jueves, febrero 21, 2013

Hitler y Palestina (4)


De esta serie se han publicado ya un primer, segundo y tercer capítulos.



Amin el Husseini, otrora muftí de Jerusalén y máximo exponente del nacionalismo palestino, vivió una pequeña odisea con el inicio de la guerra mundial. Se refugió en Iraq, al abrigo de otro nacionalista radical, Rashid Ali al-Galiani, el hombre fuerte del gobierno mesopotámico y principal responsable de que Iraq se empeñase en no declarar la guerra a Alemania, como hubiera querido Londres. Sin embargo, Husseini era un tipo incómodo para los británicos, al fin y al cabo dominadores de la zona y con un teórico primer ministro de su cuerda, Nuri as-Said; así pues, en octubre del 39 tuvo que huir a Beirut. Las cosas, sin embargo, cambiaron muy rápidamente. Iraq temía que la pelota turca cayese finalmente del lado alemán del tejado, lo cual habría supuesto que los iraquíes, de permanecer como fieles soportes de Su Graciosa Majestad, habrían sufrido con seguridad el mordisco kurdo.

Las agresivas victorias alemanas de 1940 acabaron de convencer a los iraquíes, y al propio Husseini, de la necesidad de amigarse con Hitler. El gran teatro de esos contactos fue Turquía y, más concretamente, Ankara. ¿Por qué, si no, habría enviado allí Hitler a un peso pesado de su entorno como el ex vicecanciller Franz von Papen? Turquía era, como poco, tres cosas. La primera, una atalaya necesaria hacia los países y regiones del este de Europa, notablemente Rumania, de cuyos recursos dependía buena parte de la campaña rusa (la campaña rusa, básicamente, debía consistir en vivir del petróleo rumano hasta poder vivir del propio petróleo ruso; Stalingrado fue la gran y definitiva eliminación de esta estrategia, y es por ello que Winston Churchill describió la rendición del mariscal Von Paulus diciendo que “hoy han girado los goznes de la Historia”). La segunda cosa que era Turquía era el lugar de paso hacia las llanuras mesopotámicas, también absolutamente necesarias en una guerra total por sus recursos. Y, la tercera, como decimos, el teatro de las negociaciones entre los alemanes y el nacionalismo radical musulmán para, coligados, tomar el poder de Palestina, Siria, Líbano y Egipto.

Von Papen recibió en Ankara, el 5 de julio de 1940, al ministro de Justicia iraquí, Naji Sawkat, quien le entregó una carta de Husseini en la que le pedía ayuda alemana para la revuelta Palestina. Osman Kemal Haddad, secretario personal del muftí, giró otra visita el 6 de agosto. A finales de ese mes, en Berlín, Haddad se entrevistó con Fritz Conrad Ferdinand Grobba, el otrora embajador alemán en Bagdad que ahora era experto en Oriente Medio del Gobierno de Hitler. Haddad le solicitó que Alemania e Italia realizasen una declaración conjunta de apoyo a la independencia de los estados árabes, además de defender una solución de la cuestión judía satisfactoria para los pueblos musulmanes, “siguiendo el modelo germanoitaliano”. Que con el tiempo hemos ido sabiendo, más o menos, en qué consistía. Prometió a cambio convertir Palestina y Siria en un auténtico infierno para los británicos.

El 18 de octubre de 1940, el secretario de Estado Ernst von Weitzsäcker y el propio Haddad alcanzaron un acuerdo estratégico. En esos mismos días, Sawkat viajaba a Ankara de nuevo, donde le aseguraba a Von Papen que todo estaba listo para una revuelta a gran escala en toda Palestina. En febrero de 1941, el propio muftí le escribió una carta a Hitler resumiendo estos contenidos, que le envió por intermedio de Haddad. Carta en la que, por cierto, utiliza, para referirse a Gran Bretaña, la misma expresión que era muy querida del general Franco: la pérfida Albión. En febrero, Hitler aprobó los términos genéricos de la declaración pactada por Weitzsäcker con los palestinos. Como ya iremos viendo, esta aprobación es el primero de una serie de mojones que conforman la actitud alemana hacia Palestina; actitud que se parece mucho a la metáfora del palo y la zanahoria. Los jerarcas nazis estaban muy acostumbrados a practicar una política de extrema dureza en las palabras y cautela en los actos; es lo que habían hecho durante toda la década de los treinta, y lo que siguieron haciendo una vez estallada la guerra en algunos teatros de la misma, como Oriente Medio. La aprobación de Hitler, pues, supuso la aquiescencia a una declaración formal, pero en modo alguno la implicación de Berlín en una guerra total en la costa oriental del Mediterráneo. Ni en la segunda mitad de 1940, ni después, Alemania estaba en condiciones de garantizar tal cosa. No, al menos, hasta que sus tropas barriesen a los británicos de Egipto; porque Egipto seguía siendo la clave logística y estratégica de la guerra en la zona, como ya lo había sido veinte siglos antes para Octavio, Julio o Marco Antonio.

Esta calculada implicación no evitó (de hecho, su intención era no evitarlo) generar la impresión entre los musulmanes radicales de que el acuerdo estaba hecho, y que les tocaba a ellos mover ficha. pero se pasaron de frenada o, mejor dicho, de acelerada.

En la noche del 1 al 2 de abril de 1941, un grupo de militares dio un golpe de Estado en Bagdad y derribó al gobierno formalmente probritánico (que, sin embargo, llevaba meses jugando al equívoco con Berlín, temeroso de la actitud turca). Al-Galiani fue nombrado primer ministro. Debéis recordar que abril de 1941 es el momento en el que se produce el avance del Africa Korps, combinado con los golpes del martillo pilón alemán en los Balcanes. Nada es casualidad. En mi opinión, esta confluencia fue negociada, y agendada, en algún tibio salón ankarense.

El problema con el golpe de Estado iraquí es que fue más lejos de lo que probablemente los propios alemanes habían esperado. Cerró las principales gasolineras que el poder británico poseía en Oriente Medio y, lo que es peor, amenazaba con abrírselas al III Reich, con lo que los ejércitos alemanes podrían lograr capacidad logística para golpear a la vez hacia el norte y hacia el sur del valle del Éufrates. El 18 de abril, en un movimiento un tanto desesperado, y no exento de riesgos, los británicos desembarcan tropas indias en Basora. Los iraquíes contestan provocando una escalada en el conflicto y cercando la única base aérea que los ingleses conservaban en el país, en Habbaniya. Movimiento que no era estrictamente necesario porque, en ese momento, Londres prefería mil veces negociar que dar tiros.

Al-Galiani, y no digamos el-Husseini, eran tipos enrabietados y radicales. La gente radical tiene diversas características generales que les definen; y no precisamente la menor de ellas es ser bastante cabestros y estar pobremente diseñados para los matices. Antes he dicho que es mi opinión personal que el golpe de Estado de Bagdad se fraguó en las habitaciones de Von Papen en Ankara. Pero eso no quiere decir, exactamente, que las instrucciones fuesen bien comprendidas.

Adolf Hitler se regía por varios principios muy sencillos y básicos. El principal de ellos que, en su presencia, mandaba él. Él, por lo tanto, decidía cuándo se luchaba y cuándo se hacía la paz. Cuándo se abrían y se cerraban los frentes. El Führer quería joder a Reino Unido, pero no quería liarse a tiros con él en lugares que no hubiese previsto. Su plan era desalojar al vacilante gobierno iraquí para colocar a los nacionalistas radicales al frente del momio, pero de forma lo suficientemente sutil como para no provocar un conflicto armado; yo lo imagino como un gambito parecido al del conflicto de los sudetes. La razón para ello, simple: Iraq estaba fuera del rango de la Luftwaffe. Para enviar pertrechos y armas al país, no había más huevos que pasar por Siria, y eso sin perder tiempo ni para mear. Y, para pasar por Siria, hacía falta el consentimiento de la Francia de Vichy, que lo daría… o no, porque los galos también tenían sus intereses y temerían, de seguro, que una reacción británica les dejase sin posesiones en Oriente Medio. La campaña de Creta estaba en marcha (no terminaría hasta un mes y medio después), exigiendo enormes recursos militares de los establecidos en la zona. Por todo eso, cuando el 18 de abril, tras el desembarco de Basora, los iraquíes enviaron un cable solicitando a los alemanes que se desplazasen a ayudarles, en Berlín todo dios se quedó con cara de gilipollas. Cabe imaginar a Hitler berreando improperios durante una madrugada entera, como solía hacer cuando se creía traicionado (porque Hitler no creía en la estulticia; tenía una visión conspirativa de la vida).

Aunque la Historia del espionaje, la de verdad, cuándo se supo qué, y dónde, nunca nos la contarán, cabe imaginarse que algo de todo esto sabía Churchill, porque el 1 de mayo cambia rápidamente de opinión y, en lugar de abrirse a la negociación con los iraquíes, como de hecho le recomendaban en Londres, le dio al jefe del ejército británico de Oriente Medio, sir Archibald Wavell, la orden de atacar. Una orden que ha pasado a la Historia: “si golpeas, que sea duro”.

La aviación británica comenzó sus deyecciones con espoleta sobre las posiciones iraquíes, mientras que los indios avanzaban desde Basora a Bagdad. Seis días después, de la aviación iraquí no quedaban ni los ceniceros, y los partidarios de al-Galiani estaban más rodeados que Ana Mato cuando se acercan periodistas.

El 5 de mayo, siguiendo órdenes de Hitler, los alemanes forzaron al gobierno de Vichy a poner armas almacenadas en Siria en manos de los iraquíes y a permitir que aviones alemanes repostasen en sus aeropuertos. El 9 de mayo, el muftí puso su granito de arena llamando a la guerra santa contra los británicos.

El 11 de mayo, con los iraquíes en situación desesperada, su viejo embajador alemán Grobba llegó al país, y fue recibido como un libertador. El mismo día, los alemanes aterrizaban en Mosul 12 cazas pesados y 12 bombarderos. En una escena propia de una película italiana de los años cincuenta, los aviones alemanes hicieron una pasada a baja altura por las casas de Bagdad, que fue recibida por los iraquíes, como es su extraña costumbre, disparando sus armas al aire. El resultado de tan peripatética celebración fue que una de aquellas balas celebratorias fue a alojarse en la cabeza del mayor Axel von Blomberg, jefe del escuadrón, quien por la dicha razón dejó de respirar durante el resto del siglo.

Aquello había sido un movimiento súper precipitado, para salvar los muebles. En materia de guerra, las cosas improvisadas no suelen salir bien, y aquélla no desmintió la norma. De los 24 aparatos alemanes situados en Iraq, a finales de mayo sólo quedaban dos; los ingleses les habían encendido el pelo. Los dos aparatos fueron usados para llevarse a los alemanes a Siria, de vuelta.

Dos días antes de la marcha de los alemanes, el 29 de mayo, al-Galiani y el-Husseini cruzaban la raya de Irán. Eso sí, el primer ministro golpista dejó tras de sí un rastro de armas que provocaría el día 1 de junio un progromo de judíos en Bagdad en el que se produjeron 110 muertos.

A pesar de haber salido malamente de Iraq, los alemanes no podían decir que les fuera mal. En junio consiguieron tomar Creta, y Rommel estaba ya entrando en Egipto. Sin embargo, los que pagaron el pato fueron los que temían hacerlo, es decir los franceses. Gran Bretaña, en cuanto retomó el control de Iraq, consideró que no podía permitir que un colaborador de Alemania tan estrecho como Vichy tuviese una presencia relevante en la zona; consecuentemente, atacó Siria, tomando Damasco el 21 de aquel mes de junio. El 9 de julio tomaron Beirut, lo que obligó a los alemanes a huir a Turquía y quedarse allí sentaditos.

A los alemanes no les iba mal. Pero tampoco demasiado bien. Es bastante claro que Hitler esperaba abrir el frente del Este con la cuestión palestina mucho más a su favor. Sus errores estratégicos y, sobre todo, el gran error de al-Galiani animando un golpe de Estado a destiempo (por lo menos para el calendario de los alemanes), que provocó la intervención británica y la desgracia de Francia, hizo que, para cuando los alemanes comenzaron a invadir la URSS, Rommel no se encontrase donde se debía encontrar, sino bastante más atrás.

Y, además, el frente del Este se convirtió en una prioridad. Un enorme monstruo capaz de devorar toda la capacidad de la industria alemana de fabricar armamento y pertrechos.

Al Zorro del Desierto comenzaron a fallarle los suministros. Amén de recibir de Berlín la información de que, en ninguna circunstancia, recibiría tropas de refresco.

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