miércoles, enero 27, 2021

Islam (4: El Profeta desmiente las apuestas en Badr)

El modesto mequí que tenía the eye of the tiger
Los otros sólo están equivocados
¡Vente p’a Medina, tío!
El Profeta desmiente las apuestas en Badr
Ohod
El Foso
La consolidación
Abu Bakr y los musulmanes catalanes
Osmán, el candidato del establishment
Al fin y a la postre, perro no come perro
¿Es que los hombres pueden arbitrar las decisiones de Dios?
La monarquía omeya
El martirio de Husein bin Alí
Los abásidas
De cómo el poder bagdadí se fue yendo a la mierda
Yo por aquí, tú por Alí
Suníes
Shiíes
Un califato y dos creencias bien diferenciadas
Las tribulaciones de ser un shií duodecimano
Los otros shiíes
Drusos y assasin
La mañana que Hulegu cambió la Historia; o no
El shiismo y la ijtihad
Sha Abbas, la cumbre safavid; y Nadir, el torpe mediador
Otomanos y mughales
Wahabismo
Musulmanes, pero no de la misma manera
La Gran Guerra deja el sudoku musulmán hecho unos zorros
Ibn Saud, el primo de Zumosol islámico
A los beatos se les ponen las cosas de cara
Iraq, Siria, Arabia
Jomeini y el jomeinismo
La guerra Irán-Iraq
Las aureolas de una revolución
El factor talibán
Iraq, ese caos
Presente, y futuro 


Los intentos de Mahoma por acercarse a los judíos se concretaron, sobre todo, en su decisión de mantener la qibla o dirección de la oración hacia Jerusalén. Además, todos los sabbath acudía a la cercana mezquita de Qoba para dirigir una plegaria de mediodía, y ordenaba ayunos alineados con las tradiciones hebreas. Cuando nada de esto le sirvió, lo intentó con una movida que conocemos como la Constitución del año I. Esta regulación preveía la formación de un conglomerado de tribus que se sometían a la autoridad de Mahoma, pero conservando la autonomía de que siempre habían disfrutado. Mediante un tratado así, esto es lo importante, los árabes mediníes conservaban todos los pactos allegados entre ellos y, sobre todo, con los judíos; era una medida claramente diseñada para no despertar la renuencia de los hebreos. Mahoma quedaba designado juez hakim de todas las disputas y, asimismo, general o caid de las tropas. Se trata, por lo tanto, de una gobernación del oasis de Yatrib que no entra a definir prelación religiosa alguna y que, por lo tanto, orilla todos los temas espinosos, conservando los niveles de autonomía que tenían todas las partes con anterioridad.

La unión, sin embargo, no tuvo las consecuencias que Mahoma predecía, pues los judíos continuaron en sus trece. Es entonces, tal vez en enero del 624, cuando El Profeta decreta que la auténtica religión es la de Abraham, constructor de la Kaaba; y que, en consecuencia, es hacia la misma, es decir hacia La Meca, hacia donde han de dirigir el rostro los creyentes.

Cabe estar más que razonablemente seguro de que Mahoma era consciente de que realizando un cambio de qibla en favor de La Meca estaba cortando amarras con el judaísmo y con el cristianismo. Pero tampoco hay razones para sostener que debiera importarle mucho, toda vez que el más nutrido colectivo de esa banda que tenía a mano, esto es los judíos de Yatrib, ya le había dejado bien claro que no pensaban hacerle caso. Esta imposibilidad es la que mueve a El Profeta del Islam a sostener que no hay más forma de interpretar la palabra de Dios que el Corán, y a considerar al resto de creyentes abrahamánicos como creyentes en inferioridad respecto de los musulmanes, como a la expectativa de conocer la verdad. Se planta, pues, la semilla de la intransigencia por ambas partes.

Mahoma gobernó Medina, como árbitro, entre los años 622 y 632,  y no fue un periodo fácil. Su principal reto de principio fue enfrentarse a los coraichitas de La Meca. Por otra parte, ya se había convertido, para entonces, en un líder de hombres, puesto que era el dirigente de una comunidad formada por los llamados emigrados, esto es los primeros creyentes venidos con él desde La Meca, y los conversos del Yatrib. Ser el jefe de una comunidad con sus intereses presentaba también el problema de su financiación, y ésta sólo podía, en aquel momento, obtenerse de una forma. Esa forma se haría bien famosa en la operativa de los musulmanes con la palabra razzia, esto es, el ataque, normalmente sorpresa, diseñado desde el principio para arrasar con las posesiones del enemigo, obteniendo de esta manera botín. En este punto, el islamismo hace el mismo viaje ideológico que ha hecho antes (y hará después) el cristianismo: en modo alguno trata de justificar estas acciones como algo deplorable que, sin embargo, las circunstancias obligan a hacer. Lejos de ello, reviste estas acciones de la característica de altas misiones necesarias para la fe. La razzia, así, se convierte, en un ataque justo al infiel. Ocurre no porque el bando propio robe, sino porque el bando contrario no es un auténtico creyente. Según las tradiciones, Mahoma ordenó personalmente 27 de estas razzias, a las que hay que unir 34 más producidas por otras iniciativas. Por lo demás, éste era el método por el cual se establecían las relaciones de poder preislámicas en la zona, por lo que Mahoma tampoco inventa ningún elemento especialmente dañoso.

De hecho, no hay que negar que estos ataques tienen, para los musulmanes, una utilidad que va más allá del propio acopiamiento de riquezas. Es merced a estas razzias, por ejemplo, que Mahoma alcanza pactos con diversas tribus. Y, de hecho, en el Heyaz, que es su objetivo principal, las tribus se dividen entre los que quieren plantarle cara a El Profeta, y los que prefieren negociar. Esto coloca en grave situación las caravanas hacia Siria de los coraichitas, pues son los principales líderes del sector duro.

Una de estas operaciones de bandidaje habrá de adquirir una importancia fundamental en el crecimiento del islamismo, por acabar derivando en una auténtica batalla, y es así como se la conoce: la batalla de Badr. Esta operación, en esencia, consistía en el saqueo de una caravana coraichita que volvía de Siria. Sin embargo, la importancia del enfrentamiento hace que la tradición musulmana eleve la anécdota, dotándola de importantes elementos sagrados, entre ellos el mito, que tiene resonancias del mito castellano de Clavijo, según el cual Mahoma envió a unos ángeles para garantizar la victoria de su bando. La importancia real de Badr, en todo caso, no puede soslayarse: es la primera victoria musulmana en un enfrentamiento abierto y de importancia con sus enemigos. Bard es la primera piedra de un edificio del que forma parte incluso la mayor parte de la superficie de la península ibérica.

En aquella batalla, Mahoma presentó un pequeño ejército (la tradición habla de 300 hombres) suficientemente grande como para poder saquear una caravana, pero demasiado pequeño para un enfrentamiento bélico propiamente dicho. Abu Sufyan, el coraichita que dirigía la caravana atacada, tuvo noticias de las intenciones de Mahoma, y por eso desvió la trayectoria de la misma hacia el oeste y envió un mensajero a La Meca para dar la alarma. Los mequíes, una vez que llegó el mensajero (aunque, según el relato mítico, una hija de al-Mutalib, de profesión adivina, ya lo había coscado), reunieron una tropa de unos 1.000 efectivos, y se fueron a por El Profeta y los de Palacagüina. Estaban cerca de Badr cuando recibieron la nueva de que la caravana había atravesado la zona más peligrosa y que se dirigía a La Meca con todas sus riquezas. Muchos de los jefes opinaron que, ante la noticia, lo que había que hacer era volverse. Pero Abu Lahab y otros coraichitas más radicales opinaron otra cosa. Puesto que en Badr se estaban celebrando las fiestas anuales, propusieron quedarse allí tres días, de botellón, demostrando con ello que no le tenían miedo a Mahoma.

Estando así las cosas, unos musulmanes que andaban patrullando por los alrededores de Badr, tratando de conseguir informaciones de la caravana de la que no sabían nada, capturaron a dos exploradores de la fuerza de Lahab, a los que supusieron eran miembros de la caravana. Estos exploradores, según la tradición, contaron en su interrogatorio el número de camellos que su expedición mataba cada día para alimentar a los miembros, de donde Mahoma coligió que no podían ser menos de 950. Consciente de que, si había batalla, el centro de la misma sería lo más valioso de Badr, esto es el pozo, lo hizo ocupar. En un punto alto que dominaba la llanura donde habrían de producirse las leches, Mahoma se hizo construir un puesto de mando. Es un hecho importante, pues es la primera vez, para los pueblos de la zona, en que un general no se sitúa en primera línea de batalla, sino que se coloca como un general en el sentido moderno de la expresión. Algo que nos viene a demostrar que Mahoma tenía aptitudes bélicas innatas superiores a las de las gentes de su época.

La batalla, siempre según la tradición por supuesto, comienza por el enfrentamiento personal. Tres coraichitas se adelantan a la llanura para enfrentarse a tres hombres del bando de Mahoma. Sin embargo, cuando se enteran que esos tres tipos son de Yatrib, rechazan el combate con ellos por no tener ningún asunto pendiente con ellos, y le exigen a Mahoma que haga levantar a tres iguales a ellos (esto es, mequíes emigrados). Mahoma llama a marchar frente a los coraichitas a Ubaida ben Harith, a Alí y a Hamza. Los dos últimos ganan sus combates con facilidad, y ayudan al primero a resolver el suyo. Cuando comienzan las hostilidades, los musulmanes parecen perder. Las tradiciones islamistas recogen, como en Clavijo, mitos increíbles: Mahoma echa unos guijarros al aire y, al instante, cada uno de los coraichitas recibe uno de ellos en un ojo; además, aparece una tropa de ángeles que decanta la batalla; de Aragorn no se dice nada.

Lo más probable, a juzgar por el relato, es que en Badr Mahoma labrase para los suyos una victoria relativamente inesperada. En realidad, aquella victoria tampoco era como para tirar cohetes, pues lo que le habría venido bien verdaderamente a los musulmanes habría sido capturar la caravana, cosa que no pasó. Pero también es cierto que se quedaron con prisioneros por los que podrían pedir rescate. Las tradiciones islámicas fijan aquí, además, una diferencia muy interesante respecto de las tradiciones preislámicas: a la hora de repartir a los prisioneros, algunos de los lugartenientes de Mahoma le aconsejan que les corte el cuello o los tire a un foso ardiente; pero El Profeta, atendiendo en parte a las palabras de Abu Bakr sobre los vínculos que, al fin y al cabo, tienen todos los vencidos con algunos de los vencedores, pero sobre todo, y aquí está la novedad, pensando en una posible conversión, les conserva la vida.

La victoria de Badr hizo mucho por consolidar a Mahoma y a los suyos y, de hecho, disparó los primeros conatos de tendencias realmente monopolísticas en favor del Islam, en este caso en el ámbito de Medina, claro. La consecuencia directa de que los islamitas se considerasen fuertes fue el enrarecimiento de sus relaciones con los judíos. 

Abu Sufyan, el mequí a quien hemos visto salvando la caravana que tenía que haber sido atacada en Badr, tenía el lógico objetivo de vengar la derrota. Para ello contactó y tuvo negociaciones con un grupo de judíos mediníes, los banu nadir. Esta anécdota, que terminó con Mahoma enviando un ejército de doscientos soldados a perseguir al mequí (que antes se había cargado a un par de personas) es reveladora del enorme nivel de autonomía de que disfrutaban los judíos mediníes. Los hebreos, además, tenían una posición económica muy superior a la de los emigrados mequíes que seguían a Mahoma, por lo que no era difícil de adivinar que éste los atacaría.

7 comentarios:

  1. Desde hace unos años ando con sospechas sobre si las historias relativas a Abu Sufyan (y a su mujer Hind) no serán interpolaciones posteriores de la propaganda anti-omeya. Siempre me ha llamado la atención que se personalice tanto la oposición a Mahoma precisamente en los padres de Muawiya (futuro primer califa omeya)

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  2. ¿Has llegado a leer "A la sombra de las espadas" de Tom Holland? Es una obra interesante que se atreve a aplicarle a Mahoma y al Corán las mismas técnicas que aplicaron los eruditos bíblicos del XIX a la Torá y los Evangelios, aprovechando sobre todo las innumerables contradicciones de los hadices de siglos posteriores (que es donde viene casi todo lo que sabemos de Mahoma) con el Corán propiamente dicho, que serían las palabras atribuidas al profeta.

    Y claro está, Holland nos muestra como mucho de lo atribuido a Mahoma fue en realidad fruto de gente que vino después de él, e incluso señala que se han encontrado inscripciones e imágenes de Jesús hechas durante el reinado de Muawiya, por lo que el "Islam originario" no sería tan monolítico como nos lo quieren pintar ahora. Sería un líder de la fitna posterior a Mahoma, opuesto a los Omeyas, quién acuñaría el famoso lema de "no hay más Dios que Alá, y Mahoma es su profeta".

    Asimismo, afirma que el verdadero epicentro del Islam originario estaba más al Norte de lo que dice la tradición musulmana, y que la "elección" de lo que hoy conocemos como La Meca fue hecha por parte del califa omeya Abd al-Malik, a quien llama "el Constantino árabe".

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    1. No lo he leído todavía. La verdad, me pensé mucho empezar la serie por Mahoma, porque soy consciente de que es un personaje más mítico que real en sus actos y palabras. Sin embargo, concluí que es necesario tratarlo porque, ciertos o inciertos, sus actos y palabras condicionan la evolución del Islam.

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    2. El de Holland no lo he leído, pero hace unos años leí "Did Muhammad Exist?" de Robert Spencer que contaba más o menos lo mismo. La impresión que me dió es que había mucha hipótesis y poca prueba, pero que planteaba cosas interesantes. Y la tradición musulmana basada en los hadices se sostiene regular (como la cristiana basada en los evangelios)

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    3. En otro blog ya leí la hipótesis de que Mahoma se basaría en la figura de Jesús. Parte de la idea se basa en algo que Juan ya ha mencionado en otra entrada: el calendario preislámico tenía un mes extra para ajustarse con el ciclo solar, y curiosamente nunca le ocurrió a Mahoma nada digno de interés durante las iteraciones de ese mes, lo que indicaría que los testimonios sobre él proceden de una época posterior en que se olvidó aquel calendario.

      Por cierto, el calendario lunar mezclado con el Ramadán es letal cuando coincide con el verano. Estos últimos años, los musulmanes residentes en el Ártico han llegado a emigrar para no incumplir la prohibición de tomar alimentos de día.

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  4. Aceifa parece más correcto que Razzia

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