si prefería Billabong o Lacoste, si era más de la Liga o de la NBA...) A buen seguro aquellos grupos de analfabetos y analfabetas casi lo único que captaron de los mensajes de sus apóstoles fue el relato de la vida de un Mesías que se sacrificó por ellos. La presión de los propios feligreses tendía a provocar que los propios prelados considerasen a Jesús como algo más que el mensajero de Dios: como Dios mismo.

Pero esto es lo que Arrio no conseguía entender.

El centro del razonamiento de Arrio era éste: ¿de dónde salió Jesús? La respuesta literalmente obstétrica es: de María; pero no es ésa la que vamos buscando. Como sabemos, María fue un vientre de alquiler, un paso necesario para que Jesús pudiese ser hombre entre los hombres. Hubo una creación previa, que es la que hace que cuando Gabriel baja a la Tierra a hablar con la madre, ya sepa lo que va a pasar. Si esto es así, es porque Jesús ha sido ya creado, y el agente creador no puede ser más que Dios. En la teología arriana, pues, Dios no es tanto el Padre, como el Creador de Jesús.

Pero aquí es donde entra a jugar la mente lógica de Arrio. Con las herramientas del razonamiento, el antioqués razonaba: si algo que tiene esencia divina (Dios) crea algo, ¿puede ser posible que ese algo sea de la misma esencia? ¿Puede Dios crear otro Dios? Digamos que sí. Si es que sí: ¿cuántos Dios hay? Sumemos: el Dios que creó, más el Dios que fue creado, uno más uno, dos. ¿Apreciáis el problemilla para una creencia que se dice MONOteísta?

Pero la otra solución es peor: la otra solución es que Jesús será un mesías y todo lo que queráis, pero no es Dios, no es divino.

La diócesis de Alejandría hizo todo lo que pudo, la verdad, por echar tierra sobre el arrianismo. Le iba la existencia en ello aunque, como siempre en la gestión de los asuntos públicos, los que se responsabilizan de ella nunca reparan en el detalle de que las acciones tienen reacciones. Cuando en la ciudad egipcia le pusieron la proa a Arrio, éste se fue a Nicomedia, donde tenía amigos y discípulos, entre ellos a Eusebio, llamado de Nicomedia, quien enseguida se apuntó al carro y comenzó a ganar adeptos. Esto, en la práctica, tuvo la consecuencia, como digo probablemente nunca prevista por los alejandrinos, de que la ciudad egipcia comenzó a perder peso como principal sede del cristianismo en Oriente (esto quiere decir: pasta). Para colmo los arrianos alejandrinos supieron encontrar puntos de conexión con los melecianos e hicieron pandi mientras, además, a través de Eusebio de Nicomedia convocaban un sínodo en la ciudad que les hacía ganar adeptos.

El arrianismo ganaba espacio de forma creciente porque, la verdad, pese a no ser una teología exenta de subterfugios y laberintos metafísicos de difícil captación por parte del commoner, era, de lejos, algo mucho más tragable y comprensible que la milonga ésa de que Dios es Eddie Gorme y Los Panchos a la vez. Probad a contarle a un adulto totalmente desinformado (si puede ser analfabeto, mejor) las dos historias (una, que Dios creó a Jesús para que viniera a la Tierra a expandir su mensaje; otra, que Dios y Jesús son la misma esencia, que comparten con un ente espiritual normalmente representado por una paloma), obligadle a escoger una de ellas, y luego veréis los resultados.

En esas condiciones, los prelados del sistema en Alejandría lo tenían crudo, y es por eso que decidieron pedir el comodín del emperador.

Nosotros, obviamente, apenas tenemos información parcial de cómo se tomó Constantino la querella arriana; pero hay cosas que resulta fácil estimar a la luz de sus actuaciones. Recordemos la situación: un general muy cercano al poder, extraordinariamente pragmático, había desarrollado a lo largo de unos diez años una estrategia exitosa para hacerse con ese poder; estrategia en la que había hecho uso de un argumento menos inesperado de lo que la gente cree en la Historia romana, como era la vinculación de su suerte a la voluntad del Dios cuyos seguidores estaban en ese momento mejor organizados en el Imperio. Para él, ahora, lo fundamental era seguir contándole a los romanos en general, y a los cristianos muy en particular, que ese Dios estaba de su parte. Pero, ¿qué pasaría si ahora Dios se partía en, por decirlo en términos futbolísticos madrileños, Dios Atlético y Dios Real? Pues la primera consecuencia, que estoy seguro Constantino tuvo en cuenta, es que cualquier contendiente con el emperador, cualquier tipo que se plantease hacerle a él lo que él le había hecho a otros, podía declararse decidido partidario de la facción cismática que Constantino atacase. Eso suponía poner en solfa el control patrimonial de la Iglesia, o sea poner en peligro una pasta con la que el emperador ya contaba, seguramente, para llenar su propio tesoro. Además, tal y como nos refieren las crónicas, los paganos o no creyentes se tomaron esta pelea como prueba definitiva de que el cristianismo no era serio, y se dedicaron a cachondearse de la situación, con la grave pérdida de reputación que eso supuso para la causa cristiana.

Constantino tenía que cerrar la hemorragia.

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