La tristísima escena del día 3 tiene consecuencias positivas para Carlos Luján. Su actuación en esas horas tensas ha demostrado a algunos testigos importantes que tiene una gran capacidad de mantener la cabeza fría en situaciones complejas y comprometidas. La consecuencia inmediata es que se le eliminen los perímetros, aunque el mismo personal de seguridad de Franco que le comunica los hechos se preocupa de decirle más que insinuarle que se considera deseable que no haga uso de ese privilegio para entrar en la habitación de Franco, reducto cada vez más exclusivo de su familia, del príncipe, de los presidentes del gobierno y de las Cortes y de algún que otro fiel. Luján no sólo lo comprende, sino que lo agradece. A él, la visión de lo que va convirtiéndose el enfermo no le seduce en lo más mínimo.
El día 4, Luján descansa. De todo. El 5 vuelve a las guardias. Sus privilegios informativos, que en ocasiones parecen incluso mejores que los de su jefe Felipe Lastres, que también participa en el pequeño equipo de vigilancia, le dan noticias agridulces del posoperatorio real de Franco, más allá de lo que dicen, o más bien insinúan, los partes oficiales. Los médicos están preocupados por la tromboflebitis que le ha surgido en el muslo que usaron para colocar el catéter y, sobre todo, no dejan de repetir que sus peores temores sobre los riñones del Jefe del Estado se han confirmado. Ya nadie en ese estrecho círculo, exponencialmente mejor informado que el español medio y que incluso muchos personajes importantes del régimen, cree que los riñones de Franco vayan a volver a funcionar nunca. Suponiendo que salga de ésta, dicen todos, va a ser un Caudillo bajo diálisis hasta su muerte.
Con todo, la estrella de aquel día no es Franco. A las estancias del perímetro se acerca un Felipe Lastres sudoroso y con gesto preocupado. Luján, que le ve, cree que viene a hacerle una confidencia. Pero Lastres está excitado. Antes de que su subordinado haya llegado hasta él, suelta la bomba en medio de la habitación.
-El moro ha comenzado definitivamente la Marcha Verde.
Luján se queda perplejo. Ha dejado de pensar en estos temas en los últimos días. Pero sabe lo suficiente como para darse perfecta cuenta de lo complicado de la situación.
-¡Joder! ¿El viaje del Príncipe no iba a resolver eso?
-Iba -contesta, en tono sardónico, Untal Lastres.
Todo el mundo en los círculos por los que se mueve Luján había hecho esa lectura. La visita a El Aaiún no era otra cosa que la demostración de que España había dejado de ser un país sin timonel.
-¿Hassan sabe lo que hace?
Lastres sonríe de medio lado.
-No tiene otro remedio, Luján. Está atrapado. Apostó porque lo del Sáhara se iba a negociar entre España, Marruecos y Mauritania. Pero nosotros le salimos ranas. Autonomistas. Hemos metido a la ONU en medio. Ahora el Sáhara es eso que llaman un problema multilateral. Pero él ya ha llamado a miles de muertos de hambre a la Marcha Verde. No la puede parar, a menos que tuviese ese acuerdo del que ahora carece.
-Joder... ¿tardarán en llegar a nuestras líneas?
Lastres deja escapar un gesto de escepticismo.
-Hemos retrocedido diez kilómetros. Pero es todo lo que podemos retroceder. Si siguen andando, habrá sangre.
El asunto de la Marcha Verde obliga a Luján a doblar turno el día 6. En las habitaciones contiguas, por donde también deambulan los médicos y la familia, se vive como un triunfo el descenso de la urea, signo de que la diálisis está funcionando. No obstante, sigue la gran incógnita presente. Franco bajó al quirófano improvisado de El Pardo por una hemorragia interna en el estómago. La hemorragia fue suturada, pero no hay que olvidar que el Caudillo tiene gravísimos problemas de corazón que hace que esté constantemente medicado para hacer su sangre más líquida. La pregunta es, por lo tanto, si las suturas que los médicos han dejado en el estómago resistirán a la baja coagulación de un enfermo de 82 años y la medicación anticoagulante.
Pero todas éstas son informaciones que Luján pilla de aquí y de allí, en los pasillos. En realidad, de lo que está pendiente es de la Marcha Verde. En la habitación del perímetro tres donde hacía guardia y donde suele estar, alguien ha instalado una radio de campaña que capta transmisiones. Las tropas españolas en la frontera saharomarroquí esperan. A las once de la mañana, divisan los primeros camiones. En ese momento, se piensa que a eso de las cuatro, si Marruecos se atreve, comenzará la tentativa de invasión. Pero el cálculo es erróneo. La Marcha es más torpe. A las ocho, se declara una tormenta de arena que para a los manifestantes. Hasta ese momento, no han intentado penetrar en territorio español.
El día 7, Luján lo pasa en su casa, pegado al teléfono. Laura lo acompaña desde la cocina, aunque en realidad el ex policía sabe que su mujer se siente relajada de saber que a lo que le preocupa a su marido y a los que trabajan con él es la Marcha Verde. A lo largo de la mañana, Luján recibe cuatro llamadas, las cuatro con el mismo mensaje general: llegan más camiones. La Marcha se acrecienta, pero nadie parece haberle dado la orden de intentar entrar en Sáhara. Algunas personas piensan que tal vez les ha frenado la nota de la ONU deplorando la iniciativa, pero son los menos. Todo el mundo espera.
A eso de la una de la tarde, cuando se apresta para comer, el teléfono suena de nuevo. Pero ya no es su informante desde el Ministerio del Aire.
-Luján, nueva guardia -dice con voz neutra su jefe-. Está sangrando de nuevo.
-Voy para allá -declara Luján-.
-No, no -le interrumpe Lastres-. Aquí no vengas. Vete a La Paz. Lo llevan allí.
Luján va al hospital. Le han dicho la contraseña que tiene que decir para que los servicios médicos sepan que es una de las personas de perímetro. Aquello no es El Pardo, así que tiene hacinarse en salitas con conspicuos miembros del Movimiento y, fugazmente, con la esposa e hija del Caudillo. Hay personas que rezan. Otras parecen resignadas. 82 años. Dos operaciones en menos de una semana. Es el fin.
Cuatro horas después, son informados de que la operación ha terminado con éxito, y que Franco está vivo. Algunas voces eufóricas llegan a decir que no morirá nunca. Carlos Luján, sentado en un silloncito incómodo, cierra los ojos y desea estar en otra parte, en otro tiempo.
El día 8, Carlos Luján condujo de memoria hacia el sur y al llegar a la comisaría se hizo anunciar al comisario. Azpíriz lo recibió con el canario Hermoso. Ambos estaban exultantes.
-Nos preguntábamos si vendrías hoy -le dijo Azpíriz, casi sonriente-. Nos estaba costando esperar.
-¿Esperar?
-A ti. Te esperábamos a ti. Para contarte nuestros progresos.
-Por supuesto, pero... ¿habéis llegado a algo?
Azpíriz y el canario cruzaron una mirada de orgullo y de triunfo. Luego el navarro sacó un pequeño libro, de forma alargada, y lo abrió delante de Luján, orientado para que pudiera leerlo. Luján se percató de que todas las páginas estaban llenas de pequeñas fotos con pies de texto a su derecha.
-Éste -explicó Azpíriz- es el libro oficial de los Rotarios de 1936. Aquí están todos los clubes de España con indicación de sus miembros. He abierto por las páginas del de Madrid, por supuesto.
-No me digas más: hay banqueros.
-Los hay, en efecto. Hemos contactado con las familias. Ha costado mucho. Hermoso ha tenido que entrevistar a mucha gente y hundir la nariz en documentos privados, correspondencia, esquelas, esas cosas. Hemos hecho eso con un par de miembros sin conclusiones definitivas. La verdad, hace sólo unas horas pensábamos que esto nos podría llevar meses y, en realidad, no tendríamos la seguridad de conseguir nada.
-Pero la suerte es de quien está ahí para recibirla -interrumpió Luján. Azpíriz, esta vez, sonrió sin ambages.
-En efecto. Tuvimos la inteligencia de darle una copia de tu foto a los inspectores que se encargaron de los contactos.
Luján dejó escapar un mohín de escepticismo.
-Supongo que si en la guía hubiese alguien que se pareciese al de la foto, ya os habríais dado cuenta.
Azpíriz intensificó la luz de su rostro.
-Cierto. Pero yo no he dicho eso. He dicho que los inspectores llevaban una copia de la foto con la instrucción de preguntar si alguien conocía al hombre que aparece en ella. Que no está en el directorio del Rotario ya lo sabemos.
-Bien. ¿Y?
Carlos Hermoso miró al navarro, como pidiendo permiso para hablar. Luego se acercó a Azpíriz, y señaló una foto del directorio.
-Fui al domicilio de este señor: Luis Durán. Me recibió su nieto, que me trató deferentemente pero con indiferencia. Su abuelo tenía una empresa constructora, junto con otros socios de Valencia. También lo mataron en los primeros días tras el Alzamiento. Es todo lo que sabía. Pero me dejó hablar con su tía, una anciana que vive con él, ya muy viejita, no sé si sabe.
-Me hago cargo.
-Pero la mujer tenía la mente lúcida. Me contó que su padre se había especializado en blindajes. Que era el mejor de España en eso. Pero lo mejor vino cuando le enseñé la foto. Enseguida reconoció al hombre que está con López. Era el ingeniero jefe de su padre, un tal... un tal Urbano Trasobares. El Tío Urbano, como lo llamaba ella. Me contó que era un conocido de toda la vida de su padre y que solía ir por su casa. A ella la sentaba en sus rodillas y le cantaba canciones. Aún hoy, la viejita adora a aquel hombre.
-Y, ¿qué sabe de su suerte?
-Todo. Lo sabe todo.
-Me está empezando a dar la impresión -contestó Luján con un suspiro-, que ahora me vas a informar de que Trasobares y su jefe murieron juntos, o por lo menos casi al mismo tiempo.
-Pues te equivocarás -interrumpió Azpíriz-. Según la declaración de la señora... de la señora Durán de Seisdedos -Azpíriz consultaba sus formularios al hablar-, a Urbano Trasobares se lo tragó la tierra en el otoño de 1936. Dijo que se iba a su oficina, y no se lo volvió a ver. Su familia asumió que había sido paseado, pero todas sus gestiones en checas y en comités obreros fueron inútiles. La familia Durán se mudó de su casa, un chalet en Moncloa, porque pronto resultó imposible vivir allí por las bombas y los disparos del frente. Una criada de la casa, que no vivía lejos, se acercaba de cuando en cuando a la casa, en los días en que no había actividad en el frente, para comprobar cómo estaba todo y poder contárselo a los Durán, que vivían cerca de la Gran Vía, con unos parientes.
-Un día de... la mujer cree que la Navidad de 1938 -continuó Hermoso, repasando sus notas-, la criada fue a casa de los Durán y les dijo que cuando se acercó a la casa, como tantas otras veces, encontró a Trasobares deambulando por allí. Reconoció a la criada, y le preguntó por los Durán. No quería saber dónde estaban. Quería saber si lo podían sacar de Madrid. Cuando la criada le contó la verdad, que no era otra que la familia del constructor apenas tenía con lograr su ración diaria de píldoras del doctor Negrín, Trasobares dijo, siempre según lo que la viejita dice que le contó la criada, dijo que ya sólo le quedaba una opción. Y desapareció de nuevo. Es de suponer que la desesperación lo hizo temerario.
-¿Por qué dices eso?
Hermoso miró a Luján con ojos que parecían decir: ¡pero si es obvio!
-Existen indicios para creer que Trasobares estaba en la lista de las checas desde algún momento del 36. Unos dos años después, todavía anda por Madrid, sin haber sido capturado. Eso no es nada fácil. Está claro que es hábil, sabe jugar sus cartas, sabe mostrarse y escabullirse cuando hay que hacerlo.
-...pero lo siguiente que sabe de él la familia Durán es que está muerto -continúa Azpíriz-. Nada de paseos ni descampados en las afueras ni arcenes. Aparece muerto a unos pocos centenares de metros de la Puerta del Sol. ¿Cómo pudo alguien tan precavido ir por un sitio tan vigilado? Es como un suicidio planeado.
Carlos Luján se miró los zapatos, pensando en lo que le acababan de contar. Repentinamente, el estómago le ardió. Dio un respingo.
-¡La última oportunidad!
Los dos policías lo miraron extrañados.
-¡La última oportunidad! -repitió Luján- Los recuerdos de la criada y de la anciana son correctos. Eso fue lo que dijo Trasobares cuando se dio cuenta de que sus jefes de toda la vida no podían hacer nada por él y sacarlo de Madrid. Quemó su último cartucho.
-Está bien, está bien -concedió, escéptico y tras pensarlo unos segundos, Azpíriz-. Pero, ¿por qué en un lugar tan expuesto?
-Sólo hay una explicación: allí estaba su última oportunidad.
El canario los miraba con extrañeza. Pero Azpíriz y Luján se miraban con esa emoción contenida de cuando sabían que emitían en la misma onda.
-¿Te acuerdas del tipo de Sabadell? -Preguntó Luján-. El que reconoció a López en la foto.
-Cómo iba a olvidarlo -contestó el navarro-. Por ese reconocimiento supimos que López había sido... ¡joder, joder, joder!
-Había sido, o había estado relacionado, con el ejército de Negrín -continuó Luján-. Los putos carabineros. Las unidades más ideologizadas de las fuerzas de seguridad. Muchas de ellas, acuarteladas en Pontejos. A unos centenares de metros de la Puerta del Sol.
Carlos Hermoso parecía no ser capaz de permanecer sentado en su silla.
-Entonces... ¡joder! Trasobares murió tratando de contactar con López.
-O después de hacerlo.
-¿Por qué después?
-Porque la huida de López tras la guerra no tiene sentido si no se encontraron. A mí me parece más lógico que la huida de López tuviese que ver con algo que Trasobares le dio. O que le dijo donde estaba. Otra cosa no tiene sentido. Si López hubiera tenido que ocultar durante la guerra su amistad con alguien que quería huir de los rojos, no tiene sentido que, llegada la Liberación, se enterrase en la División Azul por esa razón. Y no olvidemos que hablamos del 38. Navidad del 38. En ese momento, López tenía algo que ofrecerle a Trasobares. Lo mismo que Lucía Odriozola le ofreció a sus camaradas de La Aromática. Amigos franquistas que sacaban gente de Madrid.
-No sé. ¿Y si López huía, simplemente, de su pasado como rojo?-Argumentó Azpíriz.
-¿Perseguido por Cendoya, o sea Longares, o sea su principal jefe y mentor durante esa etapa roja?
-Tienes razón. No tiene sentido.
-No, no lo tiene. Lo que tiene sentido es que la huida de López tuviese que ver con algo que Trasobares le dio. Y creo que sé lo que es.
Luján midió durante segundos la tensión del despacho. Sus interlocutores esperaban sus palabras agazapados como fieras a punto de conseguir una presa.
-Mi teoría es ésta. La constructora de Durán se especializa en blindajes. ¿Quién construye blindajes? Los bancos. ¿Cuál es el primer banco de España? Ese mismo nombre lleva.
-Joder... -la mandíbula de Azpíriz cayó sin fuerza.
-Supongamos que Durán trabaja para el Banco de España. Supongamos que construye o mejora o realiza el mantenimiento de las cámaras blindadas. Eso hace que su ingeniero jefe tenga que entrar en ellas, visitarlas. Quizá no lo hizo solo. Porque si alguien se llama ingeniero jefe es porque hay otros ingenieros a su cargo.
Azpíriz dio un puñetazo en la mesa.
-¡Me cago en Dios! ¡López!
-López, sí. El experto en resistencia de materiales que quería construir túneles por debajo del lago Ilmen. ¿Por qué no? López y Trasobares trabajan juntos. Se conocen. Luego llega la guerra. Trasobares no comulga con lo que pasa. López, tal vez sí. El ingeniero jefe ve cómo su ingeniero se enrola en las fuerzas de seguridad. Entonces López es joven y, quizá, fogoso. Pero Trasobares se queda solo con su secreto.
-¿Su secreto?
-Su secreto, sí. Los recuerdos que os han contado no han podido establecer con exactitud cuándo se volvió Trasobares un objetivo de los rojos. Cuándo comenzó su cacería. Sabemos, eso sí, que fue en el otoño del primer año de la guerra. Tengo la impresión de que, si lo investigamos a fondo, acabaremos descubriendo que el traslado del oro a Cartagena no es en modo alguno ajeno a ello.
-¿Quiere usted decir... el oro de Moscú? -Hermoso, de piel más bien cetrina, empalideció antes de decir eso.
-Es lo que digo. Mi idea es ésta: Trasobares aprovecha, en los primeros días de la guerra, y aprovechando que entra y sale de las cámaras del Banco de España cuando quiere, que las conoce perfectamente, roba, digo, unos papeles comerciales. Sabe que existen gracias a la confianza que su jefe tiene con él. Don Luis Durán, constructor, es miembro del Club Rotario. Como lo es Norberto Ayllón. Algún tiempo antes de la guerra, Ayllón le ha pedido que use sus contactos con los jerifaltes del Banco de España para conseguir una operación relativamente irregular de descuento de papel. Y se lo cuenta a Trasobares, porque un empresario que deja que su propia hija juegue a menudo en las rodillas de su ingeniero jefe, evidentemente no tiene secretos para él. Probablemente, en las primeras semanas tras el Alzamiento, Trasobares acaba sabiendo que tanto a Durán como a Ayllón los han matado los rojos. Y entonces se da cuenta: un papel convertible en dinero contante y sonante, emitido al portador, por un valor muy elevado. Además, ahora el Banco de España, media España en realidad, está en manos de los jodidos rojos, a los que Trasobares probablemente no profesa simpatía.
-Móvil, arma y oportunidad -susurró Azpíriz.
-Sí, José Antonio. Trasobares lo tiene todo. Pero hay algo que no podía prever. No podía prever que, quizá en los mismos días en los que él está perpetrando la sustracción, el presidente Azaña está firmando el decreto secreto por el cual se autoriza al gobierno a sacar el oro de España para tenerlo protegido. Semanas después, los comunistas se llevan el oro a Cartagena y lo meten en barcos camino de Odessa. En Cartagena, en Odessa o en ambas partes, se hace el lógico inventario. Y es entonces cuando Negrín descubre el hurto. Un robo que se toma tan en serio que aparece en las notas que su hijo entrega a Franco a finales del 56. Notas que dejan claro que ordena a su gente que persigan al ladrón y recuperen el dinero. Notas que sugieren que la búsqueda continuó después de la guerra, al menos hasta 1942 Búsqueda, que, además, acabó dando con Anselmo López.
Se produjo un silencio profundo en el despacho. Los rumores de la comisaría llegaban sordos desde más allá de la puerta cerrada.
-Pero -acabó por decir Azpíriz-, no tiene sentido. Si todo esto es cierto, entonces López, probablemente, tenía encomendado encontrar a Trasobares, no protegerlo.
-No creo que Anselmo López siquiera se imaginase que el robo del dinero, si es que supo algo de él antes de que Trasobares lo visitase en el 38, tenía algo que ver con su antiguo jefe. Pero lo que sí tengo por cierto es que cuando ambos se ven y Trasobares se lo cuenta todo, López decide callar y quedarse con el dinero.
-¿Quedarse con el dinero? -Protestó el navarro- Pero, entonces, ¿por qué ir a la División Azul, por qué vivir como un pordiosero?
-Porque Luis Cendoya tenía una orden, y no seré yo quien lo critique por serle fiel -respondió Luján-. Tenía una orden del doctor Negrín: perseguir al ladrón y conseguir el dinero de nuevo. En la navidad de 1938, Anselmo López valora sus opciones, y las de la guerra. Sabe que los rojos la han perdido, así pues no tiene nada que ganar siendo un buen revolucionario. ¿Quién le reprochará eso si su propio jefe, quien luego le perseguirá, está buscándose la vida? Se queda con el dinero. Disimula. Participa en los subterfugios que monta Cendoya para salvar su culo y el de su gente tras la derrota; eso lo sabemos porque a finales del 38 está con Grisca en Sabadell, y Grisca le dice a su hermano que están montando una conspiración para aliarse con falangistas y quedarse en España. Luego desaparece. Hace la vida por su cuenta. Sabemos que López es de carácter más bien pusilánime y tembloroso. Una decisión tan individual y valiente tuvo que llamar la atención de Cendoya, policía experto. De alguna manera, Cendoya acaba por descubrir que López es el ladrón del dinero. Y lo persigue. Hasta Rusia. Lo que pasa en Rusia, amigos, es lo que no sabemos. Pero que me corten una pierna si no sé lo que Trasobares le dio a López el día que luego fue avistado y asesinado en plena calle: RiP 203.
Los otros dos policías tomaron aire, pero no dijeron nada.
-RiP 203 es la clave de dónde está, o estuvo, el dinero. Y la anotación en poder de López no está hecha con la letra de Lucía Odriozola como supuse. La letra será, probablemente, de Urbano Trasobares.
-Y sabemos otra cosa más -añadió Azpíriz.
-¿Ah, sí?
-Sí. Trasobares escribió en 1938 la instrucción RiP 203 y se la dio a Anselmo López. 37 años después, Cendoya entra clandestinamente en España con esa misma instrucción camuflada en una cajetilla de tabaco. Eso nos dice que en RiP 203 todavía hay algo. Tenemos que encontrarlo -sentenció el navarro, mirando alternativamente a sus dos interlocutores -antes que ellos.
LLegue a creer que el compañero de Anselmo López en la foto era Ayllón. Bueno. Ya se acerca el final.
ResponderBorrarMe he perdido. ¿El de la foto con López es Norberto Ayllón o Urbano Trasobares?
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