lunes, marzo 11, 2013

Hitler y Palestina (7)

De esta serie se han publicado ya un primer, segundotercer, cuarto, quinto y sexto capítulos.



Poco tiempo después de su llegada a Berlín, las relaciones entre el-Husseini y al-Galiani comenzaron a deteriorarse. En la primavera de 1942, cuando al Africa Korps avanzaba hacia Egipto, las diferencias alcanzaron el estatus de enfrentamiento.

Ambos dirigentes musulmanes se consideraban tributarios del derecho a liderar la rebelión árabe desde las costas de Palestina hasta las riberas del Éufrates. El-Husseini era quien jugaba aquella carta ante los alemanes con mayor decisión, aseverándoles que era el máximo dirigente de la Nación Árabe, la organización fundada por Sharif Hussein en La Meca, durante la Gran Guerra, para coordinar la rebelión de los árabes contra el dominio turco. Consecuentemente, solicitó a los alemanes el reconocimiento expreso de su liderazgo en el mundo árabe. Al-Galiani, por su parte, fue contactado por los germanos y, al escuchar la historia, afirmó que era una pura patraña, y que el muftí se lo había inventado todo. Las cosas se pusieron tan tensas entre ellos que el ministerio alemán de Asuntos Exteriores decidió nombrar enlaces distintos para uno y otro. Además, se procuró desde entonces que en los viajes o actos no coincidiesen, porque cuando lo hacían la cosa derivaba en una tortura, por la cantidad de encajes de bolillos que había que hacer para que ambos tuviesen el mismo nivel de preeminencia. En el invierno de 1942, el-Husseini comenzó a atacar combinadamente a al-Galiani y a su enlace alemán, el ex embajador Grobba, al que acusó de “atacarme como me atacaron los francmasones” (vamos viendo los diversos puntos en común entre este líder palestino y un general de Ferrol).

A finales de 1942, los preparativos estuvieron terminados para abrir en Berlín el Instituto Islámico Central. Fue la escenificación de la victoria del muftí. Grobba casi no estuvo, puesto que fue trasladado poco después a París; y al-Galiani fue colocado en un asiento de segunda fila. Los alemanes, finalmente, habían optado. Ideológicamente, estaban mucho más cerca del palestino que del iraquí; y las reticencias de los nacionalistas iraquíes hacia Italia no gustaban en Berlín.

La identificación ideológica entre el muftí y los nazis quedó bien patente el 21 de abril de 1943, durante una visita de el-Husseini al denominado Servicio Mundial, sedicente instituto para el aclaramiento de la cuestión judía. Las palabras de su discurso, amablemente recogidas por la prensa local al día siguiente, no dejan lugar a dudas: “los judíos pueden ser comparados con insectos que portan enfermedades. Si están lejos, uno puede imaginar que son criaturas pacíficas, pero si pican a una persona y le inoculan la enfermedad, sólo pueden ayudar los remedios radicales”. “Sería una buena medida”, remachó, “enviar como regalo a los judíos a la casa de quienes los defienden. En cuanto tuviesen a los judíos en su país, rápidamente se iban a hacer de los nuestros”. “Alemania”, continúa el discurso, “es el único país que ha decidido resolver la cuestión judía de una vez y para siempre. Esto, por supuesto, es del máximo interés para el mundo árabe. Hasta ahora, cada uno ha luchado por su cuenta, pero a partir de ahora lo haremos juntos”. Un diplomático alemán que trabajó destinado en Haifa, Wilhelm Melchers, que fue interrogado por los estadounidenses en 1947, les declaró que el-Husseini “no hacía secreto del hecho de que deseaba ver a todos los judíos muertos”.

Y hay algunos indicios de ello en más declaraciones obtenidas en posguerra. Dieter Wisliceny, el encargado de asuntos judíos en Eslovaquia, negoció a finales de 1942 un acuerdo para deportar un grupo de niños judíos eslovacos, polacos y húngaros a Palestina. Fue llamado a Berlín por Adolf Eichman, quien le explicó que el muftí se había enterado de la movida y se había opuesto fieramente a ella ante Himmler, quien vetó dicha operación. Veto que llevó a todos aquellos niños a la muerte. También en diciembre de 1942, cuando el jefe de gobierno rumano, mariscal Antonescu, negoció la emigración de 75.000 judíos a Palestina a cambio de una jugosa comisión, el gobierno alemán vetó la operación porque “representa una inaceptable solución parcial al problema judío, además de suponer un problema con nuestros aliados en Oriente Medio”. La oposición palestina también bloqueó un acuerdo con los británicos en 1943, por el cual 5.000 niños judíos búlgaros serían admitidos en Palestina.

Henrich Himmler fue, de todo el entorno de Hitler, quien más devotamente creyó en las elaboraciones del muftí. Se reunió con él varias veces, e, incluso, entre las muchas movidas arisóficas y polladas varias que encargó a sus sufridos subordinados, se encontró un proyecto para diseccionar el Corán a la coma, en búsqueda de pruebas irrefutables de que el libro santo de los musulmanes anuncia la venida de Hitler y su misión. Aunque la SS dijo no haber encontrado nada, Ernst Kaltenbrunner sí que anunció que había encontrado afirmaciones proféticas que “correlacionaban con la figura del Führer”. Aquellas afirmaciones provocaron todo un debate, pollas hasta la médula, cuya conclusión final parece que fue que no se podía identificar a Hitler ni con el Profeta ni con el Mahdi; pero sí con algunas figuras algo menores, como el Jesús del Corán o San Jorge. Para que vean los catalanes lo que celebran el día que se regalan libros y flores…

Pero vayamos con la guerra en sí. En enero de 1942, Rommel se había replegado a Masa el Brega. El 13 de aquel mes, el Estado Mayor del Africa Korps decidió que la mejor forma de actuar era realizar una contraofensiva sorpresa. El día 21, las tropas alemanas e italianas se emplazaron para el ataque. El día 25, tomaron Msus. Y el 29 dieron el gran golpe recuperando Bengasi y su puerto. El 6 de febrero, Rommel era dueño de toda la Cirenaica.

El 16 de febrero, Erwin Rommel abandonó África, volando vía Roma al cuartel general de Hitler. Allí, probablemente, le insistió en su obsesión de llegar hasta el Canal de Suez. Tras aquella conversación, en la que el mariscal pudo comprobar la sintonía estratégica con el Führer, se fue de vacaciones.

En marzo de aquel año, mientras Rommel estaba descansando, el jefe de las fuerzas británicas en Oriente Medio, general Auchinleck, estaba redactando una circular exigiendo de sus mandos que trabajasen la moral de las tropas para contrarrestar la fama de invencible del mariscal alemán. El 19 del mismo mes, Rommel regresó de sus vacaciones, y comenzó a planificar una nueva ofensiva que debería comenzar en mayo. El objetivo era tomar la fortaleza de Tobruk, no lejos de la frontera con Egipto. Para esta ofensiva, Rommel contaba con la ventaja, o más bien la no-desventaja, de que los ataques alemanes sobre la isla de Malta habían colocado la relación de fuerzas áreas en su zona en una situación más o menos equilibrada. Sin embargo, el punto débil para Rommel consistía en el hecho de que el Alto Estado Mayor alemán no le daría fuerzas ni recursos de refresco hasta que las tropas alemanas no consiguiesen avanzar hacia el Cáucaso en la campaña del Este. Hitler seguía pensando que era posible ejercer la operación de pinza sobre los británicos, cayendo sobre ellos desde el norte y el sur, pero lo que se le estaba resistiendo era la invasión de la URSS.

El 26 de mayo, el Africa Korps inició su ofensiva sobre la denominada posición Gazala de los británicos. La batalla duró varios días, pero los resultados fueron muy provechosos para los germanos. El día 1 de julio, los británicos abandonaron la ciudad de Bir Muftah; y el día 10, tras una lucha encarnizadísima, caía Bir Hakeim. La posición Gazala se disolvió y el VIII Ejército británico tuvo que volver grupas y entrar en Egipto. El día 20 comenzó el ataque final sobre Tobruk, tras un bombardeo aéreo masivo. En la mañana del 21 los últimos defensores del fuerte, sudafricanos, se rendían. El botín para Alemania fue fastuoso: miles de prisioneros de guerra, tanques, munición, gasolina. Churchill calificó la derrota de Tobruk como una de las más amargas de toda la guerra.

No obstante, las cosas estaban cambiando. El primer ministro británico llamó a Washington, y Franklin Roosevelt respondió ordenando el traslado inmediato de 300 carros de combate al norte de África. Los alemanes hundieron con un submarino este envío en el Atlántico, y EEUU respondió enviando otros 300 en un buque rápido.

A finales del verano, los alemanes se estrellarían contra estos tanques. Pero todavía quedan cosas por contar.

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