martes, agosto 21, 2018

A ver, Francisco...

A ver, Francisco...

Está bien que le escribas una carta a toda tu grey y que en esa carta digas que estás contrito en modo Dios (nunca mejor dicho) por las apretadas falanges de porculeros que has criado en tu seno y lo poco que has hecho para controlarlos e impedir sus desmanes. Pero eso, tú lo sabes, no es nada. Hay tres cosas que podrías hacer y que me da a mí que no vas a hacer.



La primera de esas cosas es reparar tu daño. Tú y tus antecesores habéis vivido durante siglos como habéis vivido jurídicamente gracias al concepto de que la Justicia de Dios no es la Justicia de los hombres. Habéis introducido ese convenio, que por supuesto nunca habéis demostrado porque según vosotros no hace falta, en un montón de estatutos y concordatos. Pues bien: ha llegado el momento de que interpretes este concepto y concluyas que, aunque para el hombre los delitos cometidos por algunos de tus pastores hijos de puta estén prescritos, para ti no. Ha llegado el momento de que lo consultes con La Paloma y lleguéis, tal vez, a la conclusión de que el dolor, la angustia, la soledad y la depresión implícitas en un acto tan deleznable como que una persona en la que confías al máximo te baje los pantalones y te rompa las nalgas, son algo que nunca desaparece. Ya supongo que, a poco que te parezcas a tus predecesores, tu tentación será decirle a las víctimas que llegará un día, cuando la casquen, en el que recibirán oportuna recompensa, cuando los ángeles, los santos y todos los que viven en la Gloria del Señor los acompañen a su viaje hasta los Cielos, cantando alabanzas. Pero no estaría de más que les dieras un anticipo de esa vida cojonuda que van a tener cuando no tengan vida. En este mundo, en esta hora, enchúfales una pasta. Porque sí. Porque tú lo vales. Sin esperar a jueces ni a sentencias. Coges a un ciclista de Deliveroo, le das una bolsa con un montón de pasta y una nota tuya reiterando tus disculpas, y luego le das la dirección del primer violado, de la primera violada. Y así hasta que termines. Los últimos serán los primeros; en cobrar.

Segunda cosa: has de admitir que un pastor de almas que además es un hijo de puta o es un pastor de almas o es un hijo de puta; pero no ambas cosas. En tus cartas y tus encíclicas y tus discursos deberías plantearte seriamente cuál es el perímetro adecuado de la Iglesia de Dios. En mi opinión, o cuando menos ante mi conciencia, por si te sirve el dato de contraste, lo peor no es que haya sacerdotes que han cometido actos execrables en la persona de los niños a los que estaban educando o cuidando. Lo peor es que, una vez sabido, hayan seguido siendo sacerdotes, hayan seguido siendo miembros de tu Iglesia. Ya sé que una de las novedades del cristianismo respecto del judaísmo que adapta es ver a Dios como un poder omnímodo, tan poderoso que hasta es capaz de perdonar la mayor de las faltas. Pero si por algo se distingue la creencia católica de otros cristianismos es, precisamente, por la idea de que la salvación es un Lego que uno mismo se construye a través de buenas obras. Los católicos no están predestinados ni llegan a la salvación a través de la justificación por la Fe, como sus vecinos. Un católico tiene que currarse ser católico, y si no se lo curra lo suficiente, la Iglesia siempre ha retenido el derecho a comunicarle que ya no es católico y se le ha, por lo tanto, de negar la comunión. Vosotros, los Papas, que os habéis pasado los siglos reservando en buena medida esta decisión extrema para los que, por todo delito, concebían a Dios de otra manera, bien podríais, por una vez, hacer las cosas bien y dirigir esas iras jurídico-religiosas hacia los que, con sus actos, demuestran que no creen ni creyeron nunca en Dios. Porque si Dios acepta en su asamblea a tipos que le bajan las bragas a niñas de menos de diez años, lo mismo el problema está en la asamblea en sí, y no sé si esa solución te iba a gustar.

Échalos, pues. A lo vivos, a los muertos y a los moribundos. Niégale al párroco enfermo que convirtió la escuela dominical en una novela de Sade el consuelo de morir formando parte del Club de la Vida Eterna. A los que siguen vivos y dicen que si fueron débiles y están muy arrepentidos, diles que vayan a arrepentirse extramuros de tus basílicas. A quienes supieron y callaron, échalos. Si fueron Papas, lo mismo. Si diera la casualidad que estuvieran canonizados o santificados, igual (nota al pie: no deja de llamarme la atención que, en la misma carta, te des golpes de pecho porque en el pasado y en el presente la vigilancia de la pederastia en la Iglesia haya sido feble, y cites una frase de Karol Wojtila; lo que se dice una cosa y la contraria).

El caso es que los eches. Porque mientras sean tus coleguitas, tú, amigo mío, seguirás siendo su coleguita, Porque según las reglas que tú y tu Dios os habéis fijado, dado que tu/su reino no es de este mundo y blablablá, el concepto de tolerancia cero, que amablemente utilizas en tus comunicaciones, es mucho más amplio, y mucho más exigente, de lo que normalmente entendemos los gentiles cuando lo interpretamos a través del prisma de la Justicia de los hombres. Tu tolerancia cero pasa, tal y como yo lo veo, por no permitir ni una sola manzana podrida en tu asamblea.

Menos cartitas, pater, y más excomuniones.

Por último, y como consecuencia de lo anterior, una vez que hayas actuado como realmente debes, deberás dar alguna que otra explicación. Por ejemplo, esta cuestión: a las personas de educación católica se nos enseña que, en el momento de la confesión, el sacerdote no es sino un intermediario entre el creyente y Dios. La pregunta es; ¿es eficiente esa intermediación cuando se ha confiado a un hijo de la gran puta? ¿Realmente es Dios quien habla por una boca que ha besado labios de primaria? ¿Qué pasa cuando quien está confesando sus pecados es la madre, o el padre, de esa niña que a sus tiernos ocho años de repente parece estar como deprimida? ¿Realmente tiene Dios un sentido del humor tan ácido?

Mi idea personal, Francisco, es que tú todo esto lo quieres dejar en lo que lo quieres dejar (je suis desolé, tolerancia cero, bla...) para que no te reviente este dique teológico y litúrgico, porque si reventase podría ser que hubiera mucha gente que acabase por concluir que todo lo que le cuentas son pamemas. Tu boss jamás dijo nada sobre que existiesen actos sacramentales en la vida de las personas (matrimonio, confesión...) y que tuvieran que ser intermediados por sacerdotes. Eso os lo inventasteis vosotros en cuanto encontrasteis suficiente gente (y, sobre todo, suficientes príncipes) que os apoyaron. Si tu boss jamás dijo nada sobre las funciones de los sacerdotes, obviamente tampoco dijo que no tuvieran que casarse y renunciar, por lo tanto, a una vida sexual equilibrada; en puridad, tú sabes bien, si es que has estudiado algo, que el celibato sacerdotal, además de haber dado cienes y cienes de problemas en la Historia, es una institución accidental que en los peores momentos (para vosotros) de la negociación con las iglesias reformadas pensasteis cargaros seriamente.

La pregunta sobre cuáles son los valores teológicos de los actos cometidos por un representante de Dios que no merece serlo tiene una carga tan profunda que no me extraña, la verdad, que no quieras planteártela y prefieras dejarlo todo en un genérico tendré una tolerancia cero con los cabrones. Pero deberías. Tal vez abrieras un proceso al final del cual terminases con una Iglesia más pequeña y menos poderosa. Pero, vaya, que tu reino no es de este mundo, n'est ce pas?

En fin, tú verás.

En el exordio final de tu carta todo lo que le pides a La Paloma es que le dé a los católicos la gracia de la conversión (o sea: que la gente no se dé de baja del Club) y la valentía de rebelarse ante estos crímenes y luchar contra ellos. La verdad, Francisco, para tratarse de un poder omnímodo, poco le pides. Y, sobre todo, no parece que te muestres muy dispuesto a poner tú de tu parte. Sin embargo, no fue el Espíritu Santo, o como mínimo no fue Él solo, quien provocó esto y dejó que ocurriese. Fueron los que eran, los que son, como tú.

Un poquito más de castigo, Francisco. Ten por seguro que, por duro que golpees, a aquellos que castigues no les dolerá ni la cienmilésima parte de lo que le dolió a sus víctimas.

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